Capítulo 2: Sus ojos
Un niño sollozaba en su cuarto. Tras la puerta que lo separaba de la sala, se hallaban sus padres, discutiendo con ferocidad. Gritos hacían temblar los muros y algún que otro golpe dado por ambos se hacía oir también, como si no se conocieran.
—¡Y a vos que te importa lo que le doy al chico! —exclamó la madre con ira.
—Te he dicho miles de veces que así no es, ¡¿sos idiota o te hacés para causarme enojo?! —le gritó el padre, mientras el sudor de su frente se evaporaba al instante por el calor de su piel.
—Ahora te hacés el dueño de la casa, vago de mierda... —llegó a expresar antes de ser interrumpida por una cachetada. En lugar de quedarse callada, le devolvió el golpe a su pareja, empujándolo hacia atrás antes de dar la vuelta e irse.
—Andate, chau... Pelotuda —desprestigió el hombre, mientras la mujer dejaba el lugar dando un gran portazo, lo que enojó más a su pareja.
Mientras eso ocurría, el hijo de ambos, Marcos, amigo de Martina, daba vueltas en su cama, intentando suprimir los gritos y ruidos que le lastimaban la cabeza. Tras un rato haciendo eso, tuvo que ponerse alerta al escuchar su puerta abriéndose. Aún con impresión, Marcos levantó la mirada, divisando a su padre, quien prendió la luz para entregarle unas pastillas junto a un vaso de agua.
—Tomá todo. —le ordenó con su recurrente tono rasposo—. La boluda de tu madre dice que solo la mitad, pero no. Ella y vos están muy mal. —decía mientras su hijo tomaba la pastilla sin protestar, con la mirada baja, ignorándolo.
Tras eso, se fue del cuarto. Marcos estaba obligado a tomar tantos medicamentos que ni él recordaba sus nombres, todo porque sus padres creían que estaba enfermo de la cabeza. Todo eso causaba que no se sintiera físicamente bien, y ni hablar a nivel mental o sentimental, aunque esto último no era por lo que sus papás creían, sino que era consecuencia de ese ambiente nocivo de peleas y discordia que habían creado en torno a él.
El joven se fue a dormir sollozando, esperando despertar y encontrarse mucho mejor.
—Por favor, que todo vuelva a ser igual que... antes. —susurró a la nada mientras daba vueltas.
En ese momento, sintió una mano sobre su cabeza. Una caricia acogedora y placentera, pero a la vez fuera de lugar, pues debía ser el único de aquel cuarto.
—Calmate, calmate... No pasa nada —escuchó Marcos viniendo de la oscuridad de su habitación, como si fuera la voz de una niña.
Al escuchar esas palabras, abrió los ojos, observándola. Parada a un lado de él, se hallaba aquella niña observadora de ropas descuidada. Sobre el rostro de ella, una sonrisa, pero Marcos no le devolvió el gesto, al contrario, gritó del terror, elevando todas las alarmas de la casa. Su padre irrumpió en el cuarto apenas abrió la boca.
—¡¿Qué te pasa, pelotudo?! —le gritó a su asustado hijo. No había nadie más en el lugar—. ¡Callate pendejo, callate! —gritó antes de darle un golpe.
Los gritos del joven se mezclaron con los golpes de su padre molesto, a quien no le importó saber por qué había dado ese grito, solo quería que cerrara la boca.
Esos golpes, dolor y sufrimiento, también eran sentidos por Martina, su mejor amiga. Ella tenía la suerte de no tener una mala familia.
En ese preciso instante, ella dormía, inmersa en el mundo soñador en el que se inmiscuía todas las noches. Esa enorme pradera verde llena de árboles, animales que cantaban, cielo azul y una brisa que cerraba cualquier herida. Sin embargo, no todo era luz. Por primera vez en mucho tiempo, Martina no se veía feliz estando parada en aquel mundo. Su ángel de la guarda, Martín Martín Martín, ya no estaba junto a ella.
No entendía la razón, ni podía hallar respuesta alguna. Ya no podía pedirle consejos, ni jugar junto a él, simple y llanamente, se había ido... Ni siquiera se despidió de la amiga que acompañó durante años.
—¿Por qué?... ¿Dónde estás? —preguntaba una y otra vez al aire esperando que Martín respondiera, pero no pasó—. ¿Por qué no me dijiste que te ibas a ir? No puede ser... No es justo. —se lamentaba mientras caminaba desilusionado.
Mientras pisaba ese suelo verde y resplandeciente, entre sus piernas se escabulló un conejo blanco, sintiendo en sus pantorrillas el suave pelaje del animal, sobresaltándose un poco antes de observarlo con curiosidad.
—Je, je... Qué bonito...
Martina dio un par de vueltas sobre sí misma siguiendo al conejo blanco, justo cuando frente a su mirada desenfocada se empezó a formar una figura extraña.
—¿Por qué tan triste? —escuchó sin previo aviso.
La pregunta parecía haber venido del aire.
—¿Qué...? —reaccionó Martina con total intriga, dejando de ver al conejo blanco para centrarse en la otra figura.
A tan solo un metro de ella, vio a una niña de su mismo tamaño, aquella de ropas negras, quien sonreía mientras cambiaba un poco el ambiente. La atención de Martina se dirigió principalmente a sus ojos morados; no era normal ver a alguien con ese color por la calle.
—Martina... ¿Sos vos? —le preguntó la niña extraña.
Rápidamente, el conejo blanco corrió hacia la niña de los ojos morados y se subió a ella, siendo acogido en sus brazos, como si fuese su mascota.
—¿Quién sos vos? —cuestionó Martina al instante.
—Me llamo Luciana —respondió la niña mientras caminaba a su alrededor—. Te ves muy triste, Martina, che. Siempre te veo con tu amigo el viejito, ¿qué le pasó? —Luciana se veía optimista y despreocupada, contrastando mucho con el lugar.
—¿Qué te importa? Solo yo y él vivimos acá, no podés llegar así nomás y comportarte de esa forma, tontita —recriminó al ver la actitud de esa intrusa, colocándose a la defensiva.
—Oh... No te pongás así... —replicó Luciana, bajando el tono, viéndose golpeada por aquellas palabras—. Tu ángel te tuvo que dejar por un rato, pero yo soy igual a él. Solo quería hacerte compañía hasta que volviera...
Luciana dejó caer al conejo que traía entre brazos y tomó la mano de Martina, lo que calmó un poco a ésta última. De inmediato se sintió mal por haberle hablado de esa forma.
—No pasa nada... —dijo Martina antes de suspirar—. Lo siento, pero hoy no la pasé muy bien. Mi ángel me dejó de hablar y mi mejor amigo vive muy mal... Todo eso me jode un poco —le contó mientras aguantaba las ganas de gritar de la frustración.
—Tu amigo, Marcos... —dijo Luciana al instante.
—¿Cómo sabés quién es? —reaccionó Martina de la sorpresa, colocándose cara a cara para poder preguntarle mejor.
—Él no me conoce, pero yo sí a él. —Luciana la soltó y comenzó a caminar a su alrededor, similar a como había hecho el conejo—. Y también te conozco a vos, Martina.
—¿Quién sos? En serio, estás acá en mi sueño y eso es muy extraño... Me das algo de miedo.
Martina dio unos pasos hacia atrás, pero sin dejar de verla con desconfianza.
—Tranquila, yo lo voy a salvar. Solo te lo aviso —le afirmó con una sonrisa muy amable.
Las palabras de Luciana, aunque raras, parecían sinceras. En especial cuando Martina vio su alma, ya que era similar a la que tenían los ángeles; brillante y casi celestial, pero trató de ignorar ese detalle, no podía confiar a pesar de eso.
—¿Sos un ángel?... —le preguntó—. Tenés el alma... ¿Por qué estás acá en lugar de Martín?
—Je, je, je... Porque vamos a ser amigas, Martina. Vos, yo y Marcos. No necesitás a nadie más. No necesitás tener a extraños junto a vos.
Martina negó con la cabeza tras escuchar esas osadas palabras. Todo era tan raro que aun estando frente a un ángel no quería creerle.
—¿Hablás de los niños? Solo estuve con ellos porque me vinieron a buscar, ¿qué tienen que ver con todo lo que nos pasa a mí y a Marcos? —le cuestionó mientras se tomaba de la cabeza y daba vueltas sobre sí misma de la confusión.
Luciana dio otra pequeña risa y saltó hacia Martina para así tomarla de la mano una vez más, viéndose feliz.
—¡Ya vas a ver desde mañana! —aseguró mientras la tomaba. Por poco y la abrazaba—. Perdón por hacer todo confuso, pero solo te quiero hacer feliz, como todo ángel.
Martina, pese a todo ese buen entusiasmo que mostraba aquella extraña, no podía devolvérselo, y por eso la hizo a un lado, casi empujándola para que no la tocara.
—Si sos un ángel en serio, entonces vas a tener que hacer lo que me dijiste. Solo así te voy a creer. No te ves confiable.
Luciana volvió a bajar la mirada, pero sin dejar de sonreír.
—Sos muy inocente, Martina... Y tenés mucha fe —dijo mientras le sonreía—. Nos vemos mañana. Buscalo a Marcos apenas te despertés, su mamá lo va a dejar salir si se lo pedís amablemente...
Martina siguió estando confundida. Quería preguntarle más cosas, pero justo antes de que pudiera hablar, dos grandes alas de color blanco salieron de la espalda de Luciana. Se quedó sin palabras apenas vio eso. No se había equivocado, esa misteriosa persona era un ángel. Luciana entonces batió el aire de aquel mundo con sus alas, terminando el sueño.
Martina despertó totalmente agitada. Le habían quedado muchas preguntas en la boca, pero ya no estaba junto a esa niña.
Sabía que todo lo que pasara en ese mundo de sueño tenía que ser real, pero aun así le costaba creer y procesar que una total desconocida haya aparecido allí, pues solo ella y su ángel existían en aquel sitio.
¿Qué estaba pasando? Todo estaba empezando a funcionar al revés, llegó a pensar.
Sin dudarlo dos veces, decidió hacer caso a ese ángel e ir a buscar a su amigo. Hasta entonces no lo habían dejado salir, su padre no permitiría eso, por lo que Martina estaba más que intrigada.
Apenas eran las nueve de la mañana cuando, tras cepillarse los dientes y arreglarse, salió corriendo de su casa para ir adonde Marcos. Una vez llegó, vio que la madre de su amigo estaba en la vereda pasando la escoba. Al instante corrió hacia ella, llamando claramente su atención.
—¡Señora! —exclamó Martina— ¿se encuentra Marcos ahora?
—¿Martina? —se preguntó la mujer, y, tras observarla, apuntó hacia la plaza frente a su casa, viendo ambas que Marcos se encontraba ahí, sentado junto a alguien—. Creí que andaba con vos, parece que me confundí.
Martina observó a su amigo junto a aquella figura, ambos sentados en la plaza, reconociéndola al instante. Sin creer lo que veía, ignoró a la madre de su amigo y corrió hacia estaba él. Estando más cerca no quedaban dudas. Su mejor amigo Marcos estaba junto a Luciana.
—¡Hola, Martina! —se alegró Marcos al instante de verla—. Hace un montón que no te veo, te extrañé un montón —continuó con entusiasmo.
Martina no tenía palabras para expresarse. Se quedó viendo a Luciana, quien le sonreía.
—Buenas, Martina —saludó Luciana, moviendo sus manos.
—¿Conocés a Martina? —le preguntó Marcos, quedando sorprendido.
—Ja, ja... Sí, pero no somos amigas.
—Ah, ya veo —Marcos entonces vio a su amiga de nuevo—. Martina, ella es Luciana, dice que ya la conocés...
—Luciana —interrumpió Martina— ¿podemos ir a hablar en otro lado? —preguntó de mala gana, casi entre dientes.
—Claro que sí —aceptó Luciana, mostrándose tan optimista como se presentaba hasta entonces.
Al instante, Martina la tomó del brazo y se alejó junto a ella unos cuantos metros para no ser oídas. Marcos solo las observó con intriga.
—Decime la verdad, ¿qué sos? —le preguntó Martina de inmediato, notándose impaciente e impactada—. No sos de verdad un ángel, me imagino.
—¿Y por qué decís que no lo soy? ¿No te acordás lo de anoche? Todo se cumplió como te dije, soy de palabra. Además, viste mis alas.
—Marcos te puede ver... Nadie es capaz de ver ángeles, solo yo puedo —le afirmó.
—Bah... Te ves nerviosa, Martina. Calmate y hablemos bien...
—¡Callate! —gritó Martina, quedando ambas impactadas. Tras darse cuenta de aquel innecesario comportamiento, respiró profundo y trató de volver a empezar la conversación—. Luciana... Todo es raro... Vos sos rara, los niños de ayer también. ¿Qué pasa? Por favor, decímelo —pidió mientras bajaba su tono, así como su mirada,
—Conozco a Marcos desde hace mucho tiempo. No soy su ángel de la guarda, si lo fuese ya me hubieras visto antes con él. Pero de que soy uno, es verdad, solo que no puedo decir cuál es mi misión —le explicó manteniendo la calma.
—Pero él también te puede ver y nadie puede ver ángeles. A menos que me digas la razón por la que estás haciendo esto, sin bromas —insistió Martina.
—Martina, por favor... ¿Viste a tu mejor amigo? Al fin está fuera de su casa. Yo hice que pudiera salir para que esté con vos de nuevo... —manifestó antes de dar un suspiro—. ¿No ves que es algo bueno? Tenés que pensar en él, ¿o no querías que volviera a estar con vos?
Martina vio por unos segundos a Marcos. En el rostro de su amigo se notaba un moretón, una de las marcas que le dejó su padre tras varios golpes. Hace mucho que no lo veía, al fin podía hablar con él. Sin embargo, la duda no dejaba que viera lo positivo del hecho, por lo que agitó la cabeza antes de seguir.
—No sos un ángel... Decime lo que sos —insistió de nuevo.
Luciana, frustrada por su actitud de insistencia, la tomó del rostro e hizo que levantara la mirada, viéndose ambas a los ojos.
—Mirá mi alma y decime si no soy un ángel —le ordenó.
Martina se concentró, abriendo bien sus ojos hasta que sintió el alma de Luciana. Tal como esperaba, pese a su escepticismo, aquel don que nunca fallaba volvió a confirmarle lo que tanto quería negar. No había dudas.
—Tenés el alma de un ángel...
Al escuchar eso, Luciana la soltó y le dio la espalda, estando enojada.
—Te hago un favor y me decís todo eso en vez de darme las gracias —expresó con algo de frustración—. Tu amigo sufre y a vos no te importa si viene un ángel a ayudarte... No te importa nada —continuó mientras se alejaba.
—¡Esperá...! —trató de detenerla, pero fue más que inútil, ya que Luciana se fue haciendo oídos sordos.
—¡¿Qué pasó, Luciana?! —se le escuchó preguntar a Marcos, quien intentó hablarle cuando empezó a irse, pero tampoco tuvo éxito—. ¿Qué pasó? —le preguntó a Martina mientras se paraba al lado de ella.
Martina estaba impactada. Realmente se sentía mal por su desconfianza, además de todavía tener muchas dudas respecto a esa niña que pensó que muy posiblemente no volvería a ver.
—Ella y yo no nos llevamos bien —le respondió—. Soy una tonta...
—No digas eso —le dijo Marcos— no importa, igual vos sos mi mejor amiga, ¿no? Hace un montón que quería hablarte de nuevo.
Martina esbozó una leve sonrisa al escuchar eso. No tenía que pensar en otra cosa, el simple hecho de estar con Marcos era suficiente.
Mientras la calma volvía a ella, Luciana se alejó a gran velocidad sin siquiera ver hacia atrás. Caminó por la plaza hasta adentrarse en el barrio, estando completamente sola. Y eso era de forma literal, ya que las calles se vaciaron cuanto más caminó por la vereda, bajando luego por la calle. No había nada raro, hasta que una pisada suya hizo que las hojas de los árboles se movieran y en su rostro se formara una sonrisa mientras se detenía.
—Ya los noté... Esperanza y Anhelo... —dijo mientras cerraba los ojos.
Detrás de ella se encontraban aquellos dos niños misteriosos que habían jugado con Martina el día anterior. Ambos igual de serios, vistiendo con un imponente saco de color rojo que cubría sus torsos, y sobre sus cabezas llevaban lo que parecía ser unas boinas del mismo color. Se veían como soldados firmes y listos para luchar.
—¡Qué molestos que son ustedes, raritos! No se cansan de dar vueltas detrás de mi... —expresó Luciana mientras se colocaba cara a cara frente a ellos.
Los dos niños misteriosos, Anhelo, el niño, y Esperanza, la niña, no se inmutaron, estaban firmes, y con sus miradas penetrantes vieron a Luciana, quien colocó sus manos en los bolsillos.
—Nos conocés bien —dijo el niño, Anhelo— ¿qué tramás ahora, angelita? —le preguntó con firmeza y frialdad.
—También son tontitos, ¿cómo piensan que se los voy a decir? Je, je, je —contestó Luciana con sarcasmo—. Ya me tienen cansada...
—Callate, tonta —la interrumpió Esperanza, la niña—. Vos sabés que uno de esos dos amigos a los que molestás es un místico... Andate de acá de una vez —le ordenó.
—Ya no te sirve de nada, Luciana. Sabemos lo que buscás. No te vamos a dejar descansar. Si te atrevés a hacerles algo, vamos a actuar —reafirmó Anhelo.
Luciana se rio de ambos. Le dio gracia ver a dos niños intentando verse serios e intimidantes.
—¡Ja, ja, ja! Son una mierda los dos... No me dan miedo los que son más que ustedes, menos les voy a tener miedo a los dos —expresó con total desprecio y especialmente calma, siempre estando sonriente.
Tanto Anhelo como Esperanza negaron con la cabeza de la decepción, aunque no se dejaron intimidar.
—Te dije que te vayas de acá, estúpida —le reiteró Esperanza.
—Me voy a reír de nuevo...
—Que te vayas... Ya te lo dije —volvió a insistir, esta vez presionando los dientes.
Luciana se frustró, y tras dar un suspiro decidió hacer caso, por lo que les dio la espalda y empezó a caminar. Sin embargo, justo en ese instante, Anhelo se lanzó contra ella y trató de darle un golpe en la cabeza. Luciana fue más rápida, y apenas lo hoyó, pisó con fuerza el suelo, parando el tiempo a su alrededor. Hasta el viento dejó de moverse. Aprovechó eso para ver a ambos niños completamente estáticos, quedando satisfecha. Tras deleitarse y pensar en un par de cosas, extendió su mano con rapidez, mandándolos a volar sin siquiera tocarlos. Ambos cayeron fuertemente contra el suelo.
Tanto Anhelo como Esperanza rezongaron entre dientes, viéndose enojados, pero en lugar de pararse y luchar, ambos se desvanecieron en ese mismo instante, como si estuviesen hechos de luz que se apagó, todo en tan solo segundos.
Luciana, a pesar de haber ganado esa pseudopelea, pateó al aire de la frustración. El simple hecho de haberse encontrado con esos niños la llenó de ira.

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