Capítulo 4
Esa mañana despertó gracias a la alarma que estaba en la mesita al lado de la cama. Después de lo que había sucedido en la madrugada, le había costado dormirse de nuevo, así que sentía los ojos cansados y no quería salir de la cama hasta pasado un rato más, pero Samuel sabía que tenía responsabilidades, y una de ellas era atender a Lucas.
Bostezó. El castaño lo había sorprendido bastante, horas atrás. Jamás pensó que lo encontraría así en algún momento, borracho y cantando a las dos de la madrugada.
Aunque debía admitir que había sido bastante divertido, sin pasar inadvertido que cantaba más que bien. Había olvidado preguntar, ¿qué estudiaba Lucas? Parecía saber bastante de música y canto, ¿sería la música una opción para un chico ciego? Tal vez, o quizá le gustaba demasiado, o al menos Samuel se había dado cuenta de que realmente la disfrutaba.
—Como sea, lo sabré este lunes.
Los domingos siempre le resultaron de lo más aburridos. Era como una especie de ritual sentir flojera ese día en especial, ni siquiera pasaban algo interesante en televisión, era como si todos se pusieran de acuerdo para contagiarte la pereza.
Su padre siempre le había reclamado sus momentos de holgazanería, en especial los domingos. Samuel ayudaba en los invernaderos de su familia, también plantaba árboles todos los sábados, pero los domingos simplemente podían más que sus ganas de salvar al mundo. Presentía que Lucas sería uno de esos aliados de hacer de sus domingos, en ese departamento, los más fastidiosos de todos. Ojalá se equivocara.
Por desgracia no fue así, apenas tocó la puerta para saber cómo estaba de su resaca, recibió una queja de su parte, seguida de una maldición bastante grosera.
Samuel decidió dejarlo por la paz y comenzar a preparar el desayuno, más tarde lavaría la ropa y limpiaría las habitaciones.
Sam tuvo listo el desayuno veinte minutos más tarde. Aún recordaba que Lucas no había comido nada desde que Emma se había ido, así que se cercioraría de que se terminara el desayuno, y si salía con sus tonterías lo obligaría a tragarlo de alguna u otra forma. No quería que enfermara, le había prometido a Emma que cuidaría de él, era su trabajo después de todo, pero Samuel sabía que la joven contaba con él para cuidar de su hermano, y Sam le había dado su palabra.
Tomó una bandeja y puso el plato y vaso de jugo en ella para transportar los alimentos hacia la habitación de Lucas. Cuando llegó tocó con una mano, el habitual silencio fue su respuesta. Por cortesía volvió a tocar, y cuando no hubo voz que le permitiera pasar, abrió la puerta encontrándose la habitación oscura y un bulto en la cama.
Samuel negó al verlo. La habitación necesitaba algo de luz. Siempre estaba muy oscura y le costaba ver sin encender el foco, así que optó por abrir las persianas; la luz se filtró por ella y se sintió mejor. Hizo a un lado el teclado dejando la bandeja con comida en el escritorio.
Luego pasó su vista al castaño; seguía dormido, solo podía ver el alborotado cabello saliendo de las sábanas blancas. Se había encargado de arroparlo horas atrás, incluso le había quitado la ropa y dándole el pijama para que se lo pusiera.
Lucas había obedecido sin decir una sola palabra, fue entonces que Sam supo que el castaño era agradable una vez borracho.
Se plantó a un paso de llegar a él y lo observó.
Un Lucas dormido era menos peligroso, incluso Samuel podía decir que se veía lindo.
Era una lástima que el encanto terminara una vez al despertar.
Horas antes, mientras lo ayudaba a desvestirse pudo contemplar una vez más aquel pecho firme; Lucas parecía hacer ejercicio con regularidad, pero no lo hacía fuera, sino en su propia habitación, no podía imaginarse al castaño saliendo del departamento solo y yendo al gimnasio más cercano, simplemente imposible.
—Lucas —lo llamó suavemente—, Lucas, despierta.
Un gruñido fue lo que escuchó en respuesta. Samuel hizo una mueca.
—Tienes que comer algo, tu estómago no ha recibido más que alcohol desde ayer. Por favor, come —le dijo acercándose el último paso hacia la cama.
Hubo un largo silencio, Samuel suspiró cuando escuchó a Lucas roncar. No, no se iría de ahí hasta verlo comer todo.
—Lucas.
—Quiero dormir, no fastidies.
—No saldré de aquí hasta que comas.
—Vete.
—No.
—Largo. —Lucas seguía recostado sin moverse, sin abrir sus ojos, y sin ganas de nada más que de dormir.
—No, no me iré. Te comerás todo así tenga que atarte.
Vio a Lucas hacer una mueca de fastidio, y luego de tres segundos más se irguió en la cama, abrió los ojos y giró su cabeza en dirección a donde creía se encontraba Samuel. Sus pies pisaron la alfombra al girarse mientras aún se mantenía sentado.
La sábana resbaló de su cuerpo y Samuel se dio cuenta entonces de que se había quitado el pantalón del pijama; ahora solo lo cubría la fina tela de su bóxer oscuro.
¿Por qué solo a él le pasaban esas cosas? Ah, claro, porque vivían solos.
—¡Oh! —dijo Samuel de pronto, dándose cuenta de algo. Entonces se acercó y puso una mano en su hombro desnudo, Lucas se sobresaltó por el súbito acercamiento del joven.
—¿Qué demonios crees que haces? —interrogó con disgusto.
—¿Estás de mejor humor hoy? Ahora eres gris —soltó Samuel con cierta alegría. Lucas solo fue capaz de cerrar sus ojos y hacer un gesto de exasperación que hizo que Sam diera un paso atrás alejándose del castaño—. Lo siento, por favor, come. ¿Te gusta el zumo de fruta? Te preparé una sopa para la resaca, espero que te guste.
Lucas no dijo nada, entonces el castaño extendió su mano para recibir el plato de comida, señal que fue interpretada por Samuel de manera errónea. Lo tomó de la mano y lo llevó hasta el escritorio donde había dejado la bandeja con el desayuno. Hizo que tomara la cuchara en sus manos y con la otra el zumo de fruta.
Sam sonrió al ver que Lucas no había puesto resistencia, el gris no era un mejor color que el negro, pero hacía gran diferencia.
—¿Has abierto la persiana? —preguntó en cierto tono de fastidio.
¿Cómo lo sabía? Samuel mordió su labio, sabía que no le convenía enfadar más al joven, así que lo admitió.
—Sí, ¿cómo lo sabes? —se atrevió a preguntar.
—Los rayos de sol son tibios, los siento en mi piel. Ahora ciérrala.
—Sí. —Sam obedeció y la recámara quedó casi a oscuras nuevamente.
Lucas tocó el plato con su mano y después metió la cuchara dentro. Derramó un poco al intentar llevarla a su boca y entonces Samuel pretendió intervenir, grave error.
—¡No soy un maldito vegetal! ¡Déjame solo! —Sam tembló, iba a decirle algo, pero la furia de Lucas, al presentir que no se había movido de ahí, estalló— ¡FUERA!
Samuel corrió lejos de la habitación, cerró la puerta y volvió a correr esta vez hacia su cuarto. Se dejó caer en su cama y abrazó una almohada. Tuvo unas inmensas ganas de llorar, pero se controló, la sensación de querer sollozar se instaló en sus ojos y casi al instante llegó el dolor de cabeza. Apenas cumpliría un día de estar ahí y ya quería irse.
¿Por qué tenía que ser así? ¿Por qué desquitaba su enojo con él, que no quería más que hacer su trabajo?
No lo entendía, Lucas era tan injusto.
Se levantó luego de una hora en la que se había quedado dormido, eso ayudó a que el repentino dolor de cabeza disminuyera. Tenía que limpiar el departamento y lavar ropa antes de preparar la comida, así que muy a su pesar se levantó comenzó a ordenar las habitaciones.
Durante su limpieza decidió ignorar el cuarto de Lucas, ese maldito no se merecía que lo ayudara en nada. Aunque debía admitir que era bastante ordenado pese a que se la pasaba encerrado ahí sin nada más que su desagradable presencia. Luego de la una de la tarde comenzó a preparar la comida, y cuando finalmente apagó la estufa, decidió que debía volver a la habitación a pesar de que aún se sentía incómodo por lo que había pasado.
Tocó la puerta.
—Lucas, ¿puedo pasar? Solo voy a tomar la ropa sucia para lavarla. —Sam abrió la puerta poco después sabiendo que él no respondería. Buscó el interruptor, y cuando la luz iluminó la habitación encontró a Lucas sentado en su cama.
El cabello castaño tenía algunos rastros de agua, parecía que se había bañado media hora atrás. Sam agradeció que esta vez llevara ropa. El joven sostenía una fotografía, la misma que había visto la noche que lo conoció, era la foto de su madre. Lucas pasaba sus dedos por el vidrio, pese a que no podía ver, esperando así llegar a su madre, recordando quizás los rasgos de su cara.
—Disculpa, tomaré la ropa del baño —dijo Samuel. Lucas nuevamente no respondió nada, así que lo interpretó como un “haz lo que quieras, pero vete rápido”.
Samuel encontró el cesto de ropa en una esquina del cuarto de baño. Lo llevó consigo y volvió a la recámara de Lucas. Él ahora había dejado la foto, de nuevo mal colocada, en el escritorio. Sam apenas sonrió cuando vio el vaso y plato vacíos. Era un verdadero alivio que el castaño por fin comiera algo, esperaba poder convencerlo en un futuro de salir de su habitación y acompañarlo en la mesa, pero sabía que sería hasta mucho tiempo después, o quizás jamás.
—Volveré, me llevaré la bandeja. Ya vuelvo —anunció Sam, salió de la habitación y bajó hasta el cuarto de lavado del edificio.
Unos minutos más tarde ya se encontraba introduciendo toda la ropa en una de las tantas lavadoras del cuarto.
—Vaya, a eso llamo estar enamorado —dijo una voz a sus espaldas.
Samuel estaba tan metido en sus pensamientos que no había visto que había alguien más en el cuarto de lavado, además de él. Un hombre joven, tal vez de veinticinco años, sacaba su ropa de una de las secadoras.
—Créame que se equivoca —respondió Sam con una sonrisa apenada.
—¿Eres nuevo en el edificio? No recuerdo haberte visto antes.
—Sí, mucho gusto. Me llamo Samuel Styles —respondió extendiéndole la mano—. Estoy cuidando al hermano de Emma Miller, a Lucas.
—¡Oh, los Miller! Claro, Emma se graduó hace poco. Me alegro por ellos, después de todas las desgracias que han pasado —dijo con cierta tristeza mientras le correspondía el saludo, tomando su mano ligeramente. Hubo un corto silencio—. Yo me llamo Zhào Jiang, o puedes llamarme River, mi nombre es chino.
—¿Eres chino? —Preguntó con entusiasmo—. En mi pueblo solo había un hombre de China, falleció el año pasado. Es grato conocerte.
River sonrió. Samuel siempre estaba feliz de conocer gente nueva y amable, River parecía buena persona, en el fondo esperaba conocer mejor a los vecinos del edificio, así no se sentiría agobiado por el humor de Lucas todo el tiempo.
—Me dio gusto conocerte, Samuel. —River tomó el cesto con ropa limpia—. Llevo bastante tiempo sin ver a Lucas, me gustaría visitarlo y hablar un día de estos.
Sam asintió, aunque por dentro no estaba seguro si sería buena idea, se preguntaba si River conocía el humor de los mil demonios que se cargaba el castaño. Supuso que no, Lucas apenas asomaba la cabeza fuera de su habitación, dudaba que saliera a la calle como cualquier otro, el mismo chico era quien se limitaba.
Cuando volvió al departamento entró de nueva cuenta al cuarto de Lucas. El chico estaba ahora recostado en la cama, boca arriba. Sus ojos estaban cerrados, pero no parecía estar dormido. Samuel se apresuró a tomar la bandeja y salir de la habitación, pero ganó su curiosidad.
—¿Conoces a River?
—¿Por qué lo dices? —preguntó con voz ronca.
—Me lo encontré en el cuarto de lavado, es un vecino muy amable.
—River es el hombre por el que Brittany me dejó. —Samuel se estremeció, ella era la exnovia de Lucas—. Tiempo después ella se lio con mi padre, Emma ya te contó, ¿no es así? Mi padre y ella están juntos, cuando corrí a papá de casa vinieron a decirme que iban a casarse.
Lucas comenzó a reír. Samuel solo se limitó a mirarlo con pena, arrepintiéndose de haber abierto la boca.
—Lucas...
—Ella ni siquiera ha terminado la escuela, pero comprendo que papá tenga prisa —dijo con amargura—. River intenta redimir sus culpas, pero no me interesa hablar con él, ni con nadie. Ahora, ve a jugar a los amiguitos con él y déjame solo.
—Lucas, yo...
—No quiero oír tu fastidiosa voz cerca de mí.
Samuel asintió pese a que no podía verlo. Cuando cerró la puerta de su habitación fue inevitable no dejar escapar algunas lágrimas. Todo le salía mal, él lo intentaba, quería acercarse a Lucas, pero simplemente todo estaba en su contra, ¿dónde había quedado su suerte?
Un día, solo tenía un día viviendo juntos y ya quería renunciar.
—¿Qué puedo hacer?
Dejó el plato y vaso sucios en el lavaplatos. ¿Qué estaba pasando con él? ¡Era Samuel! El que no se rendía ante nada, no podía simplemente decir ya no puedo. Tenía que seguir intentándolo, como siempre lo hacía.
Apretó los puños, estaba decidido, lograría que Lucas confiara en él y se convirtiera en su amigo, así le tomara toda una vida en conseguirlo.
Sirvió la comida en dos platos y caminó de vuelta, no al comedor, sino a la habitación del ogro.
—¡Comamos juntos! —Anunció entusiasta— ¡Preparé pasta con salsa blanca! Está muy rico.
Lucas se había asustado ante los gritos de Samuel, así que le costó por un momento quejarse de su intromisión, cuando acababa de decirle minutos atrás que se fuera. Sam puso ambas bandejas en la alfombra y obligó a Lucas a sentarse frente a él. El joven tomó una porción de comida y degustó en su boca.
—¡Rico! Vamos, prueba —Lucas no movió ni una mano.
—¿Se puede saber qué estás...? —Samuel le había obligado a comer una considerable porción de pasta. Tragó con dificultad.
—Quiero comer contigo y también decirte que si sientes celos de River debido a mí, entonces dejaré de hablarle. —Samuel tuvo que morder su labio para no reír ante el confundido rostro de Lucas.
—¿Quién siente celos por un ordinario chico como tú? No me gustan los hombres, que te quede claro. —Samuel se sintió ofendido, a él claramente no le gustaba Lucas, aunque debía admitir que era guapo.
—¡Pues a mí tampoco! —Mintió— ¡Y nadie va a quererte con esa actitud de mierda que tienes! ¡Ahora cómete todo o voy a obligarte!
Se sintió bien descargando su frustración. Después de aquella discusión, le sorprendió que Lucas no dijera nada más, solo se limitó a comer su porción en el plato, aunque esa aura gris se había vuelto más oscura después de unos minutos.
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