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Capítulo 12


Tres meses después.


  El viento azotaba mi cara y me hacía querer envolverme más fuertemente en mi capa. Podía sentir el frío que se colaba a través de mi ropa y me hacía temblar. Alcé la vista hacia el cielo gris, lleno de nubes que parecían a punto de provocar una llovizna. Ningún pájaro parecía querer salir de su nido, ni exponerse a las bajas temperaturas. Afortunadamente, el campo en el cual nos encontramos estaba libre de ojos curiosos y malintencionados. Kalen se encontraba frente a mí, arrodillado frente a dos improvisadas tumbas.

Donde estaban enterradas Sarah y Elainne.

Ninguno había dicho ninguna palabra desde que habíamos llegado, ya que no hacía falta. Ese silencio cargado de tristeza, dolor y anhelo lo decía todo. Habíamos sido cuidadosos planeando esta corta visita al Reino Oeste. Un salire y unas cuantas indicaciones a la gente atemorizada indicada habían sido suficientes para dar con el lugar donde estaban enterradas Sarah y Elainne.

Me arrodillé al lado de Kalen y tomé su mano, que estaba helada. Pero a él no le importaba. Seguía absorto en sus propios pensamientos, en sus propias plegarias. De repente, con un simple movimiento, hizo que crecieran flores en la tierra seca. Un pequeño detalle final.

—Creo que debemos irnos—dijo suavemente—. Antes de que alguien le avise al rey que estamos aquí.

—Volveremos. Sarah y Elainne tendrán el funeral que se merecen.

Juntos caminamos, alejándonos de las tumbas, y cuando pensé que estábamos a punto de volver al castillo, Kalen se detuvo.

—¿Qué sucede? —pregunté.

—¿Recuerdas los documentos que William robó del palacio del rey Ezran? ¿Esos por los cuales huyó?

—Si... pero Ezran los recuperó el día en que...—en que ellas murieron— cuando nos encerraron. Kalen, no me gusta esa sonrisa. ¿En qué estas pensando?

—Tal vez tengo un plan—dijo, encaminándose hacia el pueblo.

—El rey va a matarnos.

—¿Cuál de los dos?

ººº

Mientras atravesábamos la Capital, no pude evitar percatarme de que el clima era diferente al de la última vez que estuvimos aquí. Aunque los estragos que estaban causando los soldados del rey todavía no habían llegado a esta ciudad, la atmosfera de tensión y miedo podía sentirse. Muchas de las casas habían sido abandonadas, y algunas tenían marcas en las puertas. Sentí un escalofrío cuando me di cuenta de que era así como el genocidio nazi pudo haberse llevado a cabo. Salvo que esta vez no eran judíos, sino magos. De todas maneras, ¿Qué diferencia había?

El odio era así. Solo canalízalo hacia alguien o algo, y será un arma más destructiva que muchas bombas o misiles.

El palacio, a diferencia del resto de la Capital, lucía igual que siempre. Igual de estático e inalterable. Salvo por la cantidad de guardias en la entrada.

Hubiese pagado cientos y tal vez miles de libras por haber tenido un celular en el momento que Sammuel nos vio entrar por la puerta del palacio, escoltados por los guardias y sin oponer resistencia alguna. Se frenó en seco y su mandíbula pareció caer. Se quedó así unos segundos, y luego corrió a avisar al rey. Si yo no hubiese estado tan nerviosa, intentando aparentar tranquilidad, me habría reído un buen rato. Creo que alguno que otro guardia también rio disimuladamente entre dientes.

El consejero volvió unos minutos después, ya recompuesto y con aspecto de estar tremendamente orgulloso, como si él mismo nos hubiese obligado a volver.

—Su Majestad los está esperando—dijo en tono petulante—. Los acompañaré a...

—Sabemos dónde queda la sala del trono, gracias. ¿Arleen?

—Siempre es un placer volver a verte, Sammuel—dije cuando pasé a su lado, con una sonrisa.

El hombre masculló algo inentendible y nos siguió de igual modo. La servidumbre no podía disimular su asombro al vernos otra vez en el palacio, después de nuestro último escape. ¿Cuántas veces tendríamos que volver a escaparnos? Ya me estaba cansando de este juego, pero Kalen tenía un plan, y podría funcionar.

Ezran no parecía muy sorprendido al vernos, o si lo estaba, lo ocultó muy bien. Nos estudió con la mirada mientras nos acercábamos a su trono y hacíamos una pequeña reverencia.

—Hemos venido a unirnos a sus filas—dijo Kalen—. Otra vez.

—¿Así que finalmente has descubierto la verdad? —el rey rió—¿Acaso tu padre no es merecedor de tu lealtad?

—Si no fuera por Sivan, mi madre no hubiese muerto—respondió Kalen fríamente—Ni Sarah ni Elainne. No le debo nada.

El rey solo lo miró, seguramente meditando si su respuesta era lo suficientemente verdadera.

—El rey del Este nos ha estado engañando—agregué yo— y no ha hecho más que manejarnos a su antojo. El príncipe William no es más que un peón, al igual Gyandev y toda la gente a su servicio. No queremos ser parte de su juego.

—¿Algo más que agregar, príncipe? —preguntó el rey, deteniéndose en la última palabra.

—Nada, señor. He dejado claro de qué lado quiero estar.

—Sí, supongo que los has hecho. Sammuel, escolta a nuestros... invitados fuera de la sala. Debo pensar.

—Pero, su Majestad... ¿No dejará que...?

—Ahora, Sammuel. Haz lo que te ordeno.

—Sí, señor.

El consejero del rey, apretando los dientes, nos escoltó hasta la biblioteca. Durante todo el camino, no dejó de murmurar, algo acerca de que se hacía con los traidores en otros tiempos y cosas por el estilo. Kalen lucía tranquilo, aunque sabía que estaba tan nervioso como yo. Una sola mirada que me dirigió de soslayo basto para confirmarlo. No sabíamos si el rey creía o no lo que le habíamos dicho. La actuación nunca había sido mi fuerte.

—Aguarden aquí y les avisaré de la decisión del rey—Sammuel me miró despectivamente— Yo no me he creído ninguna palabra, y su Majestad no será tan ingenuo como para...

La puerta se abrió, y un pequeño paje asomó la cabeza.

—Disculpen, pero su Majestad me envió a decirles que pueden quedarse—el niño parecía nerviso, pero no bajó la vista ante la mirada asesina que le dirigió el otro hombre— Se les asignará unas habitaciones.

—¿Estás seguro de lo que dices, muchacho?

—Completamente, señor.

—Está bien—respondió a regañadientes—. Puedes retirarte. Y ustedes dos—dijo enojado el consejero calvo—los estaré vigilando.

—No hará falta—dijo Kalen con una sonrisa.

—Ya lo veremos.

Cuando nos quedamos solos, pude volver a respirar y me dejé caer en uno de los silloncitos. Permití que el olor a libro viejo me inundara y calmara, y cerré los ojos, tratándome de convencer de que no habíamos hecho lo que en realidad habíamos hecho. ¿En qué nos habíamos metido, por el amor de Dios?

—Lo logramos, solo nos queda...

—Yo no cantaría victoria, Kalen—dije, exhausta—¿Cómo seguimos de ahora en adelante? ¿Qué dirán en el reino Este cuando se enteren que nos fuimos? Mi padre va a tener un ataque si se percata de...

—Tranquila, Arleen. No creo que nos quedemos más de un día o dos. Conseguiremos los documentos, un salire y saldremos de aquí.

—No puede ser tan fácil, Kalen—dije con la mirada perdida en el frondoso jardín, que se veía a través de los gigantes ventanales—¿Cuándo lo ha sido? Tal vez no deberíamos arriesgar todo por unos cuantos papeles.

Kalen suspiró y se sentó a mi lado. Apoyé la cabeza en su hombro, y permanecimos así, en esa posición, lo que parecieron varios minutos. ¿Y si toda esta paz que sentía al estar con Kalen se acababa? ¿Y si el rey nos descubría y uno de los dos acababa muerto? Aparté esos pensamientos de mi mente.

El resto de la tarde permanecimos en la biblioteca, buscando maneras de llegar a los tan preciados documentos del rey sin ser descubiertos en el intento. El palacio se encontraba bastante concurrido últimamente, con guardias, sobre todo, lo que nos haría imposible llegar furtivamente a sus habitaciones y simplemente robarlas. La otra opción era investigar en los pasadizos de los Sabios, por los que Gyandev nos había conducido, y sin embargo muchos de estos se habían cerrado en una guerra civil a principios de siglo. Lo que nos dejaba... sin opciones.

Finalmente resolvimos que intentar dar con un pasadizo era lo mejor que podíamos hacer. Kalen lo intentaría esta noche, y yo durante la mañana; no podíamos desaparecer los dos al mismo tiempo, ya que levantaría sospechas.

Mientras caminábamos por el pasillo devuelta a mi vieja habitación, el mismo niño paje llegó corriendo hacia nosotros.

—El rey los solicita en la cámara de juicios.

—¿Cámara de juicios? —pregunté, extrañada.

—Creo que entré alguna vez—dijo Kalen, recordando—. Aunque hace bastante tiempo que no se lo usaba.

Así que vamos a un juicio. Algo no andaba bien. ¿Para que teníamos que asistir a un juicio? ¿Y quién era el acusado? Mis escasos conocimientos sobre estos procedimientos se limitaban a series como La ley y el Orden.

El paje nos condujo por el laberinto de pasillos, y pude notar que descendimos varios niveles, hasta que casi estuvimos por encima de los calabozos. Había menos iluminación en esa parte del palacio, y menos gente también. No se veía ningún criado o noble curioso.

Llegamos a una pequeña puerta de madera oscura, tras la cual se encontraba una sala gigantesca. No tenía ventanas, y de las paredes colgaban enormes tapices oscuros. Una multitud de aproximadamente treinta hombres se había congregado en los costados del lugar, en lo que parecían ser estrados. El rey, por su parte, se encontraba sentado en una especie de trono más sencillo, con la corona de oro en la cabeza y vestido completamente de negro, al igual que siempre. Por detrás de él pude distinguir una sombra, que luego reconocí como el hechicero Nathaniel. Cuando me vio, sonrió de una manera no tan agradable, y no pude evitar una ola de pánico. Pero me obligué a mantener la mirada.

Sammuel, al vernos llegar, nos indicó nuestros lugares. A mí me correspondía ubicarme a la derecha del rey, por desgracia, demasiado cerca del asesino de mi madre. Kalen se ubicaría más lejos, a la izquierda.

Luego de que el rey anunciara a toda la sala que el Oráculo se hallaba entre ellos, dispuesto a servir a su Majestad como correspondía, otro hombre entró en la sala, y todos guardaron silencio. El sujeto vestía una túnica completamente negra, que contrastaba con su pelo casi blanco; debía tener más o menos la edad de Gyandev. Pero lo que verdaderamente me impactó fue su rostro anguloso; casi se podía ver la crueldad en él. ¿Por qué nunca antes me lo había cruzado por el palacio?

Los ojos del hombre recorrieron la sala, y se detuvieron en Kalen. Arqueó una ceja, pero no dijo nada. A continuación, hizo una profunda reverencia al rey.

—Su Majestad.

—Gash'an, me alegro que estés aquí—por la curva en la boca de Gash'an, a él también le complacía. Algo me dijo que ese hombre era el que iba a presidir el juicio, y si así era, no saldría nada bueno de aquí.

Gash'an volteó hacia la gente reunida en la sala, y dijo:

—Ya estamos listos. Traigan a la acusada.

¿Acusada?

—¡Sueltenmé, brutos! —una voz que reconocí de la primera vez que fui a Suz salió de la pequeña puerta que nada a un cuartito anexo. Que no sea ella, por favor que no sea ella. Unos guardias entraron al salón, agarrando firmemente a una chica que se resistía e intentaba sacárselos de encima—¡He dicho que me suelten, maldita sea!

Sip, no podía ser otra. Solo conocía a alguien capaz de maldecir sin miedo ante un rey. Me sentí morir cuando, efectivamente, sus ojos se encontraron con los míos, y pude ver que en realidad estaba asustada. La chica de pequeña estatura, con el pelo oscuro muy corto, dejo de moverse, pero la expresión de desafío no abandonó su cara.

Lentamente, Gash'an se aproximó.

—¿Cómo es su nombre, señorita?

—Lizbeth—respondió la hija adoptiva de Fiona.

—Se la acusa de practicar la magia y embrujar a algunas personas de su pueblo—dijo —¿Qué tiene que decir acerca de eso?

—Él también practica la magia, y no veo que lo estén enjuiciando—dijo Lizbeth señalando a Nathaniel. Ante mi sorpresa, no apartó sus ojos del hechicero en ningún momento, como si no supiera que podía matarla con una palabra—¿ O me equivoco?

—Nathaniel se encuentra a mi servicio personal—comentó el rey—. Ha demostrado ser digno de mi confianza. Sí quieres unirte a mis filas, eres bienvenida.

La chica soltó una carcajada bastante ácida y negó con la cabeza.

—¿Unirme al mismo rey que intenta masacrar a todos los magos de su reino? He visto morir familias enteras solo por un capricho, y si me pondría a su servicio estaría traicionando a cada uno de ellos. No voy a acabar hecha un títere de su Majestad, como algunos otros en esta sala.

Podía sentir toda la energía que salía de Nathaniel en este momento, y no quise mirarle a la cara por miedo a lo que esta pudiera presagiar.

—No obligo a nadie a ponerse bajo mi voluntad, como bien podrá decirlo la señorita Hale, quién ha regresado voluntariamente a mi lado—Eres libre de elegir.

Toda la sala guardó silencio. Yo me aferraba con fuerza a mi asiento, en un esfuerzo por no demostrar ningún signo de que estaba pasando uno de los peores momentos de mi vida. Ezran nos había traído aquí para probarnos, no había otra explicación. Quería saber que fuerte era nuestra lealtad hacia él. La cuestión era como conseguiría salvar a Lizbeth sin exponernos.

El hombre de la túnica negra volvió a hablar.

—¿Así que declaras ser una maga?

—No diré otra palabra hasta que no hable con Gyandev—dijo la pequeña chica, cruzándose de brazos. Supongo que nadie esperaba que oponga tanta resistencia.

—El Sabio Gyandev es un traidor, y ya no se encuentra entre nosotros.

El rostró se Lizbeth se puso blanco, y luego adquirió un profundo tono escarlata. Estaba enojada. Con inquietud descubrí que ella creía que estaba muerto.

—Van a pagar por cada gota de sangre de mi gente injustamente derramada.

Y luego de decir eso, la túnica de Gash'an se prendió en llamas.

Debo admitir que fue un espectáculo digno de ver. El hombre retrocedió, sobresaltado, y todas las personas de la sala gritaron. Podría apostar que era la primera vez que una maga les oponía resistencia. El rey se encontraba en calma, evaluando la situación. Pero tan pronto como el fuego comenzó, se detuvo tras unas palabras de Nathaniel. Solo quedaba una sala completamente alterada y un Gash'an con una túnica humeante furioso.

—¿Acaso no vieron las barbaridades de las que son capaces estos seres? ¡No tienen límites ni contemplaciones! —volvió la mirada hacia la hija adoptiva de Fiona—Gracias, señorita, por darnos la prueba que necesitábamos. Está usted sentenciada a muerte, en una ejecución que se llevará adelante enseguida.

Lizbeth no parecía sorprendida, solo triste. Dirigí una mirada a Kalen, que hacía esfuerzos monumentales para no mostrar emoción alguna, aunque sabía que también la había reconocido. Cuando miré a Nathaniel, sus ojos lucían perdidos, concentrados en algo que nosotros no podíamos ver. Había visto esa mirada antes, en el rey Sivan.

Se recuperó unos minutos después, sacudiendo la cabeza como si intentara alejar algún pensamiento o voz, y al pasar por mi lado, me susurró:

—Tu amiga debería haber aprendido a quedarse callada.

No le respondí, ya que mi cabeza trabajaba a mil por hora. Vamos, Arleen, usa el cerebro que Dios te dio. Si pudiste con las ecuaciones cuadráticas, puedes con esto. ¿Cómo salvar a Lizbeth? El rey se encontraba con una actitud de fría calma, mientras que los ojos del "juez" llameaban. Prometían muerte. Barrí la sala con la mirada, desesperada, y me di cuenta de que muchas de las personas presentes me miraban, como si esperasen algo.

Y de repente lo comprendí: mi palabra tenía valor. La palabra del Oráculo tenía valor. Pero ¿qué podía decir que no me incriminara a mí y a Kalen?

Cuando Nathaniel se ubicó frente a una Lizbeth aún en actitud desafiante, se me ocurrió algo.

—¡Alto! —y en ese momento, toda la sala volvió la mirada hacia mí, sorprendidos. Sammuel sonrió como pensando Vamos, deja de pretender ser alguien quien no eres. El rey arqueó una ceja, y Kalen se limitó a interrogarme con la vista, pero no se le notaba asustado; confiaba en que yo no echaría todo a perder—No pueden ejecutarla.

—¿Y eso por qué? —preguntó fríamente Gash'an.

—Vi algo.

Toda la sala se sumergió en murmullos y descontentos, pero el rey Ezran alzó una mano, haciéndolos callar.

—Continúa.

—Si asesinamos a la maga ahora...

—No es asesinato—replicó el consejero—. Solo aplicamos justicia sobre ella.

—Bien. Si "aplicamos justicia sobre ella" —dije intentando no poner los ojos en blanco—. Solo tendremos un mago menos, ¿no es verdad? En cambio—seguí antes que a Sammuel se le ocurriera contradecirme—¿Por qué conformarnos con eso? Enciérrenla, háganselo saber al pueblo y pronto vendrán otros a buscarla. Esperen que lleguen a ella y... los atrapan.

—¿Y si las personas que vienen a rescatarla son humanos sin magia? —dijo el rey. Supe que, otra vez, me estaba poniendo a prueba. Si no contestaba correctamente... tras unos segundos, di mi respuesta.

—No me corresponde a mi juzgarlos. Se someterán a la justicia del rey.

Ezran se mostró complacido, al contrario de la acusada, cuya cara de traición intenté ignorar.

—¡Mira en lo que te han convertido, Arleen! —me gritó mientras los guardias la escoltaban hacia los calabozos, tras la aprobación del rey—¡Eres otro de sus títeres! ¡Espero que puedas vivir con la sangre en tus manos!

Mantuve una calma férrea mientras los insultos seguían.

°°°

—No era por aquí.

—Sí, me acuerdo de ese tapiz. Doblemos a la derecha.

—¿Estás seguro?

—Lo que se dice seguro...

Suspiré. Llevábamos alrededor de una hora perdidos en los pasadizos del palacio. Cuando Gyandev nos había sacado de la celda, había usado uno. Pero esto era, sin lugar a dudas, un laberinto.

—Creo que nos perdimos—resolvió Kalen.

—Tu solo mantén esa luz en tu mano; vamos a seguir buscando.

Debían ser altas horas de la noche; habíamos empezado a buscar una forma de sacar a Lizbeth de los calabozos en el mismo momento en que abandonamos la sala, luego de que el rey se acercara para felicitarme por mi "desempeño". Yo había contestado con un pequeño "gracias" y había prácticamente corrido a mi habitación. Kalen había llegado poco después, con una invitación del rey a participar en un pequeño banquete. Y en realidad era bastante reducido; nosotros, algunos nobles, el hombre de la túnica negra con cara de mírame-mal-y-morirás y cierto hechicero desequilibrado. Decir que fue un momento incómodo es poco. Ni siquiera pude tragar mi comida.

El caso es que seguíamos dando vueltas sin llegar a ningún lado. Debíamos sacar a Lizbeth cuanto antes, para que ella avisara a sus amigos que estaba a salvo. Si es que quedaba alguien a quien avisar. Fiona se encontraba a salvo en Dar Lamis, ¿por qué Lizbeth no la había seguido?

—Llegamos—anunció Kalen, aumentando el brillo de la luz en su mano.

—¿Cómo lo sabes?

—¿Ves esas ranuras en las paredes? —asentí—. Acércate y dime que ves.

Me incliné y miré por la pequeña abertura.

—Es una celda... hay por lo menos tres personas allí dentro. Pero no Lizbeth.

Kalen soltó una maldición, y nos miramos, sin saber qué hacer. Habíamos dado por casualidad con la celda; sin embargo, si había una, la de Lizbeth no estaría muy lejos. Caminé con las manos tanteando la pared, hasta que di con otra pequeña abertura. Miré a través de ella; Lizbeth no estaba. Recorrí otra distancia parecida, y encontré otro pequeño agujero. Probé suerte dos o tres veces más hasta que di con ella.

—¡Aquí está!

—Bien, hay que dar con la forma de que esta pared de piedra coopere.

—Un segundo Kalen—dije en susurros—. Los guardias se darán cuenta si la pared se comienza a mover.

—No lo creo. Han recibido una importante cantidad de vino con somnífero. No se moverán en un buen rato.

Inteligente. Y esa era de una de las razones por las que no debía encaminarme al peligro yo solita; habíamos demostrado que trabajamos mejor en equipo.

—Aquí debe de haber alguna palanca o botón...—dijo Kalen pasando las manos por la superficie de piedra, y haciendo que nos quedemos momentáneamente sin luz— Solo... ¡Lo tengo!

Hubo un pequeño chirrido, y una a una las piedras se fueron reacomodando y abriendo una puertita a la celda. Kalen se asomó.

—¿Lizbeth?

Escuché un grito ahogado y Kalen retrocedió rápidamente, cubriéndose el ojo. Al parecer la chica pensaba dar pelea.

—Déjame ver—susurré, sacándole la mano del ojo suavemente. Se veía bastante feo—. No está tan mal.

—Tiene buena derecha—dijo Kalen con una mueca de dolor.

Lizbeth, quien había entrado al pasadizo a través de la puerta, tenía la mirada puesta en nosotros, con las manos en alto.

—Un paso y los calcino vivos. Vieron lo que puedo hacer.

—No va a hacer falta. Venimos a sacarte de aquí—Kalen comenzó a tantear otra vez la pared hasta que dio con la piedra que activaba la puerta-trampa . Nos quedamos a oscuras hasta que recitó unas palabras y una pequeña luz se encendió en sus manos—. Tenemos que irnos si quieres encontrar antes de que amanezca el pasadizo que te lleve fuera del castillo.

—¿No podemos llevar a los demás? —le reprochó.

—No si quieres que el rey nos descubra.

Diciendo esto, volvimos atrás sobre nuestros pasos, buscando nosotros el camino de vuelta y Lizbeth una salida.

—¿Qué hacías aquí si Fiona se encuentra en Dar Lamis? —le susurré.

—Buscando a mi padrino—la chica bufó—. Aunque parece que fue en vano.

—Gyandev se encuentra en el castillo del rey Sivan. Todos estamos a su servicio ahora.

—¿Así que no eres una traidora, al fin y al cabo?

—Nop.

Lizbeth no ofreció una disculpa, y yo no esperé recibirla. Llegado un punto, debimos separarnos, y tras agradecernos, la chica se perdió en la oscuridad.

Cuando pudimos encontrar una salida a los pasajes de los Sabios, me percaté de que el ojo de Kalen estaba completamente curado, seguramente gracias a la magia. Los pasillos estaban vacíos, y solo había unas pocas luces que le daban un aspecto un poco lúgubre. Pudimos respirar tranquilos.

A pesar de que una parte del peligro había pasado, tenía una sensación de que lo peor no había llegado todavía.

—¿Pasa algo? —me preguntó Kalen, percatándose de mi expresión.

—Yo... no lo sé. Siento que algo grande está por pasar.

—¿Una visión?

—No. Es algo distinto. Es... un presentimiento.

Un ruido nos sobresaltó, pero era solo el viento contra una de las ventanas. Decidimos que era hora de separarnos y volver a nuestras habitaciones; demasiado para una noche. Antes de irme, Kalen me atrajo hacia él y me besó, y no pude evitar la sensación de que ese era un beso de despedida.

°°°

Abrí la puerta de mi cuarto despacio y la cerré tras de mí. La habitación estaba en penumbras y empecé a buscar una lámpara de aceite para prender. Sin embargo, otra luz se encendió a mis espaldas.

—Estas no son horas para llegar—la voz del hechizo me sobresaltó, y volteándome, lo vi sentado en el escritorio, con una mano que emitía luz. Vestía pantalones negros y una camisa azul oscuro. Podía ver sus tatuajes azules en el cuello y en las manos.

—¿Qué haces aquí, Nathaniel? —dije con frialdad.

—Eso deberíamos preguntarte a ti también—dijo una nueva voz, la del rey, saliendo de las sombras. Un escalofrío se apoderó de mi cuerpo al darme cuenta de que estaba encerrada con ellos en la habitación—¿ Qué haces todavía aquí, Arleen? ¿Qué has venido a buscar?

—No sé de qué me habla, su Majestad.

—Nathaniel, parece que el Oráculo no quiere cooperar. ¿Te acuerdas de lo que hablamos algunos meses atrás? Me parece que tenemos a la candidata perfecta para probar tu teoría.

—Será un placer—dijo el hechicero, y su sonrisa me puso los pelos de punta.

Retrocedí instintivamente y le arrojé uno de los candelabros que se encontraban sobre una mesa, pero este lo desvió con un simple movimiento de su mano. Caí de rodillas cuando sentí que la conciencia de Nathaniel se abría paso dolorosamente en mi cabeza, rasgando cada pensamiento coherente, cada recuerdo, cada rostro.

Y grité.

I7



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