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Capítulo 9: La mansión de los Dupont

Los chicos por fin llegaron a la parada de taxis. Joshua y Alba estaban muy entusiasmados, ¡por fin iban a ver a sus abuelos maternos, después de cinco años!

Estuvieron esperando un buen rato, quizá demasiado tiempo, puesto que se encontraban todos muy emocionados y eso hacía que se les pasase más lenta la espera... Hasta que, por fin, llegaron los taxis.

A todos les costó organizarse para saber quién iba en cada auto, ya que eran muchos. No obstante, finalmente llegaron al acuerdo de que Marina, Johnny, Andy, Sara, Nieves y Daniela iban a ir en uno, y Joshua y su familia en el otro.

Aunque ambos taxistas eran franceses nativos, por suerte sabían también hablar español, debido al hecho de trabajar a menudo con turistas. Marina y Daniela no habrían tenido problemas si les hubiese hablado en francés todo el tiempo, aunque pensaron que era mejor hacer lo que ellos hicieron, hablar en ambos idiomas.

El viaje pasó bastante rápido y llegaron pronto a la casa de los abuelos de Joshua, que se encontraba en el IV distrito, a 20 minutos de la Torre Eiffel. Aquel barrio era muy silencioso y un lugar bastante lindo para vivir.

-Merci, monsieur! -se despidieron Marina y Daniela, agradecidas.

-Un plaisir (un placer) -contestó el hombre.

Justo después, se reunieron todos, deteniéndose ante la casa de los abuelos de Joshua. Los amigos del chico se quedaron boquiabiertos cuando la vieron.

-Oh là, là... -murmuró Marina, muy asombrada.

-No me imaginé la casa de tus abuelos tan... impresionante -comentó Nieves, seguidamente.

-Ja, ja, seguro que viven como reyes aquí... -saltó Andy, diciendo eso en voz quizá demasiado alta.

Joshua le dio un codazo.

-Hermano, controla el tono de voz, por favor. ¡Que se va a enterar todo el vecindario!

-Ejem, ejem... Perdón -respondió el chico, con risa nerviosa.

-Venga, entremos ya -ordenó Alba, impaciente por ver a sus familiares.

Todos accedieron a la enorme mansión. En la entrada, donde había un buzón, se encontraba escrito el nombre de la familia propietaria: "La Maison des Dupont" (La casa de los Dupont). El hogar constaba de cinco plantas: La baja, en la que se encontraba el sótano, la principal, la primera planta, la segunda y el ático.

-Dios mío, esta es la casa más bonita que he visto en mi vida... -halagó Sara.

-Me alegro mucho de que te guste, cariño -le respondió Alba, justo antes de llamar a la puerta.

Había que confesar que el timbre de la puerta de la mansión no era el más agradable, puesto que sonaba bastante fuerte. Pero claro, ¿cómo iba a sonar con baja frecuencia un timbre de una mansión gigante?

Seguidamente, la abuela de Joshua acudió a recibir a los chicos. Tenía el cabello rizado y gris, y era de baja estatura. No aparentaba demasiada edad, Andy supuso que tenía unos 67 años más o menos. Se la veía alegre, simpática y sonriente.

-Bonjour, mes garçons! (¡Buenos días, mis chicos!) -saludó la mujer, muy sonriente -¡No tenéis ni idea de las enormes ganas que tenía de conoceros! Mi nieto me ha hablado tan bien de vosotros...

-Bonjour! Nosotros también teníamos muchas ganas de conocerla... -respondió Johnny.

La anciana sonrió, y luego dijo:

-No hace falta que me llaméis de usted, podéis tratarme como si ya fuese vuestra amiga... Ja, ja, ja... Y bueno, pues ¿a qué estáis esperando para entrar?

-Cierto, somos muy educados -admitió Sara, riéndose.

-Qué simpática es tu abuela, hermano -le dijo Andy a Joshua -Si me llego a enterar de que nos preparó pizza ya será cuando la adore del todo...

-Ja, ja, ja... Eres un personaje, Andy -respondió el muchacho-. Venga, vamos a entrar ya, no nos entretengamos más.

Todos accedieron a la casa. La anciana se presentó a los niños y les quiso enseñar toda la casa, para que pudieran conocerla mejor.

-Bueno, chicos, me llamo Marie Dupont, y mi marido, el abuelo de Joshua, se llama Pierre Dupont. Ahora os vamos a enseñar nuestra casa y luego, almorzaremos. Os he preparado una comida muy especial, para celebrar vuestra visita aquí, así que espero que la disfrutéis mucho.

La casa de los Dupont, además de enorme, era preciosa. Quizá la planta que no era tan bonita era la del sótano (ningún sótano es especialmente bonito), pero si quitamos esta parte, la mansión sería perfecta.

En la primera planta se encontraban el vestíbulo, el salón, la cocina, un cuarto de baño y el balcón. El lujo del salón era increíble. Eran numerosos los cuadros que tenían ahí, los cuales algunos de ellos se encontraban también en el Louvre, y además, tenían un cómodo sofá donde veían la televisión. Marina y Daniela lo contemplaron con suma admiración.

En la segunda planta se encontraban los dormitorios y otro cuarto de baño. Los dormitorios eran magníficos: grandes, con bastantes camas (debido a la cantidad de hijos que tenía la abuela de Joshua) limpios y con buenas camas. Lo único malo eran las vistas, pero eso no importó a los chicos.

Y, por último, tenemos al ático, donde se podían disfrutar más de las vistas a la ciudad, además de leer libros en la biblioteca de dicho lugar. ¡Incluso había un telescopio para ver las estrellas por la noche!

Aparte, los abuelos Dupont tenían un miembro en la familia bastante especial. ¡Su gata Amelie! Era blanca y tenía los ojos azules, como el mar. Los chicos estaban maravillados con el gato, lo acariciaban y mimaban, y este ronroneaba y disfrutaba a gusto.

Poco después, se sirvió el almuerzo. Los abuelos Dupont habían preparado un delicioso ratatouille, patatas gratinadas y baguettes con foie gras, entre otras cosas ricas para comer.

—¡Niños, la comida ya está lista! –los llamó Marie.

—Ya vamos, abuelita –contestó Alba –. Vamos, chicos, dejad ya de jugar con Amélie, ahora hay que comer, ya tendremos tiempo.

Los chicos fueron a la mesa. Era grande, bonita y elegante, con manteles blancos y bastante decorada. Seguidamente, empezaron a tomarse el ratatouille.

—Yo pensé que tu abuela iba a hacer pizza... –susurró Andy al oído de Joshua –estoy un poco decepcionado...

—Andy, prueba cosas nuevas, por favor. Estos platos son típicos de Francia, disfrútalos.

—¿Se puede saber qué estáis murmurando tanto vosotros dos? –interrogó Marie.

Joshua y Andy se sonrojaron como fresas, por lo que las chicas se rieron.

—No es nada, abuela, no te preocupes.

—¿Y entonces por qué te has puesto como un tomate, nieto mío? –saltó Pierre.

—Es que... Tengo calor –mintió– así que, si me lo permitís, voy a ir al piso de arriba a cambiarme.

—Vale, te esperamos.

Los chicos y los abuelos Dupont siguieron comiendo. Alba soltó un suspiro.

—Quiero mucho a mi hermano, pero a veces tiene unas cosas... Además, antes ni le dio siquiera por poner la mesa...

—Alba, no te desesperes, ya sabes cómo es el. Nuestro amigo también tiene cosas buenas –la consoló Marina.

—Conozco a mi hermano más que vosotros, corazón. No tenéis que aclararme nada de eso. Él es muy buen chico, pero eso no implica que tenga también sus defectos...

—Ya, pero ella te lo ha dicho para que no te enfades –aclaró Johnny.

Alba permaneció en silencio, mientras continuaba saboreando la deliciosa gastronomía de Francia, junto con los demás.
Después de un rato, todos terminaron de comer, y de postre la abuela Dupont les dio helados. ¡Estaban riquísimos!

—Nos ha encantado la comida, Marie. Tu marido y tú cocináis genial -halagó Sara.

—Estaba todo para chuparse los dedos, muchas gracias por enseñarnos la comida de Francia –añadió Marina.

—Muchas gracias, chicas. Cuánto me alegra escuchar eso... Ahora id arriba a cepillaros los dientes, compré cepillos para vosotros.

—Merci beaucoup (muchas gracias) –respondió Sara.

Cuando todos terminaron de cepillarse los dientes, bajaron al vestíbulo. Pierre y Marie estaban esperándolos para proponerles un plan para la tarde.

—Chicos, ¿os gustaría dar esta tarde un paseo por París?

—¡Pues claro que sí! ¡Qué ilusión! –exclamaron todos.

—Pues vámonos ya mismo... Je, je... –dijo Pierre.

—Pero cariño, espera, antes de nada... ¿dónde está nuestro nieto?

—Uf, es verdad, ya lleva mucho tiempo ahí arriba... –respondió Andy.

—¿Qué demonios le habrá pasado? –preguntó Nieves.

—Ni idea, ahora subo a buscarlo.

Andy subió por las escaleras y llamó a la puerta de la habitación donde dormía Joshua. El chico se había encerrado ahí sin motivos aparentes.

—¡JOSHUA, ABRE LA PUERTA! –exclamó Andy.

—No pienso abrir a una persona que ha sido la culpable de que me esté muriendo de vergüenza ahora mismo.

—¡Joshua, venga ya, sal de ahí! No quise haberte hecho sentirte así... Sólo era un comentario de broma...

—Ya, pero me hiciste pasar vergüenza delante de mi familia y amigos, a mi abuela no le habría gustado nada saber que tú te estabas quejando por la comida, porque preferías pizza en lugar de ratatouille.

—Joshua, lo dije de broma.

—Pues no lo parecía, amigo mío.

—Bueno, pues por eso te lo aclaro. Ahora venga, abre ya la maldita puerta de tu cuarto y sal ya de una vez. ¡Vamos a visitar París!

—Bueno, está bien... No quiero empeorar las cosas, así que te haré caso... –dijo Joshua finalmente, suspirando.

Ahora ya estaban todos reunidos y arreglados en el vestíbulo, listos para conocer las hermosas calles de París...

CONTINUARÁ...


















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