Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

5

Emma

—¡Espera! —grité desde la distancia al verlo tirado, justo después de que esos matones lo dejaran en el suelo. Mis pies se movían antes de que mi mente lo asimilara. —¡Ey! ¡Chico piercing! —volví a gritar mientras me acercaba corriendo. Finalmente, giró la cabeza, mirándome con una mezcla de cansancio y sorpresa.

Cuando llegué a su lado, me incliné para tomar aire, golpeándome el pecho suavemente. —Uf... no tienes idea de lo que tuve que correr para alcanzarte —dije, tratando de disimular mi falta de aliento.

Él apenas me miró, su voz era casi un susurro.

—¿Qué quieres?

Me enderecé, recuperando el aliento. —Ah, sí. Chico piercing —le sonreí, tratando de aligerar la tensión—. Lo siento, pero necesitas un médico.

Él frunció el ceño, confuso.

—¿Por qué me llamas así?

—No lo sé, me pareció simpático —dije, intentando mantener el tono ligero. Pero su expresión no cambió, seguía mirándome con ese aire distante.

—Soy Ewan —aclaró, más serio de lo que esperaba.

—Ewan, claro, lo sé —dije, como si el nombre me hubiera llegado de repente—. Bueno, a lo que venía. ¡Ta-dá! Necesitas un médico y aquí estoy yo para llevarte.

—No voy a ir a ningún médico —respondió tajante, su mirada se endureció aún más.

Lo miré de arriba abajo, sus golpes evidentes, las marcas en su rostro, la sangre.

—¿Te viste? ¿Quieres verte en un espejo? —pregunté, incrédula. No entendía cómo alguien podía minimizar aquello.

Su respuesta fue un suspiro pesado, acompañado de una mirada que podría haber hecho retroceder a cualquiera.

—Sé cómo me veo, pero no necesito un médico. Solo necesito descansar.

Sus palabras cargaban una especie de resignación que me dolió más de lo que esperaba. Había una tristeza profunda escondida tras su fachada de indiferencia, una especie de cansancio con el que él había aprendido a vivir. Me mordí el labio, dudando por un momento si debía insistir o no.

—Descansar... —repetí en voz baja, casi como un eco. Bajé la mirada un segundo, sopesando mis opciones. Luego volví a mirarlo, sonriendo con suavidad, pero sin rendirme del todo—. Vale, no te llevaré al médico si no quieres, pero al menos déjame acompañarte. Si te desmayas por el camino, necesitarás a alguien que te arrastre, ¿no?

Él me miró, casi sorprendido por mi respuesta. Después de un largo silencio, asintió.

—Está bien, vamos al hospital —cedió finalmente, su tono más suave, aunque claramente agotado—. Pero no tengo auto.

Di un pequeño salto de felicidad, como si hubiera ganado una pequeña batalla.

—¡Yo sí! Tú tranquilo —respondí con una sonrisa amplia—. Mi padre casi no lo usa, así que lo tomo prestado cuando me place.

Ewan levantó una ceja, sin saber si estaba más sorprendido por mi alegría o por el hecho de que condujera.

—¿Siempre eres así de entusiasta con los desconocidos?

Me encogí de hombros, divertida.

—Sólo cuando llevan piercings interesantes y necesitan ayuda —bromeé, aunque noté que su mirada se suavizaba apenas.

Caminamos hacia el auto, y a pesar de que Ewan todavía lucía agotado, me pareció que el hecho de ceder al hospital, de permitirme acompañarlo, le quitaba un peso de encima. Yo, por mi parte, estaba decidida a no dejarlo solo en ese estado.

Una vez en el auto, se sentó a mi lado y comenzó lo que sólo podía describir como una odisea. Me costó una eternidad poner el coche en marcha.

—¿Estás segura que sabes manejar? —preguntó Ewan, con una mezcla de incredulidad y preocupación en su voz.

—¡Claro que sí! —respondí con una risa nerviosa—. Solo da un poco de trabajo al principio. ¡Se hace rogar! —intenté bromear, aunque mi torpeza no ayudaba a convencerlo.

Finalmente, el auto arrancó y empecé a conducir, quizá un poco más rápido de lo que Ewan esperaba.

—Te voy a ser sincero... me das un poco de miedo —confesó, con una media sonrisa, mientras se agarraba del asiento.

—Ey, manejo muy bien. Te lo dije, al auto le cuesta arrancar —dije justo cuando me pasé un semáforo en rojo. Ewan me lanzó una mirada que lo decía todo.

—Sí, ya veo —respondió, con los nudillos blancos de tanto apretar el asiento, mientras yo daba volantazos y frenaba bruscamente.

—¿Quién te enseñó a conducir? —preguntó, con un tono entre divertido y aterrado.

—Una amiga. Y a ella le enseñó otra amiga, es una cosa entre nosotras —dije, restándole importancia.

—Me asombra que sigan vivas —respondió, riendo mientras le daba un manotazo en el brazo.

—No seas así, seguro que tú no sabes manejar, chico piercing —le lancé una mirada cómplice, tratando de distraerlo.

—No me digas así. Y no, no sé. Algunos no tenemos auto.

—Un chico con el que salía no tenía auto, pero sabía manejar.

—Todo un erudito —respondió Ewan, con una sonrisa de costado.

Me hizo sonreír sin poder evitarlo.

—No sabía que eras gracioso —dije, con un tono más ligero.

—Eso es porque no lo soy.

—Sí lo eres —insistí, entre risas, disfrutando del inesperado momento de complicidad en medio del caos de la conducción.

Encendí la radio con una sonrisa, y apenas sonaron las primeras notas de Justin Bieber, me dejé llevar por la música sin vergüenza alguna. Comencé a canturrear con energía, olvidando por un momento todo lo que había pasado.

—So many times I wished... You'd be the one for me... but never knew you'd get like this... la la la la... You're who I'm thinking of...! —canté sintiendo una chispa de alegría en medio de tanta tensión.

Ewan me miraba, con una expresión que no lograba descifrar del todo. Entre sus ojos entrecerrados y su medio sonrisa, algo le rondaba la cabeza.

—¿Qué? —pregunté, deteniendo mi canto y frunciendo ligeramente el ceño, tratando de averiguar qué pasaba por su mente.

—Nada —respondió él, encogiéndose de hombros, pero su mirada seguía fija en mí, como si estuviera intentando contener una risa.

—No, ahora dilo. —Lo desafié, mis ojos buscaban los suyos, exigiendo una respuesta, como si fuera un juego al que ambos habíamos decidido jugar.

—¿Te gusta Justin Bieber? —preguntó finalmente, con una sonrisa apenas contenida en sus labios.

—Sí, ¿a ti no? —me puse seria de inmediato, mis cejas se fruncieron y mi tono adoptó un aire defensivo. No iba a dejar que se burlara de mis gustos tan fácilmente.

—Eh, no —respondió él, con un tono neutral, aunque noté cómo sus labios temblaban, luchando por no reírse.

—No te metas con Justin —dije, más en serio de lo que esperaba, mientras lo miraba fijamente. Mi intensidad lo tomó por sorpresa, y pude ver cómo reprimía una carcajada, su risa atrapada en su garganta, a punto de explotar.

—Lo siento, no diré nada, miss Bieber —dijo, levantando las manos en señal de rendición, aunque su mirada seguía siendo traviesa, como si disfrutara de mi reacción.

—Gracias —respondí con una sonrisa triunfante, sintiendo que había ganado la pequeña batalla de la conversación.

Di una vuelta con el coche, ya casi estábamos a unas pocas calles del hospital. El ambiente en el auto se calmó un poco, aunque una especie de complicidad silenciosa nos envolvía.

—¿Qué era lo que leías hoy, antes de que todo esto pasara? —pregunté, más para seguir la charla que por verdadera curiosidad, pero noté que el tema le interesaba.

—Harry Potter —respondió él, sin dudarlo—. ¿Leíste alguno?

—No, pero vi las pelis —dije, encogiéndome de hombros, como si no fuera gran cosa.

—No es lo mismo —contestó, con ese tono que usan los que creen firmemente en la superioridad de los libros sobre las películas. Lo miré de reojo, tratando de medir su seriedad.

—Todos siempre dicen lo mismo de cualquier adaptación —me quejé, haciendo un gesto exagerado—. No es lo mismo, no es lo mismo, ¡no es lo mismo! Mejor lee el libro.

Ewan soltó una pequeña risa, como si estuviera acostumbrado a ese tipo de respuesta.

—Eso es porque es verdad —dijo, con una mezcla de paciencia y diversión—. ¿Tú qué lees?

—No mucho, revistas... —admití, con un encogimiento de hombros, esperando su reacción.

Su rostro cambió. Pasó de la sorpresa a la incredulidad, aunque trató de disimularlo.

—¿No lees libros? —preguntó, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar.

—No, lo siento. Me aburren, tantas páginas. Prefiero ver una peli o un reality —contesté, medio en broma, medio en serio, pero con un tono que intentaba suavizar mi confesión.

—¿En serio? —dijo él, mirándome con los ojos entrecerrados—. Mi nivel de expectativa y realidad está bajando bastante.

—¿Tenías expectativas conmigo? —respondí, sonriendo coqueta, disfrutando del giro de la conversación—. Me halagas.

—No me refiero a eso —respondió rápidamente, con las mejillas apenas sonrojadas—, solo pensaba que eras más...

—¿Más inteligente? —lo interrumpí, arqueando una ceja y sonriendo con picardía. Sabía que lo había atrapado, y no le iba a dejar escapatoria.

—¡Yo no dije eso! —se defendió él, sus ojos abiertos como platos, como si estuviera buscando las palabras adecuadas para salir del apuro.

—Pero lo pensaste —dije, divertida, sin dejar de mirarlo.

—Ya, déjalo ahí —pidió, con una mezcla de resignación y risa en su voz.

—Vale —respondí, con una sonrisa satisfecha, sintiendo que, en esta conversación, yo llevaba las riendas.

Estacioné el auto justo en la puerta del hospital. Ewan insistió mucho en que no podía dejarlo allí, y aunque al principio me reí de su preocupación, finalmente lo moví. Mientras tanto, él ingresó al edificio, con una ligera cojera.

La sala de espera tenía un aire de desesperanza, llena de pequeñas tragedias cotidianas: una mujer con un bebé que no paraba de llorar, un hombre con el brazo en una posición imposible, una chica que parecía estar bien físicamente, pero cuyas ojeras delataban que algo mucho más profundo la aquejaba. Un hombre mayor dormitaba en una esquina, mientras una pareja de ancianos murmuraba en voz baja, aferrándose el uno al otro.

Ewan se acercó a la recepcionista, quien lo miró de arriba abajo y le entregó unos formularios.

—Complete estas formas, muchacho —le dijo con voz monótona, sin levantar la vista del escritorio.

Él volvió a mi lado, con los papeles en la mano y una expresión de cansancio mezclada con resignación.

—¿Y bien? —le pregunté, inclinándome hacia él, ansiosa por saber si lo atenderían pronto.

—¿Y bien, qué? —repitió con un tono aburrido.

—¿Qué te dijeron? ¿Te van a atender pronto?

—Nada, tengo que llenar este formulario primero —respondió, levantando el bolígrafo como si pesara una tonelada.

—Ah, okey. ¿Te ayudo? —me ofrecí, sintiendo que quería hacer algo por él, cualquier cosa que pudiera aliviar el mal rato que estaba pasando.

—No sabes nada de mí, ¿cómo me ayudarías? —dijo con una leve sonrisa, mientras dejaba caer su cabeza contra el respaldo de la silla.

Me quedé mirándolo un segundo, con el ceño fruncido, como si estuviera analizando cada detalle.

—Bueno, sé que... —dudé un segundo, inspeccionándolo de arriba abajo con exageración—, tienes el pelo rubio y lo llevas como si nunca te lo hubieras peinado.

Él me miró incrédulo, alzando una ceja.

—¿Me estás describiendo físicamente? Eso no va en el formulario —dijo, entre divertido y cansado.

—Shh —lo callé, haciéndole un gesto con la mano para que me dejara continuar—. Estoy segura de que tienes una bonita cara, debajo de esos golpes horribles, y unos dulces ojos verde musgo —añadí, con una sonrisa traviesa.

—¿Verde musgo? —repitió, soltando una pequeña risa—. Nunca escuché esa descripción.

—Sí, me lo acabo de inventar, cállate —dije, rodando los ojos—. Tienes diecisiete años...

—No, diecinueve —me corrigió con una sonrisa de autosuficiencia—, y cumplo veinte en tres meses.

Me quedé un segundo en silencio, procesando la información.

—¿Qué? ¿Y por qué vas al cole aún? —pregunté, tratando de no parecer demasiado escandalizada, aunque por dentro no podía evitar sentir curiosidad.

—Repetí algunos cursos, no hay más explicación que esa —dijo, encogiéndose de hombros como si no le diera importancia.

Me quedé mirándolo, dándole vueltas a sus palabras. Aunque intentaba mantener una expresión relajada, había algo en la forma en que lo decía que me hacía pensar que había más detrás. Pero no quise presionarlo.

—Bueno, al menos tienes más tiempo para perfeccionar tu estilo despeinado —le dije, con una sonrisa, tratando de aligerar el ambiente.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro