Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

La confesión


—¿Se encuentra bien?

En cuanto salimos de allí, cogí por un trecho hasta llegar a un local cercano que vendiera soda, chocolate y cigarrillos. Lo necesito, en especial el chocolate. La cara del Agente está pálida, se ha negado a comer algo. No hemos llegado a ningún lado, estamos en plena calle y el cielo me indica que son las seis de la tarde, el hombre se sienta con dificultad en una acera y comienza a sostener su pecho.

Él hace una seña con la otra mano para que lo aminorase.

Pero, el problema conmigo es que rara vez dejo de insistir en algo, he entendido que las cosas pequeñas también pueden ocasionar tragedias. Ya no puedo tomar mi vida o la de cualquiera como sí fuésemos inmortales, resistentes a todo.

—Óigame, Agente—él no deja de respirar por la boca, cada vez el sonido es más desesperado—. ¿Sufre de Asma o problemas respiratorios? —le digo, poniéndome a su altura. Sostengo ambos lados de su rostro—¡Oye, oye! Tienes que calmarte—él comienza a toser—, tienes que decirme cómo ayudarte—le asevero.

Sus ojos se disparan de par en par, señala un lugar detrás de mí con temor. Cuando giro, no hay nada.

Vuelvo a sostener su rostro.

—¡Oiga! Nada de lo que ve es real—siento todo su cuerpo de la misma forma que suena su respiración vacilante—. Tiene que concentrarse, Agente. Concéntrese en normalizar tu respiración, en nada más—llevo mis manos a sus ojos y los cierro—. No mire, no escuche, nada es real, solo mi voz, ¿me oye? —siento su pulso aminorarse, pero todavía palpita. Jace hace inhalaciones lentas, hasta que vuelve a la regularidad.

Entonces, me aparto.

Suspiro.

El silencio reina por un buen rato.

—¿Qué era eso? —me pregunta chalado con la mitad de su cuerpo en la acera y la otra en la calle. Gracias a Dios es una calle poco transitoria.

—Eso, Señor Jace. Es lo que usted llama lucidez—me incorporo, viendo el lugar donde señaló el Agente con anterioridad—. ¿Qué fue lo que vio?

Él se queda en silencio.

—Agente, aludo que como policía a arrestado muchos criminales, hombres malos. Pero sé que tiene pasado y también errores. Yo también los tengo. Pero, sea lo que sea que haya visto, "eso" lo está utilizando para dañarle. Siempre usarán nuestros mayores temores, nuestras equivocaciones en contra nuestra. Debes liberarte de lo que sea que te esté atando.

—Yo no creo en Dios ni en la redención, Padre.

—¡Es por eso que es tan vulnerable! Porque rechaza al Padre que siempre perdona nuestros jodidos errores.

Zanjo irritado.

Escucho un gimoteo.

—¡Pero te quita personas! ¡Te castiga! —alza su rostro, se reincorpora. Su rostro está lleno de color—. ¿Es ese el Dios redentor en el que cree, Padre? —susurra con odio en su voz.

Me quedo en silencio.

Él mira hacia otro lado, dejándome ver la tensión y el esfuerzo que hace para hablar.

—Yo...las amaba. Las ponía por encima de todo, las cuidaba, eran todo lo que tenía—susurra—. Después de que su madre muriera, había quedado sin dinero, todo lo había invertido en su salud. Llego un caso nuevo, no tuve trabajo por meses y cuando llegó, lo recibí con ambición—ríe amargamente—, era una serie de muertes, todas las escenas cumplían un patrón, las víctimas eran chicas...chicas de dieciocho o diecinueve años; secuestradas, maltratadas, violadas y tiradas pieza por pieza en distintos contenedores de basura—las palabras abrieron un hoyo en el pecho. Él gimotea aire—. Por primera vez en mi carrera sentí miedo, miedo de que cuando lo encontrará, lo matará. Cuando sientes temor, te escondes en tu ira y te defiendes, pero yo quería defender a las víctimas, quería matarlo. Pasaron meses, el caso estaba enfriándose y la presión de la estación y las familias de las víctimas caía sobre mí—me confiesa—. Fue en séptimo mes que hallamos muestras de ADN y dimos con él, lo arrestamos, pero en muy poco tiempo quedó en libertad, porque todavía no había pruebas válidas. Vi su mirada aquel día, se río de mí, me sugirió que lo mejor es que dejará las cosas por las buenas.

Él se toma una pausa y exhala con fuerza.

—¿Qué sucedió con ese hombre, Jace? —lo impulso a seguir.

Él menea la cabeza.

—Yo creía con seguridad que soltarlo era un grave error, podía escapar o esconderse. Así que lo seguí—alza su rostro y se congela al verme—. Él se detuvo en el colegio que conocía bien por la frecuencia en la que iba, allí dejaba a mis hijas cada mañana—relata, aunque con recelo—. Sonó el timbre de salida, y la sangre me hirvió al pensar lo cercano que estaba de mis hijas, primero salieron las de primaria, luego las de secundaria, allí estaban ellas. Él comenzó a seguirlas—su voz se rompe—, me contuve hasta que él se acercó para hablar con ellas. Entonces...—se detuvo.

—¿Qué pasó después?

Él me mira y siento su dolor.

—Lo golpeé, Padre—dice finalmente—. Mi superior me quito el caso, ya no estaba apto para manejarlo.

—Pero eso no te detuvo.

Él asintió.

—Trataba de estar al tanto del caso, aunque ya no fuese mío. Una noche estaba trabajando y llamaron a mi unidad para patrullar una fiesta que había terminado en peleas, mis hijas se quedaron en casa con una tía. En cuanto había vuelto a la patrulla, recibí una llamada a mi celular—hace otra pausa, se apoya a la pared detrás de él.

Veo que toma un poco de aire, es evidente que no ha hablado con nadie del tema. Me recuerdo, tras la muerte de Samantha sentí que no había narcótico que entumeciera el dolor en mi pecho.

—Se llevó a mis hijas... Entendí lo que sentían todos los demás padres—intercepta él—. Me decían que las buscaban, pero temía que no hicieran todo su esfuerzo, me sentía fuera de control y tan rápido recibí la peor llamada de mi puta existencia—exhalo con cólera—, me tocó reconocer sus cuerpos...—está destrozado, una imagen complicada de asimilar, ya que son personas como el agente Jace los que la sociedad ve como indestructibles, pero evidentemente hasta la materia más dura de partir, puede romperse. El sorbido de su nariz llama mi atención—. Pasó una semana. Recibimos una queja: se escuchaban gritos de una niña en una casa, pero todas las puertas y ventanas estaban cerradas, la casa estaba siendo vendida y ninguna persona vivía allí, por lo que ningún vecino podía especular lo que estaba sucediendo o sí había alguien con la niña. No estaba en servicio, pero lo escuché desde mi radio, el evento me recordó a mis hijas y la oportunidad que tenía para que esa niña no muriera—añade con dolor—. Fui el primero en llegar a la casa, era de noche, la voz de la niña se escuchaba de momentos y en otros solo la oía sollozar desde el patio, en uno de los extremos de la casa había una portería de madera hacia el sótano, zafé el seguro y me adentré en silencio. Luego de subir al piso, finalmente escuché una voz masculina cerca de la sala, también oí los gimoteos ahogados de la niña, la estaba violando, me imaginé a Ava o Cora, una imagen difícil de recrear y la cual jamás pensé que fuese necesaria, me imaginé que ese bastardo podía ser él, apreté mi arma—él se restriega la cara y luego su cuerpo es un témpano de frivolidad—. Asesiné a ese hombre.

Él mira el suelo, yo lo examino desde donde estoy. Ya está más oscuro, no hay casi rastro del alba.

—Le disparé hasta que murió—acepta con dureza—. Y vi el momento en que sus ojos dejaron de tener vida. Cada día pienso en eso, pienso en la maldad que hay dentro de esos bastardos y... lo que eso me convirtió. No es lo mismo matar en defensa propia que haber matado por sentir dolor. Pienso en que mis hijas murieron y aún no hay justicia—juro sentir el dolor como sí fuese el mío propio—. Por eso le pregunto, Padre. ¿Dónde está Dios cuando inocentes como mis hijas o como aquella niña son atacadas, violadas y mutiladas?

De todas las lecciones de vida que he aprendido, la muerte sigue siendo inconclusa y desapacible para mí, a veces no basta aprender ideologías religiosas sí no las entiendes aún, la mente es tan compleja y, al mismo tiempo, tan poderosa. A veces nuestra capacidad para afrontar situaciones dolorosas es tan poca. Una criatura puede creerse invencible, pero en cuanto exista un suceso que le demuestre lo contrario, su mente puede reaccionar a la defensiva, y algo que es bien sabido es que cuando un animal teme, busca defenderse de lo que lo hace sentir débil.

Justo así funciona con las personas diferentes. Personas como el Señor Jace y yo.

—¿Cómo te sentiste después?

—No sentí nada, igual que ahora, sigo sin sentir nada, Padre. Pensé que al desquitarme el dolor acabaría, pero él sigue estando allí.

—Porque lo que hiciste no fue justicia—le digo—. Créeme, el dolor puede ser un gran maestro, pero también un increíble verdugo, y no sólo para el que lo ocasiona, sino para quien lo porta.

—No ha respondido a muchas de mis preguntas, a cambio, yo le he respondido a todas, Padre.

—¿Qué desea saber, Agente Jace? —me acerco a él esperando que él vea su reflejo en mi, esperando que note la similitud—. Yo perdí personas que amaba, a cambio, lastimé inocentes e hice cosas que hoy vagamente puedo recordar. Pero, yo escogí eso para mí, no Dios. Hay criaturas que no pertenecen a este mundo, Señor Jace. Creo que por eso siempre se van antes—las palabras tienen sentido para mí, recuerdo a Samantha y su forma de ser era esencialmente distinta a cualquier otra persona—. Pero, así como hay seres inocentes, nobles y puros, también hay criaturas increíblemente crueles, malvadas y frívolas ante la vida humana—el corazón me pesa en mi pecho—. Dios nos permite elegir.

El agente me lanza una mirada fría, pero comprensible. Quiero que lo crea. A veces nos cuesta aceptar los errores de otra persona cuando nos afectan profundamente, pero nosotros también hacemos cosas imperdonables, y ninguna es menos mala que la otra; el error equivale a lo mismo y afectará lo mismo a otras personas.

Me acerco a él y trazo en su frente una cruz—Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén —beso mis dedos, mientras su mirada se aflige—. Esta vez elija alejado del dolor.

Me giro para ir al local y comprar unos cigarrillos.

—¿Por qué Capellán?

Lo escucho, aún de espaldas.

—Porque yo era una criatura increíblemente cruel, malvada y frívola ante la vida humana. 




P A T    V A S Q U E Z 



Los pecados del Capellán

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro