⁞ Capítulo 15: La comparecencia de Sandolian ⁞
—¡Condenados estúpidos! ¡Malditos críos egocéntricos¡ ¡Niñatos desagradecidos! ¡Necios disparatados, endemoniados mimados sin un gramo de sesera en la cabeza! ¡Completos incautos, idiotas y malcriados! ¡No mereceríais la clemencia de los reyes ni aunque os volvieran a bendecir Los Cuatro Dioses de nuevo, tontos de nacimiento!
Los insultos del Rey Kedro seguían largo y tendido, monopolizando la comparecencia. Sentada a su lado, mirándose las uñas con aburrimiento y sin molestarse en reprimir un bostezo, estaba la Reina Chiska. Tanto ella como Aidan, que permanecía en la misma desagradable situación que sus compañeros de la Guardia de Élite y se mantenía de pie en el centro de una amplia sala a merced del juicio impertérrito de los reyes, no mostraron signos de sorpresa cuando el Rey Kedro se alzó del trono provisional que la Reina Flora había puesto en la sala principal del Castillo Real de Sandolian y empezó a soltar una barbaridad de improperios.
No obstante, al resto casi le dio un infarto. A pesar de ser conocida la reputación violenta del Rey Kedro, nadie terminaba de acostumbrarse a sus arrebatos de ira. Ni siquiera Enya, la guardiana que mantenía habitualmente más contacto con el monarca del fuego y, por ende, que más insultos había recibido a lo largo de sus años como miembro de la corte pyrita. Aunque siendo honestos, esa vez Enya no estaba preocupada por la actitud de su rey. Miraba de reojo a Aidan y a Marina, preguntándose desde cuándo esos dos se gustaban tan abiertamente. Estaba celosa y lo sabía, mas no por ello iba a dejar de fulminar con la mirada a la Princesa Errante y a suplicar mentalmente que las fiebres regresasen y la incapacitasen durante una larga temporada.
—¡Lo que más me indigna de toda esta situación es que cuatro de los nueve borregos que nos han mentido en las narices son súbditos míos! —gritaba Kedro a pleno pulmón—. ¡Mi único hijo! ¡Mi invitada que no tendría donde caerse muerta si no fuera por mi hospitalidad! ¡La misma capitana del ejercito de Pyros! ¡La recién nombrada Guardiana del Hielo! ¡Estúpidos niños de pacotilla!
La sala principal del Castillo Real de Sandolian era una espaciosa estancia con paredes de roca cubiertas de hiedra. Pegado a la pared y sobre una empinada escalera, estaba el trono de roble de la Reina Flora, cuyo aspecto simulaba el tronco de un grueso árbol del que crecían una pluralidad de ramas sin hojas y descendían por los peldaños gruesas y retorcidas raíces. Cerca de ella había otros cuatro tronos de madera más sencillos, colocados intencionalmente para la comodidad de los reyes vecinos durante la comparecencia.
Los nobles de las tres cortes no presenciaban la reunión. Iban a tratarse temas de carácter secreto que no podían ser revelados a cualquiera, así que allí permanecía solo la Guardia de Élite y sus reyes. En línea recta, erguidos y con aspecto militar, se habían situado los nueve elegidos de los dioses justo en el centro de la sala, bajo la gran escalera que ascendía al trono.
—¡Mentecatos! ¡Burros sin cerebro! ¡Cabezas huecas! ¡Sois una vergüenza para todo Eletern! —prosiguió con la retahíla de insultos Kedro.
Wayra ni se atrevía a mirar directamente al soberano de Pyros. Empezaba a cuestionarse profundamente su plan de engañar a aquel loco, pues quién sabía qué podía llegar a ocurrir si Kedro se enteraba de los verdaderos planes de Chloé y él. La miró ligeramente. Ella hacía la misma expresión de pavor en el rostro y qué decir de la de Ilan... Ese pobre desgraciado prefería la compañía del dragón a la del padre de Aidan.
—Kedro, ya les ha quedado claro... —interrumpió el Rey Vend—. Sugiero que descanses la voz para cuestiones más interesantes, pues tenemos muchas decisiones que tomar a lo largo del día y, personalmente, me siento fatigado del vuelo. Desearía poder irme a la cama a una hora decente.
El rey de Pyros dirigió una mordaz mirada a su homólogo de Velentis. Por un instante, Wayra temió que Kedro amenazase públicamente a su padre. Afortunadamente, no estaba tan loco como parecía, así que, muy a disgusto, Kedro se sentó en su trono y cerró la boca, profiriendo primero un sonoro gruñido con el que pretendía hacer saber a la Guardia de Élite y a los demás reyes que seguía terriblemente enfadado.
—Muchachos, me abstendré de deciros cuán inadecuadas han sido la mayoría de las decisiones que habéis tomado. —Siguió hablando Vend, fingiendo que no había sido testigo de la actitud infantil de Kedro—. No obstante, celebro saber que mis tres hijos están vivos. La cuestión más vital ahora mismo es encontrar una nueva ubicación que sirva de Cuartel para la Guardia de Élite. Incluso aunque Kai no sepa usar la... ¿cómo habéis dicho? ¿Sal viajera?
—Las llamamos sales de viaje, en realidad —corrigió Sira.
—Bien, pues aunque Kai no sepa cómo usar las sales de viaje, el hecho de que haya podido ver el cuartel a través del espejo es motivo suficiente para anticiparnos a sus actos y cambiarlo todo. Quién sabe qué conclusiones habrá sacado de un mero vistazo... Ese astuto joven ha demostrado ser un digno oponente y no podemos permitirnos menospreciarlo, ¿no es así, Enya?
A la Guardiana del Rayo le costó bastante quitar sus ojos violetas de encima a Marina. Carraspeó antes de contestar a la pregunta del rey:
—Sí, Alteza.
Con la cabeza ligeramente agachada y sus mejillas cubiertas por su cabello oscuro con mechas púrpuras, nadie pudo ver cuánto se había sonrojado. Tragó saliva y siguió hablando, haciendo un enorme esfuerzo por aparentar controlar la situación:
—El antiguo cuartel estaba en la frontera de Sandolian con Pyros. Creo que el nuevo debería radicar en Velentis, oculto entre las gigantescas cordilleras de reino del viento. Un lugar al que sea muy difícil acceder y que serviría como fortaleza en caso de un ataque.
—Concuerdo contigo, Enya —afirmó la Reina Flora—. Se me ocurre el sitio perfecto cuya localización es tan poderosa que, en caso de ser descubierta por las sombras, no importaría en absoluto.
Los nueve guerreros alzaron la vista confundidos.
—¿En qué piensas, Flora? —preguntó Wina, curiosa.
—En las Minas de Qilun —dijo la madre de Chloé, esbozando una suave sonrisa—. Jamás habrá riesgo de un ataque de las sombras en el único lugar plagado del metal capaz de arrebatarles la vida con el más suave corte. Y en el caso de haberlo, la victoria de nuestra elogiada Guardia estaría asegurada.
—Es una idea extraordinaria —murmuró de repente Kedro, recostado en su asiento con los brazos cruzados—, no como la que tuvieron estos necios al ocultarnos el grimorio durante casi tres meses.
Y de sopetón, la Guardia de Élite volvió a agachar la cabeza, todos ellos esperando oír al progenitor de Aidan maldecirles nuevamente.
—Sí, la verdad es que estando ya todos conformes con la nueva sede de la Guardia de Élite, tocaría abordar el tema de las mentiras —coincidió el monarca de Velentis.
Ante el inquebrantable silencio de sus compañeros, Wayra decidió representar al grupo y defender su postura:
—No hemos mentido, padre...
—Ocultar un poderoso artilugio como el grimorio es sinónimo de mentir sobre su existencia. ¿Qué os llevó a tomar tal decisión?
Otra vez los nueve enmudecieron. Hasta que Enya no pudo evitarlo y permitió que sus celos la dominasen.
—Fue idea de Marina —soltó maliciosamente—. Ella lo encontró en Handros y nos convenció para que lo ocultásemos.
—Hicimos una votación, Enya, y el resultado fue la unanimidad —recalcó Bianca, mirándola con sus fieros ojos grises—. Tú incluida, hipócrita.
Era evidente que todo iba a estallar en pedazos. Parecía que a las Guardianas del Hielo y el Rayo se les había olvidado que poco tiempo atrás habían sido fieles aliadas en la batalla contra Kai. De hecho, Enya no seguiría viva si no fuese por Bianca. Así que dispuesto a poner fin al conflicto antes de que diera inicio, Aidan se plantó entre las dos chicas y les dirigió un vistazo asesino.
—Dejad de hacer el idiota —espetó.
Las otras dos se irguieron molestas, pero no se atrevieron a contrariarle. Entonces el Primordial del Fuego decidió enmendar el desliz de Enya con un agudo, aunque peligroso, argumento.
—La Guardia de Élite es una unidad independiente de los reinos de Eletern. Cuando se creó se le confirió la autonomía suficiente para tomar decisiones sin necesidad de la aprobación previa de los reyes, lo cual nos legitima para elegir qué información debemos compartir. La Guardia salvaguarda un interés superior al de cualquier monarquía; solo respondemos ante quienes nos seleccionaron, es decir, los dioses. —Anticipándose a las intenciones de su padre, cuyos ojos rojos ya ardían de colera, añadió—: Además, todos hemos guardado secretos alguna vez, ¿no es así?
Hubo un breve intercambio de miradas entre padre e hijo, pero nadie osó hacer comentarios al respecto. La reina Chiska parecía más entretenida que al inicio y sonreía con malicia aprobando la actitud desafiante de su descendiente.
—Jamás interferiríamos en los deseos de los dioses —dijo de repente, manteniendo sus carnosos labios curvados hacia arriba—. ¿No podrías decirnos, querido hijo, por qué optasteis por ocultarlo al menos?
—Al principio no sabíamos que albergaba auténtica magia en su interior —respondió Aidan—, pero Marina se mantuvo firme en estudiarlo. Ese grimorio había sido el objeto principal de la misión suicida del ghoul del Rey Darco, así que era evidente que escondía algo. Hasta que supiésemos qué, debíamos custodiarlo y evitar que se convirtiese en motivo de disputa entre vosotros.
—¿Nosotros? —Chiska enrolló uno de sus dedos en el pelo—. ¿Qué insinúas?
—Que los tres reinos habríais discutido por adquirir su posesión —dijo Marina, alzando el rostro inescrutable hacia su reina—. Y no podemos permitir que el equilibrio que todavía mantiene unida a la Alianza se resquebraje.
—Todos estuvimos de acuerdo —reiteró Bianca en un afán protector de su primordial—. Todos. La Guardia de Élite al completo.
Sus palabras fueron seguidas de un silencio sepulcral. Había una fina pero poderosa línea que separaba a Los Primordiales de los Reyes: la voluntad de los dioses. Ninguno de los soberanos osaría desafiar cualquier decisión que tomasen ellos siempre que hubieran actuado de acuerdo a sus fines divinos y hubiera existido unanimidad en la decisión. Aunque no por eso dejaban de sentirse dolidos o, en el caso del Rey Kedro, repletos de ira.
Finalmente, la anfitriona se puso en pie y, mirando a Marina con el cariño infinito con el que una madre mira a una hija, dijo:
—Entonces no hay más que hablar. —Sonrió cálidamente—. El grimorio está repleto de conjuros, los conjuros son magia, y la magia es un regalo de los dioses. Si Los Cuatro Primordiales consideran que solo ellos son aptos para custodiar el libro, nosotros no somos nadie para cuestionarlos.
Todos asintieron, guardianes incluidos. Marina respiró profundamente y sus hombros se relajaron. Al lado de ella, Chloé y Wayra no se mostraron ni la mitad de tranquilos. Tenían que actuar y debían hacerlo ya, pero su valentía y ánimo para desafiar a los gobernantes había desaparecido casi por completo.
Mientras cada uno pensaba qué hacer durante los próximos minutos, Marina aprovechó para demandar lo que llevaban meses necesitando Ilan y ella. Descodificar el grimorio no era tarea de un solo individuo, precisaban el apoyo de los mejores eruditos y más confiables súbditos para avanzar con la traducción. Les explicó a todos que durante la batalla de Lumiel, Kai había hecho referencia al libro como si tuviera información desconocida. Todo aquello les situaba en un lugar desventajoso frente al Monarca de la Noche.
—Todavía no comprendemos por qué se produjo el ataque —recalcó, omitiendo deliberadamente su peculiar vínculo con el Príncipe de las Sombras—. Kai se llevo una llave de la Mansión del Conde Yuk. Creo que el grimorio, la llave y las runas están relacionadas.
—¿Qué runas, Marina? —Los ojos rojos de la reina Chiska evidenciaban una peligrosa diversión—. ¿Acaso se te ha escapado otro de tus tantos secretos?
—No, madre. —Aidan volvió a ejercer de defensor de la Princesa Errante. La mirada azul de Marina le agradeció el gesto, aunque luego, al depositarla sobre el aspecto sensual y autoritario de la soberana de Pyros, sintió una extraña sensación de confusión. Chiska no parecía molesta con la actitud de su hijo, más bien complacida—. Os hemos contado toda la verdad, de principio a fin. Solo queda un detalle por ultimar...
El Primordial del Fuego dejó la frase a medias, giró su rostro hacia Ilan y le indicó que se aproximara. El Guardián del Bosque parecía un ratón atemorizado ante la hambrienta mirada de cinco fieros gatos. Tragó saliva y caminó hasta situarse junto a Aidan. Le temblaban las manos, pero se las arregló para ocultarlo. El brillo del talismán dorado que llevaba en el brazo, resplandeció ante la luz.
—Venga, chico. —El joven de ojos ambarinos le palmeó la espalda. Ilan tropezó con su propio pie, recomponiéndose en cuestión de un segundo—. Muéstranos tu cuerpo.
Situando la mirada en un punto fijo, para evitar pensar en la humillación que era para él desvestirse públicamente, Ilan empezó a quitarse los guantes y entregárselos al primordial. A su lado, Aidan esbozaba una burlona sonrisita mientras veía al guardián deshacerse de su capa. Poco a poco, el chico retiró todas y cada una de las prendas que cubrían su pecho. No se detuvo ni cuando la primera de las runas quedó a la vista y la reina Flora profirió una exclamación.
—¿Qué lleva pintado en el brazo?
Minutos después descubrió que las runas de Ilan se extendían por todo el tronco superior. El chico se abstuvo de hacer comentario, aunque un ligero rubor tiñó sus mejillas. Ahí fue cuando Chloé reaccionó. Caminó hasta situarse cerca de su compañero y procedió a relatar los sucesos de los últimos días. Hablaba rápido, intentando que el examen corporal de Ilan no durase más de lo estrictamente necesario. Les habló del accidente en mitad de la noche, omitiendo detalles, obviamente. No hacía falta que su madre descubriera también sus noches intensas en la cama de Wayra.
Conforme hablaba, los rostros de los reyes se contrajeron en varias expresiones complejas y difíciles de interpretar. El más destacable era el semblante desencajado de la reina Flora, que no podía creer que uno de sus mejores investigadores y confidentes hubiera estado paseándose con un mapa en el cuerpo ante sus narices sin haberse percatado.
—Gracias al poder de la Diosa Serina, Bianca ha sido capaz de interpretar las runas. —Se detuvo un instante, sintiendo la boca seca. No miró a Wayra para preguntarle tácitamente cómo debía proceder—. Es un mapa.
—¿Un mapa? —La reina Wina frunció el ceño—. ¿Este es el motivo por el que el Monarca de la Noche quiere el grimorio? ¿Para hacerse con el mapa?
—Si ese es su objetivo, le hemos facilitado el camino —gruñó Kedro—. Solo tiene que secuestrar a este mequetrefe y misión cumplida.
Ilan dio un respingo. Aborrecía a la monarquía de Pyros.
—No tiene por qué. —Aidan volvió a dominar el curso de la conversación—. La mayoría del grimorio sigue encriptado. Por lo que sabemos, el rey Darco podría querer cualquier otra cosa. Lo que está claro es que aquí dentro —cogió el libro de hechizos— está la respuesta.
—Pues ya sabemos lo que hay que hacer. —Wina juntó las manos en un gesto decisivo—. La Fortaleza de Marfil cederá un espacio secreto para la investigación del grimorio, cerca de las Minas de Qilun. ¿Debo entender que la traducción queda a cargo de Ilan?
—Debes de estar bromeando —Chiska irrumpió con voz estridente y aguda—. Algo tan importante debería estar a cargo de un Primordial. Al fin y al cabo, la Diosa Tara no eligió a Ilan directamente.
El aludido empezaba a tener serias dificultades en ocultar su rostro airado. Sabía que su obligación era tragarse el orgullo y soportar las rudas palabras de los padres de Aidan, pero le estaba costando horrores aguantar. Se tocó el talismán con nerviosismo. ¡Quería ponerse la blusa ya!
—Me ofrezco a gestionar esa tarea con mi hermana Sira. Ella ha estado custodiando el grimorio durante las ultimas semanas y es la mujer más lista de Los Cuatro Reinos. No hay mejor indicada para esto.
La Guardiana del Sol alzó el rostro sorprendida y miró a Wayra sin entender. Seguía enfadada con él, especialmente desde que había descubierto dónde había ido a parar uno de los cuatro brazaletes encantados. No obstante, algo en su interior le decía que su hermano intentaba subsanar un error a través de esa sugerencia. Le ofrecía una tarea conjunta y respaldaba su valor ante los reyes.
—¿La Princesa Sira? —De nuevo Chiska no parecía del todo convencida—. ¿Y por qué no Aidan?
—Mamá, como me encargue yo de ese condenado libro, el rey Darco nos conquistará en dos días. —Sacudió su cabeza cobriza—. Coincido en que Wayra y Sira se apañen con el grimorio.
Hubo unanimidad. La sala al completo estaba conforme con la decisión tomada y por fin todos parecían satisfechos con el resultado de la comparencia. En el centro de la estancia, Ilan volvía a vestirse a la velocidad de la luz, con la mejillas sonrosadas y la adorable risa de Chloé como banda sonora.
—¿Y qué hay del mapa? —inquirió Kedro—. Habrá que averiguar a dónde conduce. Deberíamos enviar una legión de soldados pyritas. Son los más audaces y están acostumbrados a lidiar con las sombras, por si fuera preciso...
—No será necesario, Alteza. —Wayra pronuncio sus palabras con absoluto cuidado, como si se tratase del más frágil cristal. El rey de Pyros posó su mirada sangrienta sobre él, claramente ofendido por la interrupción, pero curioso de saber por qué—. La Princesa Chloé y yo descubrimos el destino tras una exhaustiva investigación.
Daren y Sira se dirigieron el uno al otro una mirada significativa. El secreto de su hermano estaba claramente relacionado con todo aquello. ¿Diría la verdad? ¿Hablaría de los talismanes? La intriga les carcomía.
Chloé miró a su novio y suspiró. Por un instante deseó que él dijese la verdad, aunque su subconsciente le repetía que obsequiarle con sinceridad al rey del fuego era sinónimo de condenar Eletern. Se mordió el labio con fuerza, el corazón le latía a mil por hora. Le pareció detectar un ápice de duda en el rostro de Wayra.
«Por favor, no hables de la Tristeza del Océano», suplicó mentalmente. «No cuentes la historia del paladín».
—¿Y bien? —preguntó Flora—. ¿A dónde lleva?
—El camino termina en la frontera de Pyros con Meridia —mintió Wayra—. Después de señalar la ciudad de Calunn, el mapa menciona la palabra: Krih.
Ni una sola voz osó quebrar el ensordecedor silenció que de golpe se apoderó de la estancia. No había semblante que no expresase incredulidad en aquel momento. Incluso Bianca, Chloé e Ilan, que estaban participando voluntariamente en el engaño de los reyes, no dieron crédito a lo que Wayra acababa de decir.
—El dragón negro —murmuró Chiska, de pronto con lágrimas en su mirada.
—El dragón de Dimon —dijo Kedro.
Era sublime. Wayra había dado con la mentira perfecta. La monarquía de Pyros nunca negaría la búsqueda del dragón negro que consiguió domar el Príncipe Dimon años antes de morir.
Chloé se dio cuenta de que estaba temblando. Esperaba que Wayra entendiese lo que acababa de provocar.
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