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La biblioteca está desactualizada


 —¡Camarón que se duerme se lo lleva la corriente! —gritó Miles arrojándome un libro de Dante en el estómago. Los libros que él solía leer equivalían a ladrillos.

Me enderecé en la cama y me sobé la panza mientras le desprendía una mirada molesta. Había estado durmiendo plácidamente cuando él me despertó con un golpe, ni siquiera había soñado pesadillas. Entrecerré los ojos, lo observé:

—Si hubiera sido un asesino estas sábanas estarían manchadas de sangre ahora —comentó inspeccionándome—. ¡En guardia, Jonás! ¡Pude haber sido...

—Un asesino, lo sé —gemí—. Lo único que estás matando ahora Miles es mi paciencia.

Enterré mi cara en la almohada y me cubrí con la sábana mientras Sobe le arrojaba un almohadón desde la litera de arriba y gruñía exigiendo silencio.

Habíamos llegado tarde del «cine», como era de esperar mis amigos me habían cubierto y había mentido que nos fuimos a entregar una carta por correo a Cam, que estaba en pleno año escolar porque él todavía tenía una vida normal. Aurora y John no dijeron nada, se encontraban demasiado ocupados abrazándose o diciéndose cursilerías que le darían diabetes hasta a Willy Wonka. Luego de eso dejamos a Dante en el internado de varones ricachones al que asistía casi todo el año porque él también tenía una vida fuera de la isla y aunque se fugaba con frecuencia siempre regresaba. En épocas de clases el Triángulo estaba un poco vacío.

El resto de mis amigos, Sobe, Dagna, Miles, Walton, Petra y Berenice vivían en el Triángulo. Ellos habían huido de sus antiguas vidas y a mí me habían arrebatado la mía.

Mis ojos me pesaron como plomo. Había estado hasta altas horas de la noche siendo interrogado por Adán. Desde nuestra fuga del último año él siempre me hostigaba con interrogatorios. Tenía la esperanza de que fuera un espía y que tuviera información supersecreta que había decidido ocultarle hasta el momento pero que algún día revelaría por levantarme bien una mañana o por pensar «Wow, este interrogatorio es genuino tengo que decir la verdad». No sé qué pretendía, pero cuando llegué de la película me interrogó por irme, le dije que había ido con Aurora y John y me interrogó para saber si había visto algo fuera de lo normal en Italia.

A él no le interesaba, estuvo todo el interrogatorio leyendo una revista y escuchando música por auriculares, pero cuando reparaba en que dejaba de hablar me obligaba a seguir y tenía que hacerlo si no quería reprobar su clase de vuelo.

Miles repiqueteó el balón de básquet que había traído bajo el brazo, el libro sólo lo había llevado porque no se le ocurrió otra manera más divertida de despertarme. Su cabello pelirrojo lo tenía escondido debajo de una gorra de lana gris porque aborrecía el color anaranjado radiactivo que tenía, pero aun así era posible ocultar sus anaranjadas cejas.

Vestía el uniforme del Triángulo a pesar de que era sábado y podía ponerse lo que le diera la gana. El uniforme eran pantalones de camuflaje, botas militares, una remera negra con el símbolo del Triángulo en el pecho y una chaqueta sintética oscura. Se sentó en uno de los sillones puff que estaban dispuestos en frente de las literas paralelamente a una consola de juegos.

Nuestra habitación era una combinación de biblioteca, rincón de juegos, armería, mapas y envolturas de frituras diseminadas por el suelo. Incluso habíamos colgado los afiches de se busca que habíamos encontrado en otros mundos con nuestras descripciones y muchas mentiras, se nos acusaba de cargos que no habíamos cometido, lo tomábamos como un mal chiste, mi favorito era en donde se mocionaba que traficaba chinelas y medias. Nuestra mesa de noche era un mini refrigerador con colas. Miles hizo picar la pelota.

—Estoy decidido a que hoy le ganaré a Dagna, ya verá.

Gruñí. Además, no quería darle falsas esperanzas, ganarle a Dagna en un deporte que indicara competencia sería como tratar de encontrar oro en la luna. Había más posibilidades de que ese día un nadador olímpico se ahogue en su tina a que Miles derrotara a Dagna.

—Si quieres retarla a algo y ganar, desafíala a entrar en nuestra habitación —sugirió Sobe arrastrando las palabras desde la litera superior—. Le daría un ataque y rociaría todo de desinfectante.

Miles resopló.

—Quién no.

Sobe se revolvió entre las sábanas y sacudió toda la estructura, la madera chirrió, no eran las literas más lujosas, cuando tenía pesadillas siempre me despertaba y yo a él.

—Es cierto —afirmé abriendo los ojos y parpadeando debido a la luz del sol que se filtraba por las cortinas de lino blancas, Petra las había elegido—, le tiene tanto miedo a los gérmenes que desinfectó un bolígrafo que le pasé.

—Después de ver como chupabas distraído ese boli hasta yo lo habría quemado —agregó Sobe.

Miles se largó una risotada.

—Cuando estabas enfermo sabía que le provocarías asco así que esa semana cambié su alcohol en gel por gel para el cabello.

Sobe rio desde arriba.

—Si se entera te matará.

—¿Por qué creen que es la primera vez que lo oyen? —picó el balón unas veces más y luego lo dejó descansado entre sus piernas, suspiró, se repantigó en el sillón, contempló el techó y volvió a suspirar—. ¡Estoy aburrido! ¡Vamos a un portal!

—No puedo —dije parándome de un salto de la cama, calzándome unas botas militares, unos tejanos y una remera del Triángulo —. Tengo que averiguar qué es la Cura del Tiempo.

—Ya te dije que esa cosa no existe, Elmo te estafó —explicó Sobe, guardó silencio como si lo pensara y rio amodorradamente—. Jamás creí que podría llegar a decir eso, es como si dijera que la cerdita Peppa te tomó el pelo.

Luego saltó desde su litera completamente vestido y atándose un cinto donde cargaba varios cuchillos y un calibre, si íbamos a caminar por la selva necesitamos armas. La floresta que rodeaba el instituto estaba plagada de portales abiertos lo que suponía que existía la posibilidad de que algún monstruo atravesara uno.

—Como sea pasaré el sábado en la biblioteca.

—Llévate los libros que necesitas a la playa, las chicas van a estar ahí ¿Crees que me perdería la oportunidad de enamorar a Berenice y que vea en traje de baño?

—No creo que eso pase —dije—. Lo siento viejo el único chico que le interesa es Logum y es porque quiere matarlo.

—No, piensa en mí. El otro día ella puso bronceador en mi recipiente de protector solar, solo para que le hablara.

—Ese fui yo—agregó Miles con una sonrisa— pero tengo que admitir que estuvo involucrado Jonás.

—Cállate —dije.

Le di un puñetazo en el hombro con mi mano buena. Después del encontronazo con Brad la médica del Triángulo me había ayudado a sanar con artes extrañas los huesos fracturados y astillados. Los había dejado como un débil esguince. Aunque me recordó que no los forzara porque literalmente mis manos eran la parte que más maltratada del cuerpo tenía. Hace dos años se habían quemado, hace uno me las habían cortado y el día anterior recibí un demoledor de dedos gratis.

Ahora mis dedos chamuscados y cubiertos de cicatrices estaban vendados y embutidos debajo de dos barritas de hierro que no me permitía flexionarlos. No era la gran cosa todos ahí tenían heridas o cicatrices, no tenerlas era tan inusual como un adolescente sin móvil.

—Como sea iré a la costa —insistió Sobe cargando una mochila con pantalones cortos, zapatillas, anteojos oscuros, toallas y un arsenal para la playa—, es sábado. No me lo perdería.

—No sé por qué te esfuerzas tanto, viejo, ella ni siquiera nota que estás a su lado —exclamó Miles.

—¡Algún día asesinaré a Logum y la enamoraré por siempre! —respondió, pero tenía una sonrisa pícara que no te permitía saber qué era verdad.

Después de hacer nuestras tareas de sábado que era limpiar el jardín de invierno dos horas con otros diez alumnos, me acompañaran a la biblioteca y seleccionara una lista de todos los libros que hablaban de curas, curas mágicas, antídotos, tiempo y tiempo mágico, nos fuimos a la playa. Lo libros eran tan macizos y gordos que si Miles me hubiera tirado uno de ellos a la mañana tendría varias costillas rotas. Cuando se lo dije él sonrió pícaramente y contestó algo como que deberíamos probarlo a lo que Sobe añadió que no era broma porque su hermano había muerto aplastado por una enciclopedia de tipología de panes.

Era un día tropical, no había ninguna nube en el cielo, la arena resplandecía como hojuelas de oro ante el cálido sol, había una ventisca fría que arrastraba el aroma salado del mar. El oleaje azul murmuraba, se avecinaba sobre la costa y regresaba por donde vino.

Algunas gaviotas graznaban y emprendían vuelo. Escarlata, mi mascota con piel de polvo sobrevolaba las nubes y perseguía a los desgraciados pájaros en cielo, tierra y agua.

En el horizonte izquierdo se podía apreciar la curva de una ensenada y la flota amarrada a los muelles. Los muelles de la isla contaban con pasarelas, simulaba un muro tan alto como un edificio e incluso albergaba torres que servían como puntos de vigía. Estaba construido de tal forma que cumplía la función de barricada contra inminentes ataques navales. Había partes de la isla que no tenían muelles sólo porque antes había portales abiertos que realizaban su función de no dejar pasar a ninguna embarcación por allí.

Había algunos estudiantes trotadores en la playa, pero sólo atinaba a ver sus figuras en la distancia, eran cinco y estaban jugando vóley. Miles se quejó de que eran holgazanes y después se enfrascó en un partido de fútbol con Dagna.

Era un juego perdido, si se trataba de deporte ella siempre ganaba. Dagna tenía su cabello rubio casi blanco recogido en una tirante coleta y su semblante estaba concentrado. Ambos vestían pantaloncillos y remeras que eran dos tallas más grandes.

Berenice y Sobe habían ido a un portal que estaba abierto en la selva y se llamaba Osoiciled que se destacaba por su buena gastronomía. La comida de allí era para chuparse los dedos por horas. El portal te conducía al interior de un árbol hueco que se ubicaba a un kilómetro de un pueblo en Osoiciled. Se habían ido hace unos minutos por algo que comer.

—Los dejo aquí —exclamó Petra con la espalda encorvada por los libros que me ayudó a transportar.

—Gracias por ofrecerte a cargarlos —dije dejando mi pilón.

—Es que esperaba que dijeras que no —respondió ella, estiró sus brazos y se recostó sobre un mantel de cuadros rojos.

Sacó unos anteojos negros, se los colocó y tomó sol. Llevaba una camisa blanca sobre un traje de baño de dos piezas. Tenía un poco de pintura en los dedos porque su tarea de sábado fue lijar y pintar una verja. Sus antebrazos estaban cubiertos de brazaletes que en realidad eran armas. Me gustaba estar con ella.

Me senté a su lado bajo la sombra de una palmera, con la espalda contra la espesura de la selva, planteé a mi lado la pila de libros y empecé por el primero. Hablaba del tiempo. Recordé que el príncipe Nisán le temía al tiempo. Nisán ahora estaba con mi enemiga Izaro, una caza recompensas.

Recordé a Finca. Se me achicó el corazón. Cerré el libro. Restregué mis ojos, iba a recostarme al lado de Petra y relajarme un poco.

Algo chasqueó detrás de mi espalda. Alguien había pisado una rama en la selva. Me estremecí. Volteé. Nada. Seguro había sido Escarlata persiguiendo algún animalillo desdichado.

«No soy nada, ignórame» oí en mi mente.

«No es nada, ignóralo» Me dije, desconfiado.

«Deja de desconfiar»

Volví a agarrar mi libro mientras Miles gritaba de frustración por perder una segunda vez contra Dagna. Como era de esperar ella se burlaba de su oponente que estaba arrojado en el suelo y pateando arena frustrado.

Al cabo de unos minutos Petra prometió ayudarme con la lectura si yo le enseñaba a navegar en internet, cerramos el trato, se irguió, arrojó sus lentes negros sobre el mantel, agarró un libro y se inclinó sobre él.

Walton llegó con Albert. Walton era un adolescente de diecinueve años con el cuerpo de un marine, era alto, musculoso y su cabello castaño estaba siempre bien peinado. Traía unos pantaloncillos rojos, sandalias y nada más. Su torso era duro, seguramente se sentía como tocar pesas ya que habían sido formado por ellas. Al verlo Petra se acomodó el cabello y sonrió ruborizada. Rodeé los ojos.

—Hola Walton —saludó nerviosa—. Estás muy... digo... es un... Hola Walton.

—Hola Petra —la saludo él con su calidez habitual.

Nauseas.

Albert era un monstruo de nueve años que parecía un adulto humano de noventa. Su única diferencia era que un anciano no podría ser tan ágil, fuerte y que no tendría un ojo negro en la nuca que no parpadeara nunca. Su piel arrugada, su cuerpo menudo, petizo y su cabello disparatado como el de Albert Einstein le daban un aire inofensivo.

Él ayudaba en la clase de náutica, a pesar de ser un monstruo le dieron asilo porque no deseaban que volviera a salir de la isla, no al menos hasta que estuvieran seguros de que no era un espía o de que no trabajaba para Gartet, porque hace cosa de un año sí lo hacía.

A él no le importaba permanecer en la isla, la adoraba, lo único que quería hacer era estar en su bote- submarino «Rinconcito del mar» y como se lo permitían no había problemas. Alb llevaba una bufanda, pantalones polares, botas de piel y un abrigo térmico. Se frotó sus manos enguantadas.

—Qué frío que hace ¿verdad chicos?

Hubo un corrillo de retraídas negaciones. Miles se secó con la muñeca el sudor que corría por su enrojecida cara, negó con la cabeza y se derrumbó sobre el mantel. Apoyó su cabeza en la pierna de Petra, ella colocó el libro que leía sobre la melena alborotada de él mientras Dagna le exigía una revancha y le sacudía el hombro.

—¡Vamos Harris, prometo hacerlo fácil esta vez, vamos!

Walton nos platicó de su entrenamiento. Como tenía diecinueve habían comenzado a entrenarlo para Guardián, hacía expediciones en busca de trotamundos jóvenes y comenzaba a involucrarse en la administración del lugar. Comentó que hace una semana había ido a un orfanato y que le estaba siguiendo la pista a un niño problemático llamado Dany que creían era un trotador.

Uno solía convertirse en niñero de los demás cuando cumplía dieciocho o diecinueve, la mayoría a esa edad se marchaba del Triángulo y la minoría responsable cumplía con su deber. Walton era parte de esa minoría al igual que Roma y otros pocos. A los veinte o veintiuno eras oficialmente un guardián.

—¿Se imaginan en un futuro? —inquirió él—. Todos seremos Guardianes y ayudaremos a los otros trotamundos que a su vez se convertirán en Guardianes y así para siempre...

Si no morimos antes, pensé, vivir como guardián era tener fecha de caducidad, siempre estabas luchando codo a codo con La Sociedad.

—Si Gartet no destruye todo —recordó funestamente Dagna y le pasé un botellón de agua.

—Hidrátate y ahoga ese negativismo, Dag —le aconsejé, aunque yo había pensado lo mismo.

Petra negó decididamente con la cabeza.

—No se lo permitiremos.

—Habla por ti —agregó Miles jadeando desde el suelo—. Yo no quiero ser Guardián.

No opiné. Yo ni siquiera sabía qué quería, era como esos indecisos en un restaurante de comida rápida que alargan la fila.

Supongo que esperaba sobrevivir de Gartet y reunirme con mi familia. Nada más. Ya no tenía esperanzas de recuperar mi antigua vida. Sólo deseaba un recuentro.

—¿Te fugarás? —preguntó Petra cerrando el libro y bajando sus ojos hacia él.

—Con mi suerte no pasaré de la primera misión.

La horrible idea de que también perdería a mis amigos tarde o temprano me embargó. De ellos solo Petra y Sobe se quedarían, tal vez yo...

—¿Le darás la espalda al Triángulo? —inquirió Walton horrorizado.

—Yo no dije eso —respondió Miles quitándose arena de la piel un tanto confundido como si le costara comprenderse a sí mismo —. Yo sólo digo que no quiero terminar como Adán, solo, sin nadie que lo quiera. Digo... pocos de aquí tienen familia —Me desvió una mirada para confirmar que el tema no me había deprimido y continuó— pero tenemos amigos que son como la familia. Ya saben cuál es mi mayor miedo, el sanctus lo mostró.

—El sanctus te hizo creer que eras atacado por Chucky —le recordé pasando un dedo por las páginas del libro.

Miles puso los ojos en blanco, después de la conmoción de esas semanas había recibido un par de burlas porque uno de sus mayores miedos era el muñeco poseído.

—Además de eso, fui atacado cuando estaba sólo. En mi visión los llamaba y ninguno venía. Estaba solo —La marea rompió contra la orilla y de repente la conversación se volvió sombría, las sombras proyectadas por los árboles se sacudían sobre nosotros—, mi mayor miedo es quedarme sin nadie. Y eso pasará si me convierto en Guardián, iré viendo cómo se mueren mis amigos. No quiero eso ¿Recuerdan al Guardián que murió el año pasado en la búsqueda del sanctus? Él tenía novia, pero ella también había muerto. La mató La Sociedad. Perdió todo y luego llegó su hora. Y si no llega tu hora te conviertes en un... Adán.

—Yo jamás seré un Adán —aseguró Walton—. Yo sólo quiero ser alguien que haga el bien por una vez.

Las palabras por una vez resultaron extrañas, pero entonces habló la positividad del grupo:

—Olvidémonos de esto —zanjó Petra con una sonrisa entusiasta y forzada—. ¿A mí sola me pareció difícil el ejercicio tres de la tarea de Física Planetaria? —Preguntó para olvidar el problema, pero lo único que hizo fue meter otro problema.

—Deja de fingir, Petra —intervine—. Todos sabemos que terminaremos copiándonos de tu tarea, como siempre.

Ella arrugó la cara con molestia.

—Pero así no aprenderán nunca —objetó Walton a modo de regaño—. Yo jamás pase mi tarea, prefería explicar y meter en sus cabezas conocimiento y luz.

—No podrás meter mucho en la cabeza de Miles —añadí para molestarlo, lanzándole una mirada divertida—. Es muy pequeña, no podría pasar nada.

—Pues podrías meter conocimiento por su nariz —añadió Dagna—. Sus fosas nasales son tan grandes que podrías estacionar allí un avión.

Miles nos tiró arena en la cara y reímos. Sobe y Berenice regresaron, la conversación murió, la olvidamos y pasamos la tarde de sábado. Sobe además había traído un poco de congrí, sacudió victorioso la bolsa de mercado sobre su cabeza como si uno de nosotros también se alegrara de eso. Lo único divertido fue que se le resbaló de las manos, cayó a la arena y perdió todo.

Petra leyó conmigo, espalda contra espalda. Cuando el sol se estaba poniendo Sobe interrumpió su actividad que era contemplar la marea con Berenice.

La conversación se había terminado pero mi miedo no. Estaba seguro, ya había perdido todo, lo único que me quedaban eran mis amigos.

Y tal vez estaba perdiéndolos sin saberlo.


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