Los muertos no mueren.
Petra, Sobe y yo estábamos sentados en mitad del octágono verde que era la pista de aterrizaje. Un pájaro diminuto y de alas cobrizas aleteó a mi alrededor, era Phil, el batir de sus alas se oyó sobre el rumor del tráfico. Se posó en el suelo, saltó con sus patitas frágiles hasta el brazo de Petra, revoloteó ascendiendo por su hombro y se le escondió en el cuello.
—¡Phil! ¿Phil?
—Están en todos lados. Son más de noventa. El suelo está repleto. Me dieron.
—¡Phil! —protestó Petra y con la mano libre trató de apartar su cabello y mirar al pajarillo.
—Uno me disparó y me dio. No eran balas. Era una luz. Me duele todo, siento que me queman las entrañas —dijo con la voz aguda de esa criatura.
—¡Phil! ¿Estás bien?
Él cada vez mutaba a un animal más pequeño. Y no se dignó a responder. El pajarillo infló alarmado su penacho de plumas, dio un saltito, cambió a una mariposa, se posó en el hombro de ella. Luego se encogió al tamaño de una libélula y luego en un mosquito que despareció de mi vista. No supe en qué momento lo habían atacado, pero supuse que fue cuando dejó a Dante y Berenice en la calle y quiso regresar por nosotros para sacarnos volando.
Tenía miedo, temblaba como un terremoto de escala ocho.
Escuché muchos pasos subiendo las escaleras del mirador. Eran los agentes, venían por nosotros y, y, y... y Narel ya no me recordaba, ni Eithan, ni Ryshia... ¡
Era peor que la muerte, porque si creían que estaba muerto al menos me extrañarían o a mamá. Pero ellos ni siquiera eran conscientes de que existíamos, no recordaban su antigua vida, ni a los abuelos, creían que eran soldados de Gartet y trotadores huérfanos adoptados por un ejército poderoso ¡Ni siquiera estaban juntos! Puede que Eithan estuviera solo en las tropas, siendo vapuleado por monstruos y adultos o que Ryshia durmiera en una carpa y tuviera que entrenar hasta caer la noche bajo el mando de un general riguroso.
1E estaba muerto, Veintiuno, Laurel, Tania, Wat, Finca, Ofelia, 26J, 17N, Seis, todos muertos. Estaban muertos y yo también. Me matarían, no podía salir de esa. El Triángulo llevaba días incomunicado, tal vez había caído, estábamos solos, ya no quedaba ni una simple alma que luchara por un día más de vida...
Nadie tenía el valor para ayudarnos, estaban todos escondidos, esperando que la tormenta pasara y los que tenían las agallas fallecían. Los cobardes quedarían al final, eso había odiado 5M, que sobrevivieran para perpetuar una vida vacía. Había enloquecido de odio o de envidia porque ella ansiaba tanto ser como los demás y rendirse, pero no podía. Irónicamente, no había encontrado el valor para ser cobarde.
5M sabía que los cobardes no lo son porque sienten miedo, todo el mundo tiene miedo, solo que algunos lo combaten y otros se dejan ganar. Los miedos no se curan, ni puede uno deshacerte del temor, como Dracma, que se extirpó los recuerdos. Mis pesadillas no tenían arreglo, ni las de nadie, porque lo natural era vivir con miedo. Después de todo, el miedo, por más muerto que te haga sentir, es lo que te hace vivir, lo que te impulsa a seguir día tras día, sin importar el mundo de donde vegas o el papel que cumplas.
El temor podía aniquilar tus sueños y tu integridad, pero también era el motor de mi poder y de mi vida en general. Debería sentirme afortunado, en parte tenía miedo porque amaba. Porque me encariñaba rapidamente de desconocidos, porque tenía muchos amigos y porque todo el afecto que le dedicaba a mi familia se convertía en una lealtad mortífera. Me daba pavor perder ese amor, de no protegerlos.
Toda mi mente era un espiral que giraba en la misma sensación.
Yo no podía deshacerme de mis miedos, pero tampoco los dejaría ganar, pujaría con ellos en una disputa interminable. No me importaba si los mundos al final de la guerra caían, lucharía hasta mi último aliento, elegiría la opción en que menos heridos hubiera. Dracma tenía razón, el futuro es un acertijo y yo estaba listo para averiguar su significado.
Sentí el peso de anguis extendiéndose en mi mano como una garra. Nos reunimos en el centro de la pista, rodeados por los focos del suelo y siendo iluminados por los reflectores. Giré hacia Petra y Sobe. Ella estaba de pie, dispuesta a caer en batalla junto a nosotros, esperando a los agentes ya que las salidas estaban bloqueadas. Berenice y Dante habían ido por la camioneta, pero sin una ruta de escape y con Phil amedrentado, dudaba que pudiéramos huir.
Su brazalete de serpiente le siseaba en el brazo, despierto para saltar como un resorte en cualquier momento. A pesar de que sostenía el báculo tenía colgando de sus dedos toda su pulsera de cuentas somníferas.
¿Así de desolado se habían sentido Tony, Tania y el padre de Cam?
—Petra.
Ella depositó sus hermosos ojos en mí. Me sentía honrado cuando me veía, como si fuera merecedor de su bondad. Es que sus ojos eran un regalo luminoso, tenían todos los colores del arcoíris, era un mundo policromo que te admiraba con adoración y benevolencia. La luz intrépida de su mirada me dio energías.
—¿Jonás? —preguntó ella con susto e intriga.
—Es un reloj ¿verdad? La adivinanza que me recitaste en el funeral de Lauren: No es persona, pero trabaja todo el día. Puede moverse por años, pero no va a ningún lado. Es la aguja de un reloj. El tiempo, siempre fue el tiempo.
—Jonás...
—Creí que con el tiempo las cosas se solucionarían. Ahora ya no sé qué haría si tuviera más tiempo.
—¿Te estás despidiendo? —preguntó con los ojos llorosos.
—¿Crees que es mala idea?
Ella negó lento con la cabeza, aceptando con pesar la idea que corrompía mi corazón. Los pasos de los agentes se acercaban cada vez más, sonaban como un corazón colosal y molesto. Pero lo único que podía oír eran mis propios latidos. La brisa fresca mecía su cabello color caramelo, su piel bronceada tenía una tonalidad casi dorada en esa noche.
Le acaricié la mejilla y acumulé un mechón rebelde tras su oreja.
Avancé para posicionarme en frente y que fuera al que capturaban primero. Era la última gentileza que tenía para nuestra amistad. Miré mi reflejo en la espada negra como la brea. Su aura oscura y fantasmagórica me rodeó como un velo. El chico que me devolvía la mirada daba miedo, estaba ojeroso como un cadáver, consumido hasta los usos, pálido y con una mata de cabello rubio e hirsuto. Sus ojos estaban húmedos porque quería llorar, pero el sentimiento que trasmitían era una ira demencial. Quería serenarme, pero sentía tantas cosas que mi mente era un hervidero de emociones.
—Yo sé qué podrías hacer con más tiempo —dijo frotándose la nariz con el dorso de su mano cargada—, podrías conocerme.
Sonreí con esfuerzo, ella había dicho en el funeral de Lauren que éramos dos amigos desconocidos, extraños que se querían con locura, pero que tendríamos mucho tiempo para hacerlo porque nos quedaban años y años de adivinanzas. Lo cierto es que a penas teníamos un minuto.
El aire olía a sal y se volvió más húmedo, como la atmosfera salobre y pura del mar. No sabía si estaba temblando por la energía, la rabia y el pavor que bullía en mis venas o si el suelo evidentemente se sacudía.
—Ya se lo suficiente de ti, Petra. No creo que nada pueda cambiar cuánto te quiero.
Sobe separó los labios para decir algo, pero se detuvo, arqueó una ceja y luego frunció el ceño. Sus expresiones de debían a que estaba concentrado en algo, como si se percatara de una esencia o fragancia.
La primera falange de agentes llegó. Eran más de veinte y todos desenfundaban armas extravagantes y diferentes, algunas eran plateadas y aparatosas, otras discretas y ambiguas, no más grandes que una tableta de chicles, incluso uno cargaba un yoyo dorado que hacía pender de sus dedos. Subieron las escaleras en tropel, ataviados con trajes, de todas las edades y nacionalidades. Abrieron formación, trazaron un medio círculo y apuntaban con sus armas eléctricas y chispeantes.
No estaba listo, me quedaban nulas fuerzas para escapar y a duras penas podía mantenerme en pie, pero no estaba listo para caer. Quería regresar a casa y disculparme con mi mamá, decirle que la espié en Angola y no me olvidé de ella, que me gustaban sus cuadros y esperaba que siguiera adelante con su amigo Joao. Deseaba tener un día más con mis amigos en la playa o en el cine. Quería abrazar a Eithan y Ryshia, ser molestado por Narel.
Todavía tenía la mente echa una madeja de emociones, el cuerpo me temblaba casi convulso. Miré con cólera efervescente a todos esos soldados sin emociones.
—¡Jonás... no te, no te muevas! —chilló Petra.
No sabía a qué se refería, pero obviamente iba a moverme cuando una luz fría, radiante y matutina apareció en el suelo que pisaban los agentes, Petra y Sobe. El olor a sal se hizo insoportable.
Noté que era una mancha, irregular, difusa, incluso se movía perezosa y curvilínea como la gota de una lámpara de aceite. Era un portal, del tamaño de la pista de aterrizaje, jamás había visto un acceso tan enorme. Sin soltar la espada, avancé dos pasos, miré el borde anonadado, preguntándome si Sobe o yo habíamos convocado ese pasaje. Petra me contempló igual de asustada, hasta que cayó, fue absorbida por la luz como si alguien la jalara de los talones. Mi estupor no duró mucho, de un momento a otro, en menos de un segundo no quedaba nadie, ni mis amigos o los agentes, ni siquiera la mancha luminosa. Se cerró. Fue un fogonazo, breve, como el latir de un corazón.
Solo quedó suspendida una espesa niebla, de un blanco fantasmagórico y níveo. Estaba fría y húmeda, era vestigios del vapor de una nube... de otro pasaje.
Solté sonidos inarticulados con la garganta, sin poder decir ni siquiera una palabra.
—¿Qué?
Recordé la forma en que todos habían caído por el portal. Como si fuera absorbidos. Y el vapor de la nube solo confirmaba que había abierto un portal en el cielo de otro mundo y ellos se habían despeñado en ese firmamento.
Estaba solo. La espada arañó el suelo y la hoja emitió un sonido rasposo. Reparé en que mis brazos caían inutilizados y abatidos. Traté de asimilar que estaba solo. Parpadeé.
El viento me agitaba la ropa como si fuera una bandera, aquella brisa fresca dispersaba la nube y arrastraba el sonido del tráfico del mundo normal. Tragué saliva, escuché una docena de pasos repiqueteando en las escaleras. Venían más agentes, la mitad había desaparecido junto con Sobe, Petra y el fogonazo de luz, pero su puesto fue rapidamente usurpado por nuevos reclutas. El sonido de sus zapatos y botas se oía acompasado, como el tic tac de un reloj.
—¿Qué?
Petra se hubiera burlado al escucharme decir eso. Sus ojos policromos saturaron mi mente, aún escuchaba su dulce voz en mis oídos. Aferré la empañadura y alcé el filo de anguis.
—¡Petra!
Anonadado y en vano quise buscarla. Di un paso adelante y tropecé, hinqué la pierna en el suelo y usé la espada como bastón para no desmoronarme. Mi cuerpo le dio la bienvenida a un cansancio sin igual y caí de rodillas sobre la pista de aterrizaje. Me sentía verdaderamente fatigado. El agotamiento no era nada comparado al pánico que sentía. Eso confirmó mis sospechas, había sido yo el que hendió esa brecha entre mundos, después de todo mi poder era alimentado con miedo.
Petra y Sobe habían caído por un portal, con agentes. Suspiré aliviado, cerré ambas manos sobre la empañadura, aun empleándola como asidero y hundí la cabeza en mis hombros. En otro mundo ellos podrían arreglárselas, sabía que los derrotarían y escaparían. Además, estaban con Phil. O eso quería creer. Trotarían de un lugar a otro hasta estar lejos y seguros. Dante y Berenice estaban en el estacionamiento, rogué para mis adentros que hayan podido escapar.
Los agentes avanzaban acompasados y apresurados, como tropilla. En cualquier momento los vería rebasar la escalera. Que vinieran, yo ya estaba listo.
Anhelé ver la foto de mi familia una última vez. La que siempre empacaba, aquella que habíamos capturado el día que hicimos un picnic junto al lago. Pero no pude porque tenía los músculos crispados y rígidos, al menos lo suficiente como para hurgar en mi bolcillo. Traté de ponerme de pie, me temblaba cada fibra del cuerpo. Apreté el mango del arma hasta que me crujieron los dedos y los nudillos se me tornaron tan blancos como la luz de la luna que me observaba invasiva.
«Mis amigos escaparon»
Contemplé a mis enemigos de pie y no pude contener el odio que se desbordó por cada resquicio de mi cara. Sentí que acababa de abrir un canal que jamás podría cerrar. Ya no era una persona, era una grieta.
Sabía que no escaparía de esa cacería, era tan seguro como que no volvería a ver a mi familia y que algún día me arrepentiría de cada fatídica decisión que me llevó a ese momento.
Pero de alguna manera, por primera vez, no tuve miedo.
Fin del libro tres.
Bueno, bueno, bueno.
Si por algo se distingue esta saga es que no hay un único enemigo, son varios y siempre quise contar el lado de La Sociedad. Desde que empecé esta historia (cuando era adolescente) tenía en mente que Jonás iba a acabar con los agentes y que iba a ser en una batalla tan aplastante que ni siquiera podrían resistirse o sacar armas... así que es acá, en este triste final.
Aunque, como dicen en mi casa, nada está perdido XD
-¿Cuándo sale la cuarta parte? Todavía no está acabada y entre la universidad y el trabajo el tiempo que tengo es poco :c (pero calculo a mediados de marzo o abril 2022, voy a dejar pasar un semestre como hacen con las continuaciones de los libros reales jaja)
-¿Cómo comienza el siguiente libro? No como los demás (luego de un año desde los últimos eventos del anterior volumen), entre el cuarto y el tercero solo hay unos meses.
Si tienen más preguntas pueden ponerlas acá :v
Empecé esto el de abril del 2020 para escapar de la cuarentana. Y después de más de un año de actualizaciones llegamos a su fin. En parte estoy mega nostálgica, acá me recomendaron cómics, me citaron canciones y me hicieron dibujos y chistes. Pasé muchos buenos meses ¡GRACIAS POR ESO!
Por más que me cueste mucho tiempo prometo seguir la saga hasta su final y darle, a sus personajes, el respiro que se merecen >:)
¡Se me cuidan! ¡Feliz martes y buen fin de año!
¡Abrazote!
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