Negociaciones
El camino había sido largo y tortuoso, siempre que andaban por el desierto lo era, y más si había que llevar la dichosa túnica, «cómo la odiaba», pensaba Gaara. Mientras él se quejaba por dentro, Kankurō lo hacía en voz alta, no había parado de hablar del calor, de la arena, del cansancio... porque no había más cosas de las que protestar.
—Recuérdame por qué has venido, si el Kazekage es Gaara y yo la embajadora. Por qué no te has quedado en casa más tranquilo jugando con tus marionetas —comentó Temari cansada de las reclamaciones de su hermano pequeño. Gaara sonrió ante el comentario, mientras que el aludido puso cara de ofendido.
—Pero si vengo a protegeros, necesitáis de mis grandes habilidades —respondió con orgullo y un poco de indignación—. Además, soy un gran escolta.
Temari suspiró, ahora se pondría a hablar de sus marionetas. En cambio a Gaara le gustaba la pasión que ponía en su trabajo, aunque después de un rato, era muy monótono hablar de ello.
A lo lejos empezaron a avistar el oasis, junto con un campamento de tiendas color arena. Ya habían llegado, el menor de los hermanos solo esperaba que la reunión fuera rápida y sin ningún percance. Esperaba que el líder hubiera cambiado en estos siete años, ya que, si era Samir, las negociaciones se convertirían en un baño de sangre.
Cuando se acercaron más, vieron como varios miembros del clan estaban esperándolos, llevaban una túnica color azul, al igual que el velo que les tapaba la cara, se posicionaron en frente e hicieron reverencias.
—Bienvenido Kazekage, el líder les está esperando. Acompáñenos. —Los hombres les guiaron hasta una de las tiendas que estaba en el centro, mientras llegaban pudieron comprobar como todos llevaban la cara cubierta.
Al entrar en la tienda, pudieron ver que la decoración era rústica y sencilla, había varias capas de tela en el techo, seguramente para no dejar pasar el calor, y varios cojines alrededor de una mesa, en la cual ya había dulces y té. Los hermanos se quedaron quietos, esperando al anfitrión.
Cuando entró, no llevaba el velo, por lo que se le veía la piel morena y el pelo blanco, característicos, además tenía los rasgos muy finos y alargados un rostro muy parecido a ella. El pelo lo llevaba rapado por los lados y recogido con una trenza que le bajaba hasta la coronilla, y debajo del ojo derecho tenía tatuados algunos pequeños símbolos, con una caligrafía muy fina. Al igual que Ai, que tenía una pequeña herida cicatrizada encima del entrecejo, justo en medio de la frente. No aparentaba más de veinte años, además de ser bastante alto, aunque no muy musculoso, sino delgado y estilizado. Su cara cambió cuando vio al kazekage, de una expresión agradable a la una de profundo odio. El más joven ya sabía quién era, ni más ni menos que Âkil, el hijo del anterior líder. Gaara se empezaba a preocupar.
El Kaimatachi se llevó los dedos a la sien, como si estuviera meditando algo importante, mientras que los hermanos seguían sin moverse. Entonces, clavó la mirada en el Kage de Suna, mientras Temari y Kankurō notaron el ambiente tenso, sus miradas se cruzaron y se prepararon para evadir un ataque. Âkil rió de forma sarcástico.
—No me puedo creer que esté ante mí el culpable de todo, el culpable de tantas muertes. —Escupió las palabras con ira. Ninguno de los invitados dijo nada, y el silencio se hizo pesado—. Si en mi mano estuviera... te mataría ahora mismo —expuso sin dejar de mirarle a los ojos, Gaara mantenía esa mirada. El marionetista se puso delante de un rápido movimiento, en posición de ataque.
—Tendrás que ocuparte antes de nosotros —amenazó el hermano mayor, endureciendo su expresión.
«No podemos permitirnos un combate, y provocar una guerra con los demás nómadas del desierto» pensó Temari.
—No hace falta hablar así Kankurō, él no ha atacado todavía —ordenó Temari, obedeciendo muy a regañadientes, ya que había amenazado a su hermano.
—Y ¿qué te impide matarme, Âkil? —preguntó Gaara, en un tono serio y frío. El hombre apretó los puños con furia e indignación, para al final soltar un largo suspiros.
—Mi clan necesita de estas negociaciones, nos estamos quedando sin recursos, y muchos de los nuestros han muerto en estos años de enemistad. Tengo que hacerlo por ellos, como jefe —contestó con resignación y dolor. Gaara quiso disculparse, pero seguramente se lo tomaría como una ofensa.
—Entiendo. En ese caso empecemos, así no le perturbaremos más con nuestra presencia— alegó el Kage. El líder asintió, aunque seguía sin cambiar su expresión. Temari suspiró de alivio y Kankurō relajó la postura. La embajadora de Suna empezó agradeciendo su invitación, y luego comentaron los puntos de ventas, la frecuencia con la que visitarán la aldea y las personas que lo harían.
Estuvieron varias horas discutiendo todos los puntos necesarios para hacer satisfactorias las negociaciones para ambos lados. Al final, llegaron al acuerdo de que podrían establecer un mercado dos veces al mes durante dos días, pero solo podrían estar las personas que tuvieran las licencias necesarias para vender en Suna. Para ello el clan les facilitó una lista con los miembros que estarían en los puestos.
Por último, cerraron el acuerdo estrechando las manos, incómodo y fuerte. El resentimiento se palpaba. Al final, salieron de la tienda, y acto seguido escucharon un grito y como algo pesado caía. Gaara empezó a caminar para salir de allí y los hermanos le siguieron.
Aunque llevaban un rato andando hacia la villa, ninguno se atrevía a preguntar qué había pasado antes. Y Gaara no tenía ni ganas de pensar, no podía olvidar la mirada de Âkil, Áki como lo llamaba ella. Estaba ya atardeciendo, así que lo mejor sería parar y continuar mañana, el desierto era muy frío por la noche.
Estaban cenando alrededor del fuego, el kage podía notar las miradas de sus hermanos y sus ganas de preguntar, así que dio un largo suspiro.
—Asesiné a dos niños de su clan, y no sé si también a una mujer adulta. Eso es todo lo que tenéis que saber —terminó por decir, sus hermanos asistieron. Sabían que para él era duro asimilar todos esos asesinatos ahora que había cambiado. Todavía le costaba expresarlo, pero él intentaba remendarlos cuidando de su aldea, y haciéndola un lugar mejor.
Fueron a dormir sin hablar mucho más. Gaara se quedó mirando a las estrellas, sin conciliar el sueño, se puso a contarlas como cuando era pequeño y la tristeza lo invadió de nuevo.
Continuará...
Holis, muchas gracias por leer, la cosa se empieza a poner interesante. Qué Habrá pasado??, todavía nos quedará un poco para descubrirlo.
Un beso grande, a todos los que me leen.
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