La resistencia continua resistiendo.
Miré mi reloj, eran las doce del mediodía del viernes.
Faltaban alrededor de doce horas para que se celebrara el Concilio del Equinoccio en Japón y yo estaba perdido en mitad de Nózaroc, caminando con la espada desenvainada, quemado y totalmente fatigado.
Se me había acabado la pasta de dientes. La esperanza, el valor y el tiempo.
Lo único que me quedaba era el miedo.
Tenía un nudo en el estómago, en el corazón y en la garganta, no quería echarme a llorar como un niño pequeño, pero estaba a punto de hacerlo, tal vez sí debería estar en la Guardería.
Me senté en el suelo.
La manzana urbana donde me encontraba, si es que podía llamársele así, estaba compuesta por dos Hogares de la Comuna, ambos tenían sus puertas y marquesinas de vidrio hechas añicos. Los cristales estaban desperdigados en mitad de la acera y reflejaban la oscuridad del basurero.
La ciudad de Nózaroc era inmensa y la batalla se había disgregado, ya no quedaba una tropa para luchar en frente, solo pequeños grupos y algunos Salivantes corriendo de aquí allá. Me acosté sobre el suelo y toqué la cicatriz en mi pierna que me había hecho la agente de La Sociedad en Galés cuando huimos de la casa de Phil; si Petra no curaba la herida no hubiera podido caminar en toda la semana.
Escuché pasos nuevamente. Me preparé para lo peor. Me puse de pie, apunté la espada hacia la persona o ser que venía y contuve el aliento.
1E descendía una callejuela empinada con un bebé de dos años en los brazos, tenía las mejillas rojas y cargaba al niño como si pesara un montón, debería porque era muy gordo para su edad. Salté y corrí hacia él. Veintiuno marchaba a su lado con una porra de Palillos, su único ojo lo llevaba abierto y alerta pero aun así no me notaron. Esperaba que ellos no fueran centinelas o algo como eso, porque de otro modo la batalla ya estaba perdida. Tampoco los culpaba, las callejuelas estaban repletas de bultos y yo me encontraba muy cerca de la pared, en las sombras y del estado en que estaban los bultos. Cuando me embargó la mayor de las felicidades, supe lo importantes que eran esos críos para mí. De repente el brazo dejó de dolerme y las piernas que me temblaban de la fatiga se endurecieron con firmeza.
—¡Por aquí! —gritó 1E—. Estamos cerca. Ya llegamos.
—Eso espero. No doy más. Jamás corrí tanto en toda mi vida.
—¡Uno de Enero! ¡Veintiuno! —corrí hacia ellos.
Ambos se detuvieron en seco, Veintiuno se ubicó frente a 1E y el bebé para defenderlos y me apuntó con la porra. Aunque su único ojo expresaba un profundo y salvaje miedo, tenía las paletas de la nariz dilatas y la mandíbula apretaba. O sea, estaba decidido a rociarme con agua si era una amenaza.
1E sonrió desmedidamente, pasó al bebé a uno de sus brazos y con el otro me estrechó de manera fugaz, tan solo un segundo de apretón, tal vez tenía miedo de derrumbarse o, aún peor, lastimarme a mí. Mientras Veintiuno se echó a llorar de alivio y me rodeó la cadera con los brazos porque era allí donde llegaba. Enterró su cara en mi panza.
—¡Creímos que te moriste! —lloriqueó.
—Es la segunda vez que les hago creer eso a mis amigos.
—¿Somos tus amigos? —preguntó Veintiuno.
Recordé lo que me había dicho Berenice cuando estábamos en la casa de Phil, hace días, tomando cola y esperando que él nos hablara de la Cura del Tiempo. Asentí.
—Claro que sí, ahora compartimos un vínculo.
—¿Qué vínculo? ¿A ti también se te cayeron los mocos mientras peleabas? —preguntó Veintiuno.
—¿Estar al borde de la muerte? —terció 1E.
—¿Correr por nuestras vidas?
—¿Ser unas ricuras guapas? —trató Veintiuno.
—¿Odiar a los colonizadores? —inquirió 1E, mirando de soslayo a Veintiuno.
—¿Estar en onda?
—Sí a todo —me anticipé antes de que continuaran soltando preguntas sin sentido.
1E volvió a agarrar al bebé con ambos brazos y se tambaleó un poco por el peso del pequeño.
El bebé tenía la piel del color de la corteza quemada, unos enormes ojos oscuros y las mejillas más grandes que toda la ciudad junta. Sus cachetes estaban empapados porque había llorado. Para calmarse devoraba su propia mano, mordiéndola. Supuse que ya podría hablar o al menos soltar una frase coherente porque tenía dos años, pero estaba mudo, no me sacaba los ojos de encima. Sobre la manga de su pequeño uniforme se leía: «20N»
—¿Te pesa? —pregunté.
—Gracias por ofrecerte. No me gustan los bebés.
1E no esperó a que agregara algo más que dejó al niño en mis brazos y se deshizo de él como si le quemara. Depositó las manos en las rodillas y tomó aire, su espigado cuerpo se relajó.
Tuve que visualizar rapidamente en mi cabeza a la espada como un anillo para no rebanar al pequeño. De verdad pesaba demasiado, casi como veinte quilos. Era una masa de grasa calentita que olía a jabón. El bebé me observó como si no supiera quién era y arrugó el labio, dispuesto a arruinar más mi día y echarse a llorar; aunque de días malos ese pequeño parecía llevarse el puesto número uno.
1E caminó apresurado en la dirección que había estado corriendo y ladeó la cabeza hacia allí para que lo siguiera.
—Perdimos a 6M.
—Seis...
Paré en seco. Caer en cuenta de que nunca más volvería a escuchar uno de sus requetealgo fue uno de las tantas cicatrices que me llevaría dela batalla. Veintiuno me sujetó de la manga y jaló con gentileza para que volviera a caminar. Me oculté la cara con el bebé para que no notaran que tenía los ojos rojos y llorosos.
—Seis, él... —comentó 1E con aire críptico, tragó saliva, se frotó los ojos y continuó—. Fuimos a la represa y... fue una locura. Nos enteramos de que la demolerían. Sobe ideó el plan de liberar a la Coalición de Innovación o sea el grupo de eruditos que crea armas...
—Sí.
—Él dijo que estaban prisioneros y se iban a ahogar, así que los sacáramos antes de que eso pasara. Él les preguntó si tenían idea de cómo manejar los Palillos. Resulta que sí. Rescataron algunas herramientas y se pusieron a trabajar para al menos tener el control de diez Palillos. Sería bueno tener soldados así de nuestro lado, aunque sean diez. Van a usarlos para que saquen de a poco los corazones. Creemos que eso podría solucionar el problema del ruido.
—Todo vibra como locos cerca del Banco.
—Sí, pero nos alejamos de esa zona. 17N se quedó vigilando a los cerebritos mientras trabajaban y trataban de formatear los robots mientras nosotros, es decir, Sobe, Veintiuno, Seis y yo nos unimos a un grupo que asaltaba todos los Hogares de la Comuna que quedaban. Pero Seis... atacaron...
Se aclaró la garganta y se frotó los ojos otra vez.
Sentí que el pecho se me inflaba de un sentimiento amargo, tan agrio que iba a explotar.
—Hicimos eso las últimas dos horas —notificó Veintiuno.
—Uno de los grupos que subió a tomar el cielo —1E miró hacia las nubes negras— no volvieron a bajar ¿Cómo habían dicho? Ellos se...
—Se sacrificaron —añadió Veintiuno.
—Fue triste pero una idea brillante. Subieron alrededor de cien niños al primer transporte que usurparon, remontaron vuelo, se acercaban a los demás barcos y saltaban en ellos, así se iban a apoderando de toda la flota. Un grupo en específico tuvo la brillante idea de colisionar tres barcos de la flota en el depósito de Palillos. Lo quemaron ayer, pero todavía había muchos más robots almacenados. Esas malditas máquinas seguían activándose, cada vez que caía uno en la calle en el depósito se despertaba otro. Si ese grupo no hubiera aplastado aquel edificio creo que habríamos perdido a los minutos.
—Es por eso que los Palillos que eran profesores o criadores de bebés comenzaron a luchar y tuvimos que evacuar a todos los menores de cuatro de las guarderías —explicó Veintiuno con cierto orgullo porque él tenía casi ocho y se sentía todo un adulto.
—Sí, pero nos atacaron otra vez cuando volvimos por este pequeño. Sobe se quedó defendiendo allá atrás —explicó 1E señalando el camino por el que habíamos venido—. Dijo que los distraería y lo veríamos en el escondite de 17N. Estamos a doscientos metros de ella, tal vez trecientos.
Miré la callejuela. Dejaría a los niños en el refugio y si Sobe no estaba con 17N, partiría a buscarlo. La idea de separarnos no me daba buena espina.
Ellos habían tenido una batalla tan agitada y apresurada como la mía.
—Ahora están casi todos luchando en las Industrias —continuó explicando 1E que ya no tenía timidez al hablar—. Allá fueron todos los Salivantes y el resto de Deslealtad. Los de la resistencia estamos haciendo tiempo.
—¡La resistencia resiste! —gritó Veintiuno alzando la porra al cielo.
—Tenemos que recuperar los corazones para que los Salivantes dejen de romper cosas o luchar porque morirán, destruirán todo hasta que no les queden manos o peor. Es lo único que se nos ocurrió. No podemos acercarnos al Banco y recuperar los corazones. Por el ruido, ya sabes. Así que los traerán los Palillos que el grupo de científicos prisioneros logre formatear. Tardaremos mucho, pero es la única solución, no sabemos cómo volver a controlar las pantallas... el hermano de 5M fue el que cargó el mensaje en el disco de memoria ¿Recuerdas que ella tenía un hermano que era muy inteligente y fue reclutado para trabajar en la Coalición de Innovación? Pues cuando fuimos con Sobe a buscar a los científicos, antes de que el agua cubriera su edificio, nos dimos cuenta de que no estaba allí.
—¿Has visto a 5M? —preguntó Veintiuno.
Meneé con la cabeza.
—Dijo que vendría antes de que comenzáramos a luchar ¿Dónde está? —preguntó imperante 1E— ¡Comenzamos a luchar!
—¿Vieron a Logum? —pregunté.
Ya sabía dónde estaban 17N, 1E, Veintiuno y Sobe. Seis había muerto. Solo quedaba localizar a Berenice. La última vez que la había visto se había negado a entrar a la ciudad. Ella se había percatado de algo en los pilares y me llamó, pero la marea de personas me arrastró lejos.
No sabía si ella peleó en la batalla o si buscó a Logum como un radar.
—No. Creo que escapó hace horas. O está oculto en su búnker, bajo la represa más grande. No atacamos esa. La verdad ni nos acercamos, pero no creo que haya nadie.
Había huido de ese mundo, otra vez. La verdad que, si Berenice no se vengaba de él, Logum querría acabar con nosotros. Era la segunda vez que nosotros ayudábamos a liberar el mundo esclavizado que él controlaba. Sobre todo, era la segunda vez que él huía despavorido.
Llegamos a un Hogar de la Comuna cuyas paredes blancas estaban completamente negras por el humo que arrastraba el aire. Esa parte de la ciudad olía especialmente a carbón. La pantalla estaba en azul, sintonizando el mensaje a los Salivantes e irradiaba aquel color a toda la cuadra. Sentí en mis entrañas un rumor, una vibración débil como si fuera a vomitar. Supuse que se debía a que estábamos cerca del Banco. Las numerosas puertas de vidrio del Hogar de la Comuna estaban completamente rotas, las astillas se diseminaban por el suelo, reflejando la poca luz azul que había en mitad de la calle.
No me había metido a ningún Hogar de la Comuna desde que se desataron todas las riñas.
Las paredes estaban rotas como si hubiesen sido golpeadas con mazos, la arena se amontonaba debajo de los huecos y algunos pedazos de yeso. Las paredes de metal simplemente habían sido abolladas o hundidas, pero eran las que dejaban al descubierto sangre fresca. Los suelos estaban mojados por la cantidad de gente que había nadado por las zonas inundadas y había correteado descalza por allí. Los Salivantes se habían tomado en serio la tarea de destruir todo lo que viniera de los colonizadores.
Escuché una voz que gritaba:
—¡Vamos, apura ese ritmo! ¡No creo que para Gartet hubieras sido tan perezoso!
—Hago lo que puedo, maldita sea. Sostén esto, pequeña.
20N, el bebé que cargaba, comenzó a empujarme porque de repente, al final del camino, le apeteció que él mismo podía caminar. Lo dejé en el suelo y los cuatro entramos a un antiguo comedor. Como los suministros eléctricos habían colapsado el lugar estaba en tinieblas, las paredes, el techo la mayoría de las mesas se fundían en la oscuridad como si el mundo acabara allí. Lo único que iluminaba eran unas linternas que le habían quitado a la Coalición de Innovación y que habían colocado sobre cinco mesas.
Noté los esqueletos de unos Palillos, arrojados al suelo, inanimadamente, todos tenían una perforación en el pecho, una estocada por lanza o por fierros afilados. Más allá de esa herida mortal, se encontraban intactos.
En las mesas había cinco personas... o monstruos con siluetas similares a las humanas.
Uno de ellos se parecía a un gorila, con los brazos enormes como un tanque y peludos, pero su cabeza era escurridiza, escamosa, húmeda y encaramada por ojos enormes como un pez, sin embargo, su hocico era amplio y vertical como el de un roedor. Ya que cada mundo tenía un Creador, que hace cientos de años inventó las especies, algunas criaturas de otros pasajes eran una mezcla grotesca de animales de mi mundo; algo que se le ocurría a un niño pequeño para asustar.
Esa criatura estaba metiendo la nariz puntiaguda en la caja torácica de un Palillo, el soldado mecánico se hallaba recostado sobre una de las mesas del comedor como si fuera un paciente. Tenía en la mano una pinza y un soplete comprimido. 17N le sujetaba una linterna y le alumbraba el trabajo mientras bebía de una cantimplora algo que de seguro no era agua.
Había más monstruos de otros mundos, cinco en total y todos igual de atractivos que el primero, el resto de los prisioneros eran adultos de Nózaroc que aún tenían su corazón porque le habían permitido quedárselo para que inventara cosas. Todos los cerebritos que habían vivido encerrados, creando armamento bélico y diferentes cosas para Gartet vestían un uniforme como el nuestro, pero de color morado.
Eran prisioneros, no estaban más libres que 17N.
Ella me vio parado en la puerta y me guiñó el ojo, alcé anonadado una mano.
Algunos de los adultos leían mapas de la ciudad, señalaban pasajes y murmuraban bajo la luz de las linternas. Ver a gente de Nózaroc mayor de trece años y en pleno uso de su mente me dio un poco de esperanza.
De más de un millón de habitantes de Nózaroc solo habían conservado una docena, los más sabios y astutos, el resto de los adultos estaba en la calle, correteando, destruyendo cosas y gritando palabras sin sentido.
Una mujer de cincuenta y tantos, estaba hurgando en el pecho de un Palillo, se separó de la máquina con las manos enguantadas de grasa negra, le señaló a un adolescente de dieciséis con el mentón que ya estaba listo y el muchacho se acercó con un soplete encendido. Comenzó a soldarle el esternón para que cerrarlo. Ella lucía el cabello cano y esponjado, revolviéndose alrededor de su cara.
—¡Necesito agua! —gritó un monstruo que tenía muchas antenas sobre la cabeza y le descendían por la columna vertebral como cabellera.
Veintiuno corrió a un rincón donde había una fila de latas repleta de agua y se la alcanzó, el monstruo se limpió las manos con los dedos largos como garras de saltamontes y se quitó el aceite. No podía creer todo lo que habían logrado en cinco horas, pero habían sido unas horas largas.
Sonreí.
—¿Podrán lograr que los Palillos lo obedezcan? —pregunté escéptico.
1E se encogió de hombros.
—Se supone que ellos fueron los que ayudaron a modificarlos. También fueron los que crearon las porras y otras armas de otros mundos como el marcador que tiene Berenice en el brazo.
La mujer canosa me vio, entornó los ojos como si quisiera comprobar qué era yo y caminó hacia mí, limpiándose las manos en la ropa.
1E me codeó, haciéndome entender que yo tenía que hablar, porque él no estaba preparado o no tenía el valor para sostener una conversación con gente adulta. Lo entendía, tenía once, él había sido uno de los primeros hijos de los Salivantes, de gente descorazonada, lo más probable era que sus padres ni siquiera estuvieran conscientes de que tenían un hijo. Para él ver a adultos hablando era igual de escalofriante que despertarse a media noche, escuchando a las paredes cantarte el feliz cumpleaños.
La mujer sonrió entristecida.
—Tú eres Johan Bown ¿Cierto?
—Este... sí —me incliné ligeramente—. Un placer... este...
Ella alzó su manga morada.
—Seis de Agosto. Así me llamaron por más de diez años, pero antes fui Lejantra. Quise hablar con tu amigo William Payne, pero cuando fue a rescatarnos parloteó todo el tiempo de su novia Berenice y luego se fue a evacuar las guarderías.
Asentí y le di palmaditas en la cabeza a 20N que seguía parado a mi lado, observando todo el ajetreo del comedor, con los ojos desorbitados. Se le habían secado las mejillas y ya no lloraba, pero aun así estaba muy conmocionado, noté que tenía su manita cerrada alrededor de la tela de mi pantalón.
—Tuvo éxito evacuando las guarderías... creo que debería ir a buscarlo porque aún no ha regresado... —comenté señalando por encima de mi hombro y retrocediendo un paso.
—Solo quiero decirte algo —Lejantra colocó su mano arrugada sobre mi hombro—. Seré breve. Gartet tiene diez puestos de la Coalición de Innovación, en diez mundos diferentes. Ahora tiene uno menos pero aún le quedan nueve.
Inspiré aire profundamente y traté de serenarme. No era novedad que Gartet tuviera un grupo de eruditos para que inventaran armas, es más, tenía un grupo de magos que saboteaba mentes y luchaba en sus filas.
—Es por eso que los soldados de Gartet no son vistos en mercados de tu mundo o de otros, porque no compran armas. Casi no comercializan. Ellos exprimen hasta la última gota de esclavos que tienen. Nos fuerzan a que les creemos armas y luego obligan a otro mundo a que fabrique las piezas y otro allá las ensamblara mientras algunos pobres extraen metales o materias primas como cereal y comida.
Entendía sutilmente qué me quería decir. Me estaba pidiendo que liberara a las otras Coaliciones de Innovación. El problema era que ella no me conocía.
—Linda lección de geografía, pero...
—Debo advertirte... yo trabajo en la Coalición desde hace doce años, pero Edmuntres —señaló al monstruo de brazos peludos que estaba con 17N reparando a un Palillo—. Trabaja hace más de treinta. Todos los años nos pedían que presentáramos un proyecto diferente, es decir, un arma nueva. Hace dos años, cuando cayó Dadirucso, Gartet estaba muy molesto.
—¿Lo... lo viste?
A pesar de ser mi gran enemigo, nunca había visto a Gartet en persona, ni había conocido a alguien que lo vio. Lejantra meneó la cabeza haciéndome entender que el Gran Supremo Magnifico Conquistador Gartet continuaba de holgazán en su palacio.
—Gartet jamás había perdido un mundo y Dadirucso, en especial, lo usaba para cosechas. Por suerte los marcadores no habían sido nuestra idea, únicamente colaboramos. Pero castigaron al grupo que se le ocurrió, ya que terminó fallando. Fue la Coalición de Innovación número Ocho.
Asentí. En parte ese castigo había sido culpa mía, se sentía fatal porque no podía elegir un mal menor, era eso o que los mundos continuaran esclavizados. El mundo de Berenice era mucho más oscuro que ese.
—Lejantra necesito una mano —pidió un monstruo de piel rojiza, parecía pertenecer al mundo de Babilon porque me recordó a Finca—. Luego hablas con Joel.
Ella humedeció los labios, miró sobre su hombro y se frotó las manos, indecisa.
—Estamos en mitad de una guerra Hojarasca, tal vez no haya un luego —continuó hablando, más apresurada—. Los últimos dos años no nos pidieron nuevas armas, no desde que se rumorea que un Creador y un trotamundos sin categoría sabotearon los mundos de Gartet. Creo que es porque ya tiene pensado atacar.
—Lo hizo. Con unas bestias llamadas Catástrofes.
Ella parpadeó.
—¿Estás seguro?
—Sí.
—¿No será una distracción? Suena demasiado fácil que use animales.
—Creemos que es porque quiere que vaya a Atnemrot para encontrar una forma de destruirlas. Hay una trampa esperándome.
Lejantra meneó la cabeza repetidas veces.
—Entonces no debes ir ahí.
—Pero romperá mi mundo si no me entrego ¡Además, es obvio que ahí hay una trampa porque ni siquiera sé dónde entregarme! O sea ¿Cómo lo hago? ¿A dónde voy si quiero que retire las Catástrofes? ¿Gartet tiene una casa en mi mundo? ¿Alguna choza de la que no me enteré? ¿Se aloja en un hotel? Las instrucciones son muy ambiguas. Una amiga mía llamada Lauren que falleció hace una semana... —Tragué saliva para recuperar el rumbo de mi voz—. Ella me dijo que las Catástrofes atacarían mi mundo como amenaza para que me rindiera. Pero si ella no se enteraba de eso, no sé cómo Gartet pretendía que me llegara el mensaje ¡No sé qué hacer con Atnemrot! ¡Y tengo otros problemas como encontrar a mis hermanos!
Lejantra frunció el ceño, me rodeó el mentón con su mano y lo alzó:
—Por más intelecto que tenga no entendí ni la mitad de lo que dijiste. Pero de algo estoy segura. Gartet no solo tiene armas. Cuanta con gente que lo ve todo.
—Lo sé... magos.
—No —meneó una mano desechando mis ideas—. Los magos ven dentro de las cabezas y el corazón. Su visión es limitada. Pero esas personas lo ven todo y me refiero a todo lo que esté en su mundo... Lo hacen con espejos o en sueños. Eso escuché. Son Videntes. Verdaderos Videntes. Oráculos. Gente como ellos superan el libro de Solutio o eso me dijo Murcia antes de... —Se detuvo—. Yo no sé de artes extrañas...
—¿Artes extrañas? —preguntó Veintiuno—. ¿Y cuándo las conoces?
—No ese tipo de extraños, Veintiuno.
La mujer ignoró su comentario.
—Pero sé que esas personas están hechas con la magia más poderosa de todas...
—¿Cuál es la magia más poderosa de todas? —pregunté.
—¡El amor! —se aventuró Veintiuno.
Lejantra arrugó los labios y dijo que no.
—¿Alguien ha visto a mi novia? —gritó Sobe, irrumpiendo en el comedor—. ¡Porque tengo una novia! ¿Sabían? ¿Lo mencioné?
Estaba un poco sudado, su cabello desaliñado se hallaba revuelto como un huracán y jadeaba enormemente.
—¡Ya deja de repetir que es tu novia, ya todos los sabemos! —se quejó 17N aun sosteniendo la cantimplora con alcohol en una mano y la linterna en la otra, alumbrando el trabajo del monstruo deforme.
20N, el bebé que hasta entonces no había dicho palabra, corrió torpemente a los brazos de Sobe, estiró sus manos y chilló:
—¡Sobe!
Él lo levantó en volantas y lo abrazó.
—¿Qué haces aquí? Debieron llevarte al otro edifico con lo demás niños.
Veintiuno apareció a su lado.
—Está loco por ti, es como tu sombra, cuando supo que lo llevábamos lejos comenzó a gritar y a pegarnos. Si te vuelves a ir, te lo llevas —estableció cruzándose de brazos con la espalda rígida.
Sobe miró a 20N que fingía no oír nada de lo que decían, se veía más relajado y contento.
—El niño sabe lo que es bueno ¿No, Noviembre? ¿A qué no, Novi? ¿Te vas a portar bien mientras busco a la chica más hermosa del universo, o sea, a mi novia? No tuya, ja, porque tú no tienes y yo sí. Ja.
17N puso los ojos en blanco, Lejantra miró todo como si estuviera aturdida.
—¿Viste a 5M? —preguntó 1E, su segundo al mando estaba comenzando a inquietarse por la desaparición de la líder de Deslealtad.
Sobe meneó con la cabeza al momento que ponía a Noviembre en el suelo y Lejantra se acercaba un paso. 1E volvió a codearme, me aclaré la garganta y los presenté:
—Sobe, ella es Lejantra una... ¿Nozariense? Que trabajaba en la Coalición de Innovación y cree que es mala idea que vayamos a Nózaroc porque conoce todas las armas que tiene Gartet y cree que es absurdo que nos ataque con monstruos. También mencionó que en ese mundo hay Videntes que lo ven todo o algo así.
Ella asintió a cada palabra que decía, le estrechó la mano y sonrió:
—Lejantra, él es William Payne también conocido como...
—¡SOBE!
Phil entró corriendo a grandes zancadas sobre el suelo húmedo del comedor. Veintiuno tuvo un respingo, 1E retrocedió un paso de la sorpresa y Noviembre arrugó el labio, dispuesto a llorar porque se había asustado de su grito. 17N estaba secándose los labios porque había estado bebiendo alcohol.
—¡JONÁS! ¡ES BERENICE! ¡LA... ELLA... VENGAN!
Sobe corrió rapidamente a la salida yo lo seguí. 1E sujetó a Noviembre que comenzó a llorar cuando Sobe atravesó la puerta. Veintiuno se inclinó a un lado del bebé y le susurró que se calmara, imitando el sonido de unos pasos o algo por el estilo que debería ser tranquilizador en ese mundo. Me volteé a Lejantra.
—¡Ya regreso!
17N señaló la puerta con la cabeza, apurándome a que me fuera, continuaba apostada a un lado de Edmuntres, el monstruo con los brazos músculos y peludos como los de un gorila.
—Esto ya casi está, vuelvan con ella a salvo. Nosotros escoltaremos a las máquinas lo más cerca del Banco que podamos llegar. Nos vemos en la calle.
1E y Veintiuno iban a seguirme, pero los detuve gritándoles encima del hombro:
—Quédense aquí. Estarán más seguros. Vuelvo en un minuto —no quise decirles lo mismo que a mis hermanos, pero la palabra salió antes de que pudiera retenerla.
Por un momento no me moví, quedé petrificado en mi posición, sintiendo que el suelo bajo mis pies se sacudía y desaparecía para ubicarme en un sótano. Parpadeé, refugiándome en la realidad.
La mala sensación regresó, aquella que me inflaba de amargura y me hacía sentir que mancharía las paredes con mis lágrimas. La que hacía temblar a mi voz y mi corazón.
Parece que había llegado para no irse.
Buenas noches a todos ¡Pasó tiempo!
Vengo con una actualización muy larga porque la semana pasada (el 18 de noviembre) fue el, cumpleaños de Krisbel18
Espero que la hayas pasado genial en tu día.
A partir de este punto vuelven las actualizaciones semanales de mis historias. Y por Twitter a veces voy a dar anuncios o cosas así jejeje.
:)
¡Buen sábado y feliz fin de semana! ¡Abrazote!
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