Capítulo 13
Me estaba matando.
Hace mucho que no tenía un dolor de cabeza tan insoportable.
Salí de la cama y me dirigí al cuarto de baño, intentando que la luz que salía de la ventana no llegara a mis ojos. Me lavé a cara y permanecí unos minutos con la mirada fija en mi yo del espejo. Tenía unas profundas ojeras y los ojos inyectados en sangre. Me sentía bastante débil, como si me estuviera recuperando de una gripe. Fruncí el ceño. ¿Qué había sucedido anoche?
Con un suspiró, decidí tomar un rápido baño y arreglarme para bajar a desayunar. No iba a presentarme hecha un desastre como estaba. Abrí la cortina y vi que el sol estaba bastante alto en el cielo; tal vez mi hora de desayunar ya había pasado.
Media hora después el dolor de cabeza ya había pasado casi por completo, así que me encontré de mejor humor. Quizás podría pasar por la biblioteca a buscar un libro y pasar el día en los jardines.
Cuando bajaba por la escalera me crucé con Kalen, quien tenía cara de estar bastante preocupado.
-Hola-saludé con una sonrisa.
-¿Sabes qué hora es? Pensé que te había ocurrido algo.
-¿Por qué habría de ocurrirme algo? -pregunté extrañada-. Solo no dormí bien anoche.
-No tienes buen aspecto. ¿Seguro que no...?
-Ya basta, Kalen. Estoy bien.
-Te creo...-dijo con algo de desconfianza-. El rey nos espera para almorzar en el salón principal.
Nos dirigimos en silencio hacia el salón. De vez en cuando, Kalen me miraba de reojo, lo que no hacía más que irritarme. ¡No me sucedía nada, por el amor de Dios! No soportaba que me tratara como si fuera un perrito lastimado.
Al llegar, vimos que no éramos los únicos que habían recibido la invitación del rey. En la mesa se encontraban Nathaniel, a la derecha del rey, y unos cuantos señores más, que había visto por el palacio en algunas oportunidades.
-Señorita Hale, es un honor que haya decidido unírsenos-dijo el rey Ezran con una sonrisa. Me sonrojé, dándome cuenta de mi demora.
-Disculpe el retraso. No tuve una buena noche.
Con un gesto, el rey le quitó importancia y nos indicó que nos sentáramos. Había guardado dos lugares a su izquierda. La comida comenzó a llegar, y me di cuenta de lo hambrienta que estaba. Kalen y yo permanecimos en silencio la mayor parte de la comida, prestando atención a las conversaciones que se desarrollaban a nuestro alrededor, hasta que el rey comentó:
-Los soldados han declarado a los pueblos de Aghu, Binario y Kotch libres de magos-los señores murmuraron aprobaciones y felicitaciones-. Las ciudades grandes como Suz y Erehos siguen siendo un problema. A mis hombres se les dificulta distinguir a los magos entre tantas personas, y no queremos que ningún inocente salga lastimado.
Todos guardaron silencio, pensando.
-¿Y por qué nos los conduce hacia otro lugar y los separa del resto? -me atreví a preguntar. Pensé que el rey se enojaría por mi atrevimiento, pero me indicó que continuase-. Los magos se refugian en las grandes ciudades porque creen que es lo más seguro. ¿Y si les mostramos otro lugar en el que se sientan más a salvo? Elija a un pequeño pueblo, retire a sus soldados y haga correr el rumor de que está libre de los hombres del rey.
-¿Y luego? -preguntó Nathaniel, arqueando una ceja.
-Espera que lleguen.
-Entiendo tu punto-dijo el rey, despacio-. Pero, ¿Qué sucede si los que quieren entrar en la ciudad son personas sin ningún tipo de magia que quieran escapar de la guerra?
Medité unos segundos. Busqué ayuda en Kalen, pero solo me miraba con los ojos muy abiertos. ¿Qué? ¿Acaso a mí no se me podían ocurrir buenas ideas?
-Tal vez deberíamos ponerles una prueba. Corten los caminos a la ciudad con algún obstáculo que solo pueda ser sorteado con magia. Un puente roto, un pequeño incendio... algo que les obligue a usar su magia para llegar. Todos los que pasen por la muralla habrán pasado los obstáculos.
Todos guardaron silencio. El rey se reclinó sobre su asiento, pensando. Nathaniel tenía los ojos fijos en mí, como si estuviese contemplando un trabajo bien hecho. Los señores permanecían en un incómodo silencio.
-Bien-dijo Ezran finalmente-. Eso es lo que haremos. Debemos seleccionar una ciudad que esté lo bastante...
Kalen me dio una pequeña patada por debajo de la mesa.
-¿Qué? -susurré.
-¿Qué se supone que estás haciendo? -me dijo Kalen al oído, molesto.
-Aportando ideas.
-¡Pero esa es una buena idea! -me reprochó.
-Sí, ¿Y qué? -pregunté algo ofendida.
De improvisto, tanto el rey como el hechicero se levantaron se sus asientos. Nathaniel se dirigió a la gran pared que había detrás se la mesa y comenzó a recitar algo. La pared comenzó a brillar.
-Debo admitir-el rey confesó-que me he guardado una sorpresa para el final. Si aguardan un momento, sabrán de qué se trata.
Ezran se aproximó a la pared y se colocó detrás de Nathaniel, esperando. Miré a Kalen extrañada. ¿De qué iba esto? Unos segundos después, la luz se fue difuminando, y comenzó a formar figuras. Un pequeño estudio, lleno de libros y mapas. Había una silueta que se movía por el estudio, y otras más sentadas en una mesa. Pronto, las siluetas se aclararon y pude ver personas.
Un segundo. La persona sentada en la esquina de la mesa se parecía a mi papá.
Una de las personas que mostraba la pantalla en la pared-el príncipe William-se sobresaltó y miró fijamente al rey.
-¿Padre?
Al parecer, habíamos establecido algo así como una conexión Skype con el castillo del rey Sivan. El monarca, que no parecía en absoluto sorprendido por el truco de Nathaniel, no se levantó de la silla en la que estaba sentado. Siempre me había asombrado su frialdad. Kalen y yo, en cambio, nos pusimos de pie. La cara de mi papá era la viva imagen del horror. Gyandev estudiaba la situación tranquilamente, aunque podía ver la alarma en sus ojos.
-Esperaba recibir noticias tuyas pronto, William. Lástima que...
-Si se atreve a ponerle un dedo encima a mi hija- mi papá se acercó a la pantalla, rojo de furia, y Gyandev lo sujetó del brazo-juro que...
-Nadie aquí está interesado en lastimar al Oráculo, señor Hale. Ella está aquí por voluntad propia.
-No le creo.
-Así es, papá-respondí suavemente, acercándome a la pared-. Por fin pude ver qué era lo correcto.
-¿Y qué es lo correcto para ti, Arleen? -intervino el rey Sivan.
-No usted, de eso estoy segura-dije, conteniendo mi odio.
-Bien, ya es suficiente de esto-cortó Ezran-. Me comuniqué con ustedes para ofrecerles un intercambio.
-¿De qué se trata? -Sivan miraba fijamente al rey.
-Retirarás a tus hombres del límite del reino... a cambio de la vida del príncipe.
¿William? ¿Qué tenía que ver William? Ah, el otro príncipe. Kalen. El rey estaba amenazando a Kalen; una estrategia inteligente, a decir verdad. El chico, a mi lado, apretaba firmemente la mandíbula, llevándose una mano a la espada del cinturón. Dispuesto a dar pelea. Sujeté su mano, negando con la cabeza.
El rey Sivan nos miró, y permaneció un buen rato con los ojos puestos en su hijo. Percibí que este movía la cabeza de un lado a otro casi imperceptiblemente.
-No hay trato. No retiraré a mis hombres del reino.
-Ya veo-Ezran permaneció en silencio unos segundos-. Tienes tres días, o Nathaniel organizará un buen espectáculo. Tú decides.
Fin de la trasmisión. La pared volvió a la normalidad.
-Espero que no te haya sorprendido el giro de los acontecimientos, Kalen-dijo el rey-. Pero no estamos en condiciones de negociar en buenos términos con el Reino Este.
-En absoluto, señor-dijo este, intentando aparentar tranquilidad. Pero yo sabía que estaba actuando.
Y eso me molestaba.
El rey y el hechicero no tardaron en abandonar el salón, el último sin siquiera haber probado bocado (es más, medité, nunca lo había visto comer). Por lo tanto, Kalen y yo no tardamos en imitarlos.
Una vez fuera, el chico me tomó del brazo, haciendo que me detuviera.
-¿En qué demonios estabas pensando? -sonaba enojado y confuso. Pero sobre todo enojado. Me crucé de brazos.
-¿Disculpa?
-¡Le serviste a los magos en bandeja de plata al rey! ¿Y qué es eso de "por fin pude ver que era lo correcto"? Estas llevando esto de la actuación demasiado lejos.
-¿Actuación? -yo me reí-¿A qué te refieres?
-A todo esto-dijo abarcando el lugar con los brazos. Un sirviente curioso nos dirigió una mirada, y Kalen me condujo hacia una pequeña habitación al constado del pasillo, que no tenía mucho salvo un escritorio y unos cuantos silloncitos, además de una chimenea donde ardía un acogedor fuego-. Me refiero a toda esta farsa. Se supone que tomaríamos los papeles y nos iríamos. No que le darías estrategias al rey.
-Kalen-dije despacio, recuperando la seriedad-. No estoy actuando. Nunca lo hice.
Me miró, perplejo y confuso.
-Creo que no te sigo.
-Nunca actué, Kalen. De verdad pienso que mi lugar es servir al rey Ezran y al Reino Oeste, y no al tirano de tu padre, perdón por la expresión.
-Esto no es divertido, Arleen.
-No estoy diciendo que lo sea-repliqué, irritada. Había elegido mi bando, ¿era tan difícil de comprender?
-No puedes estar hablando en serio. ¿Y qué sucede con los magos? ¿Con mi gente?
-Kalen, esas personas no son tu gente. Nosotros lo somos. Tómalo como un... pequeño sacrificio para lograr un bien común.
El chico sacudió la cabeza, como si se encontrara en un mal sueño y quisiera despertar. Y ya me estaba cansando. Se aproximó a mí y me sujetó fuertemente por los brazos.
-Por favor, por favor dime que este es otro de tus planes. Qué nos están vigilando y me estás mintiendo.
-Kalen, basta. ¡Suéltame! -exclamé, zafándome de su agarre y retrocediendo. Él me miró dolido.
-Nos vamos. Ahora. Al demonio los papeles, volveremos en este momento al Reino Este. Dame tres minutos y un salire nos sacará de aquí.
-¿Quieres huir? -pregunté, no sin algo de decepción en mi voz. Me esperaba más de Kalen-. Yo no me voy a ningún lado.
Me saqué el anillo, que parecía hecho de hebras de plata, del dedo. El anillo que Kalen me había regalado. El anillo que me permitía realizar el salire sin morir en el intento. Lo contemplé durante unos segundos, con algo de tristeza pero con mayor determinación.
-¿Qué estas...?
Y lo arrojé al fuego de la chimenea.
Kalen profirió una pequeña exclamación y se lanzó tras el anillo, sumergiendo las manos en el fuego. Hizo una mueca de dolor, y, no pudiendo hacer nada al respecto, las retiró del fuego. Estaban rojas y sabía que debían arder como el infierno.
-¿Por qué hiciste eso? -preguntó con un hilo de voz, todavía de rodillas frente a la chimenea.
-Yo me quedó aquí. Haz lo que quieras. De todas maneras, no necesito a un cobarde a mi lado.
°°°
Decir que el resto del día fue algo productivo es mentira. Me encontraba demasiado molesta con Kalen como para pensar en otra cosa, y sabía que debía mantener mi mente despejada si quería cumplir adecuadamente mis deberes como Oráculo. Aunque, de momento, el rey no había requerido mis servicios.
Así que decidí ir a buscar un libro en la biblioteca. Pasé por lo menos una hora recorriendo las estanterías, pasando las manos por los lomos viejos. Siempre había creído que cada libro aparece en un determinado momento de la vida por una determinada razón. Así que saqué unos cuantos, leí rápidamente unas cuantas hojas y me decidí por uno de magia. Me sorprendió que el rey tuviera ese tipo de libros; aunque me inclinaba más por la idea de que no sabía de su existencia.
Recorrí el lugar con la mirada, pero cierta sensación de claustrofobia se había apoderado de mí, por lo que decidí que los jardines, con sus frondosos árboles, sería un lugar más idóneo para que pudiera avanzar con mi lectura.
Recibí al aire fresco y al resplandor de media tarde con una sonrisa. Busqué una sombra bajo un gran árbol de no sé qué especie y abrí el libro en una página al azar. Sin embargo, no avancé más que unas cuantas páginas cuando el dolor de cabeza de esta mañana volvió, al principio levemente, pero luego con mayor intensidad, y tuve que dejar el libro a un costado y cerrar los ojos.
-No deberías estar leyendo esto-dijo una voz a mi izquierda.
-Nadie me lo ha prohibido, Nathaniel-repliqué sin abrir los ojos. El dolor de cabeza seguía. La última vez que había sentido un dolor similar era porque estaban jugando con mi mente. Lo que no valía en este momento; me hallaba plenamente consciente.
-Yo te lo prohíbo. De todas maneras, no tienes magia. ¿De qué te sirve?
-La gente acostumbra leer por diversión-contesté, abriendo los ojos. El hechicero se encontraba a mi lado. No vestía la túnica de siempre, sino un simple pantalón negro con una camisa del mismo color, arremangada de tal manera que todos sus tatuajes azules quedaban a la vista-. ¿No tienes un paracetamol, por casualidad? No me siento muy bien.
-No sé qué es eso, así que no. Pero tengo algo que puede funcionar. Sígueme.
Me levanté a regañadientes y fui tras él, que ya había comenzado a moverse.
-¿Qué hacías en los jardines? -Nathaniel guardó silencio unos segundos; seguramente haría caso omiso a mi pregunta.
-Buscando plantas-respondió al fin-. Para algunos hechizos.
-¿Acaso...?
De repente, el hechicero se volteó, alerta, con las manos levantadas. Sus ojos parecían desenfocados, como si estuviera viendo más allá.
-¿Nathaniel, sucede algo?
Poco a poco, su expresión dejó de ser confusa, y recuperó su frialdad habitual.
- Nada.
-Yo creo que sí.
El hechicero me dirigió una mirada como hielo, pero me atreví a sostenerla, como antes nunca lo había hecho. Desafiante.
-Recuerdo que Gyandev mencionó algo.
-¿Ah, sí? -dijo en tono de burla-. ¿Qué es lo que dijo mi hermano?
-Algo acerca de unas Sombras-recordé, y Nathaniel quiso ocultar una pequeña mueca, aunque no pudo lograrlo del todo-. De que obtienes poder sobre ellas a un costo muy alto. Pero no lo creo.
-¿Y por qué no?
-Por qué no creo que seas tan estúpido como para hacerlo.
°°°
Nos encontrábamos en un nivel subterráneo del catillo, más bajo aún que los calabozos. Una ola de malestar me recorrió al llegar allí, pero no entendí de donde procedía. Sabía que Nathaniel no iba a lastimarme. Toda la habitación de piedra parecía estar decorada de manera práctica para llevar a cabo... lo que fuera que Nathaniel hiciera allí. Había una mesa, miles de frascos, libros; el centro del lugar estaba despejado, y vi varias marcas en el piso.
Nathaniel tomó uno de los libros y lo hojeó hasta que encontró la página que buscaba. Me quedé viéndolo, fascinada, mientras buscaba los ingredientes que necesitaba y los colocaba en un pequeño cazo negro. Luego de recitar unas palabras, que hicieron que sus ojos celestes destellaran, colocó el resultado en una taza y me la entregó.
-Mientras que no preguntes que tiene, hará efecto.
-Gracias-dije, tomando la infusión. Arrugué la nariz ante su olor, pero decidí beberla lo más rápido posible. Asombrosamente, no era tan desagradable, y el dolor remitió de inmediato-¿Cómo...
-Mi madre solía preparar muchas infusiones-dijo cerrando el libro. Madre. Algo vino a mi mente, pero tan rápido como llegó, se fue. Fruncí el ceño, desconcertada.
-Gyandev nunca lo comentó.
-A Gyandev nunca le agradó la idea de que padre se volviera a casar.
-¿Así que... no comparten madre?
-No.
El hechicero me indicó que lo siguiera por las escaleras, de vuelta al castillo. Sabía que no se sentía cómodo con alguien invadiéndole su espacio personal. Así que él y mi tutor no eran hermanos de madre... eso explicaba la diferencia de edad.
-¿Cuántos años tienes? -Nathaniel me miró y arqueó una ceja.
-Veintisiete.
-¿Y Gyandev?
-Unos cuantos más-dijo, riendo entre dientes. Era la primera vez que lo veía reír desde... bueno, desde siempre-. ¿Sabes que tu novio dejó el castillo hace algunas horas? Noté la energía del salire cuando se fue.
-Es la primera noticia que tengo-dije, algo molesta. Si Kalen quería irse, adelante-. Y ya no es mi novio. Creo.
Salimos a uno de los grandes pasillos y Nathaniel bloqueó con magia la entrada a las escaleras. Mejor que una alarma, supongo. Cuando estaba recitando las últimas partes del hechizo, el consejero llegó corriendo hacia donde nos encontrábamos, y frunció el ceño al vernos juntos.
-¿Qué quieres, Sammuel? -dijo el hechicero, molesto.
-Tienen que venir rápido-el hombre se paró a recuperar el aliento-. Han intentado asesinar al rey.
Espero que les haya gustado el capítulo, me gustaria escuchar sus opiniones acerca del giro que dio la historia! En multimedia una imagen que hice cuando... cuando estaba al dope jajjaj. -r
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