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En un par de cielos azules sacados del pecho de un ave, el dolor perduró, y creció el abismo de sus ojos.
Lo inmortalizó adolorido, para que el ardor eternamente se achicara hasta convertirse en un cuervo de noche.
Perdona si te saca los ojos.
Quiso amarte, pero no pudo.
El dolor no perdura, pero existe mientras pica ventanas.
Enmudece cuando la sangre se seca.
Perdona si te quedas ciego.
Te ama, pero no debe.
El ave lo sabe,
el cuervo lo sabe:
El dolor no perdura,
pero las pesadillas continúan.
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