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13. La primera conversación

Año 2012. Antes.

Entré en la sonora clase.

—¡Ay, chicas! Mirad el vestido nuevo que me comprado —Mikaela se subió a una silla y dio una vuelta sobre sí misma.

Los demás compañeros se acercaron a ver mejor a Mikaela y a admirarla. Las tres chicas que eran iguales se pusieron a tocar las diferentes partes de lo que estaba compuesto el vestido y a describir los materiales que formaban su conjunto.

Aproveché que pasaba inadvertida para sentarme en mi sitio en silencio y sacar un libro de Sherlock Holmes. Con lo que había pasado hace poco y mi vuelta, lo último que quería era llamar la atención y me abordaran con preguntas acerca de mi desaparición de estos años.

Aún sentía una punzada de dolor por la desesperación que pasó mi madre durante estos cuatro años. No podía llegar a imaginarme las noches en que no pudo dormir y las lágrimas caían por sus mejillas. Todas esas noches en las que el colchón era su único consuelo. Esos días en que no sabía que podía haber sido de su hija. Por más que quisiera, no entendería la verdadera razón de porque había desaparecido.

Ahora que parecía que La Gente de la Sombra me daba un tiempo de paz podía seguir preparándome para mi futuro. Desde que habíamos vuelto, hacía unas pocas semanas, Ángel y yo no recibimos noticias ni de ellos ni de Christopher. Una vez, me comentó que, si su amiga sabía algo nuevo, se lo explicaría.

Mikaela se sentó sin dejar de hablar de las cosas nuevas que se había comprado. Había personas de pie conversando con las que estaban sentadas. Todo el mundo tenía alguien con quien hablar.

—Lea, ¿Dónde has estado este tiempo? —oí el ruido del golpe de unas manos en mi mesa.

Levanté la mirada y vi que esos brazos pertenecían a Mikaela. A los lados de ella, las tres que eran iguales y de las que nunca me acordaba de los nombres, sonrieron.

—Ya lo sabes —me volví a concentrar en el libro.

No escuchaba el ruido exagerado que se creaba cuando había muchos grupos hablando a la vez. Me di cuenta de que todos estaban contemplando la escena.

En ese momento, vi que Ángel se acercaba adonde me encontraba y noté su mano cálida en mi hombro. Estos años que habíamos pasado juntos, aprendimos a entendernos a través de los gestos que hacíamos cada uno. Solo lo tuve a él para desahogarme por la acumulación de emociones e información todo este tiempo. Gracias a él, comprendía mejor a los muertos, y poco a poco, empecé a mirarlos de otra manera.

El único amigo que llegué a tener desde que tenía memoria, aunque hubo momentos en que la soledad encontró el camino hasta caminar a mi lado. En el fondo, deseaba tener a alguien vivo que me comprendiera por quién soy, lo que soy y pudiera hablar de cualquier cosa sin sentirme extraña.

Quería que sonara el timbre. Necesitaba que la profesora entrara para poder desconectar del día que regresé a casa.

—¡No lo creo! No creo que dijeras la verdad —Mikaela me quitó el libro de las manos.

—Ya se lo conté todo a la policía. Tu madre estaba al lado del hombre que me interrogó —respondí con voz tranquila. El pulso de mi corazón se aceleró.

—Y actúas tan normal. A mí no me engañas —se acercó tanto a mí que podía ver las pequeñas motas marrones claro de sus ojos.

—Estoy intentado superarlo —se me humedecieron los ojos y algunas lágrimas cayeron de mi rostro.

Ángel y yo nos percatamos de que había pasado un tiempo, sin saber cuánto, que tuvimos que pensar en una explicación lógica de porque había tardado tanto en volver a casa. Él me ayudó a utilizar la estrategia de víctima para calmar las aguas y, que a veces, era bueno contar medias verdades.

Oí como los pasos de una parte de los compañeros se acercaban. El silencio reinaba en la clase.

—¡Mikaela! ¡Te atreves a culparla después de lo que ha tenido que pasar! —un compañero de aspecto gótico la empujó. Las chicas iguales que, hasta entonces, sonreían, se quedaron paradas.

Se respiró tensión en el ambiente y nadie se atrevió a hacer ningún movimiento ni sonido.

—¡No tiene signos de violencia! ¡Vamos! —me señaló enrojeciéndose de ira.

—¡La secuestraron, Mikaela! ¡Ha sufrido abuso psicológico! —el mismo chico sujetó a Mikaela. Las llamas de sus ojos cogían vida, incluso podía quemarme con solo mirarlo.

Sonó el timbre.

Todos los compañeros volvieron a su sitio. Me era fácil llorar cuando pensaba en momentos tristes, pero luego me costaba dejarlo.

La profesora entró en la sala sin mirar a los alumnos que les había llamado la atención su presencia. Llevaba en la mano derecha, las carpetas y libros que necesitaba. Era joven, aunque algunas arrugas le aparecían en el rostro. Traje ajustado a su medida. Transmitía profesionalidad. Al verla, todos nos sentamos.

¡Buenos días! Como todos sabéis es un nuevo trayecto que estáis empezando. Nada más que Bachillerato se recolocó las gafas y miró las carpetas. Me llamo Samantha Relish. Os iré llamando para que vengáis a buscar vuestras carpetas y agendas.

La gente empezó a hablar para hacer tiempo hasta que llegara su turno. Presté atención para cuando oyera mi nombre; como mi apellido empezaba por A, enseguida tendría que ir.

Mikaela Aguilera anunció mirando en busca de la persona. ¿Mikaela Aguilera? empezó a poner falta.

Mikaela se levantó de su silla corriendo hacia donde se encontraba la profesora. Estaba tan inmersa de lo que decían sus amigos, que no escuchó que la habían llamado. Al llegar, se disculpó con las manos, cogió sus cosas y se sentó. De camino, noté como sus ojos me fulminaban junto con su cara aún enrojecida.

Lea Andrews preparó los objetos. ¿Es correcto el nombre? buscó para dar con la voz.

¡Si! ¡Es así! le contesté ya de pie.

Caminé con la cabeza alta. Sabía que los demás estarían observándome, y tenía la sensación de que habían escuchado alguna de las cosas del secuestro y de la escena entre Mikaela y yo. Cuando quedé delante de la mesa de la profesora, recogí mis pertenencias y volví a mi sitio; me ayudó a no ponerme nerviosa pensar que es lo que haríamos este primer año.

Samantha siguió diciendo el resto de los nombres de los compañeros de clase. Algunos fueron con elegancia; otros con torpeza. Casi todos los compañeros, eran los mismos con los que había hecho Primaria y Secundaria. Así que cuando pronunció el nombre del nuevo chico, me llamó la atención.

—Brian Hirsch —un chico se levantó y caminó deprisa para llegar a la mesa donde estaba la profesora y volver lo antes posible.

Esperé impaciente a que llegara la hora del patio y poder perder de vista a Mikaela y las otras chicas.

Al sonar el timbre, el chico que estaba en aquel momento con ella se sobresaltó. Casi se le cayó la carpeta y la agenda, pero en el último momento consiguió guardar el equilibrio.

Todos fueron saliendo poco a poco. Unos callados; otros hablando. Ángel me esperó en la puerta de entrada en clase.

Salí concentrada intentado recordar el número y la contraseña para poder abrir la taquilla: N. 63. 8, 36. Tendría que acordarme. Por suerte, se encontraba cerca de las escaleras de la entrada, así que no me fue difícil localizarla. Puse la combinación que era; conseguí abrirla a la primera.

Sonreí ya que pensaba que con lo torpe que era, iba a tener que intentarlo unas cuántas veces. Coloqué la mochila dentro de la taquilla, incluyendo la que me había dado Samantha, mi tutora. Abrí la primera cremallera sacando el almuerzo y cerré la taquilla.

Mientras me dirigía al exterior para poder saciar mi hambre, vi de reojo que el chico que se asustó estaba poniendo sus cosas en una taquilla cercana a la mía. No pude evitar mirarle durante unos segundos más. Cuando se percató de que alguien lo observaba, me dirigí a la puerta que me separaba de la libertad.

El patio estaba lleno de gente. Había un grupo que jugaba al fútbol; otro a básquet. Algunas personas estaban sentadas en forma de redonda; otras de pie. Tanta gente junta, pero tan sola. No tenía a nadie. Solo podía contar con mi madre y con Ángel.

Nada más llegar afuera, a ambos lados había pilares blancos que sujetaban el instituto. Daba la impresión de que eran débiles, y que, en cualquier momento, se podrían caer. Me senté en el pilar más cercano a la entrada poniéndome con las rodillas dobladas.

—Gracias por enseñarme a mentir —murmuré lo bastante bajo para que nadie nos pudiera oír.

—Hay parte de verdad en eso. Se debe analizar cuando es mejor contar media verdad o toda —sonrió mientras se limpiaba el polvo del suelo.

Abrí el envoltorio que cubría mi bocata de jamón salado. Me recordaba tanto a casa. Me hacía sentir mejor. Empecé a comer el bocata y cerré los ojos. Me acordaba que mi madre siempre lo hacía cuando empezaba etapas nuevas.

El grupo formado por las tres iguales y Mikaela, se acercó hacía donde me encontraba. Decían cosas entre susurros "Mira, ahí está la loca", "Habla sola", "Qué torpe". Cada vez me hacían sentir peor, las palabras eran cuchillos que me atravesaban el corazón, impidiéndome poder respirar bien. Se me empezaba a hacer un nudo en la garanta, presentía que estaba a punto de llorar.

—Has jugado bien —entrecerró los ojos.

Intenté cambiar de postura para poder levantarme y acercarme a ella, pero me caí. Las mejillas se me ruborizaron.

—¡Qué torpe! —Mikaela y las tres chicas se rieron a carcajadas.

Alguien estaba observando.

¡Eh, tú! ¡El nuevo! señaló Mikaela al chico nuevo. Mascaba un chicle de fresa. Lo miraba por encima del hombro. ¿No te han dicho que está mal cotillear? se echó el cabello hacía atrás con seguridad. No deberías acercarte a esa chica, está loca remató señalándome.

Menuda falta de respeto. ¿y se ponía hablar de educación? Justamente era la que menos tenía. La gente que era feliz no se metía en la vida de los demás y la infravaloraba. Me apiadé de ella.

Tendrías que mirar en el ojo propio antes que en el otro se le notaba enfadado. Debería presentarte a mi prima, tiene 4 años. Os llevaríais muy bien sonrió con sarcasmo.

Al oír estas palabras, Mikaela se quedó callada sin saber que decir. Al final, hizo una seña para que el resto de las chicas la siguiera. Antes de irse, me lanzó una última mirada.

—No te tropieces, Patito —sonrió extendiéndome la mano.

Se sentó a mi lado de manera que quedaba en medio entre Ángel y el chico nuevo. Tenía una piel que parecía bronceada. Los ojos eran de color café. El pelo era liso y bien peinado. Llevaba unos tejanos oscuros que conjuntaban bien con su camiseta básica verde y la chaqueta sin mangas azul tejano.

¿Sabes? ¡No te preocupes! ¡No tienen cerebro! me puso una mano en el hombro sonriendo.

Ambos nos reímos a carcajadas. Me gustaba su sonrisa y la manera que tenía de reír. Ángel nos observó en silencio y algo desconectado.

Por cierto, me gustaría saber el nombre de la chica a la que he ayudado me miró con interés.

Me llamo Lea. Encantada le sonreí. Eres el chico nuevo, ¿verdad? levanté una ceja.

Si. No conozco a nadie se colocó algunos cabellos.

Eso no es cierto, ya sabes mi nombre —le sonreí. Nos reímos—. ¿Cómo te llamas?

Se quedó concentrado en algún punto durante unos segundos.

Brian me devolvió la sonrisa.

Ese fue el principio de una gran amistad. Siguieron momentos más felices y tristes, siempre apoyándonos el uno al otro. Había compartido con él tantas emociones que me asustaba lo que pudiera suceder.

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