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La ceremonia cívica dio inicio.

Taehyung fue a su lugar y analizó cada detalle.

Después de cantar el himno nacional y contemplar a la escolta haciendo su recorrido, vio al chico de ojos marrones aparecer en el estrado. Se había disfrazado de indígena, con sombrero, chal, cinturón y machete de utilería. A pesar del extraño atuendo, seguía pareciendo hermoso.
Anunció que declamaría un poema de un cierto grado de dificultad para demostrar que no sólo “una persona” en la secundaria sabía recitar bien. A los costados de Taehyung se hizo un murmullo.

En efecto, La nacencia de Luis Chamizo era un poema complejo.

Durante varios minutos el declamador precisó imitar los gestos, las actitudes y el tono de voz de un hombre indígena, desesperado por salvar a su mujer. Hope terminó:

Dos salimos al chozo; tres volvimos al pueblo. Jizo Dios un milagro en el camino. ¡No podía por menos!

Una escalofriante ovación lo hizo reaccionar. Ese chico era un verdadero artista. Los aplausos se hicieron rítmicos y organizados. El profesor de literatura del joven se paró al frente y dijo con la tonadita de un animador de circo:

—¿Qué les pareció, muchachos?

El escándalo aumentó.

—Pronto será el concurso de declamación. ¡Los retos para que todos participen! Hemos visto que en esta escuela hay una gran calidad, pero les advierto que va a ser difícil ganarle a mi alumno. Así que prepárense bien.

Hubo protestas, silbidos y más aplausos.

—¿No lo creen? ¿Acaso consideran que hay alguien capaz de superarlo? ¡Que suba y lo demuestre!

Taehyung entendió el reto. Era para él. Después de tantas felicitaciones y aseveraciones de que nadie podría ganar en un concurso, sus amigos no permitirían que se quedara cruzado de brazos. Por si fuera poco, algunos comenzaron a gritar su nombre.

—¿Taehyung? —escuchó la voz de Hye, que se había acercado ha su oído.

—¿He?

—¿Puedes defenderte?

—Eso creo.

—Entonces te apoyamos.

Sintió que el suelo se movía cuando todo el grupo se organizó para llamarlo una y otra, al unísono. Muchos advenedizos, deseosos de ver pelea, se unieron al coreo.

No esperó más y caminó hacia el frente. Los gritos se convirtieron en aplausos.

Unos ojos marrones se fijaron en él con altivez. Trató de ignorarlos, pero trastabilló y estuvo a punto de tropezar al subir las escaleras del estrado. El profesor lo recibió con beneplácito.

—De momento aquí tenemos un declamador que quiere superar a mi alumno. ¿Qué vas a recitar?

La sinjónica, De Fernández Mendizábal.

El profesor se hizo un lado. Taehyung serio inspirando con calma y aguardó mayor silencio. El poema que diría no tenía el grado de dificultad necesario para impresionar a un jurado intelectual, pero era lo suficientemente cómico para hacer estallar la atención en carcajadas.

—Representaré a un campesino —explicó—, que le cuenta su esposa las barbaridades que vio en un concierto sinfónico.

Imitó La voz del protagonista con naturalidad y atrapó de inmediato a los oyentes. Hubo risas y aplausos en medio de su interpretación. Tuvo que hacer pausas frecuentes. Durante la comedia, el público se fue entregando más y más, reaccionando de forma explosiva ante la más mínima frase. Detrás de él, sin embargo, su rival fue incapaz de forzar la más mínima sonrisa.

—“Ta güeno Atanasio, ¿pero y la sinjónica? “Pues vieja, quien sabe, porque yo no la vide por ninguna parte, creo que se enfermó, porque, la verdad, no vinió”.

Los setecientos alumnos irrumpieron en una ovación mayor a la precedente.

El maestro ya no intervino. Esta vez se trataba del honor de Hope y fue él quien se adelantó hasta él micrófono para defenderse. Taehyung se movió hacia un lado, pero permaneció ahí, junto a él. Sintió las vibraciones de tensión que emitía. El chico comenzó a hablar, siempre mirándolo de reojo.

Su cabeza de fealdad corriente, se ilumina con la luz divina de una ilusión cuando me ve —tomó aire y prosiguió de improviso—, ¡Sorprendiendolo contó al momento, me asomo a su alma y descubro a su persona con el pecado en la mesa, qué sola y pusilánime se esconde como un reptil se esconde en la maleza!

Se quedó absorto al escuchar ese verso de Luis G. Urbina monstruosamente deformado. Aguardo que el muchacho prosiguiera con el poema, pero no lo hizo. Había terminado. Las cosas tomaban un curso extraño. No estaba seguro de poder sostener una lucha de ese tipo. Vio a la maestra Hyeon avanzar con rapidez entre el público, con intenciones de detener el espectáculo. Respiró hondo y se acercó al micrófono que el joven había dejado libre.

Y dijo:


















Quiero aclarar que he cambiado el color de los ojos de Hope, antes eran color azul -como ya saben-,  y ahora creí que sería mejor de color marrón claro.



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