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III. Inclínate a mis pies autobús.


 Todo era más fuerte que yo, el jotun tenía razón ¿Si no podía controlar una situación como esa de qué manera iba a evitar una guerra? Pero yo no quería evitar nada, solo quería encontrar a mis hermanos, tener una vida normal y barba. Siempre había liberado mundos por error, porque me había topado con ellos y había sentido la necesidad de liberarlos ¡Porque era un debilucho! ¡No tenía carácter, solo tenía miedo!

No era un héroe, era un cobarde.

Comencé a caminar por una avenida llamada «Hoji ya Hen...Me rindo» en Maculusso, las casas allí estaban apiñadas unas encima de otras y había mucho polvo por todos lados lo que indicaba que allí no llovía ni siquiera con danzas. Me advirtieron algunos nativos con los que hablé de que estaba a más de cuatro kilómetros del océano, pero me dirigí hacia allí de todos modos, luego de intercambiar un poco de dinero con alguien para que me permitiera beber de una manguera.

Estaba hambriento, llevaba varios días sin comer, me senté en el cordón de la ruta a engullir algo que un vendedor ambulante dijo que era caruru, se veía como guacamole, era verde y grumoso, pero engullí lo que pude. Los autos surcaban la ruta y me salpicaban con el polvo que se acumulaba en cada rincón, pero no me importaba, mi aseo, antes de eso, no era de lo más fino.

Miré mi mano, temblaba, estaba agotado ¿Así se sentía Petra después de usar artes extrañas? Había creído que desbloquear mis poderes sería grandioso, que evolucionaría como Goku o algo así, cambiaría mi apariencia o sería más poderoso y confiado, pero me sentía como siempre y me veía como siempre. Solo que peor, estaba más debilucho. Y seguía sin barba, ya todos tenían algo para afeitar, incluso Dante o Miles.

Al menos ahora sabía que podía conseguirlo, solo tenía que practicar ¿Qué era lo que podía hacer? Con exactitud no lo sabía, o movía portales, o creaba portales o los llamaba por poco tiempo o los imitaba... no era certero. Lo único que sabía es que si aprendía a manejarlo jamás en mi vida volvería a tomar el autobús.

Tal vez todo el tiempo estaba llamando portales, pero a ser un Cerrador solo podía usar mis poderes cuando había dos Abridores al lado... eso me limitaba bastante. Después de todo lo abrí cuando Dante estaba en la minivan y Petra y Sobe a mi lado. Era el peor súperpoder del mundo si solo funcionaba cuando estaba con determinada compañía. Debería reconsiderar una tregua con el autobús.

Los párpados me pesaban, había gastado todas mis energías al correr lejos de mi mamá y mi abuelo. Hasta estar sentado me era agotador, me sentía incómodo en mi propio cuerpo como si fuera un abrigo pesado que me quisiera sacar.

«No cierres los ojos. Jonás, no cierres los ojos»

Bostecé. Jamás había tenido tanto sueño desde que Dante me leía Aritmética teórica en la enfermería del Triángulo.

«No cierres los ojos. No los cierres» Los cerré, me desplomé «Ah, maldita sea»

Un montón de gente se aglomeró a mi alrededor, trazando un círculo, contemplándome desde arriba, preocupados, hablando entre ellos. Una mujer regordeta, que vestía pantalones ajustados y una remera azul llamó preocupada a las autoridades por un chico inconsciente a un lado de la avenida, que se había echado como un perro muerto. Traté de sonreír y decirle que no se preocupara, pero me fue imposible, tenía mucho sueño. Todos hablaban portugués y no les entendía.

Algunos automóviles estacionaron, uno en especial frenó y quemó sus neumáticos que chirriaron estruendosamente.

De repente la multitud fue hendida por una figura de blanco. Llevaba pantalones claros y acampanados, una remera ajustada de gran escote y una abultada capa a lentejuelas. Se situó a mí izquierda, colocó los brazos en jaras, sonrió de lado mascando un chicle que no tenía y me escudriñó tras sus lentes oscuros que ubicó al borde de su nariz.

Esa persona había venido en la minivan más destartalada de la historia. Tenía capó abollado como si un meteorito se hubiera desplomado encima, la carrocería humeaba, la pintura estaba arañada, antaño habían pintado a Elvis en la puerta, pero ahora estaba rayado y sus rasgos se veían como los de un trol con el copete perfecto.

Alguien en el auto había puesto Hound Dog a todo volumen, los nativos al verlo estacionar voltearon enfurruñados e irritados, los comprendía, Phil era de causar eso. Él me alzó como si no pasara nada, me ubicó sobre su hombro de la misma forma que un leñador cargaría su hacha, ignoró las preguntas de los humanos, no miró sus protestas y esquivó a uno que trató de detenerlo mientras gritaba que soltara al chico o algo así.

—¡Solte a criança! —ordenó un hombre.

Phil me arrojó al interior del vehículo, cerró la puerta, rodeó la minivan y arrancó sacando la cabeza por la ventanilla.

—Yo solte lo que me da la gana, tolo —gritó Phil con su personalidad busca pleitos.

Noté que Dante estaba ubicado en el asiento de copiloto, el sol de la tarde alumbraba su cabello oscuro y liso como una taza sobre su cráneo, su piel morena estaba un tanto más tostada, apretaba con excitación el cinturón de seguridad y me observaba por encima de su hombro. Le bajó a la música lo que provocó que Phil lo fulminara con la mirada, se quitó el cinturón con pesar como si odiara romper las reglas de tránsito. Esquivó el freno de manos, caminó a gatas y fue hasta los asientos traseros conmigo.

Estaba vestido con la camisa blanca de su uniforme de colegio, pero remangada y un poco sucia en los puños, unos mocasines manchados de polvo y los pantalones de vestir negros. Tenía un tic nervioso en el ojo y sonreía. Me alegré encontrarme con ellos y eso me dio un poco de fuerzas para enderezarme.

—¡Estás vivo! ¡Lo sabía! ¡Yo lo sabía! ¡Llevamos un día y medio buscándote por toda Luanda! ¡Abriste el portal, pero el viento de la Catástrofe se filtró un poco y nos separó! ¡Salimos despedidos muy lejos! ¡Petra logró atraernos a nosotros cuatro con las artes extrañas y aminorar la caída, pero no sabíamos dónde caíste tú! ¡Casi tengo una crisis de nervios! —rio en una completa crisis de nervios—. ¿Puedes hablar?

Me agarró la cabeza, la atrajo hacia su pecho apretándome contra sus huesos y me tumbó.

—¡Oh, no, Philco! ¡Phil, auxilio! ¡Jonás quedó mudo! ¡Sabía que iba a haber un efecto colateral!

—No quedé mudo —traté de decir, pero él me aplastaba contra su escuálido pecho y sonó «nodemudo»

—¡Ay, no, quedó estúpido!

Phil gruñó, sosteniendo el volante con una mano y mascando chicle que no existía.

—Sí, igual que antes. Mira morenito, no tengo paciencia para la gente estúpida, mejor acelero y lo arrojas por la puerta.

—Ya no sabe hablar ¡Phil! ¡Jonás, no puede hablar! —abrazó mi cráneo y me acarició la espalda.

—Gracias al cielo, juro que no lo soportaba.

Logré apoyar las manos en sus hombros, empujarlo y liberarme de él. Le dije dónde había estado y que había estado haciendo: durmiendo debajo del portal. Le conté todo porque ya no guardaba secretos con mis amigos.

Había aterrizado en el patio de mi madre detrás de una pila de basura razón por la cual no me habían visto por casi dos días, si mi madre alguna vez se enteraba que me tuvo inconsciente, casi muerto, en su jardín caería desfallecida del espanto. Pero no se sorprendería tanto como Dante que se puso lívido, se desplomó sobre la reposera de la parte de atrás, sudó y se agitó una mano frente al rostro, meneando la cabeza y buscando aire. Cuando se recompuso, se rascó la nariz, una de sus muchas reacciones nerviosas, desconcertado, preguntándose cómo era posible que mi familia haya sobrevivido al incendio. O cómo era posible que yo me hubiese movido hasta mi familia a pesar de que no sabía dónde se encontraban o si seguían vivos.

Porque algo era certero: yo había traído ese portal, o creado, o imitado o lo que fuera que había hecho. Así como era cierto que ella estaba viva junto con mi abuelo.

Había pensado mucho en ellos antes de desvanecerme.

Dante por su parte me dijo que Petra había despertado hace unas horas, razón por la que no habían podido buscarme con artes extrañas, porque ella había caído dormida también. Él y Phil se habían pasado los dos días liquidando el poco dinero que tenían para llenar el tanque de combustible y recorrer toda Luanda y los alrededores, buscándome.

Sobre y Berenice había ido a encontrar una forma de escapar de Angola para ir a Nózaroc. Berenice había encontrado la camioneta en mitad del desierto, guiándose por los sonidos, las Catástrofes ni siquiera la habían notado en México porque era una confronteras y ellos estaban atentos a trotamundos o transversus como Phil. Había entrado a la minivan mientras nosotros éramos azotados por el viento. Luego cuando yo abrí el portal y caí semiconsciente, Petra había utilizado magia para atraer la minivan como si fuera un imán, saltar al portal con el auto y permitir que el vehículo aterrizada a unas manzanas de distancia sin complicaciones.

Fácil. Cosas que lograría cualquiera.

En el ajetreo no había notado que yo no estaba en el vehículo, tal vez no habían cerrado la puerta y me caí como un saco oloroso. La verdad que todo había sido un lío y ninguno estaba seguro de qué me había ocurrido. Incluso Dante había pensado que exploté o me evaporé.

Se habían dividido tareas y mientras Berenice y Sobe recorrían el puerto o bares recolectando información para salir de ese país, ellos vigilaban a Petra que dormía en la parte trasera y me buscaban a mí.

Por suerte Sobe había encontrado una vía que implicaba tres horas en carretera rodeada de estepas hasta Canhoca donde se ubicaba el portal más cercano, que te llevaba a Puerto Johnson en las islas Malvinas, de allí podríamos trotar tranquilamente al mundo Nózaroc, donde se escondía la Cura del Tiempo.

Él también me relató lo que hicieron Sobe y Petra cuando yo me había ido del taller del jotun.

No solo le quitaron la moneda al trol haciendo que la regurgitara, también habían descubierto que estábamos a un paso de tener la cura. Se suponía que debíamos seguir un camino de pistas hasta la Cura del Tiempo, pero con mucha suerte, demasiada, habíamos obtenido de la botica de Micco la ubicación del último desafío, no del primero. El jotun tenía la ubicación de la Cura del Tiempo, el final del camino. O eso creían, podía tratarse de una trampa, como siempre.

Buscamos a Sobe, Berenice y Petra que estaban en el hospital general de Luanda, registrando el ingreso de víctimas para asegurarse de que nadie caucásico de mi edad había entrado en los últimos días, eso dijo Dante, pero me dio la intuición de que estaban buscando en la morgue. Porque la felicidad de Dante era demasiada para encontrar a un desaparecido, cada algún minuto me abrazaba, preso de un arrebato de cariño.

Yo le daba palmaditas, abstraído en mis pensamientos.

El hospital era una estructura rectangular de color beige, con ventadas espejadas y una entrada semicircular, como un chichón en el edificio. Ellos se encontraban en la puerta, bajo la marquesina, a un lado de una palmera enana. Estaban cruzados de brazos, Petra tenía los ojos vidriosos, ojeras negras y mejillas pálidas, se sujetaba de Sobe porque estaba débil. Por su parte el Creador se veía absolutamente preocupado y triste, su mirada desinteresada se había desvanecido y se mordía ligeramente el labio.

Berenice estaba igual que siempre sin sombra o luz en sus ojos, escudriñaba un mapa en busca de más morgues, supongo. Se había cubierto su marcador con un pañuelo rojo aunque vestía la remera del Triángulo, los pantalones con bolsillos laterales y unas botas que de seguro la asaban.

Cuando la minivan frenó frente a ellos, Dante abrió la puerta y yo me incliné a su lado para alzar la mano y saludar, pero fui derribado por una avalancha de abrazos por parte de Petra y Sobe, preguntas y hasta besos húmedos y embarazosos.

—¡Estás vivo! —Petra chilló de alegría—. ¡Ay, Jonás... creímos que usar tus poderes...!

—¡Ellos! ¡Ellos creyeron! Yo jamás dudé de tus habilidades —agregó Sobe, obviamente mentía porque era el más negativo del grupo—. Ni un minuto. Sabía que no te mataría.

Berenice se subió al vehículo, cerró la puerta y me contempló con una sonrisa tranquila que decía lo mucho que me había echado de menos, a su manera.

—¡Por los pasajes benditos, creímos que habías muerto! —comenzó Petra sujetándome de la barbilla y sacudiéndome la cabeza mientras Phil gruñía molesto del alboroto y ponía el auto en marcha.

—Se necesita más para matarme.

—En realidad no, desde que te conozco estuviste a punto de morir más de setenta veces —comentó Dante—, las tengo contabilizadas —concluyó dándose golpecitos al final de su ceja izquierda.

—Ya veo ¿Gracias?

—¡Jonás eres como una jodida cucaracha, nada te mata! —celebró Sobe.

—¿Gracias? —me aclaré la garganta y aproveché de usar la palabra que había leído en el diccionario bajo el árbol de Navidad en casa de mi madre, ahora sabía que ese obsequio había sido para mí—. Tengo nombradía de cucaracha.

Sobe puso los ojos en blanco y no agregó nada más.

Petra tomó una gran bocanada de aire, admirada.

—Qué palabras tan ocurrentes. Las amo.

Petra tomó otra gran bocanada de aire como si mi noticia le hubiera robado el aliento, sonrió y sus mejillas adquirieron un poco de color, tenía el cabello recogido y los hombros al descubierto, aun con el vestido de funeral de Lauren. Le tembló el labio, estaba a punto de ponerse sentimental, gateó hasta mí evitando los movimientos bruscos de la minivan. Sus brazaletes tintinearon como campanillas, la luz del día los hacía brillar y los destellos rebotaban en cada rincón como pequeñas estrellas. Tragué saliva, de repente olvidé que tenía el corazón roto por abandonar a mi familia, por encontrarlos tan lejos y por darme cuenta de que ese destino desterrado lo tenían porque yo era trotador.

—Jonás, maldito seas, jamás, en la vida vuelvas a hacer eso —amenazó.

—¿Abrir un portal? —pregunté quitando pelusitas de mi uniforme, regodeándome—. Debo aprender a hacerlo si soy especial.

—Yo diría rarito —agregó Sobe.

—Ay, Qué —Petra meneó la cabeza—, estoy tan orgullosa de ti ¡No puedo creerlo! ¡Lograste... no sé qué hiciste, pero apareció ahí un portal! ¿Cómo lo hiciste?

Me encogí de hombros.

—No tengo la menor idea.

—Como siempre —se rio Sobe.

Berenice asintió y Phil nos observó por el espejo retrovisor.

—Quién lo diría, niño, al fin das orgullo y no vergüenza, a este paso que vas jamás volverán a desterrarte —dijo señalándome con la mano libre mientras con la otra conducía por una calle atestada de vehículos, sonrió de forma amigable.

Sobe resopló, sentándose en el suelo de la parte trasera de la minivan, su cabello cortado hasta el mentón lo tenía acumulado tras las orejas.

—Vaya Brown, me estás dejando mal frente a mi novia, soy el único que todavía no sabe controlar su don de rarito.

Era una de las primeras veces que lo llamaba don, no sabíamos si era un don porque hacerlo nos ponía en peligro, parecía más una maldición. Berenice parpadeó, tenía su azabache cabello ensortijado desbordándose por sus hombros, el sol no la había afectado en lo más mínimo como si fuera un fantasma, seguía igual de paliducha, humedeció los labios, se aclaró la garganta y habló por primera vez desde que la vi:

—Jonás es Cerrador y abrió un portal a un mundo que ya existe ¿Tienes idea de cómo pudo pasar?

Meneé la cabeza. Dante tuvo un ligero tic, Sobe me escudriñó con interés y Petra se mordió el labio inferior. Su punto era interesante ¿Cómo pude traer un portal o abrirlo en todo caso si yo los cerraba? Había estado cerca de Petra y Sobe cuando eso ocurrió, pero también de Dante.

—¿Qué importa eso? —interrumpió Petra con su típico tono positivo y entusiasta—. Está sano y salvo, por mí que agujeree el cielo de portales si quiere, con tal de que no tenga que buscarlo otra vez —Tragó saliva—... en un... este ¡Hospital!

Morgue. Eso era lo que iba a decir.

Agarré la mano de Petra, era suave, le di un apretón, Sobe revoloteó los ojos, nos ignoró y le dio indicaciones a Phil de cómo llegar a Canhoca para trotar a la isla Malvina. Dante aseguró que no conocía nada de Nózaroc y Sobe alardeó que él sí. Berenice escudriñó la ventilla, absorbiendo todo lo que podía del mundo humano.

Y yo seguía encerrado en mi realidad de miradas con Petra, ella se veía realmente aliviada de tenerme al lado, noté que estaba tratando de ofuscar una risa, no tenía que preguntar por qué, lo sabía, yo sentía la cara ardiendo cuando veía sus ojos raramente coloridos y los labios sonrosados. Toda su cara era un lienzo de colores que no acababan de brillar.

—Oye, Jonás —me llamó, pero estaba a su lado.

—¿Sí?

Miró nuestras manos, titubeó. Estaba tímida. Me pregunté por qué.

—Nunca me dijiste la respuesta para la adivinanza que te recité antes del funeral. Hasta hoy creí que te quedarías sin ese conocimiento para siempre.

—No es persona, pero trabaja todo el día. Puede moverse por años, pero no va a ningún lado —recordé.

Ella asintió.

—Necesito más tiempo.

Eso la hizo reír, no sé por qué. También reí. Porque su risa era como la gravedad, mientras más se metía en tu cuerpo más poder tenía sobre ti y te hacía caer en su mundo gracioso.

Me gustaba estar con ella, pero a la vez, desde el funeral de Lauren tenía la horrible sensación de que no nos conocíamos realmente. Cada uno estaba enterrado en problemas y ella... jamás me había contado lo que vio en su mundo cuando fue a visitarlo. Luego de liberar Dadirucso, ella había regresado a su pasaje porque allí la mayoría de los nativos eran trotadores, Terra era uno de los pocos mundos en donde los trotadores no se escondían y podían tener vidas normales, irónicamente casi nadie sabía de su existencia y ningún trotamundos salía jamás de allí.

Tal vez fue porque Sobe creo ese mundo hace menos de ocho años. Era relativamente nuevo.

Petra había dicho que tenía miedo que su pasaje fuera atacado por Gartet. Ya que era una mina de soldados. Y se había marchado a comprobar que todo estaba en orden, pero jamás había regresado, lo que la hizo volver fue que Izaro la atacó en esas tierras... antes de eso había decidido quedarse en su mundo ¿Haciendo qué? Había pasado un año allí. Que recordara vivía con monjas porque no tenía familia.

«¿Qué ocultas Petra? ¿Por qué no confías en nosotros?»

Suspiré.

Era mi mejor amiga, quería ayudarla en cuanto pudiera, pero no podía si ella no quería.

Miré por la ventanilla, recorríamos las calles a gran velocidad, cada vez nos alejábamos más de Luanda, estaba lejos de Petra y ahora lo que quedaba de mi familia.

Emprendía camino a la soledad, pero no lo recorría solo. Por más secretos y miedos que nos separaran los tenía a ellos. Tal vez el sanctus tenía razón y sufriría mucho en el futuro, me dijo que mi destino era oscuro y que terminaría solo, tal vez los perdería a ellos también, pero por el momento, juré dar mi vida para protegerlos.

Y era cosa seria porque yo cumplía mis promesas, a veces me llevaban más de tres años cumplirlas, pero lo hacía. Desconocía si eso me hacía débil o fuerte, pero en aquel momento, rodeado del único amor que me quedaba, me sentí poderoso.









¡Buen fin de semana a todos, espero que lo disfruten mucho, yo en particular los amo, incluso si estudio y no hago nada divertido jaja!

¡Abrazote!

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