⁞ Capítulo 16: La Reina Nuit ⁞
Wayra entró en su habitación provisional del Castillo Real de Sandolian y exhaló un largo suspiro. Después de soltar la mentira más grande y peligrosa de toda su vida, la comparecencia había estallado en caos. Tal era el desconcierto de la monarquía pyrita, que la Reina Flora no había tenido más remedio que suspender el resto de la sesión y posponerla para el día siguiente, cuando todos estuvieran más calmados.
Al salir del Salón del Trono ya era de noche. Wayra se había escabullido ágilmente con un sirviente que, muy agradecido por poder tener contacto directo con un Primordial, se había ofrecido a guiarle a sus aposentos. Una vez allí, cerró con llave y se dejó caer sobre el mullido lecho. Estaba tremendamente agotado. Desgraciadamente, los dioses se negaban a concederle un mísero instante de tregua. Escuchó tres saltos, alzó el rostro y suspiró con amargura cuando los semblantes airados de Chloé, Ilan y Bianca invadieron su cuarto a través del único espejo.
—¿Te has vuelto loco? —Para su sorpresa, el que parecía más enfadado era el Guardián del Bosque—. ¿Acaso pretendes convertirme en comida de dragón, Wayra? ¿Sabes lo que hará las Reina Chiska cuando...?
—Ni siquiera me lo he planteado —reconoció el príncipe—. Solo buscaba una buena excusa y la he encontrado. Pyros ya no se opondrá a seguir el mapa, es más, nos facilitará las cosas y querrán que Aidan lidere la expedición, justo como planeamos.
—¿Y qué piensas que ocurrirá cuando sepan que mandas a su último hijo con vida a la capital de las sombras?
Chloé reprimía los gritos y hablaba seria. No obstante, sus ojos mostraban una fiereza que hasta ahora nunca había manifestado ante él. A Wayra se le encogió el corazón. Primero Sira y ahora su novia.
—La Reina Chiska está loca —intervino Bianca—. A esa psicópata solo le han importado tres personas en su vida y dos están muertas. Cree que su hermana está dentro del dragón rojo. Cuando murió Dimon en la batalla contra el Monarca de la Noche y el dragón negro huyó a quién sabe dónde, se convenció de que su difunto hijo se había reencarnado igual que su hermana. ¿No te das cuenta de lo peligroso que es jugar con la poca cordura de esa mujer? ¡Nos has puesto a todos en riesgo!
—Bueno, ¡lo siento! —exclamó—. Pero ya está hecho, no hay vuelta a atrás. Me ocuparé de Chiska cuando llegue el momento, hay cosas más importantes en las que poner el foco.
No le gustó el aspecto desafiante de sus compañeros. Respiró profundamente, dirigiéndoles una mirada de súplica. Sin ellos no podría hacerlo, les necesitaba a su lado.
—Es la última vez que tomas una decisión tan importante como esta sin consultarnos —dijo Chloé—. Si vuelves a hacerlo, yo misma te delataré.
Se giró sobre sus talones, dejándole con la palabra en la boca. Cruzó el espejo sin mirar atrás y un pinchazo oprimió el pecho de Wayra. Para ser el futuro líder de Velentis, estaba demostrando una preocupante capacidad para decepcionar a sus aliados en cuestión de días. Se llevó las manos a la cabeza.
—Lo siento —repitió.
Los guardianes le miraron con lástima.
—Ya no importa. —Se encogió de hombros Bianca—. Mañana se decidirá si se autoriza el viaje. Sabemos que Kedro insistirá en que Aidan sea uno de los que vaya tras el dragón de Dimon, pero no está del todo claro que libere a Marina. Tendremos que esmerarnos en buscar un buen motivo para justificar su necesidad.
—Escogerán dos primordiales y dos guardianes —aseguró Ilan—. Es la decisión más coherente. Si Chloé y tú os quedáis en las tierras libres, habrá que hacer lo imposible para que nos elijan a Bianca y a mí. En caso contrario, estaremos enviando a los demás a un destino desconocido, podrían morir por culpa de nuestras mentiras. —Miró al Primordial del Viento—. Será muy difícil separar a Enya de Aidan. Así que si quieres seguir improvisando, lo apruebo. Solo intenta no provocar a personas poderosas que no están bien de la cabeza.
Wayra asintió con pesadez. No volvió a repetir que lo sentía, pero su expresión facial hablaba sin necesidad de palabras. Se acercó a su equipaje de viaje y sacó uno de los brazaletes dorados.
—Toma. —Lo extendió hacia Bianca, junto con la bolsa donde permanecían los dos restantes—. Tu talismán y los de Aidan y Marina. Tendrás que conseguir que los lleven. Si realmente lográis cruzar la frontera a Meridia, vais a necesitar todo vuestro poder.
Ella sujetó los artilugios con sus finas manos de porcelana. Murmuró un escueto agradecimiento y después los guardianes se marcharon atravesando espejos. Una vez solo, Wayra se sintió libre para llorar de frustración.
La Reina Nuit no dormía en los aposentos reales como su condición exigía, sino en uno de los cuartos de las difuntas princesas marinas. Kai eligió la estancia de Nerida, la sexta hija del Rey Hydros y la Reina Talasa, porque apenas estaba decorada cuando llegó. Un cuadro y poco más era lo que encontró en dicho cuarto. No obstante, la Reina Nuit había exigido con ahínco descasar exclusivamente en la habitación de Anhaita, la mayor de las hermanas de Marina. Nunca justificó su exigencia y el Monarca de la Noche le concedió su deseo con indiferencia. ¿Qué importancia tenía un cuarto?
Cuando Kai entró en la habitación, la runa negra que llevaba tatuada en el cuello le picó. Evitó rascársela, pues de hacerlo cada vez la molestia sería superior. Siempre que se aproximaba a la reina ocurría lo mismo y por ello trataba de evitar su cercanía.
—Hijo mío, qué bien que estés vivo.
Las palabras de Nuit fueron tan solo un leve suspiro. Estaba sentada en una butaca y miraba por la ventana las olas del mar chocar con las paredes del Castillo Serpenteante. Su rostro pálido y cadavérico no daba muestras de sentir emoción alguna, como siempre. Sus ojos azules oscuros casi no parpadeaban.
—Padre —lo pronunció con desagrado— no está tan feliz como tú.
—El Rey es exigente.
Kai se fijó en las runas negras de la reina. Sabía que estaba plagada de ellas por todo su cuerpo, pero con su traje oscuro de largas mangas y cuello alto solo alcanzó a ver un par de ellas sobresalir por la superficie de sus manos. Notó que ella hacía un gran esfuerzo por no rascárselas.
—Sí, tan exigente que mi segundo fracaso me ha costado una nueva cicatriz.
La reina desplazó su triste mirada con desinterés y vio a qué se refería su hijo. Un enorme tajo inflamado recorría la mitad de su rostro. Nacía en la frente y moría en el pómulo. Era reciente, debía doler una barbaridad. Le había partido una ceja. Sobre el ojo izquierdo ahora Kai llevaba una venda.
—¿Te ha cegado? —preguntó la mujer—. Qué acto tan irresponsable...
—No, madre, el ojo estará bien —comentó Kai con pesadez—. El Rey sabe que necesito los dos para matar a Los Primordiales.
Durante un instante la reina dio signos de angustia. Enseguida se recompuso y volvió a perderse en la imagen del mar embravecido que asolaba la costa meridiense.
—Tenemos poco tiempo —susurró—. Si no te marchas pronto las runas empezarán a desintegrar mi piel.
—Y la mía.
—Pues seamos veloces. —Volvió a mirarle—. ¿La has visto, verdad?
Kai sabía a quién se refería y asintió. Ella sonrió ligeramente.
—No puedes matarla, hijo. Nunca serás capaz.
—¿Por qué? —El Príncipe de las Sombras se aproximó a su madre con nerviosismo—. El Rey Darco me ha ordenado acabar con la Guardia de la Élite.
—Céntrate en los otros ocho, elige uno y ve a por él.
—Son nueve, madre. Si dejo alguno con vida... —la frase murió en sus labios y con un grito de ira golpeó la superficie de una cómoda—. ¡Joder, que son nueve superguardianes y yo solo uno! ¿Cómo se espera que consiga hacerles frente?
La reina no dijo nada. A veces Kai dudaba de la lealtad de esa mujer. Se preguntaba si tanto desinterés por lo que aconteciese en su reino no la convertía en una especie de traidora. Nunca podía permanecer mucho tiempo cerca de ella porque la runa del cuello se lo impedía, pero aun así, era su hijo, ¿no? Tenían los mismos ojos. ¿Por qué no le ayudaba a vencer? ¿Por qué no le protegía del Rey Darco? ¿No hacían eso las madre con los hijos? Proteger.
—Ella es más importante que todos nosotros —murmuró la reina.
—¡Pero he de enfrentarla!
—Así es.
Solo entonces Kai reparó en que junto al sillón de la reina había una diminuta mesa redonda con un tablero simulando el mapa de Eletern. Estaba hecho de piedra, pintado en tonos grises. Había piezas situadas en distintos puntos de los reinos, representaciones de guerreros y reyes. En las que estaban hechas de mármol, reconoció rápidamente a cuatro personas: la chica del día anterior que hacía luz con sus manos; el caballero de la oscuridad y el escudo de hierro qilunio; la mujer pálida de cabellos canosos del día del ataque a Lumiel y, en último lugar, su primera oponente, la Guardian del Rayo a la que estuvo apunto de asesinar.
—¿Qué es eso?
Se arrodilló frente al tablero con curiosidad. Reconoció más piezas de mármol con sorpresa: una era como el chico insoportable del fuego, el que casi le destruye. Otra era Marina. Alzó sus ojos azules para mirar a su madre, en busca de una respuesta.
—¿Cómo...? ¿Cómo sabes el aspecto de los guardianes y de su ejército? —Sujetó una de las piezas entre las manos. Su elección fue aleatoria: un muchacho joven, casi un adolescente, empuñando una espada con ira en la mirada. Kai no supo reconocerlo—. ¿Qué significa este tablero?
—En toda guerra hay soldados decisivos en ambos bandos. —Sin poder reprimirse, la reina empezó a rascarse las manos y a esbozar una expresión de aguda molestia—. Las sombras no solo te tienen a ti, hijo.
—¿Y por qué el Rey no me brinda la ayuda que necesito?
Súbitamente, la soberana agarró una de las piezas y se la entregó a su hijo. Al tocarle, un insoportable dolor arremetió contra ambos. Kai gritó y la reina le ordenó marcharse.
—Darco oculta muchos secretos —dijo Nuit—. Se acabó el tiempo, querido mío, tienes que salir de aquí o las runas acabarán con nosotros. ¡Huye!
El Príncipe de las Sombras no se despidió. Salió de los aposentos de la difunta Anhaita y caminó por los pasillos del Castillo Serpenteante a duras penas. Se tambaleaba. La herida de su rostro le escocía demasiado, la runa del cuello palpitaba sobre su otra cicatriz. Conforme se alejaba de la Reina Nuit el dolor empezó a menguar.
Solo cuando sintió que no iba a desfallecer, detuvo su andar y se permitió apoyarse en una pared. Respiró profundamente y miró el obsequio de la reina.
En esa pieza estaba tallada sobre basalto la figura de una joven encorsetada en un traje largo con el cabello cayendo a sus espaldas. Tenía los ojos vendados.
Kai se atragantó cuando la reconoció.
—Nila.
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