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4. Un curioso despertar

Año 2006. Antes.

Me removí entre las sábanas intentando conciliar el sueño. Anoche había tenido muchas pesadillas, entre ellas, un chico fantasma llamado Ángel que me decía que La Gente de la Sombra me estaba buscando. ¿Quiénes eran? ¿Cómo iban a buscar a una niña de 10 años? ¿Qué podría haberles despertado el interés si hacía lo normal a cualquier otra chica de mi edad? Necesitaba dormir más.

Pip. Pip. El despertador sonó avisando que ya era hora de levantarme si no quería llegar tarde a clase. No era que me motivara ir al colegio, pero me gustaba aprender y perderme entre los pensamientos de mi mente, poder imaginar historias que pudieran pasar, viajar a nuevos mundos y vivir muchas aventuras; sabía que era imposible, al menos siempre me quedaría la imaginación.

Pip. Pip. Me reincorporé a la cama. Los ojos los tenía entrecerrados y se esforzaban en cerrarse, me avisaban de que querían descansar un poco más antes de enfrentarse a un nuevo día. La cabeza me dolía por haber dormido mal esta noche. Dudaba de que me fuera a enterar de algo hoy.

Apagué el despertador.

Me bajé de la cama. Tras un largo bostezo que hizo que me doliera más saber que no podría estirarme de nuevo, fui hacia el armario. Cogí una camiseta sencilla verde del Kukuxumusu, unos pantalones falda azules y unas chanclas.

A un lado del interior del armario tenía un espejo, así podía ver cómo me quedaba la ropa antes de irme. Me vi de lado a lado, di una vuelta y después me miré de arriba abajo.

Cuando volví a observar el espejo, me di cuenta de que había un chico detrás de mí. Me recordaba al fantasma que se me apareció ayer en mitad de la noche, Ángel.

—Hija, ¿ya te has despertado? —preguntó mi madre abriendo la puerta de mi habitación.

—Si. Buenos días —la saludé sonriéndole.

Mi madre echó un vistazo a la habitación. Empezó por la cama delante del escritorio, y, una vez que sus ojos recorrieron todas partes, fijó su vista en mí.

—Buenos días —me devolvió la sonrisa—. ¿Pudiste dormir anoche? —me puso una mano en el hombro.

Se hizo un silencio.

—Si. Al final pude, aunque me siento cansada —suspiré tocándome la cabeza.

—Es normal. No dormiste del todo bien. —volvió a sonreír mirándome con ternura—. Se te olvidará si no te lo doy —me pasó un bocata envuelto en aluminio—. Voy a ducharme. Espero que tengas un buen día —me dio un beso en la frente antes de irse y cerrar la puerta.

Se hizo el silencio.

Me gustaba no escuchar nada. Paz. Tranquilidad. Cerrar los ojos y sumergirme en mi propio mundo. Desaparecer de la realidad durante unos segundos. Ojalá este momento pudiera volverse eterno.

Volví a mirar al espejo. La aparición había desaparecido como por arte de magia. Me acordaba de aquella sensación creada a partir de una mezcla de temor y curiosidad. El aura azul apagado y los ojos, cada uno de un color diferente fue lo que más me llamó la atención. Todo eso había sido una pesadilla, ¿no? Cerré el armario con una mano.

Con el bocata en la mano, busqué la mochila. Abrí la cremallera de uno de los lados y lo guardé en un rincón de su interior.

Una radio se encendió; se empezaron a escuchar noticias de la actualidad. Se abrió un grifo. Escuchar el sonido del agua caer me encantaba. Suponía que mi madre ya se había metido en la ducha.

Me coloqué la mochila en los hombros y caminé hasta la entrada.

—¡Me voy! —grité para ver si con suerte me oía. Abrí la puerta.

—¡Qué vaya bien! —respondió con el mismo tono de voz.

Bajé a toda prisa las escaleras de mi casa y salí caminando rápido hacia el colegio. No sabía cómo lo hacía ya que siempre acababa yendo con el tiempo pisándome los talones. Por suerte, se encontraba cerca de mi casa. Al final, sería verdad eso que dicen que cuánto más próximo, más tarde se llega.

El cielo estaba cubierto de nubes. Normalmente, esto ayudaría a que hiciera fresco, pero cómo aún se notaba el calor, solo conseguía que hubiera más humedad. No me gustaba esta época del año. Los pájaros cantaban animados, no sabía si era por el buen tiempo o por la poca gente que había.

El calor intentaba apoderarse de mi ropa oscureciendo con manchas oscuras, podía notar su humedad. Un olor desagradable y a la vez familiar me llegó a las fosas nasales: Sudor.

Las casas de mi calle eran pequeñas y antiguas. Había muy pocas personas que cruzaban por esta debido a los pocos comercios y restaurantes que se encontraban en la zona. Me dirigí hacia la derecha de mi casa y caminé todo recto. Quedaba a pocas manzanas de ella.

Noté que alguien me observaba, pero los únicos pasos que escuchaba eran los míos. Sentía unos ojos clavados en mi espalda, aun sabiendo que no había nadie más.

Un movimiento. Casi como un suspiro. Sigiloso.

Percibí algo deslizarse por mi rabillo del ojo izquierdo. Me giré para ver qué o quién era, pero no vi nada. Lo cierto era que desde que tuve esa pesadilla, me daba la impresión de que alguien me seguía desde las sombras.

El timbre sonó. Pude llegar al final de la calle. Un gran colegio apareció delante de mí junto con un enorme patio colorido. Debía darme prisa, llegaba tarde. Con la reunión de los padres en la puerta tras despedir a los niños más pequeños, me fue difícil entrar.

—¡Paso! Por favor, apártense —pedí mientras intentaba con las manos separar a la gente y poder pasar. El tono de voz de la conversación me silenció.

Tuve que ir haciéndome hueco con mi pequeño cuerpo en los espacios libres que había entre ellos, cogiendo diferentes posiciones y yendo poco a poco para evitar quedarme atrapada.

Una vez conseguí entrar al patio interior de la escuela, no tuve tiempo de contemplar la belleza colorida que quedó grabada en las paredes que nos protegían del resto de la sociedad, ni de los diversos juegos de niños de toda la vida que estaban marcados en el suelo.

Cuando pasé por la secretaría, corrí para alcanzar las escaleras. Al estar todo el mundo en clase, no me retrasé. Estaba empezando a subirlas cuando un escalofrío me recorrió el cuerpo. Alguien o algo me observaba de espaldas, suponía que debía ser el mismo que me había seguido todo este tiempo.

Me giré.

Un ser o una persona estaba mirando fijamente hacia mí en un rincón oscuro de la esquina que quedaba entre las escaleras y el ascensor. Supe que vestía con ropa sencilla, esta era descolorida como si le hubieran quitado la vida. Un chico de piel pálida casi trasparente y cabello castaño me observaba con furia contenida en sus ojos negros. Me llamó la atención de que le rodeaba un aura negra por todo el cuerpo. Debía tener unos años más que yo.

—¿Quién eres? —pregunté con voz temblorosa y con el cuerpo paralizado. Sus ojos me atraían hacia él como un imán. Algo oscuro y vacío.

El chico se quedó en silencio unos segundos.

—¿Eres Lea? —quiso saber mostrándose pasivo. Me recordó a la pregunta que me hizo Ángel y la extraña noche que pasé entre pesadillas. No me salieron las palabras—. Un placer —sonrió. Una sonrisa que me provocó escalofríos. Sus ojos se dirigieron a otro lugar y tras detectar una mueca desapareció sin más.

Mi cuerpo se quedó paralizado ante lo que acababa de pasar. Su sola presencia había hecho que mi corazón palpitara más deprisa de lo normal. Sus ojos, con solo mirarlos, sabía que no me esperaba nada bueno. A diferencia del fantasma de aura azul oscuro que se hacía llamar Ángel. ¿Qué es lo que habría visto para que desapareciera así? Daba la impresión que se quedó con ganas de decirme algo más. Dirigí la vista hacia el lugar donde había mirado, pero ahí no había nada.

Subí deprisa las escaleras que me faltaban hasta que llegué a primera planta. Me encontré con un largo pasillo. Se escuchaba las voces de los profesores dando clase a los alumnos. Iba a 5B, así que la mía quedaba casi al final. No entendía cómo dejaban que los más pequeños camináramos a cada clase entre estanterías de animales disecados. ¿Quién dejaba que vieran eso? Podría provocarnos pesadillas.

De repente, me sentí acompañada, aun sabiendo que no había nadie más en el pasillo conmigo. A medida que pasaba por las estanterías, ese sentimiento fue haciéndose más fuerte. A través del rabillo de ojo, pude ver como la figura de una persona se veía reflejada en los cristales de ellas. Tenía el pelo negro rizado que se le alborotaba con los pasos y la piel blanca. Un aura azul apagado le rodeaba todo el cuerpo, pero lo que más me llamó la atención fueron sus ojos, uno era de color verde y el otro marrón. Ángel.

Lo extraño fue que cuando me encontré de cara con la puerta de mi clase era como si se hubiera esfumado de la nada. De alguna manera, sabía que estaba aquí. Entonces, esa conversación que había tenido con él no formaba parte de mi imaginación, sino que era real. Pasó de verdad.

La puerta de mi clase era blanca. En medio, un cristal me avisaba de que estaban concentrados en la lección. La profesora estaba en el centro escribiendo algo en la pizarra.

Piqué en ella para avisar y la abrí.

—Siento llegar tarde —me disculpé con los ojos abiertos. Mi mente se alejaba de la clase creando múltiples preguntas que me surgían ante las cosas que sucedieron desde anoche.

—No te preocupes. Siéntate —la profesora señaló el único asiento vacío que quedaba—. Tienes un retraso. Recuerda que tres son una falta de asistencia —me avisó mientras lo apuntaba antes de retomar la clase.

La clase en sí era pequeña. A veces, resultaba agobiante por los muchos alumnos que nos encontrábamos reunidos en un espacio tan estrecho. Detrás había murales de trabajos y noticias de conocimiento acerca del curso. También, había un listado con la foto de cada uno de nosotros; ser fotogénica no era lo mío. Al otro lado, se encontraban unas pequeñas estanterías. Nada más, no daba mucho de sí tampoco.

Algunos cuchicheaban a mis espaldas. Otros miraban con atención a la profesora. Sentí la mirada de Mikaela observándome con curiosidad mientras hablaba con sus amigas por lo bajo.

—Bien. ¿Por dónde íbamos? —preguntó la profesora colocándose las gafas.

Todos observamos a la profesora, pero nadie se atrevió a responder.

—Por la Revolución Francesa —contestó alguien entre la multitud.

Sentí que mis mejillas cogían color por los comentarios sobre mí que estaban haciendo algunos de mi alrededor. Lo único que quería hacer era desaparecer.

Levanté la vista intentando desconectar de algún modo. En el fondo, al lado de la mesa de escritorio de la profesora, junto a la ventana, me encontré con un chico que me observaba con aire amable entre las sombras. Llevaba una camiseta azul oscuro de interior y otra de manga larga gris, además de unos pantalones tejanos del mismo color acompañado de unas bambas negras. La piel era blanca. Su cabello rizado negro como el carbón le llegaba hasta los ojos. Alrededor de su cuerpo había un aura azul apagada. Sus ojos, uno marrón y otro verde brillaron en la oscuridad. Ángel.

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