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CAPÍTULO 3

—Mierda, eso duele —exclamó apretando los labios.

—Lo siento, aún no soy tan bueno —le respondió Alex y siguió con la sutura.
La herida en la espalda de Zoey había resultado mucho más grande de lo que imaginó, afortunadamente no necesitó una donación de sangre, solo unos cuantos puntos.
Milton también había resultado herido, pero Howard lo había ayudado, para después irse de ahí, no sin antes haber intentado ayudar a Alex.

—Listo —dejó las pinzas y la aguja en una charola metálica. Zoey se levantó sujetando una toalla para cubrir sus pechos, se acercó a un espejo y se miró.

—Nada mal —sonrió amargamente.

—Supongo que después de tantas heridas aprendes un par de trucos —se levantó de su asiento y ambos se miraron—. Eso, y que aprendí de la mejor...

—¿Eso... es un halago? —preguntó entre pequeñas risas.

—Supongo... —respondió con algo de pena, la cual se desvaneció al verla reír, con sus mejillas rojas y sus grandes ojos castaños— igual nunca he sido muy bueno hablando con las de tu clase.

—¿Disculpa?

—Me refiero... las bonitas —se rascó la nuca preocupado por si lo había arruinado. Nuevamente ella se rió.

—Eso está mejor —ni siquiera se dio cuenta cuando ya estaban a pocos centímetros uno del otro. Las respiraciones en conjunto eran sonoras y agitadas y el calor proveniente de cada uno se sentía con intensidad.

—Zoey... —pronunció por lo bajo y comenzó a acercarse lentamente a sus labios.

—¿Sí...? —respondió cerrando sus ojos. Y justo cuando estuvieron a punto de lograrlo, la imagen de Becca se materializó en la mente de Alex haciéndolo mover sus labios hasta su mejilla.
Zoey se mostró confundida y algo apenada.

—Lo...

—No yo... —pronunció ella mirando hacia el suelo.

—Ya es algo tarde, creo... creo que ya deberíamos irnos...

—Sí, tienes razón.

Horas más tarde, una reunión se llevaba a cabo, una junta improvisada en la cual se suscitaron los líderes y miembros más influyentes de las células criminales más peligrosas de la ciudad. Todos reunidos en el piso más alto de un edificio.

—Debemos detener nuestras actividades indefinidamente —comentó Komuro Okazawa, el nuevo líder de los yakuza. Su voz sonó a lo largo de la mesa y todos lo escucharon.

—No podemos —comenzó Olaf Romanov, el líder de la mafia rusa—. Todas nuestras ganancias se irían al demonio si lo hiciéramos.

—Eso, y que los irlandeses o los chinos buscarían apoderarse de nuestros territorios —comentó Héctor Reyes; uno de los altos capos mexicanos de la ciudad.

—Sin olvidar a los malditos Serpientes Rojas —añadió Marccelo Espósito, capo italiano—. Han estado muy activos en estos días.

—Si no lo hacemos, muy pronto acabaremos como La Legión... esos vigilantes están limpiando las calles con rapidez, y si no lo hacen ellos, los Defensores podrían actuar.

—¿Entonces cuál es el plan? —dudó Héctor.

—Detener todas nuestras actividades, al menos por un tiempo —en ese momento un hombre atravesó las puertas de madera que separaban a los guardias de toda la junta, el cadáver se deslizó cubriendo de sangre toda la mesa hasta llegar frente a Komuro.

—Nadie detendrá nada... —todos voltearon, aquella figura vestida con la armadura se alzaba ante ellos, con las dagas de sus antebrazos cubiertas con sangre y a sus espaldas, un grupo de personas armadas con espadas y trajes oscuros con toques de rojo acabando con todos los guardias del pasillo—. Le temen a unos niños y a unos fenómenos, que patético...

Marccelo se levantó indignado mientras recitaba decenas de insultos en su lengua natal, cuando él lo sujetó del cuello y lo alzó sin ningún problema. El italiano luchaba por respirar, hasta que fue estrellado contra una esquina de la mesa, murió tras eso.
Miró como todos estaban aterrados y comenzó a merodear el lugar sin ninguna preocupación.

—Bien, ahora que todos parecen haber entendido —llegó hasta un ventanal y admiró las calles—. Es hora de cambiar el juego, esconderse o actuar con sigilo no funcionará, no a menos de que la amenaza sea destruida.

—¿Qué propones? —se animó a preguntar Olaf.

—Sencillo, hay que asesinar a Los Protectores... —sentenció creando silencio en la sala, hasta que nuevamente Olaf habló.

—Con todo respeto, ¿No crees que ya lo hemos intentado? Son buenos.

—Actúan como principiantes, siguen a un líder carente de devoción, y lo más importante; siguen actuando para su beneficio, en lugar de ser una unidad.

—Así no funcionan las cosas —Komuro se levantó enfadado y se postró delante de él.

—No funcionan por que no quieren. Pero eso está a punto de cambiar, para ello estoy yo aquí.

—¿De qué hablas?

—De ahora en adelante me obedecerán a mí y solo a mí.

—¿Qué...?

—Todas y cada una de las mafias, células o familias criminales actuarán como un solo grupo, y con un solo objetivo; acabar con los vigilantes. Esta ciudad merece obtener balance y control de una vez por todas.

—¿Y por qué crees que te haríamos caso? —él inclinó la cabeza y atravesó por completo a Komuro.

—Por que sino... Pasa esto —terminó por partirlo a la mitad sin ningún esfuerzo— ¿Alguna objeción?

—Para nada, jefe... —dijo Héctor.

—Estoy dentro —siguió a decir Olaf.

—Bien —sacudió la hoja y llenó de sangre la alfombra.

—Pero... ¿Quién eres? —inquirió Héctor Reyes rogando internamente por no haberlo ofendido al desconocer su identidad.

—Yo... Soy Raiden —uno de sus soldados atravesó la sala con rapidez y susurró algo frente a él para luego retirarse—. Bien, es hora de actuar.


Entró a su departamento sintiéndose realmente extraño, como si algo lo atormentara, era como si de manera inconsciente el no haber "hecho" tal cosa con Zoey lo frustrara.
Dejó sus llaves en una mesa y encendió la luz, ella estaba nuevamente, sentada con las piernas cruzadas en su sofá. Suspiró arqueando los ojos.

—Sabes, podríamos vernos en un café o algo así.

—Eso le quitaría el encanto, ¿No crees? —se levantó con rapidez, nuevamente Alex terminó en el suelo, con ella encima y con las luces apagadas—. Veo que te topaste con ellos —acarició la herida en su mejilla, Alex la sujetó y le dio la vuelta, ahora él estaba encima de ella.

—¿Quiénes son? —ella giró y lo sometió nuevamente.

—Si lo supiera no te hubiera advertido.

—Vaya, y yo que pensaba que te agradaba mi presencia.

—Vamos, no eres tan interesante —se rió un poco, Alex intentó someterla, cuando Swan se adelantó colocando una daga en forma de pluma en su barbilla—. Pero aún así me gustas —sonrió, Alex se estremeció por completo al escuchar esas palabras, pero antes de que cualquier cosa sucediera, Swan recorrió su cabello y besó con intensidad sus labios.

«¡¿Y ahora qué mierda hago?!» gritó internamente sin dejar de sentirla encima suyo.
Levantó su mano y ella reaccionó alzando el cuchillo, pero él acarició levemente su rostro y le devolvió el beso, se levantó ligeramente mientras ella reposaba encima de él, cuando comenzó a sentir como le quitaba el cinturón, él se despegó de ella y la miró bastante sorprendido.

Ella se mordió el labio, le sonrió, y acto seguido bajó la cremallera alojada en su espalda y se quitó parte del traje, dejando al descubierto sus pechos y parte de su sensual abdomen, aquéllo provocó en él una excitación sin igual. La levantó apoyando las manos en su retaguardia y sin dejar de besarse la acostó en el sofá, rápidamente se quitó la camisa, pero cuando volteó ella ya no estaba.

—¿Vas a venir o qué? —lo miró de reojo mientras bajaba lentamente todo su traje hasta mostrarle su trasero que solo adornaba con una tanga oscura, caminó lentamente hacia su cama y se sentó juguetona. Le hizo una seña con la mano y rápidamente Alex se acercó a su recámara, la sujetó de las caderas y siguió besándola.
Nuevamente el rostro de Becca se hizo presente en su mente, pero con una simple acción dejó de verla, Swan ya había logrado bajarle el pantalón y dejarlo solo en ropa interior.

—¿Listo para volar de verdad Cuervo? —sonrió y nuevamente lo llenó de intensos besos.
Alex acarició su cabello y tomó su máscara, pero ella lo detuvo—. No, ya habrá tiempo para eso...
Asintió, y sin más prosiguieron con su noche.

Esta vez despertó sintiéndose fantástico, con una sonrisa de oreja a oreja y ni siquiera se había levantado de la cama. Miró hacia su derecha y se encontraba completamente solo, después volteó hacia su buró a un lado de la cama y contempló una carta, estiró su mano y la leyó.

Espero y se repita mon amour
No olvides llamarme.

El corto y certero mensaje terminaba con unos labios rojos marcados a pie de página, nuevamente volteó y encima del buró había un celular desechable, que tras abrirlo e investigarlo solo contaba con un número. Miró la hora y se levantó justo para ir a la escuela.

Llegó luego de unos minutos, mientras buscaba espacio en el estacionamiento de la escuela alcanzó a ver a Milton y alguno de sus amigos del club de audiovisuales, se acercó con el auto y se estacionó cerca de ellos.

—¿Intentas opacar a mi flamante vehículo, eh Jefferson? —apuntó a su bicicleta y Alex expulsó una sonrisa.

—Se ve que corre —ambos se saludaron chocando los puños.

—Que gracioso.

—¿Qué le pasó a la camioneta de tu mamá? —ambos se reclinaron contra el automóvil y miraron todo el lugar.

—Estoy castigado y no puedo manejarla, solo tengo esto —apuntó nuevamente a la bicicleta roja encadenada en unos barandales.

—¿Sabes que podría llevarte, no? —se cruzó de brazos.

—Sí, pero tu afición por llegar tarde no me beneficia Jefferson, tengo una imagen que cuidar con los de audiovisuales.

—Vamos, eso es... —en ese momento una botella se estrelló contra el cristal de un automóvil, ambos miraron a los responsables—. ¿Ellos otra vez?

—Sí... otra vez —alojados casi a la mitad del estacionamiento yacían un grupo de motociclistas, de aspecto nada amigable y con ganas de molestar.

—No entiendo qué hacen aquí —una chica pasó a un lado de ellos y comenzaron a gritar algunos ''piropos'' de mal gusto o descaradamente pedirle que se acercara.

—Pues... más de alguno tiene una novia o novias aquí en la escuela, a demás de que contamos con algunos miembros de bajo rango —aclaró Milton al ver como una chica del equipo de porristas llegaba directamente con uno de ellos para dar inicio a una incómoda sesión de besos y caricias.
Y ciertamente era verdad, la mayoría de los Serpientes Rojas que estaban en el estacionamiento eran miembros que estudiaban en la escuela, temerarios para algunos, escoria para otros.

—Solo causan problemas, no entiendo por qué no hemos actuado nosotros —ciertamente la presencia de los Serpientes no le agradaba mucho a Alex.

—¿No te caen bien? ¿O es que no encuentras chalecos tan buenos como los de ellos? —sacó una manzana y la mordió—. Aún no hemos encontrado pruebas suficientes de que vendan armas o drogas.

—Lo hacen.

—Por supuesto que lo hacen, pero sin un motivo en concreto ocasionariamos una guerra —volvió a morder la manzana.
Un chico de bastón y lentes oscuros pasó ante ellos, rápidamente uno bajó de su motocicleta y comenzó a molestarlo—Oh no... problemas —Alex se levantó y comenzó a caminar, pero su amigo lo detuvo—. Viejo, guarda la compostura.

—Por Dios Milton, es un ciego —ante eso, le tumbaron los libros y le quitaron su bastón, siguió caminando en dirección a ellos.

—Vamos amigo, tu bastón está aquí, solo tómalo —exclamó entre risas aquel Serpiente.

—Por favor... ¿podrías darme mis cosas? —dijo con algo de molestia.

—Claro —arrojó su bastón al suelo y lo pateó lejos de su alcance—. Buscalos topo —rió nuevamente y algunos de sus compañeros lo secundaron.

—¡Ey! —llamó su atención y llegó con ellos—. Basta, déjalo en paz —el motociclista lo miró directamente y se acercó hasta estar frente a él.

—Piérdete idiota, este no es asunto tuyo —le dio la espalda pero Alex lo sujetó firmemente del hombro.

—Por favor, déjalo tranquilo —nuevamente el Serpiente lo encaró.

—¿O qué harás, eh? —le dio un empujón.

—No quiero problemas.

—Tal vez ya los tienes —lo volvió a empujar pero con más fuerza. Nuevamente estiró los brazos hacia él, pero a penas y cuando pudo tocarlo; Alex retiró sus brazos y lo empujó, el motociclista cayó de espaldas al suelo.
Tal vez no lo notó en aquel entonces, pero todos en el estacionamiento lo estaban viendo. El motociclista se levantó alzando los puños.

—¿En serio? —suspiró con resignación y el motociclista lanzó un golpe, que esquivó con absoluta facilidad. Volvió a golpear, nuevamente evitó el golpe sin siquiera parpadear, lanzó un último golpe.
Alex sujetó su brazo y lo gritó hasta colocarlo contra su espalda, los demas Serpientes se levantaron.

—Suéltame —expulsó pero él apretó un poco más.

—Vas a dejarlo tranquilo, y te irás junto a tus amigos —le dijo firmemente al oído. El Serpiente se resistió un poco pero la llave de presión lo estaba torturando.

—Está bien —dijo, y finalmente lo soltó. El motociclista se acercó a sus compañeros y rápidamente sacó una navaja.

—Ay héroe... —Milton arrojó su manzana y rápidamente se acercó junto a su amigo.

—¡Mira, tu novio vino a defenderte! —exclamó uno de ellos al ver a Milton.

—Eso es homofóbico... y estúpido de tu parte —respondió sin más, aquel motociclista también lo encaró.

—Creo que ya se van —dijo una voz tras ellos, tanto Milton como Alex sonrieron. Los Serpientes voltearon y contemplaron a todo el equipo de fútbol americano tras ellos—. A menos de quieran que la cosa se ponga intensa —Edward y todo el equipo se veían dispuestos a pelear.

—Amigo, hay que irnos —le dijo uno de los motociclistas al que molestaba al ciego.

—Esto no ha terminado... —soltó tras subirse a su moto.

—Ya he oído eso antes —sonrió —. Largo de aquí.

Finalmente los Serpientes Rojas abandonaron el estacionamiento de la escuela, todos los presentes festejaron.

—Gracias —Alex y Edward chocaron las manos.

—No fue nada, esos idiotas creen que este es su territorio, pero se equivocan, ¡aquí mandan los Lobos de Sunrise High! —el equipo festejó con gritos y risas— Si la cosa se complica no dudes en llamarnos.

De igual manera se alejaron sin dejar de festejar a todo pulmón. Alex se agachó y le dio el bastón al chico ciego.

—Gracias —acomodó sus lentes.

—No hay de que —fue lo único que dijo antes de que se marchara. Mientras Alex contemplaba como el chico seguía su recorrido sin ningún problema hasta llegar a la entrada principal, Roxane Taylor se le acercaba.

—Eso fue muy noble —abrazó sus libros y mostró una pequeña sonrisa.

—No... solo —se ruborizó y miró hacia otro lado. Sonó el timbre y todos comenzaron a entrar.

—Tengo cálculo, nos vemos luego.

—Rox... —se giró— ane... te-te gustaría que comieramos juntos en el almuerzo.

—Seguro —sonrió nuevamente, Alex se estremeció, pero intentó disimularlo.

—Bueno, genial, te veo en un rato —se despidió y siguió su camino.

—Es sexi —dijo Milton al llegar a su lado.

—Cierra la boca... vamos, hay que entrar.

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