Capítulo 4: planes.
Flo saca su teléfono del bolsillo trasero de su jean y observa la pantalla. Es su padre. Al instante aprieta el icono para contestar y se lleva el aparato al oído.
—¿Qué sucede?
Justo antes de que su padre empiece a hablar, la campana suena indicando que es hora de entrar a clases, pero Flo hace caso omiso y se queda parada a mitad del pasillo.
—Flo, necesito que vengas al taller después de clases.
Ella hace un gesto de desagrado porque sabe que él no la puede ver. Ella odia trabajar en ese taller. La mecánica ha sido etiquetada cómo un trabajo para hombres, por lo tanto, cada vez que un cliente nuevo llega al taller, siempre hacen gestos de sorpresa al ver que una chica los va a atender. Durante su adolescencia su padre se encargó de enseñarle lo necesario acerca de la mecánica, ella lo aprendió con facilidad y con esos conocimientos es capaz de ayudar a su padre en el taller, aunque a veces desearía nunca haberlos adquirido. Él tiene algunos empleados que lo apoyan, pero son un par de alcohólicos cómo él y cuando ellos deciden no ir al trabajo siempre recurre a Flo.
—¿Qué pasó con Jason y Tyler?
—Jason dice que está enfermo y Tyler tiene una resaca insoportable. Necesito que vengas a ayudarme, ahora vendrán varios clientes y necesito apoyo.
Ella hace una mueca con los labios al darse cuenta de que no tiene opción.
—Bien, allí estaré —suspira.
—De acuerdo, gracias.
Ella cierra la llamada y guarda su celular nuevamente en el bolsillo. Cuando reacciona se da cuenta de que se ha quedado sola entre los pasillos y que ya todos están en clases. Maldice por lo bajo y se ajusta el tirante al hombro para retomar su caminata. Ella trata de recordar que clase le toca, pero esa información parece haberse perdido entre sus archivos mentales. Odia cuando eso sucede. Ella avanza mientras observa los salones e intenta recordar. Está por llegar a un cruce cuando de un momento a otro el chico de ojos verdes aparece de entre el pasillo. Flo se detiene de golpe, lo escanea y se da la media vuelta para comenzar a huir con disimulo, pero su voz la detiene.
—Oye, espera —escucha la voz a sus espaldas y no hay duda que es la misma que la amenazó esa noche en el bosque. Ella obedece y se detiene por ninguna razón en particular. De todas formas no tenía escapatoria. El recuerdo de sus palabras provoca que se estremezca con miedo, un pavor recorre su anatomía al caer en cuenta que está sola entre los pasillos con él y no hay nadie más que pueda ayudarla. Ella no se mueve, pero escucha cómo sus pasos se acercan a ella.
No pensaba morir tan joven.
En unos pasos más el chico llega hasta Flo, ambos frente a frente. Ella planta su mirada en el llamativo mosaico del instituto evitando cualquier tipo de contacto visual con él. Puede ver sus zapatos. Son unas botas bajas en color marrón y también lleva un jean, solo que es de un tono más oscuro que el de ella. Un aroma a canela y miel llega a su nariz cuando lo tiene cerca. Es reconfortante, pero al mismo su presencia es intimidante para ella.
—¿Sabes en dónde está el salón de Biología? —vuelve a hablar, solo que esta vez es una interrogante y ella deberá dar una respuesta, cosa que no se cree capaz de hacer.
Se da ánimos e intenta tranquilizarse, no es como si quisiera matarla. Ha utilizado un tono cordial para preguntarle por el salón de Biología. No ha sacado ningún arma, pero ella sigue sin entenderlo. ¡¿Es que acaso no la reconoce?! Flo se arma de valor, levanta un poco la mirada y observa por encima del hombro de él aun evitando sus ojos. A unos ocho metros está el salón de Biología. Ella le señala el aula y el chico gira su cabeza para verla.
—Oh, vale. Estaba cerca —se ríe nerviosamente a la vez que se lleva la mano a la nuca—. Ya sabes, problemas de nuevos. —Es inevitable no ver cómo le sonríe y luego se da la vuelta para seguir caminando. Él desaparece y ella se queda allí parada sin poder creer lo que acaba de suceder.
¡Maldita sea, lo del contacto visual no ha funcionado! Su mirada se ha conectado con la él durante unos milisegundos y puede jurar que esos son los ojos más verdes que ha visto en su vida. La sonrisa que le dio fue un tanto nerviosa, pero al mismo tiempo encantadora. Ya entiende por qué trae locas a todas. La escena se reproduce en su mente durante unos minutos. Los ojos, la mirada, parpadeos, sonrisa nerviosa. Ojos, mirada, parpadeo, sonrisa. Flo se abofetea mentalmente al darse cuenta en lo que está pensando. ¡No!, se grita a sí misma. Ella corre hasta el baño, pero no a vomitar. Necesita ordenar sus pensamientos y planes.
Deja su mochila en la encimera del lavabo y luego procede a lavarse el rostro varias veces. Toma papel del dispensador y se seca la cara con brusquedad. Flo mira su reflejo en el espejo. No puede dejarse manipular por ese criminal. Debe crear nuevos planes después de que los primeros fueran destrozados esa noche en el bosque. Pues, quedar vuelta en un asesinato no lo había planeado y sin duda toda esa situación ha puesto su vida de cabezas. Así que debe crear nuevos planes y nuevas reglas que pueda seguir al pie de la letra.
Número uno: Evitarlo a todas costas. Ha intentado hacerlo durante toda esta semana y ha funcionado en parte. Debe continuar haciéndolo y mantenerse lo más alejada de él.
Número dos: No dejarse atrapar por su inusual encanto. Claro está que es un chico atractivo y ya ha engatusado a media secundaria de sexo femenino con esa cara bonita. Pero no podía dejarse caer en ese juego. Los criminales son monstruos.
Número tres: Nunca confiar en él. Esta será muy fácil, pues ella nunca será capaz de confiar en un asesino.
Después de aquel lapso de tiempo, busca en su mochila su libreta de apuntes en donde tenía su horario de clases. Le toca... Biología. Genial, piensa con sarcasmo. Su día no puede ir mejor. Con frustración sale del baño y se encamina hasta el aula de clases. Trata de mentalizarse la excusa que dará al llegar, pero antes de que se dé cuenta ya está abriendo la puerta del salón.
Todas las miradas se posan en ella al entrar. El profesor parece estar en medio de una lección importante por el modo en el que señala el pizarrón con la punta del marcador. Al verla, le coloca la tapa al marcador y posiciona sus brazos en su cadera en un gesto de desaprobación. Hace una mueca y la analiza de pies a cabeza mientras ella intenta sonreír.
—Buenas noches, señorita —dice el profesor con ironía.
—Lo siento.
—¿La causa de su retraso? —El profesor recuesta su hombro al pizarrón y cruza sus brazos.
Flo se queda en blanco durante un instante. No era de esas chicas que se ponían nerviosas en público, ella puede exponer con facilidad frente a un grupo de personas. Pero el hecho de estar siendo juzgada por una autoridad cómo el profesor frente a tantas miradas y sobre todo frente a él, la ponía más que nerviosa. Ella balbucea algo sin sentido y se siente la persona más absurda de todas.
—Estaba contestando una llamada importante, casi una emergencia —se encoge de hombros.
—Bien, espero que esa llamada haya sido lo suficientemente importante, incluso más que la clase. Tiene menos cinco puntos en el ejercicio. Tome asiento —dice antes de destapar el marcador y seguir con lo que sea que estaba explicando.
—Gracias —musita por lo bajo y rueda los ojos mientras se acerca a las bancas.
Cuando intenta ubicar alguna banca disponible, se encuentra con la mirada verde una vez más. El chico la mira con atención y cuando nota que ella también lo está mirando, le sonríe y luego baja la cabeza, pero Flo se limita a hacer un gesto de desagrado.
Por suerte hay un asiento disponible, y muy lejos de él.
°°°
Como le prometió a su padre, después de clases fue al taller de mecánica. Una vez allí, se cambió a una blusa de tiras algo manchada y unos jeans rasgados y raídos. También recoge su cabello en una coleta. En pocos minutos pasa de ser de una chica decente a una vagabunda sin causa.
Ya llevaba varios minutos en el taller. El señor Morrison llevó su preciado y recién comprado auto descapotable a que le cambiaran el aceite. Ella lo hizo con gusto, ya que él es un cliente frecuente y en parte cómico. Es un viejo decincuenta años soltero que no acepta su edad y se cree un adolescente. Así que compró un auto descapotable para llamar la atención de algunas chicas, pero fue lo más estúpido que pudo hacer. A veces a Flo le daba un poco de lástima el señor y quería decirle que esto es Minnesota, no Los Ángeles. No se imagina el trauma que va a pasar cuando llegue la temporada de invierno y haya nieve por todos lados.
Ella va hasta el mostrador del local cuando finaliza con el señor Morrison y toma un trapo viejo para limpiarse los restos de aceite en su mano. Revisa su teléfono y solo tiene un mensaje de Olly con algún tipo de pregunta capciosa que no se tomó el tiempo de responder. Él es una de esas personas fanáticas de hacer bromas vía mensaje de texto. La mayoría de veces ella lo de deja en visto, por no querer bloquearlo. Deja el celular a un lado y regresa a la entrada del taller en dónde su padre y ella trabajan en los autos.
Se percata de un pick-up gris y desgastado se ha estacionado en la entrada, a lado de la camioneta Land Rover que su padre está arreglando. Por alguna razón le parece reconocida, pero todo cobra sentido cuando el rubio baja del auto. Ella corre hasta su padre cuando saca su cabeza del cofre de la camioneta y se limpia las manos llenas de grasa.
—¿Qué hace él aquí? —le pregunta por lo bajo para que el chico no escuche.
—Me dijo que su camioneta está dando problemas y le hable del taller —dice su padre con indiferencia—. ¿Puedes atenderlo? Lo haría yo, pero estoy ocupado acá.
—Pero yo... —Flo intenta buscar una excusa para no tener que hacerlo, pero no encuentra algo que valga lo suficiente cómo un argumento.
—No hay peros, anda ya, no lo hagas esperar. —Su padre toma una herramienta de la cajilla y sigue en su labor.
Flo deja salir un profundo suspiro de rendición y va por su cajilla de herramientas. Se acerca al chico con pasos pesados, queriendo demorar. Él está recostado al capote con los brazos cruzados, pero al ver que es ella la que se acerca sonríe de lado con cierta sorpresa en la mirada y se levanta. Flo le da su mejor cara de pocos amigos, para notificarle que su presencia no es agradable para ella. Se da cuenta de que sus manos han empezado a sudar con nerviosismo. Cuando está frente a él intenta evitar sus ojos, pero es imposible cuando él busca los del ella. No sabe qué decir. Todo resulta incómodo.
Por suerte él habla primero.
—¿Trabajas aquí? —dice, intentando sonar amistoso.
—Eso es lo que parece —contesta con una notable antipatía en la voz, tratando de esconder sus nervios. Es tan raro estar hablando con un chico que alguna vez la quiso matar—. En fin, ¿Qué problema tiene tu auto?
Él deja la mano sobre el capote y comienza a explicar.
—Ha estado haciendo sonidos raros y consume más gasolina de lo normal, además de que ya no avanza a la misma velocidad de antes —ella observa un árbol a los lejos mientras él habla, no quiere mirarlo.
—Permíteme —pide poniendo sus manos en el borde del capote. Él se aparta y ella levanta la gran tapadera de metal abriéndose paso.
Ella le da un vistazo, no se toma más de dos minutos para deducir cuál es el problema. Trata de concentrarse en el auto y no en que el dueño es un asesino y que quizás llevó el cadáver en esta camioneta. Ella se sacude con disimulo para apartar todos esos pensamientos y se da la vuelta para informarle.
—Tiene un problema con las bujías. Están desgastadas y necesitan reemplazarlas.
Ambos se quedan en silencio, ella esperando que él diga algo. Pero el ambiente solo se torna aún más incómodo. Sabe que no tiene idea de que significa lo que acaba de decir, pero ella no quiere ofrecerle más ayuda. Después de unos segundos rueda los ojos.
—Aquí hay algunas bujías por las que te las puedo reemplazar. Pero tendrás que pagar cada pieza, aparte de la atención.
Él toma aire, en alivio.
—Bien, perfecto. Sí, yo las pago.
Ella alza sus cejas y se da la vuelta para ir a buscar las piezas, sin decir nada más.
Ella se encargó de arreglar el problema. Inclinada sobre el cofre hizo el cambio de bujías en completo silencio. Se apoyó con algunas herramientas de su cajilla para ajustarlas, eran varias así que le está tomando un poco de tiempo. Él la observa con atención. Está mirando todo lo que hace desde el costado del cofre. Ella puede sentir su mirada verde sobre sus manos, pero a veces se desvían hasta su rostro. La mira con firmeza y curiosidad así que ella mueve su cara hacia otro lado para evitar que lo siga haciendo. Todo estaba bien cuando permanecían en silencio, maldice el momento en que decidió abrir la boca.
—Te he visto en el instituto.
—Genial —susurra.
—Es asombroso que trabajes aquí. Jamás había visto a una chica haciendo un trabajo de mecánica —Esos son el tipo de comentarios que odia. Ella decide quedarse en silencio—. Eres algo rara —comenta y ella detiene lo que está haciendo para darle un vistazo. Él sigue sonriendo y eso hace que ella se moleste aún más. Le da una mirada de hablas enserio, pero decide continuar con lo suyo cuando se vio envuelta otra vez en el verde de los ojos—. O sea, no lo digo en mal sentido —intenta explicarse—. Solo que es gracioso que cada vez que te veo siempre estás corriendo, parece que huyes de alguien. Es como si siempre estuvieras asustada.
Ella se ruboriza y baja la mirada, ¿Acaso bromea? ¡¿No se da cuenta de que está huyendo de él?!
—Si... — es lo único que logra decir.
—¿Eres de pocas palabras, cierto?
—No lo sé. ¿Qué dices tú? —habla, sin apartar la mirada de lo que está haciendo.
—Pues me has ignorado la mayor parte de la conversación. ¿Tímida, quizás?
—Créelo, para nada.
—Entonces no te gusta a hablar.
—No con extraños —hace un gesto cuando ajusta una de las bujías. Le hubiera gustado reemplazar extraños por asesinos.
—Entonces soy un extraño.
—En absoluto —ha decidido seguirle la conversa, para no hacerlo más incómodo.
—Soy Artie Jacobsen, chico nuevo en la ciudad y hasta el momento me gusta mucho St. Louis. ¿Ahora qué tal, sigo siendo un extraño?
Flo deja escapar la sombra de una sonrisa, cuando lo mira él le da un guiño, pero ella pone los ojos en blanco y se obliga a volver a su cara de pocos amigos. Se da cuenta de que ha terminado su trabajo así que saca sus manos del cofre y cierra el capote con cuidado.
—Listo —dice y guarda las herramientas en su cajilla—. Págale a mi papá —ella señala a su padre quién tiene la cabeza metida en el Land Rover.
—Espera, ¿No piensas decirme tu nombre?
Ella lo piensa unos segundos. El plan de evitarlo ha fallado esta vez, pero debe seguir intentándolo. No puede darle su nombre, eso sería confiarle algo. No puede permitirle saber quién es, aunque es posible que ya lo sepa y solo esté fingiendo. Puede que Artie ni siquiera sea su nombre real. No piensa confiar en nada de lo que diga.
—No —se limita a decir, luego se da la vuelta y comienza a caminar lejos de él. Siente cierto alivio dentro de sí.
—Bien, de alguna forma lo averiguaré —utiliza un tono divertido, pero para Flo suena cómo una sentencia.
°°°
La noche ha caído. Flo se encuentra debajo de sus mantas con todas las luces apagadas y su teléfono en mano. Está revisando sus redes sociales. Aún no ha podido conciliar el sueño así que se limitó a navegar en el raro mundo de las redes. Por curiosidad decide poner en el buscador el nombre del chico: Artie Jacobsen. Ella espera a que aparezca el rostro de otro desconocido, pero se equivoca.
Al instante aparecen múltiples fotos de él. Parece llevar una vida normal, lo que suena completamente descabellado. Hay algunas selfies, fotografías de su vida diaria, paisajes y fotos de su anterior vida en Wisconsin. Hay una con un numeroso grupo de amigos y muy abajo, hay varias fotos de él con una chica de cabello rojo. No, no aparenta llevar la vida de un asesino en absoluto, pero quizás esa es la idea. Esconder su faceta de criminal detrás de una red social. Quizás todo es fingido.
Y aún tiene muchas razones para seguir desconfiando.
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