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6. ¡Pelea contra Dracustio!

Ahí estábamos nosotros. Con todo el miedo del mundo de que la bestia enorme llamada Dracustio nos hiciera papilla. El único que no tenía miedo era Salacot. O se hacía el valiente para fingir que no tenía miedo. No lo sé. Sólo sé que en unos minutos estaré asesinado por una bestia muchísimo más grande que Bowser. ¡Aparte, da miedo! Su cara daba escalofríos y hacían que se te pusieran los pelos de gallina. Sus ojos, de color entre naranja y rojo, destacaban mucho en su rostro. Sus uñas eran demasiado afiladas y grandes, más grandes que nosotros. Y su cuerpo era demasiado grande y tenebroso.

- ¡No te tenemos miedo! -soltó Salacot, haciéndose el valiente, sabiendo que tenía muchísimo miedo. El dragón escuchó sus palabras, y lo primero que hizo, que fue escalofriante, fue rugir. Rugió con todas sus fuerzas. Estaba seguro de que se iba a desatar un caos verdaderamente tremendo.

Todos los sombreros y sombreras que había allí (excepto Salacot, Tiara y yo), se pusieron a correr a una velocidad, en mi opinión, muy rápida. Pero no tan rápida como Dracustio. Tenía que pensar en algún plan antes de que nos carbonizara a todos.

- ¿Tienes algún plan, Cappy? -me dijo con mucho miedo Tiara, sujetándome de la mano. Y de repente, se me vino la idea.

- ¡Ya sé cómo se derrota! -cuando pronuncié esas frases, ¡Dracustio empezó a lanzar electricidad hacia nosotros tres! Menos mal que lo esquivamos.

- ¡Pues dilo rápido antes de que nos electrice y nos muramos! -gritó Salacot.

- Muy bien -empecé a explicar-. ¿Veis unas espadas que tiene clavadas en la cabeza?

- ¡Sí, pero dilo rápido, por favor, hermano! -gritó también Tiara.

- Pues hay que sacarle esas espadas de la cabeza -les expliqué-. Así entonces se debilitará y le daremos un coscorrón en esa misma parte.

- De acuerdo -empezó a gritarles al resto de compañeros-. ¡Sombreros y sombreras, sacadles esas espadas a Dracustio para que le atizemos un buen golpe en la cabeza!

Los demás sombreros entendieron lo que había que hacer, y lo ejecutaron. Les quitamos muchas espadas que tenía incrustadas (¡vaya si estaban bien incrustadas!), mientras esquivamos la electricidad que nos lanzaba a esquives. Cuando hubimos quitado todas las espadas, le dimos un buen azote a ese monstruo en la cabeza, pero, ¡todavía seguía bien!

- Creo que ya sé lo que pasa -les expliqué, esta vez, a todos mis compañeros, lo que pasaba-. Se le volverán a juntar las espadas habrá que pegarle en la cabeza hasta que se quede inconsciente.

- ¿Y cuando será eso? -preguntó uno de los sombreros presentes.

- Intuyo que serán dos veces más. -les dije a mis compañeros.

Los demás, resignados, volvieron a hacer lo que hicieron antes, es decir, golpear, esquivar y atizar. Cuando le hubieron atizado dos veces, ¡Dracustio desapareció! ¡Y en su lugar apareció tres energilunas juntas!

- ¡Esto nos sirve para reparar la Odyssey y continuar nuestro camino! -nos dijo a todos-. ¡Lo conseguimos! ¡Hemos derrotado a Dracustio!

Todos vitoreamos felices. Pusimos las tres energilunas en la Odyssey, ¡y esta se reparó! ¡Podíamos continuar nuestro camino! Nos metimos todos en la Odyssey, y continuamos nuestro camino hacia Reino Sombrero.

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