La mirada triste de Octubre la delata. Tiene abiertos los brazos en el reflejo de su mirada, pero no tiene el valor de abrirlos de verdad, por si alguien realmente quisiera abrazarle. Camina únicamente por las noches, a la sombra de los muros que ocultan las farolas de naranja luz cegadora en los albores de la madrugada, con la mirada contemplando el suelo y los puños cerrados. Sale siempre sin su chaqueta para sentir que el frio que hiela la mantiene viva, desprendiendo el calor que corre por sus venas corroyendo el carmín rosado de sus mejillas las pocas veces que sonríe en público.

Octubre duerme de día, tiene rostro triste y el murmullo a su alrededor la juzga como depresiva. No le gusta la luz del sol sobre su piel, ni el mirar de ojos rastreros.

Le gusta bailar en la noche, escondida donde la luz no alumbra tras las farolas de las calles solitarias. Sentir su cuerpo recorrido por el cosquilleo de la adrenalina y sentir los pasos fluyendo casi por sí mismos. Escribe versos románticos en la carretera cuando los semáforos están en rojo, y se siente volar como fluyen los versos en su voz dulce al recitar para sí misma.

Se sienta en los bancos solitarios de la avenida más grande de la ciudad, y observa la retahíla de rostros tristes y cansados que caminan sobre raíles que les marca la rutina de la vida, calcando cada paso el día anterior.

Contempla el rugir angustiado de algunos aislados vehículos rodando sin mirar en derredor el paisaje lumínico de corazones preparados para el amor en la nocturna perspectiva de las sonrisas sinceras de Octubre.

Octubre vive sola en la noche, pues su sonrisa sincera se marchita con los tristes sucedáneos de la encabritada vida arrastrándose tras la sombra de los individuos que no saben cómo encontrarse en su lugar exacto donde emanen sin esfuerzo felicidad.

Octubre encuentra su felicidad en el frío solitario de las noches de bombillas aflojadas.