Capítulo 19
Esa mañana despertó en el momento que sonó su alarma. Siempre se dijo que tenía un reloj interno que lo hacía despertar cinco o hasta diez minutos antes de que el ruido constante del celular resonara en su cabeza, pero esta vez no fue así, y eso solo significaba que había dormido de maravilla.
¿Y cómo no hacerlo?
Había regresado dispuesto a pasar página, consciente de que quizás Oliver estaba exagerando las cosas y Lucas lo necesitaba simplemente para ayudarlo en lo que quisiese, pero no fue así, esos colores tenues de un suave tono rosado habían cubierto la silueta del joven; por un momento había dejado de ser el ogro gruñón para convertirse en un ser humano con la capacidad de razonar sin la necesidad de exigirle o gritarle que se fuera.
Se lo dijo, poco antes de despedirse e irse a su habitación.
—Lo siento. Estaba enojado y... Me comporté como un idiota de nuevo, no quiero que te vayas, Samuel. ¿Puedes perdonar mis errores?, ¿podemos ser amigos?
Amigos, Lucas lo valoraba como su amigo. Pese a que podría considerarse una palabra dolorosa cuando los sentimientos estaban involucrados, Samuel no sintió tristeza, al contrario, no se había sentido más feliz que en ese momento.
Un amigo era alguien importante en la vida de una persona, era valioso entonces para Lucas Miller, pues él mismo se lo había sugerido.
—Seamos amigos, por ahora —ocultó su rostro en una almohada para tranquilizar sus risas y su desbordante emoción.
El color rosa le daba esperanzas.
Cuando por fin se levantó ya eran más de las ocho y cuarto. Salió de la habitación rumbo a la cocina, esperaba preparar algo delicioso para Lucas, un desayuno que le recordara lo mucho que había extrañado sus comidas.
Pero cuando llegó a la sala pudo ver que Brandon ya se había adelantado y colocaba un par de platos en la barra. Estaba tan concentrado que no se dio cuenta de la presencia de Samuel hasta que este estuvo lo bastante cerca.
—¿Samuel?, ¿cuándo regresaste? —le preguntó sin poder ocultar su sorpresa.
—Por la noche. Decidí que voy a quedarme.
—Me parece estupendo. Lucas se alegrará.
—Me encontré con él por la noche, cuando llegué estaba despierto y hablamos.
Brandon asintió.
—Entonces mi trabajo aquí ha terminado. Volveré por mis cosas más tarde. Tengo que ir a la escuela de medicina, debo impartir una clase a las nueve y veinte.
—No tienes que irte si no quieres, al menos quédate hasta que Emma vuelva —esta vez Bran negó un par de veces.
—Necesito ver cómo están las cosas por mi departamento, ya lo dejé por muchos días. Además... —hizo una pausa, debatiéndose si debía decirlo o no—, quieres pasar tiempo con Lucas.
Samuel supo interpretar muy bien lo que Brandon quería decirle en realidad.
Él sabía lo que comenzaba a sentir por Luc, y aunque parecía dolido por tener que irse, se estaba haciendo a un lado, o eso fue lo que comprendió en esos momentos.
—Antes de que salgas lastimado, déjame darte un consejo. Cantidad de chicos como nosotros cometen el error de poner sus ojos en alguien a quien no pueden tener. He estado enamorado de Lucas por tres años, en ningún momento mostró interés por mí, quien estuvo con él cuando su novia lo dejó, quien lo acompañó en su soledad, y eso es porque lo único que él puede ofrecerte es su amistad.
Sam ya había pensado en ello muchas veces, pero que Brandon se lo dijera no le sentó tan bien.
—Yo no quiero acompañarlo en su soledad, quiero sacarlo de ella —le dijo mirándolo a los ojos—. Sé que solo ha tenido una novia y que eso puede ser una razón para no gustarle, pero déjame vivir mis propios fracasos y no me impongas los tuyos.
Brandon no pudo sostenerle la mirada después de aquellas palabras. Se mantuvo callado por algunos segundos y luego forzó una sonrisa.
—Buena suerte. Les dejé el desayuno listo, yo voy a bañarme. Quiero llegar temprano —se alejó.
Samuel miró ambos platos. Brandon no tenía idea de que él no estaba en el departamento, esa comida nunca estuvo planeada para Sam, lo que le hacía suponer que su presencia había sido la culpable de que decidiera marcharse.
Suspiró.
Llegó a pensar que se estaba metiendo en la relación de ambos chicos, aunque no había tal relación, el amor de Brandon no era correspondido, al igual que el suyo, pero había algo diferente con Lucas que le decía que quizás estaba equivocado.
[...]
Vio a Lucas sentarse en la mesa, el castaño se estremeció en el momento que Salem se frotó en sus piernas.
Sonrió divertido al percatarse de ese pequeño brinquito en su silla.
Lucas solía odiar a su gato, siempre se quejaba de él, lo había evitado siempre, y ahora parecía mucho más relajado con su presencia.
Notó entonces que llevaba puesto sus calcetines, pensó que debía agradecerle a Brandon por lograr al fin que el chico tuviera el hábito de ponérselos.
—Brandon ya se fue, preparó nuestro desayuno —dijo Samuel, acercándose y tomando un lugar en la mesa—. Volverá a su departamento.
—Si estás aquí, no hay motivos para que se quede.
—Debemos darle las gracias por haber cuidado de ti. Preparó tu comida y te hizo compañía. Me imagino que faltó varios días al trabajo. Debí causar muchas molestias al irme —comentó, después dio un bocado. La comida estaba tibia, la había recalentado y esperó a que Lucas despertara.
—Brandon estuvo trabajando toda la semana.
—¿Qué? ¿Te dejó solo? —Samuel perdería su serenidad— ¿Cómo pudo hacer eso?
—Yo le dije que no necesitaba que se quedara. Me dejaba comida en el refrigerador que podía recalentar en microondas. Puedo sobrevivir solo.
—Entonces no me necesitas.
Lucas no respondió a esa afirmación. Samuel pensó que tal vez le había molestado su comentario, pues comió en silencio por el resto del tiempo. No se atrevió a decirle que solo había sido una broma. Cuando lo vio acabar, Lucas deslizó la silla hacia atrás y caminó hacia su habitación.
Suspiró.
Caminó detrás de él, haciendo el ruido suficiente con sus pies para hacerle entender que lo seguía.
—Lucas... —ambos habían llegado a la habitación.
—No sé cocinar —lo interrumpió—, no sé cómo llegar al cuarto de lavado, no podría quedarme solo toda la semana hasta que llegue Emma.
Parecía estar inventando excusas en su cabeza, pensando en qué decirle para que reconsiderara sus palabras. Samuel no pudo más que sonreír.
—Salem moriría de hambre. No puedes irte —lo último casi fue una amenaza con un ápice de angustia. Samuel comenzó a reír.
—No voy a ir a ningún lado, tonto. No voy a abandonarte otra vez —pero su respuesta ni siquiera lo hizo sonreír, sin embargo, parecía analizarlas.
—Sí, deberías.
La sonrisa de Samuel se apagó. El joven no pudo entenderlo, acababa de decirle que no quería que se fuera, pero de pronto cambiaba de parecer, estaba bastante confundido, ¿qué es lo que quería entonces?
—Pero...
—Quiero que vayas a la Universidad. —Samuel no pudo decir nada después de oír eso—. Quiero que estudies lo que quieras. Me dijiste que te gusta pintar, ¿no? Bueno, pinta todo lo que desees, usa todos los colores del mundo y descríbeselos a este ciego. Haré mi mayor esfuerzo para imaginarlos.
—Lucas...
—A veces siento que los he olvidado. —Samuel escuchó mientras sentía que sus ojos picaban—. Extraño los colores, el azul del cielo, el verde del pasto, el amarillo del sol; no quiero olvidar nada. Dentro de mi mente siempre reproduzco la misma estación, no quiero olvidarla. Siempre es otoño en mi cabeza.
—¿Otoño?
—Otoño es tranquilidad. La tierra se vuelve roja —los recuerdos de esos colores vinieron a su mente como cada día, esforzándose por no olvidar aquellas hojas doradas y rojizas arrancadas por el viento adornando las calles, que, aun después de muertas, eran hermosas—. Los árboles se tiñen de sangre, ¿recuerdas haber visto algo más hermoso que eso?
Samuel se acercó y tomó su mano. Lucas no se apartó ni dijo nada al respecto, motivo que lo alegró, estaba tan conmovido que sus palabras lo habían orillado a hacer eso.
El castaño estaba abriéndole las puertas de sus más profundos pensamientos.
Eso hacían los amigos, ¿no?
—Cuando llegue el otoño quiero visitar el parque nacional Valley Forge contigo.
—Solo si somos tú y yo.
—Eh... sí —esa simple oración había encendido sus mejillas—. Limpiaré la casa, volveré por tu ropa más tarde.
Intentó marcharse, pero la mano de Lucas siguió unida a la suya, apretando sin lastimarlo. Las miró entrelazadas, después a Lucas que permanecía sin decir nada.
—¿Lucas? ¿Necesitas algo? —Luego de unos segundos el joven pareció reaccionar y lo soltó.
—No. Tomaré un baño.
Samuel vio cómo desaparecía tras la puerta del baño sin comprender por qué Lucas había negado aquella pregunta.
[...]
Escuchó lo que aquellas dos personas tenían por decir. Acababan de visitar el departamento con la esperanza de que el dueño reconsiderara firmar los papeles de reubicación y así poder disponer del terreno que ocupaba el edificio.
La oferta era bastante buena, un nuevo edificio en muy buen funcionamiento, el departamento era más grande que el actual, incluso le habían hecho una oferta muy tentadora, le ofrecían el departamento más grande, el del último piso, con tal de que firmara, pero a él no le concernía. Emma era la responsable y tal parecía que no estaba enterada de la situación.
Samuel les dejó su número a aquellas personas para que le explicaran lo que estaba sucediendo.
Al final, ella tenía la última palabra y Lucas no podría oponerse.
—Dieron un mes a los residentes para organizarse y sacar sus pertenencias —dijo en voz alta—. Lucas se aferra porque aquí tiene muchos de sus recuerdos con su madre. Ha memorizado cada parte de este lugar, mudarse a uno nuevo puede ser frustrante para él.
Suspiró.
—Es una buena oportunidad.
Tomó el cesto de ropa y pasó hacia la habitación de Lucas. El joven, tal como había dicho, estaba tomando un baño.
Samuel dio un pequeño vistazo por la habitación, Lucas solía tener el cesto de ropa sucia dentro de su baño, así que tendría que esperar unos minutos más hasta que le permitiera pasar.
O podría solo tomar la ropa sin que se diera cuenta.
Se acercó a la puerta y giró la perilla.
¡Bien! Estaba abierta.
La abrió con cuidado y asomó su cabeza, si Lucas se daba cuenta de que estaba en su baño le gritaría y no dejaría de burlarse de él, por ningún motivo podía dejar que eso pasara. Caminó de puntillas hacia el cesto de ropa que se encontraba en una esquina.
Entonces lo escuchó tararear Untitled love song, de Henry Lau. Tentado por su fuerte curiosidad, miró en su dirección. Podía ver su silueta traslúcida en la puerta corrediza, Lucas parecía frotarse el cabello para después pasar jabón por su cuerpo.
Samuel hipó.
Se tapó la boca de inmediato, maldijo y se preguntó por qué diablos siempre le pasaba eso cuando se ponía nervioso.
Su diafragma era traicionero.
Agradeció que Lucas estuviera lo suficientemente concentrado para no haberlo escuchado. Sonrió, era una linda melodía. Su dulce tarareo era tan tierno que permaneció el tiempo suficiente para olvidar su tarea.
Era un tonto, estaba invadiendo su espacio personal e incluso se había sentado en aquella esquina, recargado su espalda en la pared y cruzado las piernas.
No tenía vergüenza alguna.
—Voy a ir al infierno por esto, ¿Desde cuándo eres tan descarado, Samuel? —susurró entre dientes.
Escuchó como el agua dejaba de correr. La puerta corrediza se abrió y Samuel solo pudo esconder su cabeza en sus piernas.
Su corazón latía con rapidez, ¿sería posible que Lucas se diera cuenta de que estaba ahí?
Apenas movió su cabeza para cerciorarse. Lucas le daba la espalda, lo supo luego de alcanzar a ver parte de su pierna, pero no quiso seguir más arriba, volvió a cubrirse y esperó a que saliera del baño, lo cual no hizo, al menos en los próximos cinco minutos.
Comenzó a desesperarse, ¿qué estaba esperando?
—¿Ya viste suficiente?
Samuel quedó de piedra.
¡Lo sabía!
—Sé que estás aquí, la última vez también hipaste, ¿no es así? En aquella ocasión creí haber escuchado algo, pero pensé que solo había sido algún sonido de los vecinos del piso de arriba, después te descubrí por tu perfume —explicó—. Pero ahora el ruido ha sido más fuerte.
Samuel no se atrevió a decir nada, pero el hipo regresó.
—Yo... No estoy viendo nada. Lo juro.
—En ese caso puedes abrir los ojos. Estoy vestido ya.
Samuel alzó su cabeza. En efecto, Lucas no estaba desnudo, solo conservaba sus cabellos mojados y sus pies descalzos.
—¿Qué haces aquí?
—No quería esperar y entré por la ropa.
—¿Y decidiste quedarte a tomar el té?
—Sí, tenía una buena vista —sacudió su cabeza y se mordió la lengua, sus pensamientos estaban saliendo a flote—. Digo, no es... lo que quiero decir es... Voy a llevar la ropa.
Si el diablo hubiera venido a reclamar su alma en esos momentos, no habría tenido objeción alguna. Lo único que quería era desaparecer de ese pequeño espacio, y de ser posible, borrar de la memoria de Lucas aquella frase que solo lo había expuesto.
Vació el canasto hacia el primero y con rapidez dejó el otro acomodado de vuelta en su sitio.
Tuvo que pasar al lado de Lucas para salir, pero algo tiró de su suéter cuando se disponía a pasar por la puerta. Miller lo había agarrado impidiendo que huyera.
Tragó saliva, él parecía querer decirle algo, justo como antes, pero por alguna razón no se atrevía.
Después de unos segundos donde ninguno de los dos dijo nada, Lucas lo soltó permitiéndole irse.
Samuel no lo pensó mucho más, salió del baño y después de la habitación para ir a refugiarse en el cuarto de lavado un momento.
No estaba preparado para enfrentar a Lucas y sus preguntas.
[...]
Gruñó. No pudo ser capaz de decírselo, pero ¿qué le diría exactamente? Lucas no lo sabía, estaba todavía muy confundido. Samuel lo confundía demasiado, pues él no tenía ningún tipo de experiencia con chicos, ni siquiera con mujeres.
Cuando salía con Brittany los dos eran muy jóvenes, no tenía idea de nada.
¿Cómo confesarse a Samuel? ¿Cómo explicarle que olía como las bellas flores de cosmos? ¿Cómo le creería después del trato que le dio desde el comienzo?
Lo que sí sabía era que él le gustaba, por primera vez se había interesado en un hombre, ¿eso lo hacía bisexual?
—¿Qué importa eso ahora?
Caminó hacia afuera llamando a Samuel, pero él ya había salido. Se dirigió hacia afuera del departamento y le gritó por el pasillo.
—¡Ey! ¡Risitas!
Por suerte, Sam lo escuchó y detuvo el elevador a tiempo.
—¿Qué pasa?
Lucas tomó una bocanada de aire pensando en sus siguientes palabras. Pero en lugar de eso salió una frase completamente diferente.
—Todavía es mi cumpleaños. Quiero un pastel.
Samuel sonrió complacido con la idea.
—Lo tendrás.
—Y Samuel... creo que me gustas lo suficiente para perdonarte, que entres a mi baño mientras me ducho. Te libero de la culpa si vienes aquí ahora mismo y terminamos nuestro beso.
Cabe destacar que Samuel tenía la boca abierta y los ojos extendidos al punto de no parpadear. Lucas le regaló una sonrisa imaginando el porqué de su silencio, pero justo antes de dar un paso la puerta del elevador se cerró.
Lucas se quedó ahí esperando una respuesta, sin darse cuenta de que unos pisos más abajo, Samuel Styles luchaba con los botones del elevador para regresar a su encuentro.
El castaño volvió al departamento al intuir que Samuel había huido lejos de él. Quizás no había sido lo suficientemente claro, eso pasó por su mente, pero después llegó a la conclusión de que hubiera sido imposible.
—Tal vez no fueron las palabras correctas.
La puerta de su recámara se abrió de manera escandalosa. Samuel encontró a Lucas parado en el centro de la habitación.
Dio unos pasos al frente y se detuvo, necesitaba saberlo, oírlo una vez más para estar seguro de que su cerebro no le había jugado una mala broma.
—¿Qué fue lo que dijiste?
—Olvídalo...
—¡No! ¡Quiero que lo repitas ahora!
Lucas se mordió los labios y luego tragó saliva. Las palabras después de eso salieron por sí solas.
—Quiero besar a mi flor de cosmos.
—¿Tú qué?
—Quiero besarte, Samuel Styles. ¿Me permites hacerlo?
Levantó su mano para encontrarlo. Movió los dedos esperando llegar a su rostro, así que Samuel, con los nervios a flor de piel, dio unos pasos hasta permitirle a Lucas tocarlo. Le encantaba sentir la mano de Lucas recorrer la piel de su cara, era tan cuidadoso con él que ese roce lo relajaba y provocaba al mismo tiempo.
Y para Lucas era algo similar, amaba la suavidad de sus mejillas, el contorno de sus ojos y la forma de su boca.
Quería tomar más de Samuel.
—Justo aquí —le dijo el castaño, mientras uno de sus dedos pasaba por sus labios.
Samuel suspiró, pues las sensaciones que le provocaba el contacto de su mano con la piel de su rostro eran excitantes y agradables.
Cerró sus ojos olvidando por un momento por qué estaban ahí. De una cosa estaba seguro, el corazón se le saldría del pecho como una bala.
Se inclinó y acercó su rostro, acertando desde el primer momento, posando sus labios en los gruesos de Samuel y buscando cubrir cada parte de aquella piel suave y delicada.
La humedad de sus bocas se cernía en cada caricia, y cuando uno parecía parar, el otro volvía a tomarlo con más intensidad. Necesitaba tanto de Sam que llegó a asustarse con todo aquel deseo que le estaba originando un solo beso.
No supo cuánto tiempo transcurrió, ni cómo fue que habían pasado de estar parados en medio de la habitación, a recostados en su cama mientras compartían besos y caricias leves.
Era la primera vez que besaba a un chico en repetidas ocasiones, y todavía quería más. Un beso de Samuel Styles no era suficiente. Pero por ahora debía conformarse con eso y llevar las cosas con calma.
—¿Lucas?
—Mmm...
—¿Por qué te gusto? Digo, hasta hace muy poco te creía heterosexual.
—Porque se trata de ti.
—¿De mí?
Hizo un sonido de asentimiento.
—Porque eres Samuel Risitas Styles, por eso.
—Esa no es una razón.
—La es.
Samuel permanecía recargado en el pecho de Lucas desde que ambos les habían dado un respiro a sus labios. Estaba tan feliz en esos momentos que temía que todo se desvaneciera al siguiente día.
—Tengo miedo, ¿y si cambias de parecer?
—Eso no pasará.
—Pero, ¿y si lo haces?
La voz de Samuel sonaba preocupada. Lucas no podía negar que se sentía asustado también, pero no por el hecho de confesarse al primer chico que le gustaba, sino por entregar su entera confianza en él y que al final también lo abandonara.
—Soy inexperto en las relaciones, pero sé cuando alguien me gusta.
Le había costado un poco tener la suficiente confianza para decírselo, desde que Samuel regresó la noche anterior, lo había intentado, después al reunirse en la mesa para desayunar, en la habitación cuando le tomó la mano, y una vez más cuando lo agarró del suéter.
En todos esos momentos había luchado porque sus sentimientos fueran escuchados, pero no lo dijo porque seguía temiendo ser abandonado.
—Te advierto que mi corazón no puede repararse dos veces, no me hieras.
Samuel picó su mejilla con uno de sus dedos para llamar su atención y hacer que girara su cabeza hacia su dirección, cuando lo hubo conseguido, se movió un poco para alcanzar sus labios y darle un rápido beso.
—Cuidaré el tuyo, así que, por favor, cuida el mío.
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