Capitulo 7 -Parte 2-
Para mí, ya no era necesario esperar por ningún resultado. En mi mente vi la respuesta y pude comprenderlo. Todo lo que había vivido esa noche solo era una más que una leve apertura para lo que me esperaba en el infierno.
Bajé la mirada a mis antebrazos y encontré de nuevo las cortadas. Pensé en la anciana que me acosaba esa noche. Recordé como me había atacado y como se burlaba de mí. Vino a mi mente la imagen del momento en que salió de aquel oscuro baño. Su rostro arrugado y horrible, sus dientes negros que sobresalían de una encía color purpura, sus manos huesudas con aquellos dedos tan largos que eran portadores de las más fuertes garras
comencé a recordar poco a poco cada detalle.
Su ropa: esa mujer usaba harapos, llevaba un gran vestido negro que se encontraba tan rasgado que permitía que se viera su arrugado pecho lleno de cicatrices.
Cuando la apuñalé en ese pecho muerto, vi algo que en su momento no le di importancia, pero que ahora iba cobrando fuerza dentro de mi cabeza.
Recordé haber visto ahí un dibujo, "era un tatuaje" pensé.
Por debajo de las cortadas y toda la sangre, a pesar de estar sobre esa piel arrugada y dañada, reconocía ese tatuaje. Era un símbolo, un triángulo que había diseñado para mí. Había planeado hacerlo en la espalda, pero cambié de idea a último momento porque creí que seria mas sensual tenerlo en el pecho...
Ahí estaba mi tatuaje, en el pecho arrugado de aquella bruja, de aquel ser que me esperaba en la oscuridad... Lo supe entonces en ese momento.
Recuerdo que sonreí de desesperación, esa sonrisa llena de locura que tienen algunos condenados antes de su ejecución.
Esa vieja era yo, esos mechones de cabello blancos que salían de la cabeza de esa bruja eran míos, aquellos dientes podridos de su diabólica sonrisa me pertenecían.
Era yo quien había salido de ese baño. Me habían mostrado cómo terminaría, eso sería lo que quedaría de mí, cuándo sufriera la condena tan horrenda que me tenían esperando en el infierno.
Habían pasado unos segundos de silencio cuando la otra mujer comenzó a hablar.
—Vamos a hacer memoria Madiel. Usted ha vivido una vida descontrolada desde temprana edad. Siempre entregada a los vicios, con una ideología de vivir cada día como si no hubiera mañana, sin considerar las consecuencias que tienen sus actos del hoy.
La cabeza me dolía, el bulto en mi ojo derecho estaba tan hinchado que sentía que en cualquier momento se iba a reventar... La mujer continuó hablando.
—Así fue usted siempre, yendo de fiesta en fiesta, entregada al alcohol, las drogas y el sexo. Desde adolescente, se alejó de cualquier creencia religiosa, sacando de usted toda moralidad que le hiciera entender que sus actos eran pecados, que se pegarían en su alma, manchándola. Algunos son fácilmente perdonados, claro, pero otros son tan abominables que condenan su ser, como por ejemplo el acabar con otra vida inocente.
Mis manos temblaban, quería levantarme y salir corriendo, pero mis piernas no me respondían. Miré la ventana y de pronto la idea de arrojarme por ella me pareció tan plácida.
—Pero el tiempo le cobró factura —seguía diciendo la mujer. —Se descuidó como tonta y no se dio cuenta, hasta que notó que algo estaba ocurriendo dentro de usted. Una vida comenzó a formarse en su vientre, ¿pero usted no quería tener ninguna responsabilidad? ¿Verdad? Así que sin saber que hacer, fue corriendo a donde su mamá. Usted no quería que aquella faena de noches largas, de fiestas intensas y de encuentros fugaces se terminara ¿cierto?
—No no, no fue eso, no era por eso —dije llorando.
—Así que juntas fueron a un lugar para abortos, ni siquiera a un centro legal o por lo menos uno limpio. Fue al cuchitril más barato y sucio que su madre pudo encontrar, hizo que le arrancaran de su vientre lo único bueno que podía hacer en su vida.
—No, yo no, yo no quería, lo juro que yo no quería —respondi tratando de defenderme.
—Un bebé inocente, un alma que estaba esperando conocer este mundo. Usted le quitó ese derecho, usted asesinó a un niño que era parte de su cuerpo y aquel día usted terminó de matar lo poco que quedaba de su alma.
Ya no encontraba nada que responder. Solo lloraba en silencio. Todo era verdad, no podía negar nada. Recordé lo asustada que estaba al ver la prueba de embarazo, recordé la desesperación y el miedo mientras le contaba a mí mamá, que no sabia qué hacer. En mi cabeza me veía a mí misma entrando en aquel lugar oscuro y sucio con tanto miedo, pero con la mano de mi mamá en mi hombro, diciéndome que todo iba a salir bien.
No tenía palabras, no había nada dentro de mí para responder. Pero lo siguiente que escuché me despertó del transe en el que me encontraba.
—Mami —era la voz de un niño, de un bebé que debió haber nacido, un bebé que no existía, un bebé al que yo había asesinado estando aún en mi vientre.
—¿Por qué lo hiciste, mami? ¿Acaso te hice daño? Yo quería vivir, quería conocerte, estaba emocionado desde el momento en que comencé a formarme dentro de ti. Pero tú me odiabas, desde el primer momento que supiste de mí, me odiaste con toda tu alma.
—No, no, ¡No!, yo no te odiaba —dije alterada. —Sí tenía mucho miedo pero te juro que jamás te odié.
—Mientes mami —respondió el niño. —¿por qué me asesinaste? Sabes, las personas creen que uno no es consciente hasta que nace, pero es mentira. Condenaste mi alma antes de que naciera. Me mandaste al infierno mami, y aquí estoy esperándote, aquí estaremos juntos por siempre.
—Lo siento, de verdad lo siento. Jamás quise lastimarte, jamás quise hacerte daño, de verdad, por favor, perdoname.
—No puedo mami, me obligaste a odiarte también. En ese lugar donde me asesinaste, me picaron en dos, metieron dentro de ti un cuchillo filoso y me cortaron a la mitad, y pude sentirlo todo mami, pude sentir el dolor intenso mientras destrozaban mi cuerpo, mientras aspiraban y licuaban mis órganos recién formados. No entendía qué ocurría. Vine a este mundo pensando que sería feliz junto a tu lado... pero en vez de eso solo conocí el dolor y sufrimiento, gracias a ti. Me aspiraron como si fuera un montón de porquería, y mi cuerpo terminó en una bolsa de basura, junto a los de muchos otros niños que no tenían la culpa de tener unas madres tan desalmadas y perras como tú.
—Lo siento, por favor, perdóname, de verdad no sabes cuánto lo siento.
—Sufrí mucho mami, no sabes el dolor tan horrible que fue pasar por todo aquello. Desde entonces te estoy esperando. Tengo mucha hambre y quiero que me alimentes, quiero que me amamantes mami.
Colgué la llamada. Ya no me importaba lo que vendría, yo solo seguía llorando con desespero. Ya no sentía miedo, ni siquiera dolor, solo un fuerte odio... Me odié mí misma en ese momento.
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