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CAPÍTULO 25

El doctor Thadeus Lovecraft decidió poner música para relajarse, Danse Macabre sonaba en toda la sala, y él, cerraba sus ojos y movía su mano al vaivén de la orquesta. Suspiró, y se encaminó la camilla donde él residía.

—Bitácora de Thadeus, ayer, viernes 25 de agosto a las 07:35 han traído al segundo espécimen que ha estado expuesto a la neurotoxina coloquialmente llamada Sangre de Dios. Con anterioridad, mis estudios con otros sujetos de prueba que también fueron expuestos sufrieron un colapso al no recibir una dosis en al menos veinticuatro horas, pero... este nuevo luce muy prometedor —detuvo la grabación y guardó el aparato en su bata, se colocó unos lentes especiales y se aproximó a él.

Estaba suspendido, atado de manos, pies y cuello con apretadas correas metálicas, al igual que estaba altamente anestesiado, no reaccionaba a nada. Fue completamente difícil quitarle el traje, el doctor Thadeus demoró alrededor de hora y media, los pesados pliegues de metal cubrían todo su cuerpo, pero finalmente lo logró.
Dejando al descubierto una piel lampiña y altamente dañada, como si de un sobreviviente de incendio se tratase. Nuevamente sacó su grabadora.

—Bitácora de Thadeus, luego de una exhaustiva jornada tratando de remover la armadura del individuo, finalmente lo logré. Ahora, con su piel expuesta, puedo ver que sin duda alguna fue sujeto a múltiples experimentos, al igual que pruebas no muy convencionales y... —palpó su pecho—... pareciera que a maltratos físicos, ciertamente no es el primero que cumple con dichas características, pero es el primero que logra impresionarme, ¿quién es este sujeto? ¿Quién es Raiden?

Horas más tarde, el doctor Thadeus realizó decenas de pruebas, analizó de distintas formas su ADN, pero los registros gubernamentales no arrojaron respuesta, estaba frente a un fantasma, y eso le encantaba al doctor, siempre adoró los enigmas.

—Bitácora de Thadeus, puesto que, las pruebas para determinar quién es este hombre han sido un rotundo fracaso, me veo en la necesidad de aplazar mi investigación y pasar de lleno a la experimentación. Analizaré el tejido del sujeto, al igual que su sangre, composición molecular, y, su cerebro —sonrió con malicia, dejó la grabadora sobre su mesa de trabajo y buscó entre sus escalofriantes utensilios hasta que encontró lo que buscaba, una peculiar cierra altamente afilada. La tomó, y se acercó al brazo.

—No... —oyó decir al sujeto que yacía completamente sometido frente a él, soltó la cierra por la sorpresa, pero al instante guardó la compostura, lo observó detenidamente, su cabeza colgaba mirando hacia el suelo, y aquella palabra que emitió fue más un susurro que otra cosa.

—Vaya, creo que debo aumentar la dosis, o conseguir un anestésico más fuerte —declaró mientras llenaba una jeringa.

—No... haga eso... —nuevamente sus palabras lo tomaron por sorpresa—. Déjeme ir... —pronunció con una voz seca y susurrante.

—Aunque me impresiona su habilidad para soportar el dolor y suprimir los efectos anestésicos, lamento decirle que no puedo hacer eso —acomodó sus anteojos—. Usted es un hombre muy peligroso, Raiden, y las personas para quien trabajo me encomendaron averiguar por qué.

—Yo... yo puedo... decirle... —alzó un poco la vista, incomodando al doctor por su desfigurado y deforme rostro de ojos rojos—... pero tiene que detener la anestesia...

—No nací ayer, Raiden —se burló.

—Deje la anestesia... y prometo contarle todo lo que quiera... ya estoy lastimado y las ataduras... son muy fuertes para mí... si detiene la anestesia... le contaré todo lo que quiera saber.

El doctor lo meditó un poco, analizó de pies a cabeza al ser que tenía en frente, no percibió una amenaza real.

—Bueno, supongo que ya está bastante herido. Muy bien, acepto su trato, Raiden.

—Gracias... doctor...



Mientras todo eso pasaba, Zoey se dispuso a buscar a Milton, pero fue más difícil de lo que pensó, buscó en el cuartel, en su casa, en los parques, en todas partes, no había rastro de él.
Luego de comprar un café en un local, salió a las calles, hacía bastante fresco para la época en la que estaban, incluso el día pintaba para cubrirse con lluvia.

—Con un clima así, se antoja una cena caliente... —declaró para sí misma, recordó a su padre, y como siempre que eran días grises y fríos, la contentaba con una deliciosa cena especial. Sonrió con nostalgia, entonces, sus propios recuerdos la hicieron dar en el blanco.

Decidió recorrer a pie las calles hasta encontrar el lugar que buscaba, Phyli's, un restaurante italiano no muy frecuentado en aquellos días, pero el cual, guardaba un valor muy significativo para él.
Entró en el local, y buscó en las pocas mesas donde había gente, hasta que lo encontró en el fondo del lugar, mirando hacia la calle. Se acercó tranquilamente.

—Pensé que los sándwiches de aquí tenían fama de ser insalubres —enunció tranquilamente, él suspiró y apartó su vista de la ventana.

—Oye —exclamó un hombre desde la cocina.

—No la escuches, Mariano, no sabe lo que dice —respondió Milton, quien sonó más calmado.

—¿Puedo sentarme?

—Claro —tomó asiento frente a él, analizó su rostro, aquel muchacho tan lleno de alegría, ahora se veía cansado, triste y lleno de heridas—. ¿Alex te mandó como último recurso?

—¿Qué? No, ¿por qué preguntas eso?

—Sabe bien que jamás mostraría oposición contigo.

—¿Por eso te ocultaste?

—Necesitaba, tiempo a solas —regresó su vista a la calle—. Y este lugar es el santuario perfecto para la meditación de Milton.

—Pues... espero no haber irrumpido en tu santuario.

—Claro que no —volteó a verla.

—¿Qué te está pasando, Milton? —dudó con suma sinceridad. Pero él suspiró con frustración, era como escuchar a Alex a través de ella. Aproximó sus manos y sujetó las de él—. Sabes que puedes contarme lo que sea.

—Yo... no sé que me pasó —admitió finalmente—. No sé qué es lo que me pasa, es... como si repentinamente mi cerebro se balanceara, por una parte soy el mismo, o al menos trato de ser el mismo, pero por otra parte, es como si alguien más saliera. Y eso no significa que sea completamente malo, tal vez, es el Milton que siempre estuve destinado a ser.

—El Milton que conozco, jamás hubiera hecho semejante cosa con los policías, y con sus amigos.

—Lo sé —sus ojos se abrillantaron, cubrió su boca y trató de no mirarla—. No sé cómo explicar lo que sucede aquí —ilustró apuntando a su cabeza—. Lo único que sé es que no soy el mismo.

—Pero esa no es razón para lastimar indiscriminadamente a los demás, mucho menos a tu mejor amigo —declaró, y contrario a otras ocasiones, pareció arrepentido—. Escucha, Milton, me importas, de verdad, eres un chico fantástico, alegre y sumamente cariñoso, y verte así, me rompe el corazón —su voz tembló al final.

—No llores, detesto verte llorar —dijo, largó un suspiro y la miró directamente—. Quiero cambiar, de verdad, pero, llevará tiempo, aún no sé que me pasa y no quiero arruinar las cosas otra vez.

—No has arruinado nada. Yo estoy contigo, no te dejaré solo.

—Gracias, Zoey. Lamento haberme comportado como todo un idiota —levantó las cejas y pasó su mano a través de su cabello—. Creo que con eso perdí toda oportunidad de estar contigo —declaró con frustración. Zoey apretó los labios.

—Haces muchas suposiciones, Milton —sonrió y negó con la cabeza—. Aún me gustas, si es eso lo que querías escuchar —sus mejillas se pusieron rojas, y finalmente con eso, logró hacerlo sonreír de verdad.

—Ah, que hermosa pareja hacen —declaró uno de los meseros, los miró con ternura y luego sacó su libreta—. ¿Van a ordenar o no?

—Que dulce —enunció Zoey, con obvio sarcasmo.

—Ya nos vamos, Luigi, pero gracias.

—Sabes, ahora que todo está mejor y ya que fue gracias a mí, creo que me debes una cena —sonrió la rubia. Milton se volvió a sentar.

—Ya la oíste, Luigi, a la señorita lo que quiera.

Parecía que el resto de la noche trascurriría con mucha más normalidad, pero, justo cuando la madrugada estaba en su punto máximo, un noctambulo guerrero despertó de su breve sueño y a toda prisa se dispuso a vestirse.
Se colocó un traje completo de color negro, el cual solo dejaba al descubierto sus ojos grises, cargó un par de espadas, cuchillos, y demás objetos que lo ayudarían en su travesía.

Salió de su habitación, silencioso como un gato, y miró hacia donde su compañera descansaba. Salió del edificio por una ventana y subió hasta el techo, una vez ahí, se dispuso a saltar de techo en techo hasta encontrar un indicio de lo buscaba.
Un solitario oficial de policía se encontraba saliendo de una tienda, dispuesto a encender un cigarrillo antes de entrar a su patrulla para así continuar con su ronda diurno.

Entonces, cayó encima del automóvil, y cual sombra; saltó encima del policía, el oficial no alcanzó a reaccionar.

—Raiden —exclamó, y sacudió violentamente al oficial—. ¿Raiden sigue con vida?

—¡¿Qué demonios?! ¡Déjame ir! —exclamó el aterrado oficial. Nuevamente lo estrelló contra la acera, luego, desenfundó una daga y la colocó bajo su cuello.

—¡¿Raiden sigue con vida?! —rugió, el policía casi se echa a llorar.

—Se... se supone que no debemos hablar de eso... me despedirán...

—Si no me dices lo que quiero saber, créeme que ser despedido te sabrá a gloria comparado con lo que yo te haré —colocó el filo contra su carótida—. Habla.

—Es-está con vida... —declaró finalmente, Kai contuvo las ganas de hundir la daga contra su cuello, comenzó a respirar de manera errática, como si fuera un animal.

—¿Dónde está?

—E-en Blackwood, en el Asilo Blackwood.

—Bien —lo levantó de un jalón, y lo arrojó hacia su patrulla, no sin antes haberle quitado su pistola—. Entra, hoy serás mi chofer.

El policía hizo caso, se sentó y encendió el motor, Kai arrojó la pistola a la parte trasera de la patrulla y se sentó como copiloto, se abrochó el cinturón de seguridad.

—No intentes nada estúpido, o lo lamentarás —sentenció—. Ahora, llévame al Asilo Blacwood, es tiempo de terminar lo que empecé.

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