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CAPÍTULO 26

Parecía que se había convertido en una rutina para él; sentarse y dejar que otra persona mucho más calificada sanara sus heridas.
Tras la riña que se libró contra los Serpientes Rojas, Alex agregó a su colección una serie de moretones y cortes en el rostro, aunque lo curioso era que no le dolían, al menos no tanto a comparación con los que llegó a recibir por parte de Raiden u otros enemigos mucho más fuertes.

Roxane llegó y se sentó junto a él, le tendió un pañuelo con algunos hielos y él se los colocó en la cara.

—Gracias —comentó indiferente.

—¿Cómo te sientes? —dudó ella y se apoyó contra él.

—He estado peor —admitió soltando una risita.
Ella hizo una mueca en respuesta, acarició su abdomen y miró la enorme cicatriz que partía desde au pecho hasta casi llegar al ombligo.

—Puedo verlo —alzó ambas cejas en sorpresa, realmente nunca se había puesto a analizarlas a detalle, eran muchas—. ¿Quieres... hablar de lo que pasó?

Alex largó un suspiro, miró a la ventana y negó, resignado.

—No, no hay nada de que hablar.

—Pero, ¿tú estás bien?

—Claro —sonrió ligeramente—. Bueno, creo que me voy a dar un baño, tenemos que ir a la escuela —se levantó y se dirigió al sanitario.

—¿Crees que se buena idea, luego de lo que pasó?

—Seguro.

Luego de que ambos se bañaran y alistaran, se dirigieron a la escuela. El golpe que había recibido el auto de Alex luego de tratar de embestir al Cazador lo dejó gravamente inutilizado, así que Howard se haría cargo de el, además que le agregaría algunas mejoras.
Llegaron a la escuela, con la sorpresa de encontrar oficiales de policía en la entrada, parecía que el director se había tomado muy en serio las medidas de seguridad.

Pasaron la entrada sin llamar en lo absoluto la atención, el ambiente en general se sentía bastante tenso.

—Lo bueno es que las cámaras no funcionan, o sino hubieramos tenido problemas —comentó Alex, sujetando la mano de Roxane, ella sonrió.

—No sé quién es más irresponsable, si tú por presentarte a riesgo de ser expulsado, o el director y su falta de seguridad en el plantel —ambos llegaron a sus respectivos casilleros.
Mientras Alex guardaba sus cosas, divisó a Zoey en la lejanía, y para su sorpresa, venía con Milton, nuevamente hubo un incómodo duelo de miradas, que Alex dejó en el olvido, regresó a su casillero sin darles más importancia.

Entonces Rei Murakami apareció, ni siquiera se percató de su presencia hasta que cerró la puerta, lanzó un golpecito contra el metal.

—Diablos, no hagas eso, es escalofriante —exclamó.

—¿Has visto a Kai? No lo he visto desde la mañana —declaró extrañada la joven guerrera.

—No —tomó su mochila, Rox se les unió—. Seguramente salió a cazar criminales o meditar, o... hacer cosas de Ninjas, supongo.

—Imposible, Kai no puede apartarse de mí, debemos estar unidos siempre —enunció ella, juntos comenzaron a caminar hacia sus salones.

—Si no los conociera diría que eso suena un tanto tierno —soltó Alex.

—Kai y yo hemos estado juntos desde niños, crecimos, entrenamos, luchamos y sangramos juntos. Mi deber es protegerlo, así como el suyo es...

—Ser espeluznante —bromeó Alex. Rei solo hizo una mueca.

—Escucha, Rei, sé que es extraño para ti su actitud, pero seguramente sus razones tuvo para irse, además, no te preocupes, apuesto lo que quieras a que volverá en un santiamén —le dijo Roxane.

—Tal vez tengas razón —se cruzó de brazos—. Pero nunca antes se ha ido de misión sin decirme...

—Me huele a enamoramiento —bromeó Alex nuevamente.

—Adquirir sentimientos de apego por una persona es la mayor causa de debilidad. Como guerreros, está prohibido tener tales comportamientos.

—Espera, ¿dices que de dónde vienen no los dejan tener pareja? —intervino Roxane bastante sorprendida.

—Pareja, amantes, relaciones afectivas en general. Todos son distractores, y a la larga te vuelven débil —dijo, aunque no sonaba muy convencida con ello.

—Eso es terrible —habló Roxane con un tono más infantil—. Pero ya no están en Japón, deberían tener una cita.

—¿Una... cita?

—Sí, una cita. Pueden ir al cine, o a una plaza comercial, al parque, o... ¡el baile! —exclamó, una vez que el letrero en el techo se divisó.

—¿El baile?

—Sí, es la excusa perfecta. Una noche donde todos bailan, se despiden, declaran su amor —suspiró—. Es una noche mágica.

—No pensé que te gustaran los bailes—admitió Alex.

—Hay mucho que aún no sabes de mí, Alex Jefferson, pero sí, me gustan mucho los bailes.

—Es...

—Perfecto —interrumpió a Rei—. Creo que deberías invitar a Kai al baile, tu sabes, olvidar un rato el protocolo del guerrero Ninja y divertirte —Rei Murakami pareció meditarlo, tal vez sí quería un tiempo fuera de la jornada superheroica.

La campana sonó antes de que pudiera contestar, todos comenzaron a desalojar los pasillos. Ella solo se encogió en hombros y salió de ahí.

—Bien, vámonos, tenemos clase —dijo Rox, pero Alex la detuvo tomándola del brazo.

—Jamás me dijiste nada del baile.

—Es porque estaba algo ocupada luchando contra Ninjas y un genocida sin rostro —bromeó sarcásticamente.

—¿Entonces no quieres ir? —sonrió juguetón.

—¿Estás invitándome al baile de graduación, Alex Jefferson?

—Sí, sí eso creo... —admitió confundido—. Siendo sincero, los bailes nunca fueron lo mío.

—Creo que podemos cambiar eso —ella se acercó alzando sus labios, Alex hizo lo mismo, pero ella lo detuvo antes de cumplir su cometido.

—¿Entonces? —sonrió de oreja a oreja. Alex se quedó helado al ver sus ojos esmeralda.

—Bueno... ¿te-te gustaría ir al baile conmigo? —finalmente le dio el beso.

—Me encantaría —aceptó agraciada—. Bueno, vámonos ya o se nos hará tarde —lo tomó de la mano y lo llevó hasta el salón.



El camino hacia el Asilo Blackwood demoró más de lo que él esperó, prácticamente estuvieron en un viaje de carretera que demoró hasta la puesta del sol.
Pero cuando finalmente arribaron al lugar, decidió esperar un par de horas más hasta que la oscuridad lo cubrió todo.
El oficial Martínez prometió esperar hasta que saliera para llevarlo de regreso a la ciudad, claro que Kai lo había amenazado antes con cortarle las manos si escapaba, así que no quiso probar su suerte y obedeció.

—¿Cuál es tu plan, exactamente? —dudó el oficial tras encender un cigarrillo.

—Entraré, encontraré a Raiden y lo mataré —respondió decidido, se apartó de la patrulla y colocó su mano sobre el suelo.
Le había ordenado que se ocultara fuera de la autopista, justo donde los árboles lograban mantenerlos fuera del alcance de las cámaras y demás elementos de seguridad. Se concentró completamente y sintió su entorno, tan solo en la entrada había al menos una decena de vigilantes armados, aunque la hora y la poca actividad que tenían los mantenía somnolientos y bastante distraídos.

—No te vayas a ir —volvió a amenazar. Finalmente salió disparado hacia el asilo. Pasó corriendo la autopista cual sombra que lleva el diablo, se ocultó en la maleza que adornaba las paredes de la entrada y escaló luego de verificar que no hubiese moros en la costa.

Trepó por la rocosa pared hasta que llegó a un alambrado que estaba en la cima, cortó el metal con el afilado acero de su Kunai y dio un gran salto hasta finalmente entrar en la propiedad.
Se quedó quieto y completamente acostado sobre el césped del patio central. Movió su cabeza repetidas veces hasta que sus oídos captaron el movimiento a su alrededor, como si de antenas se tratasen. En cuestión de segundos una imagen se formó en su mente, y logró descifrar el lugar.

El patio central, custodiado con algunos guardias ambulantes, un camino de ida y venida hacia la entrada principal del lugar, el olor a caucho y combustible le hizo saber que los vehículos eran los que más pasaban por ahí, no podía tomar ese camino o estaría demasiado desprotegido. Alzó su mirada, percibió entonces dos torres que se alzaban en las laturas, el lugar azemejaba un castillo por la arquitectura.
Se levantó y de su traje extrajo una cerbatana no más larga que su brazo, cargó un proyectil y salió corriendo. Una vez que un guardia lo vio, lo dejó inconsciente con un dardo, el hombre cayó sobre el césped. Cargó nuevamente y se deslizó hasta ocultarse en un arbusto, otro guardia apareció, confundido apuntó con su linterna y alcanzó a ver a su compañero caído.

—Oh mierda —rápido trató de sacar su radio, pero Kai salió de su escondite, solo bastó con soplar una vez para lanzar otro dardo, que impactó contra su cuello y lo derribó al cabo de unos segundos.
Contrario a lo que originalmente pensó, caminó hacia el cuerpo del guardia, buscó en su uniforme y encontró un juego de llaves, se encaminó a toda prisa hasta el lugar, pero viró en dirección opuesta a la entrada principal, el aroma a jabón y demás productos de limpieza le hizo saber que estaba llegando a donde quería.

Acarició la pared hasta que encontró la puerta que conducía a la entrada de la lavandería. Buscó entre las llaves hasta que averiguó cual era la indicada, entró finalmente.
Las lavadoras y maquinarias era todo lo que se escuchaba, avanzó lentamente y cruzó otra puerta para llegar a un pasillo, a juzgar por la profundidad y el eco, estaba vacío.

Avanzó sigilosamente, mientras sus oídos lentamente comenzaban a percibir el barullo generado por los reclusos del lugar. Giró en un pasillo y se topó con un guardia que no prestaba atención al bajar de unas escaleras, rápido desenfundó la cerbatana y lo abatió. Comenzó a subir por las escaleras, cuando escuchó un sonido proveniente de arriba.

—¡Alto ahí! —un guardia apareció, alzó su macana y cargó contra él. A Kai solo le bastó con deslizarse a través del suelo para derribarlo, rápidamente tomar ventaja y noquearlo con un golpe.

Una alarma comenzó a sonar, se escuchó el escándalo de los reclusos nuevamente, al igual que detectó en la lejanía el movimiento de los guardias.

—Carajo —exclamó. Siguió avanzando por los pasillos, cada paso que daba a través de las celdas era una locura, los prisioneros gritaban, reían, agitaban el metal y lanzaban cosas, todo era un escándalo que nublaba su visón.
Otra puerta se abrió, y más guardias aparecieron.

—¡No se mueva! —ordenó uno de ellos. Él solo inclinó la cabeza, sacó un par de proyectiles de su bolsillo y los arrojó contra ellos.
Las pequeñas esferas explotaron regando una pantalla de humo que nubló todo. Corrió y saltó sobre ellos, abatió al primero con un par de puñetazos y una patada que lo estrelló contra la pared.

Otro de los guardias arremetió con su macana, pero él se adelantó, evitó su ataque y lo puso a dormir con una llave de presión justo al cuello. Siguió con el otro, al cual mandó a la pared de un rodillazo, el hombre gritó, pero lo hizo callar con un puñetazo.
El último sí alcanzó a golpearlo, la pesada porra impactó contra su hombro y después contra su costillas derechas, afortunadamente el traje contuvo bien los impactos. Atrapó su último intento, le arrebató la macana y lo noqueó con un certero golpe de ésta.
Molesto ya, avanzó por el pasillo hasta que detectó la presencia de alguien más. El agitado palpitar de un corazón le avisó de la presencia de una mujer, una enfermera.
Avanzó hacia ella, la mujer se tendió en una esquina, estaba aterrada.

—¡No me mates, por favor! —imploró entre sollozos.
Kai llegó hasta ella, se agachó y la miró con sus ojos grises.

—¿Dónde tienen a Raiden? —la mujer tardó en contestar, pero finalmente obtuvo el valor para hacerlo.

—En-en el área B, está en el área B, bajando al tercer piso...

—Gracias —dijo y se levantó. Alzó su espada y se encaminó a las escaleras.

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