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III. Muchas cosas para una sola semana.


Todos guardaron silencio. Petra pateó con frustración el escritorio. Tenía sentido. En parte me sentí orgulloso por haber deducido que Atnemrot era una trampa y en parte experimenté un creciente temor en mi pecho.

 No podía entregarme, pero tampoco podía ignorar lo que los monstruos harían. Anemoi. Debía detenerlos y matarlos antes de que causaran desastre y sólo podía tener éxito averiguando algo antes de enfrentarlos. Pero nadie sabía lo que eran unos Anemoi, ni siquiera sabía si eran invisibles, bichos extragrandes, o peor aún, cosas parecidas a Adán.

 Desde la noche anterior se había corrido el nombre de los monstruos, todos los estudiantes de Triángulo murmuraban acerca de qué eran. Muchos habían querido vengar la muerte de Lauren y se habían dirigido a la biblioteca, todos los libros de bestias mitológicas, monstruos, seres de otros pasajes y espíritus habían sido alejados de sus estantes y abiertos en sendas mesas. La biblioteca entera había estado abarrotada de niños y adolescentes que leían, bebían café y comparaban resultados. Natural. La otra mitad había abandonado el Triángulo para investigar en otros pasajes. Cosa de todos los días.

 Estuvieron toda la noche en eso. Concordaron reunirse al amanecer en el observatorio para llegar a una conclusión y revelar las investigaciones. Yo no había podido asistir porque estaba detenido, pero Petra y Albert me narraron lo que sucedió.

 Más de medio Triángulo se reunió y se vieron frustrados, hubo un silencio y una quietud digna del ánimo que antecede a un funeral. Y lo que compartieron no fue información fue miedo. Porque no había huella ni mención de esas criaturas en este u otros mundos. Sólo se sabía que habían sido liberadas hace unas horas y estaban rondando por estos países, preparándose para atacarlos. Como los mosquitos que vuelven en verano.

 ¡Íbamos a ser matados por mosquitos!

 La simple idea aterraba, este pasaje nunca había sido atacado. La Sociedad nos mataba bajo esa excusa, que no quería ataques o portales donde monstruosidades pudieran escabullirse y entrar. Upsi, supongo que tenían razón.

 Pero pensar en La Sociedad sólo me perturbó más.

 Sabía que debía viajar al pasaje Arnemrot y averiguar algo de los monstruos. Tal vez Gartet sabía que nosotros no nos entregaríamos jamás, que preferiríamos embrollarnos en una búsqueda tortuosa. Sí, sin duda se trataba de una trampa.

—Jonás —llamó Walton, había estado enfrascado en mis pensamientos y no noté que me estaba hablando—. Jonás, sé que quieres buscar a tus hermanos, pero... no podemos ignorar a los Anemoi.

—No, claro que no, especialmente yo —contesté sin ánimos desprendiéndole una mirada severa a Sobe— porque están aquí por mí culpa ¿o no?

Decir esas palabras me hicieron sentir vacío. Una parte de mi cerebro todavía no lo procesaba, deseaba que todo se tratara de un mal sueño y que este mundo en realidad continuaba seguro.

Él sólo hizo un ruido desaprobatorio con su garganta y continuó.

—Pensamos que mientras tú buscas la Cura del Tiempo, mientras continuas con tu familia, podrían hacer un salto en el mundo ese. Nosotros por el momento averiguaremos dónde está, cómo llegar y si podemos descubrir algo más también se lo diremos mientras ustedes están fuera por la cura.

—Además de que, sabemos que quieres encontrar a Dracma porque el sanctus te dijo que te acercaría a tus hermanos, pero —Miles se mordió el labio— lo discutimos toda la noche... Si Dracma está liado con Gartet entonces podríamos pedirle información, algún punto débil o no sé lo que sea.

—Estamos perdidos en esta guerra no sabemos nada —completó Walton—. Los trotadores jamás tuvieron problemas con guerras y si tenían un pequeño inconveniente consultaban al libro de Solutio pero luego desapareció y creyeron que podrían arreglársela sin él pero se equivocaron. El Triángulo no tiene brújula, lo único que hace es prepararse y reunir aliados mientras espera un golpe. Tal vez Dracma nos pueda dar algo útil, es pequeña la posibilidad, pero es... algo.

—Si consiguen la Cura del Tiempo y van el viernes a negociar con él en el concilio ese —concluyó Miles muy serio, era raro él nunca hablaba si no era en broma—. Queremos que también uses la cura para que suelte un dato relevante de la guerra. Si es que sabe, claro está.

—Sólo dinos si te parece buena idea—añadió Dagna, su ceño estaba contraído y sus cejas plateadas las tenía comprimidas como dos hilos invisibles—. Porque es tu búsqueda y sabemos que sólo tienes una semana para encontrar la cura y tal vez sólo cambie la cura por una de las dos informaciones. Además, estamos hablando en caso de que puedas... —se aclaró la garganta—. No creo que tengas tiempo para entrar a un portal, averiguar sobre las Catástrofes, vencerlas, encontrar la cura y negociar con Dracma en menos de una semana.

—Jonás es precoz —se burló Sobe.

Dagna trató de reír, pero no pudo.

—Estamos tratando de decirte que... este...

Sentí que el vacío se agrandaba, pero tenían razón: era casi imposible que encontrara a mis hermanos, al menos ese año. Pero me negaba a creerlo, no podía perderlos por tercera vez consecutiva. Creí que la tercera era la vencida. Ya era imposible encontrar la cura y si lo hacía tenía que decidir por qué cambiarla. Suspiré:

—Descuiden podré encontrar la cura a tiempo y si tan valiosa es la cambiaré por ambas cosas.

No iba a ser de otra manera. Obligaría a Dracma a aceptar.

No podía tener mi suerte. Había esperado un año por el concilio anual de magos y una semana antes aparecían esos monstruos. Estaba frustrado, furioso y desconsolado como si hubiera estado años viajando en un cohete a la luna y cuando estaba a punto de llegar a mi destino el cohete explotara.

Siempre había odiado a Gartet desde que escuché su nombre por primera vez. Fue como un odio a primera vista, pero en ese momento, sentado en el suelo y hablando de búsquedas con mis amigos, quise matarlo y lentamente, quise que sufriera como sufren los que pisan la arena de la playa sin chanclas. No llegaba a comprender cuánto caos estaba dispuesto a causar sólo para tener prestigio y apoderarse de todos los mundos. Los mundos estaban mejor sin él, no había que conectarnos ni gobernarlos bajo un solo régimen.

Él me daba asco, tanto asco como la sopa de brócoli, los asientos de autobús pegajosos y las faltas de ortografía.

No sé porque mis ojos buscaron los de Berenice, como estaba acostumbrado su expresión de póker no me trasmitió nada. Supongo que quería ver que no era el único que sentía repugnancia y cólera hacia Gartet.

Pero Berenice no era una persona perversa y mala, ella era gentil a su manera. Por más deseos de venganza que albergaba no podía ser mala, era justa sólo eso. Me convencí de que podía tener esos sentimientos oscuros y ser alguien noble. Yo no era malo. No todo el tiempo.

No estaba loco, seguía siendo el mismo Jonás de siempre, solo que ahora estaba huérfano.

Traté de mostrarme positivo, pero me costaba horrores.

—Esta tarde investigaremos cómo llegar al portal donde se esconden los Anemoi —explicó Dagna y Albert asintió con entusiasmo infantil, después de todo no tenía más de nueve, había mirado la conversación con miedo como si odiara que charláramos de esas cosas, estaba en la litera superior abrazando una almohada—. Los mantendremos informados. Eso era algo de lo que hablábamos. Lo otro era de tu viaje.

Los gemelos habían dicho que el viaje a la casa del informante duraría un par de horas, pero si conseguía una pista importante de la cura, iría tras ella. Mis amigos tendrían que cubrir nuestra ausencia. Walton inmediatamente se puso de pie, agarró un bate del suelo y golpeó la escalera de la cama como si se tratara del martillo de una corte.

—Quiero hacer una aclaración.

—Nadie estaba hablando, viejo —le recordó Sobe con aire burlón.

Walton se rascó apenado la cabeza y agregó:

—Lo que harán es muy peligroso porque se moverán en este mundo, un mundo plagado de agentes...

—Sé tratar con La Sociedad...

Waltón negó enérgicamente y no me dejó terminar.

—No, no lo sabes. Ellos están en todos lados, poner un pie fuera del Triángulo ya supone un riesgo y las cosas se complican cuando son más de uno. Puede que hayas vivido tranquilo todo un año en tu antigua casa, pero eso se debía a muchas cosas, que estabas solo era una de ellas, otra razón pudo ser que tu padre el agente Brown te cubrió...

—Él no es mi padre —mascullé.

Hubo un silencio incómodo. Me odié por crearlo, pero no podía soportar escuchar esa frase. Era tan irritante como uñas sobre una pizarra. Sobe se puso de pie, quitó el polvo de sus pantalones y caminó a grandes zancadas por la habitación.

—Como la persona más exitosa de la sala me veo en deber de quebrar con este momento chapucero —exclamó Sobe, abrió los brazos como si detuviera un partido deportivo—. Respondan a esta pregunta —se dirigió hacia Berenice—, sobre todo tu preciosa, ¿Saben qué es perfecto?

—¿Yo? —inquirió Miles.

—No, no puedes ser perfecto, eres pelirrojo —respondió con aire pícaro.

—¿Tú? —preguntó Petra poniendo los ojos en blanco y cruzándose de brazos.

—No, me refiero a otra cosa perfecta, pero me gusta que lo reconozcas. Vamos, respondan no es física cuántica.

—¿A qué viene esto? —inquirí exasperado.

—Descalificado, no se puede cuestionar las reglas —me desechó con un gesto de mano desinteresado, sin mirarme a los ojos.

—¿Qué reglas? —inquirió Dagna ceñuda, cruzada de brazos y con poca paciencia.

—¡Descalificada! —gritó ahuchando las manos alrededor de su boca.

—¡Sobe! —lo reprendió Petra.

—¡Tú ni siquiera fuiste invitada a jugar!

—¡A qué va todo esto!

—A qué nada es perfecto —agregó—. Excepto para Petra, para ella yo soy perfecto. Pero ¿entienden?

—¿Quieres molestar a Petra? —pregunté.

—No, incluso La Sociedad comete errores. No es perfecta si lo fuera no existiríamos. Nos hubieran exterminado hace rato ¡Aplastados! —gritó dando un pisotón al suelo y rosando la suela como si quisiera descuartizar a un insecto—. ¡Estaríamos muertos! ¡Como cucarachas! —otro pisotón.

Albert abrazó más la almohada.

—Yo no soy trotador, no me habrían matado.

—Ni siquiera eres humano, a ti te matarían sin dudarlo, engendro-niño-viejo —refutó, Alb tragó saliva —. Y Petra se supone que es trotadora y de otro mundo, con ella se harían la fiesta gorda.

Petra dio un salto en su silla y Sobe continuó hablando:

—Es cierto Jonás, es increíble que hayas vivido un año sin topártelos allá afuera...

 —Hasta los agentes se cansaron de Jonás —se burló Miles.

—O que Dante también viva sin contratiempos —agregó Sobe—. O Cam... puede ser porque están solos, pero nosotros tres juntos enviaremos ondas para que nos cacen todos los agentes. Tendremos suerte si nos cruzamos uno solo por día...

Que se preocupen tanto por mí me hizo sentirme complacido y agradecido, pero para los trotadores realizar misiones era como ir de compras a un supermercado. Petra giró su silla, encaró el escritorio y buscó en una de sus gavetas, de allí retiró una bolsa de plástico muy ruidosa. Dentro tenía un par de zapatillas, una sudadera, un reloj, una remera negra y una bufanda verde oliva.

—Son armas de camuflaje —explicó mientras sacaba cada prenda—. Algunas las creé, otra las compré en mi mundo, cumplen la misma función que mi bufanda roja, te cambian de aspecto.

A mí me dio el reloj de maya de cuero, lo arrojó al aire, lo agarré de un movimiento y Escarlata se cernió sobre él para inspeccionarlo. Las agujas estaban detenidas, me lo coloqué en mi muñeca izquierda.

—Una ayuda —susurró enigmáticamente con una sonrisa y me guiñó el ojo. No entendí qué quiso decir. Las zapatillas se las dio a Walton, la bufanda a Dagna, la remera a Albert y la sudadera a Miles—. Túrnense las prendas, cuando se las pongan podrán hacerse pasar por nosotros en caso de que no estemos en el Triángulo y las cosas se compliquen. Nadie debe saber que nos fuimos.

Dagna asintió con seriedad, casi enojada con la idea. Walton se colocó las zapatillas arrojando debajo de la cama las botas que antes traía puestas; cerró los ojos concentrándose y su imagen comenzó a encogerse y en menos de un segundo cambió.

De repente estaba viendo a un chico esmirriado, caucásico, flacucho, de proporciones patéticas, con ojos penetrantemente azules, ojeras de desvelo, una melena rubia y alborotada y gafas. El muchacho tenía una mirada amenazadora, enfurruñada y demente. Era yo.

Escarlata le gruñó a Walton desde mi hombro, él rio incómodo en respuesta y pasó el peso de su cuerpo de un pie a otro. La risa del chico se veía como si estuviera a punto de degollarte la garganta, era un poco más horrible que la sonrisa de Tío Lucas de Los locos Addams.

Acaricié la cabeza de Escarlata y le susurré que todo estaba bien.

—Me siento flaco —parpadeó y sonrió apenado—. Sin ofender.

—Yo no me veo así.

—Te ves peor —agregó un tercero Jonás. Miles se había calzado su sudadera, pero no se veía que la traía puesta, ahora él era una copia idéntica a mí, incluso vestía la misma ropa.

—Vamos, no es para jugar —advirtió Petra con tono cansino como si ya se arrepintiera de dárnosla.

—Qué aguafiestas —rezongó una segunda Petra que era Dagna, observó su cuerpo y sonrió ceñuda—. Miles, mira mis bracitos son tan pequeños, qué ternura, parecen palitos chinos.

—Mis brazos no parecen palos chinos.

—Palos de esquiar, entonces, pero, palos seguro.

—Eh...

Albert se sumó a la broma disfrazado como Berenice, supe que era él porque su imagen sonreía y ella jamás lo hubiera hecho.

Berenice puso los ojos en blanco al observar el jaleo que causaban los demás. Estaba sentada en un rincón esperando que nadie advirtiera su presencia. Quieta, contemplativa y críptica. Parecía que esperaba una cita en el dentista. Tenía su melena azabache desbordándosele por sus hombros como una sombra y su vestido era largo.

Albert comenzó a bailar con su nueva apariencia, su audiencia lo apremió con vítores. Petra rodeó al grupo de Jonás y Petras que sacudían sus piernas o fingían besarse a sí mismos apasionadamente en el suelo. Sobe sonreía queriéndose involucrar en la broma y sin saber cómo.

—El reloj es por si se nos presenta una dificultad en el camino, ya estaba cansada de prestar mi bufanda así que me preocupé en conseguir repuestos —explicó—. Es de decoración, no marca la hora.

Asentí. Parecía un poco tonto por llevar dos relojes en mi muñeca, pero no me importó.

No era tan difícil utilizar el arte del camuflaje, hace dos años lo había empleado para infiltrarme en una reunión de guerra con la apariencia de Pino. Pero desde entonces no había vuelto a pasar y no tenía ganas de tratar otra vez. Petra se volteó hacia Sobre y arqueó las cejas de forma interrogante.

—Tú también tenías algo que darles, Sobe.

Sobe volvió en sí y dejó de observar a los bailarines. No había dicho cómo le sentó la noticia de que unos monstruos matarían en su nombre a gente de este pasaje. Después de todo, no tenía mucho que decir, era obvio que le sentaba mal y que aborrecía la idea tanto como yo. Se veía un poco más decaído que el día anterior. Supuse que sería por el funeral, incluso Miles que ni solía tomar nada en serio estaba cabizbajo.

—Ah —exclamó un poco más animado, sus ojos se iluminaron y una sonrisa fue naciendo poco a poco.

Sobe se dirigió perezosamente a una mochila que había arrojado en la entrada. Estaba abultada y rebosante de cosas, lista para una expedición. Rebuscó en su interior y extrajo varios pares de anteojos, uno para cada uno. Pero él explicó su artefacto de una manera diferente a la de Petra. Buscó una silla. Se paró en ella de modo que pudiera estar por encima de nosotros, se aclaró la garganta y arrojó su mochila a la cabeza de Miles para que guardara silencio de una vez. Juntó sus manos detrás de la espalda baja y habló.

—Como sabrán hace dos años cuando salvamos Dadirucso y nos disfrazamos de soldados notamos que con los cascos se podían comunicar abiertamente las tropas de Gartet. Luego de un mes de vivir en la Cuidad Plantación, con la ayuda de Dante, pude crear un prototipo más ligero y fácil de cargar. El prototipo lo lleva Jonás —dijo inclinándose y dándole unos golpecitos a los cristales de mis gafas.

Recordaba su gran hazaña. A veces creía que si Sobe no fuera un trotamundos habría sido un niño prodigio, habría sido becado en una gran escuela y se dedicaría a la robótica o la mecánica.

—Además de lucir como un ñoño con este increíble objeto puede ver en la oscuridad —explicó exponiendo el artilugio en cuestión—, utilizarlo como binoculares y ahora comunicarse con ustedes. Es de onda cerrada y no usa satélites. Cuando estemos en otro país podremos hablar y vernos. Le envié a Dante y Cam unos por correo. No tiene cobertura en otros mundos. Utilícenlo sabiamente.

—¿Puedo impresionar a Amanda con estos? —inquirió Miles colocándose sus gafas.

—Sabes que sí, mi discípulo.

 Berenice guardó la suya en el interior de su bolsillo y abandonó la habitación, supongo que iba a buscar su equipaje o se había cansado de nosotros.

 Teníamos que marcharnos sin más demora.

 Petra y Sobe habían traído hasta la habitación sus equipajes, partirían desde allí. Ella tenía el vestido naranja del funeral todavía puesto. Era ligero, sin mangas y le llegaba hasta el muslo. Observó derrotada el reloj de pared y supo que no tendría tiempo de cambiarse. Se sentó en el suelo, tomó unas botas de montaña de Miles prestadas, embutió sus pies, ató su cabello dejando al descubierto su estrecha espalda bronceada, se colgó la mochila y exclamó que estaba lista con una sonrisa radiante.

—¿Por qué camuflan todo como ropa? —inquirió Dagna dejando sus obsequios sobre la litera de Walton.

—Yo me copié de Petra —respondió Sobe encogiéndose de hombros.

—Es más divertido —contestó ella en su defensa— y no tienes que dar explicaciones de por qué vas tan armado. Sirve si tienes que atravesar muchas fronteras como me sucedió a mí cuando tenía doce y viajaba con Sobe. No sabrás el lio que evité al pasar a Suiza.

Él rodeó sus hombros con el brazo y le dio un cabezazo suave.

—Para que no se viera raro yo decía que ella era mi hermana bastarda. Consejos de mi hermano, que en paz descanse luego de ser mordido por una rata rabiosa.

Petra lo empujó con una sonrisa, de verdad parecían hermanos. Nos colgamos las mochilas, nos despedimos y marchamos. Walton me dio un apretón de manos y una palmadita en la espalda, me dijo que estaba orgulloso de todos pasara lo que pasase, Dagna me dio un golpe en el brazo y me deseó suerte. Albert me abrazó y lloró sobre mi hombro diciendo que no quería que muriera, traté de prometerle que me quedaría con vida.

Antes de que abandonara el edificio Miles me alcanzó corriendo en uno de los pisos inferiores, me dio un fajo de billetes en caso de emergencias, dijo que podía quedarme con la mitad pero que el resto lo gastara en la lista de compras que me cedió. Era un papel amarillo y detallaba artículos desde dulces, a uranio y cosas de otro mundo que podía conseguir en basares clandestinos.

Me guardé la nota en mi bolsillo junto con la fotografía de mi familia y dije que trataría de conseguir todo. Estábamos en el corredor que conectaba al resto de las habitaciones, Petra, Berenice y Sobe se habían adelantado. El resto de la unidad se había marchado en la dirección opuesta, hacia el laberinto de arbustos para practicar sus interpretaciones.

—Cuidado, Jonás —me advirtió con preocupación.

—Estoy cansado —sonaba a Nisán.

No quería tener que arreglar los líos que causaba Gartet, quería esconderme y desaparecer. Quería encontrar al resto de mi familia, convencer a mis amigos y esfumarme a un pasaje donde nadie nos pudiera seguir. Pero eso sonaba irreal y los problemas que estaba a punto de enfrentar eran más creíbles.

—Tranquilo, yo... te esperaré aquí. Hasta que regreses.

Fruncí el ceño.

—Te irás... ¿Cierto?

Miles se mordió su pecoso labio.

—El Triángulo ya no es seguro y no quiero ser Guardián... yo... ya me fijaré.

Me permití imaginar que Miles no me daba un abrazo torpe y me decía que todo se solucionaría, tampoco yo le devolvía el abrazo ni le respondía que nadie moriría esa semana.

No. En mi mente estaba en un sótano donde se oían ruidos y en lugar de bajar a inspeccionar cerraba la puerta, me volteaba hacia mis hermanos en pijama y hacia la Narel cruzada de brazos, les sonreía y les decía:

—No sé qué puede ser eso, pero tengo una idea mejor: guerra de nieve.

Reía, los mellizos aceptaban mi idea mientras Narel ponía los ojos en blanco y deseaba que nos pesquemos pulmonía. Diez minutos después estaba en el frío suelo de nieve, jugando y riendo y no gritando sus nombres y golpeando una pared oscura en un desolado sótano.  







Perdón por hacerlo tan largo, no lo pude cortar más :v

Lindo viernes y buen fin de semana, los quiero mucho ❤

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