-- Oye, Rus.

Rusia volteó de inmediato, comparable a hablarle a un perro.

-- Dime, Mexi ¿qué pasó?

-- Mira --se acomodó en el asiento-- A pesar de que lo que he vivido contigo es bonito, no logro entender qué te hizo interesarte en mi.

-- Pues...

-- Porque, a ver.

Ahora tenía toda la atención del ruso.

-- Sabes cómo he llevado mi vida, ¿okey? Sabes cosas sin que yo te las haya contado...

-- Mexi, ¿pasó algo de lo que deba enterarme?

-- No entiendo como podrías amar o querer a alguien como yo.

-- ¿Alguien como tú?

-- Por favor, Rus, no finjas que no sabes.

-- No es que no sepa, es que no me importa.

México guardó silencio, aquella conversación no era algo profundo como cuando alguien se sienta con su psicólogo a hablar de sus traumas; no, aquello lo inició como una conversación casual.
Una simple pregunta como lo sería un "¿y tu color favorito?", solo que, aunque parezca trivial, no debería serlo.

Aparentemente.

-- Sé que ciertas personas te han hecho creer que no mereces más de lo que cualquiera podría ofrecerte. ¿Sabes, México? Llevamos dos meses saliendo, y a pesar de que aunque no quiera ciertamente tenía espectativas, tú las has roto y has hecho que la convivencia contigo sea muy agradable y linda.

-- Ah, yo-.

-- Estoy feliz de estar contigo en este momento, porque me llevo tan bien contigo que aún no puedo creer que hayas aceptado iniciar una relación, eres mi mejor amigo y mi pareja.

Al latino se le pusieron rojas las mejillas; aunque no rojas, más bien sentía caliente toda su cara, sobre todo sus orejas. No sabía si se sentía nervioso, conmovido o extrañado, pero no era una sensación desagradable.

-- ...Gracias, Rus.

-- De nada, Mexi, te amo.