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IV. No tengo madera de empresario.


El almuerzo fue como comer con tus suegros en un funeral, aunque no tuviera suegros y no haya ido a funerales. Fue todo lo opuesto a una bienvenida, la última persona que había estado feliz de cenar conmigo fue el jontu y él quería comerme.

Los padres de Dante comprimían los labios, molestos y nerviosos, parecían el tipo de gente que estaban acostumbrados a manejar las cosas a su gusto, pero eso no podían cambiarlo.

Dante y Sobe se hallaban sentados en la punta de la mesa susurrando y anotando cosas, envueltos en su aura de investigadores con los documentos. Deduciendo coordenadas encriptadas. Phil se encontraba jugando distraídamente con los fideos y las albóndigas, Berenice no se molestaba en decir algo, estaba observando fastidiosa un cuchillo de plata, lo giraba en sus dedos. Detuvo el movimiento de la hoja y lo deslizó con disimulo al interior de su bolsillo.

Petra notó el saqueo, detuvo el tenedor a medio camino entre su boca, entornó la mirada, se inclinó hacia Berenice que estaba frente suyo y susurró:

—Suelta eso, sus padres pueden verte —el pueden estaba de más porque la vieron.

Me codeó en busca de ayuda. Parpadeé, ella alzó las cejas apurándome y titubeé. No podía ignorar una orden de Petra. Quise aligerar la tensión con una broma amigable:

—Berenice, por favor, roba algo de valor —pero tenía un público difícil y todos me miraron como si hubiera hurtado cada pertenencia de la casa, Sobe continuó con la vista en los papeles, pero negó con la cabeza como diciendo «Vaya, colega, la arruinaste»

—¿Qué robe algo de valor? —susurró incrédula Petra como si no pudiera creer lo que escuchaba y veía.

—Yo ya lo hice —anunció Phil levantando la mano como un alumno atento—. En el hotel de Micco y aquí, planeo llevarle a papá recuerdos de los lugares que visité en otro mun...

—Shhhhh —lo chitó Petra.

—No chites a Phil agárratela con Berenice —susurré defendiéndolo.

Sobe levantó la vista de sus escritos con aire molesto, su cuello se tensó, se recostó sobre la mesa y habló en un susurro bastante audible:

—Lo estamos escuchando igual y dejen en paz a mi novia.

Berenice nos desprendió una mirada que decía «Ya querrán este cuchillo cuando necesitemos dinero», lo depositó ruidosamente en la mesa y traté de esbozar mi mejor sonrisa. No sabía si explicarles que en el mundo de Berenice no existía muy bien la idea de cortesía, amigos, educación o propiedad privada, porque se crio sin palabras.

El padre de Dan se veía desconcertado, revolvió la comida de su plato y procuró desviar la atención del colosal momento incómodo.

—Querida ¿Cómo te fue ayer en el despacho de abogados? Escuché que es el mejor bufet a contratar para que resuelvan los temas legales de la construcción.

La mujer levantó sus ojos del plato con cansancio y suspiró:

—Bien, me presentaron a una nueva integrante. Ella se hace oír con determinación, Nancy es muy buena en lo que hace...

Phil se puso de pie de un saltó, su capa de lentejuelas se agitó, aporreó la mesa con sus puños, la silla fue empujada al suelo.

—¿Nancy Thompson? —rugió como si hubieran insultado a su padre y a todo su linaje, o aun peor a Elvis—. ¿Esa Nancy?

La mujer soltó los cubiertos aterrada, tenía la boca abierta y cuando habló su voz sonó quebrada por el pánico:

—N-no Nancy Connor.

Phil sonrió, alzó las cejas y emitió un prolongado:

—Aaaahhhh —que duró exactamente quince segundos.

Agarró la silla, la puso en su lugar, se sentó y comió una albóndiga como si nada hubiese pasado. Dante estaba cubriéndose con sus brazos como si hiciera un escudo entre él y toda la vergüenza que el mundo podía darle. Largué una risa falsa pensando en algo que calmara a todos, pero no se me ocurrió nada.

—Vaya qué calor —dije agitando una mano frente a mi cara.

Estiré el brazo para coger un vaso, pero sin querer lo volqué y el jugo se vertió hasta el suelo. Los padres de Dan siguieron con sus ojos el recorrido del líquido. El goteo fue lo único que se oyó. Me puse de pie con las mejillas ardiendo, Petra suspiró e imitó a Dante.

—Oh, por los portales, espero que este mantel tenga un repuesto —quise secarlo con una servilleta mientras escondía, en el bolsillo, la mano con las esposas que me había amarrado el agente.

—Era de mi madre, no tiene repuesto —informó parcamente la mujer.

—Ah, el mal gusto es de familia —largó Sobe y sólo entonces comprendí lo mal que había quedado mi bocaza.

Petra lo pateó debajo de la mesa. El largó un disimulado «Ay, no me patees», ella ladeó la cabeza en dirección a los padres y él se frotó la rodilla mientras se corregía.

—Lo lamento, fue una broma que solté porque estaba nervioso, quise decir mal gusto porque adoptaron a Dan y porque él tiene mal gusto, por ejemplo, siempre dice que el congrí no es una maravilla del mundo. No quise insultar el hermoso mantel de su madre.

—Ya mejor cierra la boca —susurró Petra.

—Deja de susurrar que todos te oímos —le recordó Sobe exasperado, regresando a sus papeles.

—No es lo peor que escucharon —masculló Petra.

Ante todo, yo seguía tratando de secar la mancha, pero ella me agarró de la manga y me empujó a la silla. Hubo silencio.

—Dante —lo llamó su madre con la voz tensa de la furia y el desagrado—. No me dijiste que tus amigos guardan cosas fácilmente.

—Berenice no sabía lo que hacía —aseguró Petra—. Ella... ella estaba puliendo esa cosa.

—Yo creo que Berenice se puede defender sola —contestó con rigurosidad y autoridad la madre de Dan.

—No, no puede porque es muda —volvió a mentir Petra con naturalidad.

—Sí, soy muda —añadió Berenice, estoy seguro de que a propósito.

Pero bueno, Berenice había abandonado a su padre porque él la reprendió por liberar su mundo y de esa forma arruinar el cargo que le habían dado a su hermana, además se había criado en mitad de un campo, sin autoridad, era casi una ermitaña como Naufrago. Tal vez por esa razón le gustaba tanto a Sobe, él también se había criado sin muchas normas y era tan raro interactuando con la gente como ella.

—Lo siento —agregó arrepentida—. Quise llevármelo porque tenía un pájaro en una rama de olivo tallado en el mango. Wat siempre me señalaba ese tipo de cosas. No quería pedirlo para no hablar de esto.

Que hablara de Wat hizo que se le empañaran los ojos ¡Berenice estaba sentimental! Eso significaba que las emociones que siempre escondía estaban rebotando a la superficie.

Petra suspiró, era la única que procuraba levantar los ánimos de la habitación o al menos fingir que nos llevábamos bien y teníamos mucho en común.

—Señora Álvarez todo está tan delicioso —exclamó Petra para olvidar la pequeña discusión.

—Dante se llama Álvarez, lo adoptamos, pero no tiene nuestro apellido —comentó lacónica la madre de Dan con poca paciencia sin despegar la vista del plato—. Nosotros somos Byrne.

—Y qué guisantes —agregó Petra para ver algo positivo.

—Son arvejas.

—Pues de todos modos las cocinó muy bien ¿Qué tipo de salsa es?

—Yo no lo hice, las preparó Patricia, la empleada doméstica.

—Ah —Petra observó su plato frustrada, pude ver como se mordió la mejilla interna inquietada e entristecida.

Sentí pena ajena por ella.

Antes de entrar a la casa había dicho que odiaba las peleas familiares, pero ella no había tenido familia, sus padres habían muerto cuando era pequeña y no tenía hermanos. No me imaginaba en qué lugar pudo haber visto peleas familiares y decidido que no le agradaban.

Agarré su mano por debajo de la mesa, nuestros dedos se entrelazaron y me dio un apretón. Ella desvió sus policromos ojos hasta mis dedos deformados y una media sonrisa se cruzó en sus labios. Pude ver que se le enterneció el semblante como si sentirse apoyada fuera todo lo que necesitaba.

Aunque estaba ojerosa y débil, tenía color en las mejillas lo que volvía su rostro un oasis de gamas, la piel bronceada, la cabellera color caramelo y sus ojos que se veían verdes, azules y violetas con esa luz. Entonces supe por qué la gente, a excepción de los integrantes de esa mesa, solía tomarle confianza o aprecio rápidamente. Porque todo en Petra era calidez, naturalidad y confort, no te sentías presionado por agradarle, con ella no podías sentir miedo a ser juzgado o ser engañado porque sus ojos trasmitían bondad. Y te olvidabas de todo.

Me olvidé de todo.

Acaricié el dorso de su mano con mi pulgar.

No había podido probar bocado, aunque me moría de hambre estaba demasiado nervioso para degustar la salsa de guisantes de Patricia, sentía ansiedad corriendo por mis venas. Además, no quería levantar mi mano y coger un cubierto porque todavía tenía amarrada a mi muñeca la esposa de la agente y sabía que los padres de Dan se desesperarían al saber que eso podía pasarle a su hijo. Había tratado de quitármela antes del almuerzo, pero la tenía en mi mano derecha y no era bueno manejando la espada con la diestra. Prefería tenerla a que rebanar mi piel.

Los susurros de Sobe y Dante se acrecentaron y aceleraron hasta que hubo un silencio absoluto en la mesa y ambos se pusieron de pie de un salto.

—¡Lo tengo! —gritaron al unísono.

Me levanté y casi tumbé la silla.

—Tenemos que ir al taller de Emi —susurró Sobe como si eso lo explicara todo y le dedicó a Dante una mirada alterada—. ¿Tienes computadora? ¿O un mapa electrónico que no use satélites por La Sociedad?

Él asintió en respuesta y señaló al piso de arriba mientras se dirigía a la escalera. Todos nos pusimos de pie felices de tener una excusa para abandonar el almuerzo, agarré mi mochila y los seguí. Phil se quedó en la mesa, oliendo el agua de su copa, sacudiéndolo el líquido como si fuera vino y suspirando «Niños»

Dante nos guío a la habitación que había visto mientras huíamos de Gales con posters de listillos muertos y todo. Pero esa vez no había podido apreciarla entera. Su cama tenía una manta de planetas y su escritorio estaba tan ordenado como un archivero. Aunque lo extraño era la puerta a un guardarropa que tenía colgado un cartel con una advertencia: «No entrar. Privado»

Obviamente Berenice no hizo caso y la abrió.

En el interior había un gran cuarto con repisas, cajas y vitrinas organizadas con muñecos trolls de cabellos coloridos y narices abultadas. Lo muñecos eran de todos los tamaños, colores y atuendos. Había tantas cajas y repisas que debería tener más de setenta. Berenice no demostró lo que pensó, pero de seguro creyó que era extraño porque contempló la colección por unos segundos y después se alejó de la puerta.

Sobe ignoró todo, agarró una tableta electrónica que había en el escritorio, se sentó en la punta de la cama e ingreso a un mapa virtual. Miré mi reloj, era un lunes al medio día y acabar en la habitación de Dan ... o al menos una de las tantas que tenía, lo hizo más extraño.

—Vaya Dante... —exclamó Petra girando su cabeza para apreciar todo, pero sus ojos siempre regresaban al guardarropa repleto de muñecos—. Tu habitación es muy... peculiar.

—Rara —apuntó Sobe moviendo sus dedos por la pantalla de la tableta—. Me gusta, me gusta lo raro.

—Eso explica muchas cosas —aporté para él.

—Además ¡Hay que tener determinación para llenar una colección! —continuó Sobe—. Mi hermano siempre decía eso... antes de que... de que... lo atacara una gaviota —Su voz se entrecortó.

¿Acaso todos iban a llorar? Tal vez ver que Dante tenía una familia nos daba un poco de pena por nosotros mismos.

—Ah, se refieren a eso —contestó Dante, señalando torpemente las cajas de muñecos de colección y aparentando una pésima naturalidad—. Es de la empleada —mintió, pero él era pésimo en eso, cada vez que te engañaba no parpadeaba y te rehusaba la mirada—. Patricia los colecciona.

Sobe largó una risotada mientras buscaba algo en la tableta.

—Claro que sí y seguramente Patricia pensó que sería mejor guardarlos en tu guardarropa en lugar de su casa.

—Bajo vitrinas —noté que había uno en específico, con el cabello morado, en una vitrina pequeñita.

—Y un letreo que dice «No entrar. Privado» —completó Petra.

Dante levantó exasperado ambas manos.

—Está bien, está bien, ustedes ganan. Cuando era pequeño quería superar uno de los records mundiales para aparecer en el Guinness World Records —Se rascó mecánicamente la nariz y titubeó con sus brazos cruzándolos, colocándooslos indecisamente en la cintura y dejándolos caer—. Tenía en mente superar a Sherry Groom de Ohio que fijó el record de muñecos troll con más de 2990 unidades. Pero, en fin, es un pasatiempo que abandoné en las casas vacacionales, cosas de niño pequeño.

—Pero aquí hay una boleta de hace cinco días —advertí leyendo el papel que había sobre una caja de muñecos.

Dante me lo arrebató de las manos.

—No, no es cierto.

—Mira Petra, este se aparece a ti —exclamé observando una figurilla que tenía brazaletes, me arrepentí al instante.

—Pero tiene el pelo más lindo —acotó Sobe, acto seguido sus ojos se iluminaron y chasqueó los dedos—. ¡Lo sabía!

—¿Qué? ¿Tanto se parecen? —pregunté y Petra me dio un golpe en las costillas.

Sobe negó con la cabeza y aferró la tableta electrónica como si fueran los mandos de un videojuego. En la pantalla se proyectaba una página de internet con varios artículos de carrocería, relojería, electrodomésticos y todo tipo de cosas. Sobre un listado de precios se podía leer «Reparación Emi, ensamblamos y reparamos lo que sea, menos un corazón roto»

—Sabía que deberían tener una página en internet, de otro modo parecía mentira que esté escondido en un lugar como este. Al menos ahora sabemos que no es mentira y que el sitio existe porque sería una pena hacer un viaje tan largo para caer en una farsa.

—¿O sea...? —preguntó Petra sin entender nada—. No entiendo nada.

—Vamos, Petra, creí que había creado una raza de personas superiores —Sobe le dio golpecitos a la tableta electrónica con una de sus típicas sonrisas chuecas.

—No me creaste... —masculló rabiosa.

—Dime que no tenemos que ir a un taller con el eslogan «Reparamos lo que sea, menos un corazón roto» —rogué.

Dante fue recorrido por un escalofrío.

—Si son tan buenos luchando como haciendo publicidad estamos perdidos.

Dante no era sarcástico así que eso no era buena publicidad, pero Sobe se encogió de hombros.

—Todos los papeles describían la cuidad donde se encontraba este taller. Entre cientos de páginas estaba la verdadera dirección. Es ahí donde hallarás la segunda pista para la cura.

Berenice apoyó su cabeza en el hombro de Sobe y escudriñó sin ánimos la pantalla, aunque por lo que dijo supuse que estaría encantada y maravillada.

—Con esto podré acercarme a Logum, gracias.

Sobe al sentir el contacto de la piel de Berenice sus mejillas se pusieron más rojas que la caricatura Heidi. Estaba a punto de remarcárselo, para que aumentara dos niveles de rubor, pero en ese mismo momento una campana resonó en toda la casa.

Era el timbre. Alguien tocaba en la puerta ¿Una entrega por correo de muñecos troll? No.

No tuve que mirar por la ventana para saber que se trataba de La Sociedad.







Bueno gente, llega medio tarde esta actualización, pero llega.

Fue una semana muuuy apretada jaja. Es más me iba a ir a dormir, me acordé que no actualicé y me obligué a levantarme e ir por la computadora porque igual que el prota no me gusta fallar a las promesas XD.

En fin, espero que disfruten leyendo sobre la exigente familia de Dante o al menos lo disfruten más que los progonistas que tuvieron el almuerzo más incomodo de sus vidas jojo.

En conclusión, ¡Buen fin de semana, pásenla lindo! ¡Nos leemos el siguiente viernes, abrazote!

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