Me quemo la garganta con jugo.
Hace unos meses con Tian Wang, J.J y Berenice habíamos ido a un pasaje de noche. El portal estaba abierto y oculto en la selva del Triángulo, daba a la cima de un risco del mundo Nedrosed, ahí todas las cosas estaban desordenadas. Para empezar el piso era de nubes, no me preguntes cómo es físicamente posible, pero yo sólo sabía que estaba marchando en un suelo gaseoso y resbaladizo.
Recuerdo que caminamos por un risco brumoso y bajamos... o subimos a un pueblo. Ahí había muchas iglesias, tenían otro nombre, pero era tan largo que tardaría varios minutos en pronunciarlo. Esos templos eran muy diferentes porque en lugar de portarte bien ahí dentro eran edificios donde hacías todo tipo de cosas desagradables para desahogarte y no hacerlas en otro lugar. Ya saben de dónde salió la idea de la película The Purge. Adoraban a un dios que se llamaba Oce y era el dios de la liberación. Como sea, ese lugar podría ser capaz hasta de pervertir a Winnie Pooh y sus amigos.
Aquel sótano superaba en muchos niveles a Nedrosed. Cuando entramos Gabriel se rio de nosotros como si fuésemos ovejas que se dirigían al matadero.
La música estaba bien, era electrónica pero lenta y la voz de una chica cantaba susurrando en un idioma que no atiné a identificar. Ahí también había luces ultra violeta, unos sillones blancos rodeaban a la puerta y una cortina de cuentas te separaba de la pista de baile. La atravesé sintiendo a las cuentas traquetear en mi espalda.
Había mucha gente en la pista y por gente me refiero a criaturas casi humanas. Algunas tenían pieles extrañas, miembros de más, colas, tamaños inusuales o garras tan largas como sus piernas. Olía a sudor, alcohol y humo. La temperatura ascendía mucho y el aire era espeso. El suelo estaba repleto de vasos desechables aplastados, papeletas o licores. El lugar donde danzaban era rodeado por una serie de jaulas donde había muchachas con poca ropa y muchachos sin ropa alguna. Había un escenario con un DJ.
Todos estaban sudorosos y se veían flipados. Algunos se besaban con tanta ferocidad que empujaban al resto o caían al suelo para continuar. Sin duda nadie se alejaría para llamar a sus madres ese día. Había apartados ocultos, pequeñas salas detrás de velos trasparentes con sillones en forma de arco donde la gente se encerraba. No quería averiguar para qué.
Estaban bebiendo, comiendo y fumando cosas que dudé fueran solo cerveza, botanas o porros ¡Y fuera del sótano tan solo eran las doce del mediodía!
—¿Quieres ver qué hay ahí Berenice? —inquirió Sobe señalando los cubículos.
Ella gruñó, pero no pronunció nada, sólo se apartó de él.
Supuse que no encontraría nada allí así que avancé hacia la sección detrás de las jaulas. Había puertas giratorias resguardando un lugar de luces blancas y alfombra roja. Sobe y Petra me flanquearon los costados, Berenice estaba detrás analizando a las personas con aire críptico.
Esa zona sí era un casino. Había filas de máquinas traga monedas, mesas de póker, juegos de dados y ruletas. El aire en ese lugar olía a tabaco, muchas personas jugaban con las maquinas traga monedas, otros apostaban en la mesa mientras fumaban. El lugar era muy lujoso como un casino de las vegas, con muchas luces, candelabros, mesas para beber, bares y cafés.
Sobe y Berenice se quedaron escudriñando la pista de baile y buscando por allí.
Me quedé a solas con Petra. Ella inspeccionó el casino con censura. Se notaba que no éramos de ese lugar, desencajábamos como traje de baño en el ártico, algunas personas nos lanzaban miradas furtivas y curiosas para luego regresar a sus juegos.
En ese lugar había muchos trotadores no sólo los vi, también pude sentirlos, un efluvio de numerosas sensaciones me bombardeó, me sentía encerrado y libre a la vez. Petra se colgó el báculo en la espalda y este desapareció, seguramente se trataba de una especie de camuflaje.
—¿Por dónde quieres comenzar a preguntar? —inquirió ella.
Sus policromos ojos se arrastraron de un rincón a otro de mi cara, pero como acostumbraba a hacer, terminó por apartarlos, ella nunca miraba a alguien a los ojos cuando hablaba, en su mundo era visto como una costumbre de mala educación eso y no saltar cuando estornudas.
—¿A un cantinero tal vez? —inquirí encogiéndome de hombros y viendo algunas repisas con copas a unos cincuenta metros, detrás de muchas máquinas de juegos—. Si no sabe dónde está Dracma Malgor tal vez haya escuchado cuando es el Concilio del Equinoccio.
—Vamos entonces —exclamó, se puso en marchar antes de terminar de hablar.
Apuré el paso y la alcancé. Me cerré la cremallera de la sudadera hasta el pecho, metí las manos en los bolsillos, jugueteé con anguis y examiné a los jugadores. Eran adultos, ninguno superaba los cincuenta, pero sin duda eran mayores de treinta, lo que ya suponía un verdadero logro. Aunque pertenecían a partes diferentes del mundo cada uno tenía una similitud y era su manera de actuar.
Todos portaban y ostentaban una fachada arrogante y burlona como si nada fuera un desafío para ellos. Casi como si se mofaran de los mundos y nada pudiera amedrentarlos, eran seguros, vanidosos y sarcásticos. Se parecía mucho a la conducta que solía tener Sobe. Pero él también era indulgente, la mayoría de las veces, era incapaz de apartar la mirada cuando alguien lo necesitaba.
Llegamos a uno de los bares. Era el más grande. El centro constaba de una extensa barra, tan prolongada que medía casi cien metros. Detrás de la barra había cuatro hombres sirviendo bebidas, las estanterías se localizaban a sus espaldas y conservaban tantos licores que hubieran podido llenar una piscina olímpica con todo eso. Alrededor de la barra había muchas mesas con sillones. Estaba un poco vacío.
Nos sentamos en unos taburetes rojos, de patas elevadas y muy altos. Aguardé a que se acercara el cantinero para no parecer ansioso. Petra apoyó sus manos en la barra y tamborileó sus dedos. Había un recipiente de maní y ella se dispuso a escoger uno cuando se lo impedí de un manotazo. Elevó sus tormentosos ojos, evidentemente molesta, hasta mi mano. Me preguntó con la voz comprimida y entonando las silabas:
—¿Pue-do sa-ber por-qué?
—Comer eso sería como chupar los azulejos de un baño...
—Pero...
—Un baño público.
—Ah —ella limpió la sal en sus pantalones cortos—. Acabas de salvarme la vida, entonces.
—No hay de qué me debes una.
—Es la primera vez que voy a un bar —admitió.
Abrí los ojos.
—La mía también —elevé una copa invisible—. Un honor.
Ella hizo lo mismo.
Un cantinero se aproximó. Lucía un traje de botones del hotel Royal Continental, pensé que si conseguía lo que quería y salía de ese lugar le diría a Gabriel que dejara de ser tan avaro y comprara uniformes en lugar de darle a su personal ropa vieja de un hotel que cerró hace años.
El hombre era un Abridor, me embargó una sensación de arrojarme en pasto y mirar el cielo, sentí aire limpio y cosquillas suaves y frescas en la piel. Luego todo se esfumó y regresó el aroma a cigarrillo. El tabernero tenía la piel de color café y unos intensos ojos castaños. Se apoyó en la barra con un paño en la mano y extendió sus brazos sobre la madera.
—¿En qué puedo ayudarlos chaparros? —preguntó sin expresar ninguna sonrisa—. ¿Los oriento a la salida?
—Qué ridiculez si sirves tragos no escoltas personas —Petra largó una risilla tonta y luego su expresión cambió rotundamente, estaba muy seria—. No, déjame que yo te oriente a ti, chaparro, si no tienes nada mejor que hacer, y no creo que ese sea el caso, quiero esa bebida roja de ahí.
El hombre observó por encima de su hombro la botella que Petra había seleccionado al azar, gruñó y se cruzó de brazos.
—¿Tienen identificación?
Saqué de mi billetera un dólar, los trotadores solían usar todo tipo de dinero, pero era mejor viajar con algo que se conociera mundialmente. Lo planché sobre la barra mientras decía.
—Creo que Benjamin Franklin puede enseñártela.
—Lindo intento, yo creo que puede enseñármela Ulysses S. Grant.
Al menos lo había intentado, saqué cincuenta con pesar porque no me quedaban muchos ahorros y el Triángulo no era un buen lugar para ganarte la vida. El hombre agarró el billete, lo arrojó debajo de la barra, sacó dos copas elegantes y nos sirvió el líquido rojo que Petra había señalado. Cuando se marchó ella me miró con una sonrisa divertida.
—¿Qué es esto? —inquirí.
—No sé, fue lo primero que vi, no suelo hacerme la ruda, pero sólo pensé ¿Qué haría Berenice? —se encogió de hombros rígida y tímidamente—. Y surgió, aunque ahora creo que perdimos a uno de los cantineros porque él, aunque sepa algo, no nos dirá nada.
—Podemos preguntarle a otro —expliqué y le indiqué levemente con la cabeza en la dirección donde se sentaba una mujer.
Era hermosa, de cabellos oscuros. Ostentaba mucho maquillaje, su melena oscura la tenía suela y libre sobre los hombros, vestía un traje de cuero negro y sintético, se veía muy incómodo y producía un ruido gracioso cuando se movía. Ella estaba bebiendo un martini y jugueteaba con las aceitunas en sus labios. Tal vez quería parecer seductora para alguien, pero se veía como si no se decidiera a comerlas de una vez.
—Ella tiene un compañero, acaba de irse al baño, supongo, se levantó, pero no pagó la cuenta, así que volverá. Su ropa se ve como la de otro pasaje, de seguro vive allí, pero vinieron un rato a este mundo. Podríamos preguntarle a ella o a él, si son clientes frecuentes deben saber de Drama Malgor es como una celebridad.
Dije de sopetón todo lo que había observado.
—¿Qué diablos hace con su boca? —preguntó mirando una única cosa.
—No lo sé —susurré y agarré mi copa para hacer algo—. Tal vez come como cobaya.
Petra contuvo una risotada que sonó como el ruido de una trompa. Se enderezó, mantuvo la compostura, alzó su copa y me desprendió una mirada divertida. Tenía un mechón rebelde que había caído sobre su frente al reír, su sonrisa le creaba hoyuelos en las mejillas, su piel bronceada creaba un oasis de colores con sus ojos.
—A la de tres le damos unos tragos a este... —inspeccionó le líquido con el ceño ligeramente fruncido— a este extraño jugo y vamos a encarar a Gatubela.
—¿Estás usando comparaciones de comics? ¿Acaso quieres que esta se convierta en la mejor cita que tuve en mi vida?
—Cierra la boca Brown sé que es la única.
—¡Tres! —exclamé.
Ella apuró su vaso y yo él mío. Por apurar me refiero a que sólo resistimos un trago, soltamos las copas como si estuvieran hechas de fuego, tosimos, nos aferramos de la barra, arrugamos el semblante, tragamos saliva, nos incorporamos indiferentes como si nada hubiera pasado, y marchamos hacia la mujer de traje de cuero sintético. Alisé los pliegues de mi ropa y Petra se peinó el cabello.
La dama de negro percibió lo que nos pretendíamos antes de que nos aproximáramos, dejó su bebida y nos desprendió una mirada atosigada como si ya lleváramos horas hablando.
—Hola —dije inclinando la cabeza y sentándome en el taburete de al lado.
—Hola —exclamó Petra flanqueado el otro costado, dobló su brazo sobre la barra y apoyó su cabeza en la mano.
—Mmm... —la mujer nos examinó girando su cabeza en ambas direcciones—. ¿Son del Triángulo verdad? ¿Se puede saber qué hice para que la guardería más grande del mundo envié a dos de sus soldaditos?
—Ja,ja —rio Petra pero yo la conocía y por la menara en que le sostuvo la mirada con intensidad supe que se había molestado.
—No estamos haciendo una misión y ya no somos del Triángulo, nos fugamos, demasiadas reglas —agité una mano como si me diera lata incluso hablar de ese lugar—. Mira, iré al grano —traté de mostrarme amigable y despreocupado pensando qué haría Sobe—. Mi amiga y yo vimos tu malla y pensamos que perteneces a otro pasaje, apostamos, yo digo que es del mundo Orutuf ¿Tú qué Pet?
—Yo digo que no es de este portal —respondió encogiéndose de hombros con desinterés.
La mujer puso los ojos en blanco y nos observó como si les resultáramos insignificantes.
—Estuve viviendo once meses en Rineved pero regresé —golpeé la mesa como si no me esperara perder mi apuesta, ella siguió hablando, puede que fue por los martinis o las aceitunas pero tenía la lengua suelta, hablaba sin arrastrar las palabras—. ¿Quieren un consejo niños? Aunque se darán cuenta con el correr de los años. Podrán estar en muchos pasajes, pero es imposible alejarse, tarde o temprano, no importa qué clase de oasis encuentren, querrán regresar a este mundo. Es como si los trotadores estuviéramos conectados de alguna manera al Pasaje Central, lo siento como un hilo que jala, como una especie de imán. Sé de lo que hablo, tengo treinta y dos años, mi mejor amiga de la vida, Victoria, murió hace mucho tiempo. Traté de alejarme de este pasaje, me lo prometí por ella, pero... —negó con la cabeza—. Sea como sea, si algún día regresan aquí cuídense de La Sociedad eso me sacó a Victoria.
—Lo lamento mucho —susurré.
La mujer me desprendió una mirada a mí, especialmente a mí, sus ojos negros se clavaron en los míos como si quisiera arrancármelos. La luz clara del bar la iluminaba, sus pestañas eran espesas y tenía arrugas alrededor de los ojos. Una cicatriz blanca en la mejilla indicaba que había perdido una pelea.
—Te conozco, sí te conozco —una sonrisa ensanchó sus labios, le dio la espalda a Petra— eres Jonás Brown el niñito que molesta a Gartet...
—Debes de confundirme con otro.
Ella negó enérgicamente con la cabeza, cuando sonreía era hermosa pero su color de cabello, su piel cremosa y sus labios maquillados de rojo me hacían recordar al hijack y había tenido muchos malos recuerdos con esa cosa.
—Yo jamás olvido una cara —me dio un golpecito en el pecho con su dedo índice—. Eres tú, vaya qué mono, seguro que eres pura bondad ayudando a los pasajes necesitados con tus anteojitos —le dio unos golpecitos al cristal de mis gafas.
—Seguramente también escuchaste que soy muy peligroso —traté de mostrarme amenazante cuando lo dije.
Ella realizó un gesto de indiferencia con su mano y la agitó como si eso le diera igual.
—Esa es la definición de bondad querido, algo que es peligroso sólo para efectuar el bien. El bien tiene que pelear con el mal ¿O no? De eso tratan las historias —susurró como si le hablara a otra persona—. Pero hay un bando del que nadie habla, no hay negro y blanco, hay muchos más colores en el mundo, colores brillantes, colores cobardes. Nadie nunca habla de los pasivos, el bando que no se vuelca ni al mal ni al bien. Ese el mejor bando querido, porque jamás seríamos violentos, bajo ninguna causa. Ese es el único bando bueno en realidad, los demás son dos negros que piensan ser blancos o dos blancos que fingen ser negros ¿Qué eres tú?
—Soy un arcoíris —Fue la respuesta menos heroica que tuve en mi vida, pero venía al caso—. Suenas inteligente —añadí sin la misma actitud carismática, pero manteniendo el aire desinteresado— por eso creo que puedes ayudarnos con una duda ¿Sabes dónde está Dracma Malgor? —Ella largó una risilla y yo proseguí—. Es cliente de este lugar, de seguro saben cuándo viene.
—¿Para qué quieres buscar a Dracma Malgor? —Aferró con una mano su copa y con el dedo de la otra recorrió entretenida la abertura ovalada—. Te aseguro que acercarte a él sólo te causará problemas.
—¿A qué te refieres?
—Dracma es poderoso, pero hay un poder que lo domina a él y es el poder del oro. Siempre se dedica al mejor postor, al que retribuye mejor sus servicios.
—¿Y eso? —cuestionó Petra, se había parado de su taburete al ver que la mujer continuaba dándole la espalda, estaba encarándonos.
—El mejor postor en esta época es Gartet querida, están buscando a uno de sus servidores.
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