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El Capellán


16 de abril, 2020

Tengo calor.

Un jodido calor. El aire apesta a mi pasado y la criminalidad del barrio no hace más que crecer en mí la desesperación.

Necesito encontrar a Thomas, no lo conozco, solo sé que aparenta un poco menos que veintiocho años, pienso en el número y lo joven que es, se me revuelve las entrañas. Ayer en la tarde había entrado al centro de Narcóticos Anónimos que suelo retornar de vez en cuando, hicieron un confesionario. Todos querían hablar conmigo y liberarse de sus pecados, aunque esto último siempre es lo que veo más difícil. Él entró en el salón donde estaba, sólo estábamos él y yo. Estaba sudado, la abstinencia de su primera semana de los narcóticos, tiritaba y, a cada rato, tronaba sus dedos de una manera que me parecía letal.

—Dime tu nombre, hijo—el chico se sentó en la banca frente a mí.

—Me lla-llamo Thomas, Padre, Thomas Beckly.

— ¿Desde hace cuánto no te confiesas, Thomas?

—Nunca lo he hecho, Padre. No s-soy religioso, mi fa-familia tampoco lo fue.

—Bien, Thomas—le dije viéndolo a los ojos con una sonrisa de boca cerrada—. Dime qué es lo que te atormenta.

Lo escuché sollozar una primera vez— Te-tengo miedo, Padre—me dice, con una cara torturada.

— ¿Por qué, Thomas? —me apresuré a preguntar.
—He sido una mala persona, Padre. He mentido, robado y destrozado personas por las drogas—lo escuché sollozar una segunda vez, esta vez su voz se partía—. Esta es mi cuarto intento de rehabilitación. Tengo una novia, Padre, ella nunca me ha dejado, a pesar de que la he destrozado el corazón infinidades de veces—él hizo una pausa, tenía más miedo aún y se tronó los dedos—. Está embarazada, el-ella quería abortar. Pero, simplemente no puedo, Padre—sollozo una tercera vez—. He hecho de todo en mi vida y quizás merezca el infierno por ello, pero jamás mataría a un niño, a un bebé. No lo puedo permitir, siento que eso sería la gota que derramase el vaso—hizo otra pausa, y esta vez el cuarto sollozo vino con un mar de lágrimas—. Tengo mucho miedo, Padre. No soy bueno para ellos, para ella. Temo no ser un buen padre o nunca llegar a serlo. El-ella y yo discutimos hoy, ella no quiere tener el bebé, no tenemos nada, no estamos preparados y a ella le asusta todo esto. Pero ¡No puedo, Padre! No puedo, no podría... — se rompió a llorar frente a mí, lo consolé.

Hoy fui con la intención de ayudarlo, desde ayer su confesión no puede salir de mi cabeza y su rostro atenazado por el dolor y la desesperación no deja de reflejarse en mi mente. Le pedí la dirección a su terapeuta de grupo, le instruí que era de vida o muerte.

Su departamento en 35B del segundo piso, la puerta está entre abierta, por lo que no me molesto en tocar, pero sí comienzo a llamar a Thomas.

Nada.

Entro.

El olor del piso parece competir con el resto del edificio, la sala está toda desordenada, los muebles manchados de algo que no logro percibir, hay cosas rotas en el suelo, vuelvo a llamar a Thomas, nada. Siento mis latidos acelerarse, pero me los trago. Debo encontrarlo, siento un mal presentimiento.

«Ella no quiere tener el bebé»

Como Padre, de forma celestial, es complicado luchar contra la mentalidad moderna y el nivel de libertad que hay hoy en día. Sin embargo, puedo lidiar con una madre que piensa que la única opción que tiene es abortar, en lugar de traer un niño a una vida llena de decadencia e inestabilidad. Puedo hacerlo, puedo razonar con ella y explicarle que hay otras opciones, pero ¿cómo lidias con una madre que no quiere tener a su bebé? Es distinto y, lo peor, ante la sociedad es tu derecho.

Pero, ante los ojos de un simple hombre, como yo; es un bebé, un inocente.

No me importa cómo funciona la medicina ahora, tampoco sí la gestación en los dos primeros meses no es considerada vida dentro del vientre de la madre, no me interesa. Es un bebé, una criatura.

Salgo de allí en cuanto me aseguro de que no hay nadie, una mujer de cabello rubio teñido y atuendo de camarera sale de la puerta que sigue, la 36B. Me aproximo a ella cautelosamente y la llamo.

—Señorita, disculpe, ¿ha visto al chico que vive aquí? —ella gira hacia a mí y frunce la mirada desconcertada.

—Padre, no tengo tiempo para sermones. Puede invitarme un café antes—me zanja coquetamente.

—Por favor, necesito saber dónde está, se llama Thomas Beckly— ella hizo una mueca nada simpática, la he hecho molestar.

—Padre, no me ha escuchado, no tengo tiempo.

Se larga por las escaleras con zancadas que marcan las curvas de su cuerpo.

Mierda.

—No, Padre. Thomas no vino a la reunión de hoy—me dice Lorence, la terapeuta del grupo de Thomas.

Salgo del centro y me siento en la acera, saco un cigarrillo y dejo pasar el rato en compañía del humo que brota.

—¿Sr. Dashner? —tengo la cabeza entre mis rodillas, me quedo así un momento. Tiempo sin escuchar mi apellido, la mayoría no se percata de que soy Capellán, hasta que ven el collarín blanco en mi cuello. Muy rara vez la utilizo, ya que me entrego más a los centros de ayuda. Levanto la cabeza y veo unas botas gruesas, luego unos vaqueros descoloridos y el enorme chaleco antibalas sobre una franela de mangas color tierra. El rostro del agente se muestra desconcertado, es de tes blanca y una barba de hace tres días. Lleva una gorra con la insignia de la ciudad—Oh, disculpe, Padre.

Le hice ademán para que me ayudara a levantarme. Le di una última calada a mi cigarrillo y lo aplasté bajo mi pie.

—Tranquilo, no eres el primero y tampoco el último.

Su cara se ve sorprendida de ver un Padre que fuma, pero no me dice nada.

—Padre, ¿usted se llama Arch...—le interrumpo.

—Si, te he escuchado, Dashner. Sólo Dashner —le puntualizo, desde pequeño siempre me han llamado por mi apellido. Alzo la mano para que me la estreche—. Soy el Capellán Lucas.

Él agente parece entender y lo acepta. Realmente sólo tengo título de Capellán, como ya no podían seguir llamándome por Dashner, me coloqué Lucas, como un alias.

—Soy el agente Jace, un gusto, Padre —desde que vengo al centro, y en cualquier parte de la ciudad alguien me ve y reconoce el collarín, me llama «Padre».

Todavía no me acostumbro.

—Para qué soy bueno, Agente Jace— continuó y comienzo a caminar.

—¿Usted conoció a Samantha Coleman?

—Si, ella estuvo en rehabilitación conmigo—tajé con esfuerzo.

—Se suicidó seis meses después de su última rehabilitación en 2018, ¿cierto?

Cerré los ojos con fuerza.

—Cierto—el rostro de una Samantha Coleman en la bañera de su departamento, con una intravenosa aún en el brazo y derramando sangre de ambas muñecas se refleja en mi cabeza—¿a qué viene esto ahora?

—El novio de la Señorita Coleman fue un Alcohólico y la maltrataba, ¿sabía eso usted? —me pregunta y yo asiento—. Él fue dos veces a rehabilitación, pero luego de la muerte de su novia, no volvió. Hace poco hubo un asesinato en una gasolinera cerca de la Avenida Ocean. La víctima tenía muchas aberturas, fue difícil saber con certeza cuál la mató, su pecho tiene garabatos y palabras escritas, pero se escapan de mi campo. No las entiendo y siento terror cada vez que las veo. Las huellas de ADN y las cámaras de la gasolinería marcaron a Andrew Morgan, ¿reconoce ese nombre? —me vuelve a preguntar, aunque percibo que ya sabe la respuesta.

—Lo conozco.

—¿Quién es o fue este hombre en su vida, Padre?

—Mi mejor amigo, Agente. 




P A T   V A S Q U E Z



Los pecados del Capellán

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