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Capítulo 19

—No pueden estar hablando en serio—susurré.

Kalen dejó caer su cabeza contra la mesa, exhausto, mientras yo miraba con cara de pocos amigos al hombre sentado cerca de nosotros. Él hombre lanzó un suspiró y se acomodó en la silla, luciendo incómodo.

—Me temo que sí, señorita Arleen. Esto es muy en serio.

Indignada, me levanté de mi asiento y comencé a caminar por la sala, nerviosa. A través de la puerta, me llegaban los sonidos de pisadas y conversaciones. El palacio del rey Ezran había sido un hervidero de gente desde la semana anterior, y, teniendo en cuenta todo lo que había pasado, era natural que así fuera.

Luego de que los dos reyes murieran, las cosas se habían puesto algo... tensas. Está bien, ya sabíamos que lo más probable era que Ezran muriera, pero la noticia sobre el fallecimiento del rey del Este había caído como una bomba sobre los dos reinos.

Especialmente sobre Kalen.

Él había llegado junto con los soldados a la habitación—vivo—, y se había quedado pasmado al ver el panorama. Había permanecido en shock durante algunos minutos y luego había vuelto sobre sus pasos, perdiéndose en el palacio. Para el momento en que corrí a buscarlo, había desaparecido.

Busqué en todos los lugares que se me ocurrieron: la biblioteca, la armería, la cocina, su antigua habitación. Nada. Comencé a desesperarme, pero unos instantes después, supe exactamente dónde encontrarlo.

Salir del palacio no fue tarea fácil, ya que había cientos de soldados que debía esquivar por todos lados. Por suerte, no me hicieron preguntas ni me detuvieron. Corrí por las colmadas calles de la Capital. Estaban llenas de soldados, ciudadanos heridos y gente que todavía se resistía a los hombres de Sivan.

Ya sin aliento, llegué a la casa en la que alguna vez habían vivido Kalen, Sarah y Elainne. El portoncito estaba abierto.

No dudé en entrar, y no me sorprendió en lo más mínimo encontrarlo allí. Estaba sentado en el piso, apoyado contra la pared, con los ojos cerrados. Sin decir una palabra, me senté a su lado.

—No deberías haber dejado el palacio. Es peligroso—me susurró.

—Tú te caes, y yo te levanto. ¿No es así?

Kalen sonrió, recordando las palabras que me había dicho. Se levantó y me tendió la mano.

—¿Volvemos?

—No, no volvemos—dije poniéndome de pie—. No puedes seguir haciendo caso omiso a lo que sucedió, Kalen. La fase de negación se acabó.

Vi como hacía una mueca, y sin esperar un segundo más, lo envolví en un abrazo. Él sólo enterró su cabeza en mi hombro, y por primera vez desde que todo había comenzado, se permitió llorar.

Por Sarah, y por cómo no la vería crecer.

Por Elainne, y por todos los consejos que nunca le podría dar.

Por Olivia, la madre que nunca había conocido.

Y por su padre, a quién todavía no había llegado a querer.

Dejé que se descargara todo el tiempo que necesitase, porque lo necesitaba. Y mucho. Nadie puede guardar algo así para siempre.

Kalen alzó la vista y me miró con los ojos enrojecidos, pero con una sonrisa. Se inclinó hacia mí, y nuestros rostros quedaron separados por apenas unos centímetros. Temblé cuando me susurró:

—Gracias.

Y con un beso, largo y gentil, separó la distancia que quedaba entre nosotros. Sus manos alrededor de mi cintura me acercaron más a él, profundizando nuestro abrazo.

Cuando nos apartamos, ambos nos encontrábamos sin aliento.

—Y esta es la parte—dije con una sonrisa— en la que todo se pone mejor.

°°°

Mentira. Me di cuenta de que nada había mejorado al ver la cara de William, sentado en el otro lado de la mesa. Este se obligaba a tener las manos por encima de la mesa, intentando aparentar tranquilidad, pero se notaba que no era así. Y eso me asustaba.

—Este grupo de magos—continuó el hombre sentado con nosotros. Gavven, creo que se llamaba—esta resistencia, ha formado un consejo de post-guerra. Soy un grupo muy influyente, y quieren devolver la paz a Aden. Todo el pueblo los apoya. Sin embargo, no están conformes.

—¿Con qué? —preguntó William.

—Con ella—dijo Gavven, dirigiéndose a mí—. Con tu papel en todo esto. ¿Es cierto que colaboraste con el rey en la captura de los magos de la ciudad de Terash? Uno de sus espías te vio, el día del banquete del rey Ezran.

—Eso es injusto. Ni siquiera era yo misma en ese momento—espeté.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Gavven.

—Un hechizo—lo cortó Kalen.

—¿Y hay alguien o algo que pueda probar que la señorita Hale se encontraba bajo el efecto de la magia?

Las únicas personas que podrían haber confesado serían Ezran y Nathaniel, pero ambos se encontraban muertos. Lo que es más, ni siquiera habían podido encontrar el cuerpo del hechicero.

—¡Es absurdo! ¡Yo misma maté al rey! —contesté, enojada, sin mirar a William.

—Nadie estuvo en aquella habitación en ese momento—suspiró el hombre—. Es su palabra contra la de ellos. Y, disculpen que les diga, llevan la de ganar.

—¿Qué sucederá? —se atrevió a preguntar Kalen.

—Quieren celebrar un juicio. Pero, como ya les dije, el panorama no es favorable.

—No voy a permitir algo así—dijo William, irritado—. Ahora soy el rey.

De repente, Gavven pareció mostrarse cada vez más incómodo.

—Su Alteza, debe cumplir veintiún años para subir al trono. Y hasta ese momento, el reino quedará a cargo de un consejo de ancianos. ¿Lo sabe, no es verdad?

—Todavía falta un año—coincidió, derrotado. Miré a Kalen, esperanzada, pero él negó con la cabeza. Tampoco podía asumir el otro.

—¿Cuándo? —pregunté.

—Seis días después del funeral del rey Sivan. Guardaremos el luto correspondiente.

Suspiré y enterré la cabeza la cabeza en mis manos. Esto iba a ponerse feo.

°°°

No podía quedarme sentada. Caminaba, inquieta, por el pasillo que daba a la sala de juicios. Observé la puerta, que permanecía cerrada. No sabía cuándo me llamarían para entrar. Kalen se encontraba cerca de mí, y también se lo notaba nervioso.

Los dos días previos al juicio no había podido pegar un ojo. Permanecía despierta, mirando al techo, imaginando posibles desenlaces. Ninguno era bueno, o mínimamente alentador. No tenía ni idea de quien presidiría el juicio; ciertamente no Gash'an, quien había uno de los primeros condenados a muerte por los crímenes contra los magos. Eso era un peso menos, había que reconocer. Si tan solo...

Las puertas de la sala se abrieron, y tanto Kalen como yo nos sobresaltamos. El hombre que salió de adentro nos indicó que podíamos entrar, y, conteniendo mis nervios, respiré profundamente. Iba a calmarme y nada iba a suceder y todo terminaría en cuestión de—

—¿Lista? —me preguntó Kalen.

—Ni un poquito—musité—. Pero vamos.

La sala estaba repleta. Y cuando digo repleta es repleta. No había suficientes bancos para que todo el mundo se sentara, y muchas personas permanecían de pie. Los ojos de la multitud me seguían a través del pasillo. Fríos. Evaluadores. Busqué consuelo en aquellas miradas que sí conocía. Encontré a Gyandev y a William en una de las primeras filas. Anna estaba con ellos, así como María y Joel y Lizbe—

¡¿María y Joel?! Al parecer, sí que se había corrido el dato sobre mi juicio. Joel, al percatarse de que lo miraba, levantó en dedo pulgar en señal de apoyo, pero hasta yo vi que su sonrisa flaqueaba. La ausencia de mi papá entre ellos me produjo un dolor casi físico. Lo necesitaba, y mucho. Él hubiese sabido que hacer.

—Arleen Marie Hale, Oráculo del Reino Oeste—la voz de un hombre me sacó de mis pensamientos. Se encontraba a cierta distancia frente a mí, y me miraba fijamente. El trono del rey se encontraba vacío—. Se la acusa de fraternizar con el enemigo y colaborar con estrategias de guerra, logrando así el asesinato de un gran número de magos y no magos en la ciudad de Terash. ¿Es cierto eso?

—Yo...—dudé. ¿Cómo podía explicar todo lo que había sucedido en ese tiempo, lo que habían hecho Nathaniel y el rey?

—¿Es cierto o no? —preguntó el hombre otra vez, con una voz fría y afilada como una navaja.

—Sí—respondí, derrotada.

Los murmullos crecieron hasta que mis oídos no pudieron aguantarlo más.

—¡Silencio! —exclamó el hombre—. Al haber reconocido la culpa, podemos...

—¡Un segundo! —dije, enojada—. ¿No tengo derecho a defenderme?

—¿Para qué quiere defenderse si ya ha admitido sus crímenes? —vi que muchas personas asentían, conformes con sus palabras—. Pero no queremos ser igual que el fallecido rey, así que le daremos la oportunidad de que otros la defiendan. ¿Está de acuerdo?

Asentí. Era eso o nada.

Uno a uno, todos mis amigos se levantaron y comenzaron a hablar. Kalen comenzó. Narró cómo había sido enviado a la Tierra a buscarme, cómo me trajo a Aden, y el viaje que hicimos para llegar hasta el rey Ezran. Les contó acerca de mi huida del palacio, las acusaciones sobre mí que él había creído y de cómo había descubierto la verdad. Describió nuestro encuentro con el príncipe William, y cómo Nathaniel había intentado matarme a través del collar de Dariana. Finalmente, recordó la muerte de Sarah y Elainne, nuestra vuelta a la Tierra y los meses en el castillo de Sivan.

Cuando llegó a la parte donde explicaba el cambio que habían realizado en mí el rey y el hechicero la vez que vinimos a buscar los documentos del rey, la multitud se mantuvo escéptica. Y así, agregando unos detalles más de las últimas semanas en el Reino Este y nuestra infiltración en el palacio, terminó su relato.

A pesar de haberlo vivido yo también, me resultó muy interesante escuchar la historia desde el punto de vista de Kalen.

Luego de que este se volviera a sentar, fue el turno de mi maestro de hablar. Y luego de María. Y de Lizbeth—una poderosa aliada, ya que pertenecía a la resistencia de los magos. Tomé cada palabra que salía de sus labios como un arma de inmenso valor. Todo lo que ellos decían iba a ser usado a mi favor.

Finalmente, fue Joel el que se puso de pie. Parecía haber rejuvenecido años en cuestión de meses. Él habló del tiempo que habíamos pasado viajando juntos, y de mi deseo de encontrar a papá.

—...y fue allí cuando nos separamos—finalizó. Se volteó hacia la multitud, y le dirigió una dura mirada—. No creo que la señorita aquí presente haya cometido crimen alguno que merezca ser castigado (no conscientemente, al menos). Arleen me devolvió a mi hija, y estoy en deuda con ella. No puedo poner en duda en honor de una persona que cruza un reino entero para recuperar a alguien a quien quiere. Y ustedes—dijo, mirando hacia el público—son muy estúpidos si lo hacen.

Joel, como te había extrañado. En la sala se hizo un silencio sepulcral, ya que todos parecían aguardar el resultado del juicio. Vi que el hombre que presidía la ceremonia dudaba, y se volvió hacia el grupo de personas que estaban en una clase de estrado. Eran el grupo de magos que había visto en mi visión.

Parecieron deliberar durante unos eternos minutos. Busqué la mirada de Kalen y este me sonrió, alentador. Suspiré aliviada. Todo iba a ir bien, a fin de cuentas. ¿Por qué me había preocupado de esta manera? No tenían pruebas para condenarme. Sentí que mis manos dejaban de temblar.

Todo iba a ir bien.

Contuve la respiración mientras el juez volteaba hacia mí, y me puse tensa. A pesar de que sabía que no me pasaría nada, era un manojo de nervios.

—Ya que no tenemos pruebas de que la señorita Hale estuvo efectivamente bajo un hechizo al proponer el ataque a la ciudad de Terash, donde murieron cientos de los nuestros al caer en una sádica trampa—comenzó el hombre de la túnica, y yo sentí que iba a desmayarme—y ya que contamos con un testigo que afirma que fue efectivamente ella quien propuso la estrategia, no podemos verificar su inocencia—un murmullo de protestas provino de algunas personas, pero la mayoría permaneció impasible, disfrutando del que era el peor momento de mi vida. El hombre alzó las manos para callar a la gente—. Sin embargo, todos los que han hablado en nombre de Arleen Hale parecen coincidir en la misma historia, que de ser verdad, sería realmente admirable. Nos encontramos, entonces, ante un dilema. Los presentes en esta sala saben que el castigo por traición es la muerte—se hizo silencio, y yo pude sentir mi corazón en los oídos. Al demonio con la pena capital. ¡Yo era una persona! Tenía derecho a vivir—Pero—continuó—no creo que debamos aplicarla en este caso.

Solté el aire que había estado conteniendo en mis pulmones sin percatarme de ello. Vi cómo los hombros de Kalen se relajaban un poco. Sabía que—de haber sido esa la sentencia—no se hubiese quedado quieto. La mano que tenía en la empuñadura de su espada me daba una pista de eso. No iba a morir. Bien.

Pero tampoco iba salir impune.

—Propongo algo diferente. La sentencia de la señorita Hale, en precio por la sangre de nuestros hermanos—dijo, mirándome fija y no tan amistosamente—será el exilio.

¿Ex...silio? Mi mente tardó unos segundos extras en procesar esa palabra.

¿Había pasado por todo esto solo para que luego me corran de Aden como si fuera una criminal? ¡Esto era injusto! Cuando por fin empezaba a considerar a Aden como mi hogar, me echaban. ¡Por Dios, había arriesgado mi vida y mi libertad por esta gente, y así me lo correspondían! Malditos desagradecidos.

Miré a Kalen, y me sentí morir. Sus ojos reflejaban una profunda tristeza, que hicieron que se me forme un nudo en la garganta. Aparté la mirada.

Una voz se alzó por encima de la multitud.

—¿Acaso vamos a quedarnos sin Oráculo otra vez? —preguntó Lizbeth, desafiante. Su mirada se detuvo en la multitud, pero nadie se atrevió a encontrar sus ojos. Ese respeto era el que la chica usualmente provocaba.

—Ya hemos estado sin Oráculo por años, Lizbeth—la reprendió el mago que había oficiado el juicio.

—Y así nos ha ido—espetó ella, cortante.

—Basta. La sentencia ya está dada. Arleen Hale deberá abandonar Aden antes de...

Era suficiente. No quería escuchar una palabra más, y no pensaba llorar delante de esta gente. Sin siquiera pedir permiso, me dirigí rápidamente hacia la puerta, y no me molesté en cerrarla. Echando humo, corrí por los pasillos. Escuché que alguien me llamaba, pero hice caso a la voz. No sabía dónde dirigirme; solo quería salir de ahí, escapar de las voces condenatorias de los ciudadanos, de las vidas que yo inconscientemente había tomado. Corrí y entré en uno de los pasadizos por donde habíamos aparecido.

No supe que me había decidido llegar hasta allí hasta que me encontré en la bóveda con el techo pintado de estrellas. El piso de piedra todavía estaba manchado de sangre. La sangre de Santiago y de Nathaniel. Hacía frío, pero no me importaba. En ese momento, nada lo hacía.

Me dejé caer contra la pared, y dejé escapar un sollozo.

Ya había tenido suficiente.

°°°

—William está intentando lo imposible por revertir la sentencia—dijo Gyandev, mientras caminaba a mi lado por los jardines. Ni siquiera me molesté en responder. Tener dos futuros monarcas a mi favor no había cambiado nada. El pueblo había hablado—. Pero...

—No hay muchas esperanzas—suspiré. Me limpié las manos llenas de tierra en mi vestido, sin importarme en mantenerlo limpio.

Mi maestro no dijo nada por unos minutos, y nos limitamos a caminar en una dirección indefinida.

—Lady Brianna te ha ofrecido un hogar en Onnia—dijo finalmente. ¿Eso había hecho?

—Agradécele de mi parte, pero dile que no será necesario. Me vuelvo a la Tierra; no tiene sentido que vaya a ningún otro lugar—Gyandev asintió—. Y yo... me gustaría pedirte un favor.

—¿De qué se trata? —preguntó, intrigado.

Le conté mi plan, que había decidido llevar a cabo esa mañana. Odiaba mi plan, pero sabía que era necesario. Odié cada palabra que salió de mi boca, y odié la cara que Gyandev puso al escucharlo.

Cuando finalmente terminé, esperé pacientemente que dijera algo.

—Es una mala idea.

—Ya lo sé.

—Y tú no vas a ser la única perjudicada—concluyó. Al ver que yo no volví a hablar, él suspiró, resignado—. ¿Estás segura que quieres hacer esto?

—Tengo que—susurré, y recordé las palabras que una vez me había dicho el fantasma de Dariana—. A veces debemos soportar pequeñas injusticias para que el mundo sea un lugar más justo.

°°°

De vuelta en el palacio, Anna fue a buscarme a la que había sido mi vieja habitación. Abrió la puerta y asomó la cabeza.

—¿Puedo pasar? —preguntó, entrando de todas maneras—. ¿Dónde estuviste todo el día?

—Por ahí—dije vagamente. Ambas nos sentamos en la cama, yo con las piernas cruzadas—. ¿Alguna novedad?

Ella negó con la cabeza y se dejó caer en el colchón, exhausta.

—Extraño mi celular—musitó, y yo me reí—. No es gracioso. Necesito dejar de pensar un momento.

—Ya somos dos. Y deja de preocuparte por tu celular; querrás tirarlo por la ventana en cuanto volvamos a la Tierra.

Mi amiga se incorporó, y me miró algo incómoda. No. No era lo que yo estaba pensando. No.

—Arleen...—Anna parecía estar buscando las palabras adecuadas—no voy a volver a la Tierra.

Mi corazón dio un vuelco, y yo la estudié, para ver si me estaba tomando el pelo. Su rostro estaba serio; no estaba bromeando.

—Pero... ¡Tu familia! ¿Qué pasa con ellos?

—Mi familia no me necesita, y lo sabes—masculló, frustrada—. Mira, tal vez sea difícil de entender. Me siento bien aquí, y quiero quedarme. Quiero quedarme con Will.

—¿Así que todo esto... es por William? ¿Por el príncipe? —pregunté, atónita.

—¡No! Arleen, esto no es por él. Es por mí. Soy feliz aquí, en Aden. Lo lamento. Ya sé que eso no es lo que querías escuchar.

Yo me levanté y me alisé el vestido con la mano.

—No—dije, con un intento de sonrisa, aproximándome a la puerta—. Eso era justo lo que necesitaba escuchar.

°°°

La noche ya había caído cuando decidí que era hora de ir a ver a Kalen. No había tenido el valor de verlo durante el día, aunque sabía que había estado buscándome. No después de lo que había escuchado esa mañana.

Me detuve frente a la puerta de su habitación, dudando antes de tocar. Había estado en esa misma posición al principio del día, y recordé como me había sobresaltado al escuchar a Kalen conversando con alguien dentro.

—...¡Es que no tengo alternativa! —había exclamado.

—¿Pero quieres hacerlo? — preguntó otra voz que reconocí. William.

—No, por supuesto que no. ¿Pero qué otra opción tengo? Es mi responsabilidad.

Luego, no había querido escuchar más. Me había retirado a los jardines, a arrancar hierbas mientras apretaba los dientes e intentaba no maldecir. Su responsabilidad. ¿Así que eso me consideraba Kalen? Una responsabilidad. Algo con lo que se debe cargar. Y por supuesto que él no quería irse de Aden. ¿Qué estaba pensando? Era su hogar.

Negué con la cabeza, y llamé a la puerta. Kalen abrió y me miró sorprendido. No me esperaba. Tenía el pelo caoba desordenado y no llevaba su espada. Parecía a punto de irse a dormir. No sé por qué, pero verlo así me hacía querer abrazarlo.

—¿Arleen?

—Hola. ¿Podemos hablar? —pregunté tímidamente.

—Por supuesto. Pasa.

Su cuarto estaba ordenado. Vi la espada apoyada contra la pared y un fajo de papeles en el escritorio. Me senté en la cama, y él me imitó.

—¿Estás nerviosa por lo de mañana? —quiso saber—. ¿Por qué volveremos a la Tierra?

—Supongo—respondí, esquiva— ¿Tienes todo listo?

—Estoy terminando de escribir algunas cartas para la corte del Este. Trámites. ¿Y tú?

—Todo listo. Tampoco es que tenga mucho que llevarme—tras un breve silencio, agregué—. Anna no viene con nosotros.

Kalen suspiró.

—Lo suponía. Lo siento, Arleen.

—No, está bien—dije—. Ella puede tomar sus propias decisiones, así como yo tomé las mías.

Pero era difícil seguir respetando mis decisiones cuando Kalen me miraba de esa manera. Muy difícil.

—Todo irá bien—susurró, con una sonrisa—. Tú me enseñarás lo que necesite, ¿no es verdad? ¿Qué tan complicado puede ser vivir en la Tierra? Ya lo hice durante un año. Podremos alquilar un departamento, o buscar a alguno de tus parientes, conseguir un trabajo, y ¿quién sabe? Hasta ir a la universidad. ¿Qué te parece?

Cállate. Cállate, por favor. Kalen no podía darse cuenta de que sus palabras me lastimaban, se enterraban en mí como si fueran dagas.

Y yo no podía dejar que se enterase. Así que forcé una sonrisa y respondí:

—Me parece perfecto.

Luego ambos nos recostamos en la cama, con nuestros hombros tocándonos, mientras Kalen me relataba divertidas historias acerca del año en que había pasado buscándome, conociendo la Tierra por primera vez. Yo solo lo escuchaba a medias, disfrutando de su cercanía, de su calor, de su voz y de su risa. Quise que ese momento durara para siempre.

Por supuesto, no lo hizo. Y pronto Kalen se encontró profundamente dormido; tal vez se encontraba más cansado de lo que aparentaba. Me levanté suavemente de la cama, por miedo a despertarlo.

Cuando me di la vuelta, sentí una mano que me tomaba por la muñeca.

—¿A dónde vas? —preguntó el chico, somnoliento, apenas abriendo los ojos.

—A mi habitación. Ya es tarde.

—Buenas noches—dijo, casi inconsciente otra vez. Me acerqué si deposité un suave beso en sus labios. Él sólo sonrió, y antes de que me diera cuenta, estaba dormido nuevamente.

—Buenas noches—susurré, saliendo despacio de su habitación y cerrando suavemente la puerta detrás de mí.

Esa fue la última vez que vi a Kalen.

°°°

Para cuando Gyandev tocó mi puerta, a la hora que habíamos acordado, yo no había dormido nada. Me había limitado a guardar mi daga y mi libro, así como unas mudas de ropas, en una bolsa, y a esperar.

—¿Estás lista? —me preguntó, estudiándome con la mirada.

—Sí. Vamos—dije cerrando la puerta detrás de mí, luego de dar una última mirada a la habitación—. ¿A dónde nos dirigimos, a propósito?

—Hay lugares del palacio con más energía para realizar el salire. Mi magia se encuentra algo renuente desde la semana pasada.

Ambos permanecimos en silencio mientras salíamos a los jardines, adentrándonos entre los árboles. Nadie se encontraba despierto a estas horas, lo que facilitaba la tarea.

Cuando llegamos a un lugar propicio, Gyandev se detuvo.

—Todavía estás a tiempo de desistir, Arleen—dijo, preocupado—. Una vez que lo hagamos, no hay vuelta atrás. No sabré cómo encontrarte. Y tú no podrás volver por ti misma.

—No puedo hacerle esto—negué con la cabeza—. No puedo forzarlo a dejar su hogar, ni su reino, ni su trono. Ya se sacrificó demasiado por mí.

—¿Aunque sea se lo has preguntado?

—Gyandev, estoy segura de esto. Nadie más a sufrir por mi causa—mi maestro permaneció en silencio, y pude ver la duda en sus ojos—. ¡Lo prometiste! ¡Prometiste que me ayudarías!—le reproché, y pude ver la sorpresa y el dolor en sus ojos.

—¿Sabes que eso mismo fue lo que dijo tu madre el día que dejó Aden? —dijo, despacio—. Y ahora la situación se repite. Como una rueda.

El día en que dejó Aden. Para escapar con mi padre. Ella no tenía magia, así que alguien debió de haberla ayudado con el salire. Por supuesto que había sido Gyandev.

—Por favor—le rogué, antes de que yo también cambiara de opinión.

—Está bien—murmuró—. Esto será algo más complicado, porque yo no te acompañaré en el salto. Concéntrate y piensa en el lugar al que quieras ir, y no dejes de pensar en ello. ¿Me entiendes? —yo asentí, envolviéndome con mis brazos. Hacía frío. Cuando pensé que ya había terminado, Gyandev agregó—. Que el Sol te acompañe, y que seas feliz, Arleen.

—Gracias—dije con la voz cortada, y lo abracé con fuerza. Mi maestro pareció sorprenderse con el gesto, pero finalmente me devolvió el abrazo. Me pregunté si mi madre había hecho lo mismo en su momento. Me separé y miré al cielo de Aden, despidiéndome—. Lista.

Y, cerrando los ojos, me preparé para dejar Aden y volver a la Tierra otra vez.

Sola.

g:&+

Último capítulo, falta el epílogo. -R

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