Paso una mañana distraido, recordando versos de Francisco Luis Bernárdez.
Cuando las clases terminan salgo presuroso del salón, bajo corriendo las escaleras y me paro en medio de la explanada para ver tu aula.
Estás ahí. Recargado en el barandal, como extasiado; tus ojos recorren el horizonte con extrema lentitud. Ven hacia arriba.
El cielo despejado, azul celeste que refleja como siempre su destello en tu mirada.
Te veo sonreír.
¿Sonreír al cielo?
Tu vista regresa hacia la escuela. Recorres el solar con los ojos.
Te encuentras conmigo... nos miramos unos segundos, sonríes y me saludas.
¿Me saludas o te despides?
Desapareces alejándote del barandal y abriéndote paso entre los estudiantes.
Espero.
Quizá vengas a mí, quizá tengas deseos de hablar conmigo y tenerme a tu lado como cuando fuimos por el libro, o probablemente... todavía me traen juguetes los Santos Reyes y mamá me toma de la mano para cruzar la calle.
Tratarás de evitarme. Puedo adivinarlo. Me siento un poco enfadado. Parece que jugamos a las escondidas.
Regreso al salón, echando pestes. Mis dos amigos se acercan a mí. Tienen una pelota de esponja que me muestran con orgullo y proponen jugar frontón en las canchas.
–¡Vamos, pues! –les contesto, el último que llegue es un mocoso.
Bajo corriendo, llego al patio de la cooperativa y te veo cruzando la explanada en medio de Hyuna y Soobin; entran a las oficinas.
Yul y Dong pasan volando junto a mi sin sus portafolios. Han dejado nuestras cosas en el aula. Corro con ellos en gran competencia y llego al último.
–Soy un mocoso –se burlan sofocados–, y conste que fui yo quien lo propuse... Muy bien. Comenzamos a jugar frontón.
Lo hago sin destreza, porque desde ahí puedo observar las oficinas. Los alumnos del turno vespertino han entrado ya. El tiempo pasa y el juego se hace largo. De pronto te veo salir de las oficinas acompañado de Soobin y Hyuna.
Me despido de mis amigos y voy hacia ustedes. Mientras más me aproximo, puedo escuchar con mayor claridad su charla. Dicen cosas como si se estuviesen despidiendo de la escuela, cosas como lo bonito que es el césped, la buena organización, el fabuloso ambiente de compañerismo y la lástima de tener que irse... Hyuna es la primera que me ve, acercándome por un lado y, al instante, grita casi eufórica:
–¡Acompáñame, Soobin!
–¿A... a dónde...? –toma de la mano a Camelia.
–Tú ven, ven.
Se alejan un poco. Sólo la pecosa se ha dado cuenta de que he llegado hasta ti. Das un paso hacia ellas. Les dices:
–¿Qué pasa? ¿A dónde van?
–Espéranos aquí, Hope, ahora volvemos –Hyuna continúa alejándose con su rehén.
–¡No me dejen solo! –suplicas. Antes de que mi mano se apoyara en tu hombro, tú ya sabías que había alguien detrás de ti.
Te estremeces indefenso y te apartas suavemente, pero con celeridad.
Quizá habías pensado que ya me había ido y no me verías más hoy. Pero aquí estoy. Desde mi ángulo de observación puedo ver que Hyuna y Soobin toman asiento en una banca lejana hablando con ademanes gigantes y Soobin asintiendo.
–¡Valientes amistades tengo! –susurras–, son unxs traidorxs.
No digo nada. Sólo te observo. Volteas hacia mí y suspiras.
–Hola otra vez, Taehyung.
–Hola. Te ves muy lindo.
–El cuerpo estorba –respondes–, tú me lo enseñaste. Lo que importa es el espíritu.
–Últimamente no puedo comunicarme contigo.
–Eso es mentira. Las personas pueden comunicarse sin palabras.
–¿Cómo?
–¿Has oído hablar del lenguaje no verbal?
–Sí.
–Hace tiempo leí que un muchacho vivía cerca del mar y era amigo de las gaviotas. Todas las mañanas jugaba con ellas. Llegaban por cientos, lo rodeaban, se posaban en sus hombros y brazos. Alguien le pidió que atrapara una a cambio de dinero. Al día siguiente las gaviotas revolotearon en el aire pero no bajaron. Detectaron el gesto, la actitud amenazadora, la mirada, el tono de voz...
–¿Qué quieres decirme?
–Tú sabes... Aunque el cuerpo se interponga, podemos percibir, adivinar, sentir... lo que alguien piensa sin utilizar palabras.
–¿Ah, si? ¿Y, según tú, cuáles son mis pensamientos?
–Que quieres conquistarme a como de lugar para satisfacer tu vanidad.
Sonrio con tristeza y muevo la cabeza de forma negativa.
–Si fueras gaviota te hubieran atrapado.
–¿Por qué?
–Hope, conozco tus defectos, sospecho tus problemas y te amo así como eres... Quiero que seas mi amigo más importante, mi compañero de vida. Eso es todo. No lo compliques.
Permaneces callado unos segundos. Después suspiras y reconoces.
–Mi cerebro está enmarañado. ¡Me cuesta tanto trabajo razonar con claridad!
–Lo estabas haciendo muy bien. Esa historia de las gaviotas es increíble, pero reconoce que deseas de todo corazón abrirte ante mi.
–¿Ahora tú estás adivinando lo que pienso?
–Sí. Es ni turno. Leí sobre la ley de reciprocidad: cuando yo pienso que una persona es tonta, esa persona piensa lo mismo de mí; si de verdad creo que otro es fantástico, ese otro acaba pensando que yo también lo soy... Tú me conoces. Te amo. Te necesito, hay una fuerza poderosa que me une a ti. También debes sentirlo...
Se hace un largo silencio. A nuestro alrededor se escucha sólo el rumor de los profesores que dan clase. Necesito buscar la forma de llegar al final.
–¿Crees que estoy aquí porque soy un sádico embustero que me gusta perder el tiempo fastidiando a los chicos? –contestas moviendo un poco la cabeza–. Quiero hacerte la pregunta definitiva. Será la última vez, nunca volveré a insistir. Por lo que más quieras en el mundo sé honesto, ¿de acuerdo?
Me detengo, y al momento levantas el rostro para mirarme un par de segundos; luego vuelves a desviarlo.
Cuando voy a hablar, la lengua se me tropieza y mis labios tartamudean. Una taquicardia me entorpece. Pero haciendo un esfuerzo doy consistencia a mi voz para cuestionar:
–¿Tú me amas?
La interrogación flota en el aire unos momentos eternos. Sabes que lo que digas marcará el final de este fastidioso preguntar.
Por un instante mi corazón palpita esperanzado, casi jubiloso, pero sólo por un instante. Tu semblante se vuelve frió, insensible, antes de poder afrontar tu definitiva e irrefutable respuesta con firmeza:
–No, no te amo.
El estómago se me contrae como si todas mis fantasías y ensueños se hubiesen reventado en el interior de mi naturaleza, derramando un liquido cáustico que quema.
–Dímelo viéndome a los ojos.
–Da lo mismo.
–¡No da! –Me contengo antes de llevar mis manos a tus hombros para sacudirte y decir que estás hablando conmigo, no con el suelo, pero debo mantener la serenidad un poco más. –Recuerda lo que te propuse antes de contestarme, recuerda la clase de amigos que seríamos... la.
–Sí. Sí. Pero tú me estás preguntando si te amo y en ese caso la respuesta cambia, aunque en el fondo yo desee, necesite un amigo como tú, como el que me propusiste ser, pero no te amo, y eso es definitivo ¿De acuerdo?
Esta vez lo dijiste viéndome a la cara y la sensación amarga de un mar de quimeras convertidas en bilis me invade el estómago. Quería sinceridad, ¿no? Pero yo nunca hubiese insistido de no haber visto en tu expresión muchas veces algo que se acercaba a un intenso cariño.
–Tú vas a dejar esta escuela en cuanto termine el año –me dices–, y yo antes. Es decir, quizá muy pronto nos dejaremos de ver aquí, así que te propongo que lo intentemos más tarde. Piénsalo. Taehyung.
✨
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro