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Cap 7. El Tercer Pecado -Parte 1-

  Me levanté apoyándome con la esquina de la cama. Fui tomando lentamente conciencia sobre lo que acababa de ocurrir. Me senté sobre el colchón y quedé frente al espejo de mi closet, viendo el enorme bulto, que se formaba junto a mi ojo derecho.

Lo toqué, y al mínimo contacto sentí un dolor tan intenso que todo mi cuerpo se estremeció. Me levanté de la cama y caminé hasta la puerta de mi cuarto, deteniéndome, justamente antes de salir, antes de encontrarme frente a aquel pasillo.

Lo recorría todos los días, pero que ahora me parecía interminable, vacío y lleno de una energía oscura. Estaba segura que me encontraría a aquella anciana horrenda, esperándome detrás de las sombras.

Cerré la puerta con fuerza y presioné el seguro del pomo, creyendo que eso podría protegerme. Caminé hasta la ventana y pude ver de nuevo los edificios frente a mí, la calle iluminada y los carros avanzando a lo lejos. La niebla negra que arropaba todo se había ido, y por un momento me permití sentir una pizca de alivio. Era un pensamiento débil, pero ahí estaba... Creí que por fin todo había terminado.

Entonces el celular volvió a sonar.

Di un brinco del susto al escuchar el tono de llamada. Pero no contesté, estaba demasiado aterrada, solo me quedé paralizada, viendo el teléfono y escuchando su repicar.

Caminé lentamente y levanté el celular con tal cuidado, como si aquel aparato fuera una serpiente venenosa, que al mínimo descuido enterraría sus colmillos en mi carne. Me senté en la cama y solo veía la pantalla, que ahora estaba rota, notando que ahora se dibujaba en ella aquellas líneas entre fragmentos que parecían una clase de telaraña.

Aun así podía ver sin ningún problema las letras:

<NÚMERO PRIVADO>

"Si no contestó, la anciana volverá", pensé y sentí ese horrible terror nuevamente.

Pero cuando al fin reaccioné, ya era tarde... El teléfono había dejado de sonar.

Vi como la pantalla del celular se apagó, e instintivamente, volteé a mirar la puerta de mi habitación que  continuaba cerrada. Pero por la hendidura de abajo, noté como la luz del pasillo se apagaba.

Escuché una puerta que se abría lentamente, reconociendo el chillar de la bisagra. Era el sonido de la puerta del baño.

Comencé a angustiarme. El dolor de mi ojo, que antes era insoportable, ahora a penas lo notaba. Es increíble como el miedo es tan buen analgésico.

Apreté el celular mientras gritaba.

—Llamen!, ¡Llamen! ... Contestaré ¡vamos! ¡contestaré! —escuchar las pisadas, acompañadas de aquel espantoso gemido agonizante que me causaba repelús. El sonido de muerte que hacía esa anciana, anunciando que estaba a punto de entrar en mi cuarto.

Comencé a alterarme, mientras sentía que mi pecho se reventaría de lo rápido que latía mi corazón.

Entonces el teléfono sonó, y sin pensarlo contesté la llamada.

La anciana se había ido. La puerta cerrada me quitaba la visión del otro lado, pero lo sabia. La luz del pasillo se encendió de nuevo. Lo pude notar por la hendidura bajo la puerta.

La llamada seguía corriendo, pero la mujer al otro lado de la línea no hablaba. Creo que estaba esperando que me calmara. Tardé unos segundos para volver en mi, dejé que el miedo se fuera drenando poco a poco. Fui yo la que se atrevió a ser la primera en pronunciar una palabra.

—Aló —dije titubeando, casi a punto de llorar de nuevo, sintiendo como si el seguir contestando aquellas llamadas fuera el error más grande que había cometido.

—Hemos llegado al final de la encuesta, señorita Madiel. —Dijo la mujer. —Solo nos queda una última pregunta que realizarle y podremos dar por finalizada la noche. Entregándole su resultado, y así usted puede conocer si su alma estará condenada, o no, a arder eternamente en el infierno... ¿Está preparada para la última pregunta?

—¡Sí, sí, sí! —dije nerviosa. "Ya todo va a terminar" pensé. —Sólo, sólo quiero que todo acabe ya, por favor, terminemos de una vez.
—Bien señorita Madiel, —contestó la mujer.
—Ultima pregunta... ¿Por qué asesinó a su propio hijo?

Quedé muda al escuchar aquéllas palabras. Recuerdo que solo guardé silencio y cerré los ojos. Las lágrimas no tardaron en brotar. Eran las lágrimas más grandes y dolorosas que todas las que había derramado en la noche.

Esta vez no negué nada. Lo recordaba todo. Sabía exactamente lo que aquella mujer me estaba hablando.

Ahí lo supe; mi alma siempre estuvo condenada.

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