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Parte 5: La Locura

Martina despertó una vez más sobre su cama como si nada hubiera ocurrido. Pero pese a estar despierta, no quiso abrir los ojos. En ella había confusión a un nivel que no entendía. Sin visión alguna, empezó a rezar para pedir alguna ayuda, juntando sus manos mientras temblaban.

—Señor, pido por favor que todo vuelva a la normalidad... Quiero que mi ángel vuelva, por favor, te lo pido de todo corazón...

Durante la oración, una voz interrumpió.

—No hace falta rezar, mística.

Martina escuchó al instante, abriendo los ojos. A un lado de su cama estaba Esperanza, mirándola de brazos cruzados.

—¡¿Qué?! —llegó a gritar de los nervios.

—No pasa nada, Martina... Solo te protejo. —Esperanza bajó la mirada y se sentó en el borde de la cama—. Al fin pudiste ver el verdadero rostro de Luciana...

—La realidad es que ella es un ángel, ustedes no —reafirmó la joven con nervios, sosteniendo con fuerza las sábanas.

—¿Qué clase de ángel insinúa con matar a un humano sin motivo lógico? Mirame y responde a eso. Ella no es juez de nadie —le cuestionó mientras fijaba su vista en ella—. El diablo se viste de ángel de luz, mística.

Martina se tomó la cabeza, y luego tapó su rostro, volviendo a cerrar sus ojos.

—Ya no sé a quién creerle... —expresó con frustración—. No sé quién es el bueno y quién es el malo, ya no sé.

Esperanza se acercó y acarició la cabeza de Martina, devolviéndole un poco la calma.

—Martina, tu madre se fue a comprar algo. Aprovechá y andá a la plaza, ahí verás la verdadera cara de Luciana —pidió antes de pararse y caminar por el cuarto—. Voy a estar junto a mi hermano. Cuando ella nos vea, vas a ver el diablo que es realmente —tras decir eso, caminó hacia la nada y se hizo humo, desapareciendo frente a la mirada de la joven, quien apenas estaba procesando lo que le había pedido.

Martina, al estar tan interesada en saber al fin la verdad, no vio de otra más que pararse e ir hacia donde Esperanza le dijo.

La misteriosa niña tenía razón, su madre no estaba en casa, por lo que nadie le impidió tomar las llaves y salir. Una vez fuera, se dirigió con cautela hacia la plaza, la cual tenía más gente de lo usual. Pudo divisar al instante a Marcos y Luciana, ambos yendo hacia el lugar, como si Marcos hubiera salido de su casa hace tan solo unos segundos.

Martina corrió hacia donde su amigo y la extraña ángel estaban, llamando la atención al instante.

—Martina... ¡Hola! —saludó su amigo, quien se sorprendió de verla, mostrando alegría.

La joven quiso sonreír para verse amable, pero Luciana le generaba cierta desconfianza desde lo de anoche, por lo que quedó con una expresión temblorosa, difícil de describir con algún sentimiento.

—Creía que no ibas a venir. Je, je, je —dijo Luciana con una sonrisa similar—. No avisaste ayer, ¿quién te invitó? —preguntó de manera sarcástica.

En ese instante, hubo un segundo de silencio que se sintió especialmente pesado, lo que hizo cambiar la expresión de Luciana, y más con la inesperada voz que se metió a la conversación.

—Nosotros la invitamos —se escuchó de Esperanza, quien apareció en escena junto a Anhelo de forma repentina.

No se les escuchó venir, simplemente se presentaron de un instante a otro, como si hubieran salido del aire. Los ojos de Luciana se abrieron lo más que pudieron al escuchar aquella voz, dejando ver sus pupilas, las cuales se dilataron al máximo. La impresión que les causó fue algo que no sentía desde hace mucho.

—¿Ustedes son Marcos y Luciana? —preguntó Anhelo mientras trataba de mantener la apariencia, comportándose como cualquier niño.

—¡Sí! —confirmó Marcos al instante— ¿Y ustedes qué? ¿Son amigos tuyos, Martina? — preguntó con total inocencia.

Marcos no parecía notar el tenso aire que se formó entre los niños y Luciana. Martina sí lo notó, manteniéndose tiesa y sin decir nada, simplemente observó con muchos nervios, pues parecía que en cualquier momento volaría algún golpe.

Esperanza y Anhelo trataban de aparentar las apariencias de simples niños, pero ambos, en especial Anhelo, dejaban ver unas miradas de desprecio hacia Luciana, quien ya no respiraba, manteniéndose en su misma posición mientras una gota de sudor caía por su rostro.

Ni una mosca podía volar entre ellos sin caer en picada de la presión.

—¿Qué te pasa, Martina? —le preguntó Luciana antes de que cualquier otro hablara. Martina la vio, pero no le respondió—. No hay forma de que esté junto a estos, no... —expresó con los nervios de punta, mostrando sus dientes.

—Callate, boluda —se entrometió Anhelo mientras se inclinaba hacia ella, acortando la distancia.

—Oh... ¿Se conocen? ¿Qué les pasa? —le preguntó Marcos mientras se colocaba en medio de ambos para mediar.

—Sí, los conozco —le confirmó Luciana—. Martina, ¿por qué los trajiste? —le exigió con nervios.

Martina no pudo modular palabra alguna, tartamudeó sin saber qué responder.

—¿Cómo sabés que nos trajo? —le preguntó Esperanza, metiéndose en el pleito.

—¡Cállense ya! —les gritó Martina a los tres, con Marcos quedando en medio de dichas palabras—. ¿Qué te pasa, Luciana? Te comportás raro.

De inmediato Luciana se acercó y la tomó de los brazos para acercarse a ella y hablarla al oído, susurrando entre dientes.

—Martina... Esos son los Niños de las Flores, los ángeles caídos de los que te hablé anoche... Son demonios...

—¡Acá estamos, no te hagás la tonta! —interrumpió Anhelo, quien separó de manera brusca a Luciana de Martina, generando más tensión.

—¡Ja, ja, ja! ¿Y por qué vinieron hasta acá? —les preguntó Luciana, quien cambió rápidamente de personalidad, levantando su mirada, tono de voz y cruzando sus brazos, notándose más soberbia y despreocupada, ocultando sus nervios.

—Martina nos invitó —contestó Esperanza—. ¿Verdad?

Las miradas de Anhelo, Esperanza, Luciana y Marcos se dirigieron a Martina, quien no podía ni parpadear de los nervios.

—¿Habla en serio, Martina? ¿Por qué? —le preguntó Luciana con un poco de decepción

Martina dio un suspiro antes de contestar.

—Porque uno de ustedes me está mintiendo... Luciana, no te llevás bien con esos dos niños. ¿Por qué?

—¡Ya te lo dije anoche! ¿No te acordás o qué? —le contestó con frustración.

—Ya nadie te cree, boluda. Dejate de actuar de una vez en tu vida —insultó Anhelo tras escucharla, enojándola un poco más.

—¡¿Y quién carajo te crees vos para hablarme así?! —le gritó con enojo mientras encaraba, pero manteniendo la distancia.

—Bueno ya, cálmense —pidió Marcos mientras volvía a colocarse en medio de ambos para intentar mediar—. No entiendo nada, pero no tienen que ser así. No se caen bien, pero igual pueden hablar sin insultar, no molesten a nadie —les recriminó a los tres, haciendo que dejaran un poco dicho comportamiento.

—Y tenés razón —aseguró Luciana—. Lo siento, pero no puedo estar junto a estos dos. De nuevo, lo siento...

Luciana se vio apurada. De inmediato, dio la vuelta y empezó a caminar parar irse.

—¡Vos siempre corriendo con miedo, mosca! —le gritó Anhelo, quien esbozó una sonrisa, casi riendo de puro placer.

En ese instante, Luciana cambió. Apenas escuchó ese insulto gratuito por parte del niño, sus ojos se volvieron totalmente morados por un segundo. Se había enojado. Detuvo su caminata y volvió por donde había venido, dando unos fuertes pasos hasta encarar a Anhelo.

—¿Y quién mierda me va a obligar? ¡¿Quién carajo te crees vos?! —le gritó en la cara antes de darle un empujón. Anhelo no se inmutó. Los demás sí se asustaron un poco, pero no intervinieron ya que Luciana se veía intimidante—. Hace años que me vivís jodiendo, escoria, basura... Ahora te haces el valiente, cobarde de mierda, solo porque están todos viéndome acá —Luciana le dio una fuerte cachetada a Anhelo. Pero, como la otra vez, el niño no movió ni un solo pelo, solo se quedó de píe, recibiendo los insultos y agresiones de Luciana—. ¿No vas a hacer nada? ¿Vas a fingir como siempre? Basura... —Luciana le dio otro empujón antes de hacerse a un lado.

Hasta Esperanza se veía preocupada, pero a pesar de la agresión, Anhelo se mantuvo quieto. Al menos durante ese momento, ya que apenas Luciana bajó la guardia, el niño se le lanzó encima, arrojándola al suelo lo más duro que pudo, procediendo a ahorcarla con sus propias manos. Luciana forcejeó y empezó a arañarlo para que la soltara, pero él se mantenía firme en lo que estaba haciendo.

Al instante Marcos y Esperanza intervinieron, pero tuvieron que pelear un poco para que Anhelo soltara a Luciana, quien quedó en el suelo. Martina no pudo hacer nada. Eso sí, estaba horrorizada, por lo que dio unos pasos hacia atrás.

—¡Che! ¿Qué les pasa? —dijo un hombre que casualmente pasaba por ahí. Pero no solo fue él, el altercado llamó la atención de todos los que estaban en la plaza, e incluso de la madre de Marcos, quien le gritaba desde la casa que volviera.

Mientras las miradas y las habladurías de todos los presentes aumentaban, Anhelo y Esperanza decidieron irse.

—¡Martina, vamos! —avisó Esperanza, quien junto a Anhelo ya se iba del lugar. Sin embargo, Martina no los siguió.

La joven veía tanto a Luciana como a los niños misteriosos, pero no sabía qué hacer.

—Martina... —dijo Luciana, quien seguía en el suelo, extendiéndole su mano para que la ayudara.

—¡Martina! —insistió una vez más Esperanza.

La joven los vio a los tres, y tras pensarlo, decidió darle la mano a Luciana y ayudarla. Al ver eso, Esperanza y Anhelo se frustraron, dejando el lugar con vergüenza y desazón.

—No entiendo nada... —dijo Marcos mientras también ayudaba a Luciana.

—¡Marcos! —le gritó su madre una vez más, quien se acercó con desanimo—. ¡Vamos ya a la casa, meta! —le exigió con agresividad mientras su hijo se encogía en hombros. No tuvo de otra más que irse corriendo hacia su casa, dejando a sus amigas sin siquiera despedirse.

—¿Están bien las dos? —les preguntó el hombre que pasaba por ahí y vio todo lo que pasó.

—No pasa nada... Ya estoy bien, no me lastimó... —le respondió Luciana, solo para darse cuenta que Martina ya no estaba a su lado. La joven se estaba yendo del lugar como si nada. De inmediato la empezó a seguir.

Martina no quería ni dirigirle la palabra a Luciana. Simplemente caminó hacia su casa como si no estuviese allí con ella. Con la mirada baja, se movilizó sin preocuparle nada.

—Martina... Martina, te estoy hablando —empezó a insistir Luciana, quien estaba en verdad apenada. No quería levantar la voz o siquiera tocar a su cercana, solo hablar, aunque ésta no quisiera—. Lo siento, en serio, lo siento. Me dejé llevar, esos niños me hicieron explotar, pero no me odiés... Por favor... —le siguió diciendo durante todo el camino.

Martina caminó hasta una esquina solitaria, cuando las palabras de Luciana la empezaron a hartar de verdad.

—Ese tonto de Anhelo me molesta desde hace años, en serio... No quería hacerlo, entiende... —se justificó mientras su voz empezaba temblar al igual que sus manos.

Martina no la soportó.

—¡Callate ya! —le gritó en la cara—. Me tenés cansada, vos y esos niños. Todos me tienen harta... ¡¿No me podés dejar de molestar un rato?! —exclamó con enojo legítimo, algo que no demostraba desde hace mucho.

—M-Martina... ¿Por qué sos así conmigo? —preguntó tartamudeando.

—¿No te acordás lo de anoche? Querías matar al papá de Marcos y luego me pediste que lo hiciera yo. Ningún ángel haría eso jamás. No sos un ángel, sos una loca de mierda —expresó entre dientes, aguantando la ira.

Luciana presionó los dientes, bajando la mirada antes de gritar.

—¡Lo intento, te juro que lo intenté todo!

Luciana se veía devastada. Sus ojos estaban brillosos por las lágrimas, y sus manos y labios temblaban por los nervios. Había verdadera frustración y tristeza en sus palabras y expresiones.

—Hice todo lo posible para ayudar a Marcos, pero ya no se me ocurre nada... No quería llegar a eso, no quería, pero nadie me ayuda. Soy una inútil... Soy una inútil.

Luciana empezó a llorar mientras cerraba los ojos. No quería ni ver a Martina, pero ésta, al verla así de mal por sus bruscas palabras, la abrazó, acariciando su pelo con cariño mientras trataba de sentirse bien con ella misma por haberla hecho sentir mal.

—No pasa nada... Lo siento... Yo fui la grosera —le dijo mientras trataba de calmarla.

—Los otros ángeles me dijeron que yo era muy joven como para ser una guardiana... que sería un fracaso... y soy un fracaso —continuó expresando Luciana con total desanimo mientras dejaba sus lágrimas sobre Martina—. No se me ocurre otra forma de ayudar a Marcos que no sea hiriendo a quienes lo dañan.

Martina soportó la frustración de Luciana mientras la abrazaba, sintiendo pena, ya que aquellas palabras eran sinceras y directas.

—No sos inútil, sos mi amiga... y siempre vas a serlo —le dijo mientras la veía a los ojos.

—¿En serio? ¿Después de todo, decís que somos amigas? —Luciana estaba sorprendida.

—Sí... Obvio que sí —respondió Martina—. Me mostraste que esos niños eran malos... Por eso te voy a ayudar. Si eso hace bien a Marcos, es lo mejor que puedo hacer.

Luciana secó sus lágrimas, mostrando una sonrisa detrás de estas.

—¡Vamos! —exclamó con felicidad mientras volvía a abrazar a Martina—. Una humana ayudando a un ángel, qué locura. Je, je, je... —expresó con algo de gracia.

Martina devolvió ese gesto con una sonrisa.

—Vamos a mi casa —propuso con entusiasmo.

—¿Para qué?

—Vamos a jugar, ¡vamos! ¡Todo lo que quieras para que te sientas bien! —le respondió con ánimos.

—Je, je, je... Está bien, vamos —le confirmó con una gran sonrisa en su rostro.

Ambas se tomaron de las manos y empezaron a caminar hacia la casa de Martina. Realmente parecían amigas de toda la vida, aunque solo se habían conocido hace dos días.

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