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Capítulo VII

La curiosidad es una cosa tan insistente e impulsiva que a veces te lleva a realizar estupideces, eso es un hecho. Así que antes de eso, deberíamos pensar primero y analizar los pro y contras, pero es algo en lo que aún yo, Hedel María Mendoza Gutiérrez estoy trabajando.

Pero también entre la curiosidad existen los hechos inoportunos y sorpresivos.

—¡Antonio! qué sorpresa verte aquí tan temprano...

Lo veo sonreír un poco tímido, pero ya está aquí. Así que supongo que lo más propio sería invitarlo a pasar a mi pequeño departamento. Le hago un ademán con la mano para que pase, no tan convencida.

—Gracias Hedel. En realidad, perdona mi intromisión en venir sin avisar, pero sólo quería saludar y ver si... Espera, ¿ibas de salida?

Se dió la vuelta como quien se da cuenta tarde de la cosa. Eso me causó gracia.

—Pues... Sí, de hecho iba al Salón Creativo ¿lo recuerdas?

—Eh...

—¿La señora Ana con sus galletas y el café?

—Ah listo, ya he recorda'o. Si quieres yo puedo llevarte. No tengo problema.

Me detuve a analizar un poco su propuesta que para no tener algo que hacer, nada más que saludar... Mejor sería aprovechar esto y así ir los dos.

—Mmm bueno, está bien. Y si tienes tiempo me gustaría ir a la plaza San Juan, me gustaría ver la fuente otra vez.

Aquella fuente me dejó una gran impresión hermosa que sin duda me trasmitía paz cuando la veía y escuchaba sus aguas hacer ese canto tan armonioso. Necesitaba ir.

—Para donde tú quieras te llevo. Excepto a Narnia, aún no encuentro ese armario mágico.

—Tonto. —Me hizo reír, tomé las llaves del departamento y salimos.

Íbamos en su VOLKSWAGEN Passat, me comentaba sobre una serie canadiense que se terminó de ver anoche y de ahí comenzó a preguntarme si fui al cumpleaños de Ana. Le dije que si, obviamente sin decirle lo grosero que fueron algunos y lo amable que fue el pervertido.

De todo modos está ida al Salón Creativo solo sería a buscar los cuentos para Elva igual será súper rápido ya que no quiero por nada encontrarme con ese loco pervertido no pervertido que baila muy bien y huele tan exquisito, cuya voz es tan elocuente y hace bromas malas. Como por ejemplo ¿¡cómo se le ocurre exhibir mi tiran...!? «Ay no, no, no. Si llego a encontrarme con él probablemente mencione eso delante de Antonio y moriré de pena tanto que será indignante ir a trabajar para verle su rostro de desconcierto».

—Antonio creo que será mejor que nos vayamos a la fuente primero —Intento hacerle cambiar de parecer mirándole a la cara.

—¿Por qué? Si ya hemos llega'o.

Trago grueso y me quedo mirando la tienda desde la ventana. Sin atreverme a mover o bajarme, parece estar solitaria y la casa de Ana al lado se ve cerrada. Me preguntaba si estaría allí...

Antonio me sorprende abriendo la puerta del auto de mi lado y no tengo más opción que bajarme.

—Bien, si quieres puedes esperarme aquí que igual solo buscaré dos cuentos para mi hermanita.

—Me gustaría felicitar a la señora Ana si no es problema.

«¿Pero por qué hoy está tan insistente? Es un estrés ¡Dios!»

—Claro, sí, bueno vayamos. Je, je.

No tengo más opción. Así que simplemente abro la puerta y entro.

—Oye Hedel pero aquí está el...

—¿No querías pasar? —Le repito para que se decida. No sé a qué señalaba, pero ya quería salir de esto.

Cuando me volteo noto como los estudiantes de piano, los chicos me miraban fijamente, y también a Antonio. Y claro, allí estaba su profesor, el loco pervertido.

—Es la escandalosa... Solo ella se hace sentir cuando llega. ¿Puedo preguntar qué haces aquí esta mañana? ¿O vienes a buscar lo que aprecias mucho?

Apreté mis labios con fuerza y luego empecé a morderlos. Menos mal no mencionó nada más... ¡Qué le pasa!

Esas necesidad por frotar mis uñas iba creciendo en mí, pero tuve que hacer un sobreesfuerzo para no hacerlo aquí delante de todos.

—Oh, creo que no vienes sola... ¿No?

—Profe, ¿puedo ir por agua? —le dice una de sus estudiantes.

—Claro, chicos denme un momento.

Doy unos pasos hacia él sin acercarme mucho, lo único que vine a buscar eran los cuentos, aunque no veo a la señora Ana por ningún lado.

—¿Y la señora Ana? —Pregunté viendo a los alrededores.

—Jah... —soltó unas carcajadas suaves y continuó murmurando— y el ciego soy yo...

—¿¡Qué!?

—En la puerta está el letrero que dice "cerrado" Los domingos mi madre va a sus juegos con sus amigas. ¿No te lo dijo? Hoy en las mañanas yo doy clases de piano.

—Pe-pero yo no vi ningún... —Voltee a mirar a Antonio quien también se reía— ¿Por qué no me dijiste?

—Que si lo he hecho pero tu seguiste muy segura y no me dejaste decirte. —Respondió levantando su ceja como muy claro en lo que decía.

—Oh. —Solo dije, avergonzada.

—Y ¿por qué buscas a mi madre? —Me preguntó el loco levantándose de su sillón con ayuda de su bastón retráctil negro.

—Venía por dos cuentos para mi hermanita. —Alegué en voz baja, me sentía una vez más la burla.

«Pero cómo pude olvidarlo. Ella misma me dijo que se iba a jugar los domingos con sus amigas... Mi mente cada día más decadente»

—Bien, acompáñame. —Me indicó él.

Lo seguí y Antonio se quedó mirando las plantas mientras me esperaba, y también me veía.

El loco pervertido llegó hasta la mini biblioteca y pasando sus manos con lentitud, tocando con sus dedos las divisiones del estante de madera, me señaló.

—Aquí están los cuentos. Elige los que desees.

Él se apartó para darme ese espacio y buscar los que iba a llevar. Aunque en ese intercambio de puestos, su brazo choca con el mío y me entrega algo en mi mano. Cuando veo que es el tirante expando mis ojos y siento el calor apoderarse de mis mejillas.

Al menos fue prudente y lo aprecio. Sonrío después, aliviada y casi soltando un suspiro.

—Gracias. —Digo casi en susurros.

—No hay de qué.

Cuando ya conseguí los cuentos que llevaría, me quedé frente a él, sin que Antonio se diese cuenta y necesitaba disculparme era ahora o nunca. Ya mucho me había pasado y era momento de pedir disculpas por todo el desastre que he causado y las vergüenzas gracias a mis torpezas.

—Quería aprovechar para disculparme por lo tonta que he sido... En verdad yo...

—Estas haciendo escándalo otra vez. —Interrumpiendo me dijo— Ya mejor prepara tus poemas, Hedel.

Sonrió de medio lado porque es un total impredecible para mi. Extrañamente me siento cuando estoy cerca de él y no entiendo qué significa esto.

—Por cierto, aún no se su nombre...

—¿Podrías llamarme el amor de tu vida?

El modo tan serio en que lo dijo me dejó sin habla o sin saber qué decir. Unos segundos de total silencio incómodo cuando él mismo comenzó a reirse.

—Que es broma, es broma. Ya continuaré con mis clases... Si no te importa, permiso.

«¿Es en serio? ¿Después de todo y no me dice su nombre? Que estúpido es, de verdad que no lo comprendo». Tengo un fuerte monólogo en mi cabeza en el que sólo veo con rabia a este hombre que no entiendo.

—Ah, claro. Bonito nombre por cierto. —Traté de demostrar mi sarcasmo.

—Pero si no te he dicho nada.

—Exacto. —Demando con severidad y me doy la vuelta para irme.

—Le diré a mamá que estuviste aquí. —Vuelve a decir desde su sillón—. No paró de hablar de ti anoche y de lo bien que bailamos...

El final de lo que dijo no escuché porque salí mucho antes de ahí, seguido de mi venía Antonio tan callado pero atento a todo.

Nos subimos al auto, y veo mi teléfono sin querer ver a otro lado.

—¿Bailaste con ese sujeto anoche? —Me preguntó directamente encendiendo el auto. Sin nada de rodeos.

—¿Eh? —suelto volviendo al planeta— ¿Y esa pregunta tan repentina?

—Lo escuché decir de él. ¿Entonces el hijo ciego de la señora Ana bailó contigo? —Repetía asombrado y no entendía su reacción.

—Si, era una fiesta ¿no?

—¿Pero con el ciego? Ay Hedel...

—No te entiendo Antonio.

—Tranquila —se reía en tono bajo—. Vayamos a la fuente.

Le di una mirada con recelo y me voltee a ver en la ventana. Llevaba en mi mano apretada el tirante transparente que me había entregado el loco ese. Y fue inevitable no dibujar una pequeña sonrisa. Estaré media loca, pero hay que admitir que esto aparte de vergonzoso me parece chistoso. El perfecto invidente que se ha encontrado en situaciones prometedoras conmigo que me dice cosas tan inesperadas me hace sentir extraña y eso es algo que no había sentido.

Me pregunto qué será...

—Bien, llegamos. —Antonio se baja y yo también—. No me dejaste abrirte la puerta.

—No tienes porqué hacerlo, —le digo sonriente— tengo mis manos perfectas para yo misma bajarme.

En eso voy directamente a la fuente. Hoy hay más personas que la vez pasada que vinimos. Niños corriendo, señores caminando y algunos sentados a los alrededores, sin contar los vendedores ambulantes.

—Al menos llevas el llavero que te regalé. —Dice Antonio detallando el llavero que le puse a las llaves de mi departamento.

—Sí, está muy bonito.

Y mirando la fuente, descanso mi sonrisa y descanso mis pensamientos, solo veo el agua jugar y chispear un poco. De pronto me siento llena de muchas dudas y reflexiono sobre cómo han sido las personas que he visto, incluyendo a Antonio, y surge un miedo, miedo a la decepción.

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Instagram: @elimar.lopez.escritora

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