II. Menú de tres estrellas.
El trol nos vertió el aceite sin compasión. Para nuestra desgracia el bidón contaba con muchos litros, el líquido de motor se derramaba por mi cuerpo, traté de contener la respiración, pero necesitaba aire y antes de poder evitarlo estaba ingiriendo aceite. Te aconsejo nunca tragar un poco de combustible, aunque de todos modos no lo tendrías mucho tiempo en tu estómago y yo no lo tuve. Dante fue el primero en vomitar.
Si se enteraba su madre que arrastré a su hijo hasta esa situación le daría consejos de receta al jotun para que acabara con nosotros. En ese momento me di cuenta que le tenía más miedo a la madre de Dante que al transversus.
De repente sentí que los nudos comenzaban a aflojarse o éramos nosotros que estábamos más resbaladizos.
—Muy... bien —exclamó Sobe entre jadeos, su piel se veía oscura y perlada, tosía ante cada palabra y su voz se oía como si hubiera tragado cristales—. Ahora una última cosa. Más fuego, quiero mucho vapor ¡Quiero fuego! —rugió sin paciencia.
El monstro asintió de mala gana y se fue en busca de más leña, muchos metros en la distancia. Sentía mi cuerpo desprendiéndose de las cuerdas como un escupitajo estirándose para la caída, sé que suena asqueroso, pero así se sintió. Sobe estaba forcejeando y se retorcía para escapar, Dante parecía inconsciente o tal vez estaba tratando de escapar a su rincón de paz. O de enserio se había desmayado del pánico.
Estiré un brazo, rodeé su cintura escuálida y huesuda y súbitamente me encontré cayendo. Fue un instante en donde el calor se intensificó y donde sentí que el corazón me iba a explotar.
Estiré mi brazo hacia una de las vigas del techo, accioné el botón que liberaba el gancho del arma de La Sociedad o como la llamaba Sobe: Escalator. El gancho logró adherirse como una ventosa en el techo. Agradecí tener atada con cinta adhesiva y cuerda el arma porque de otro modo la fuerza del impulso me hubiera hecho soltarla. La soga que se disparó era elástica y oscura por eso en lugar de colgar como un llavero la inercia nos hizo ascender y nos aferramos a unas de las vigas. Era como practicar puénting, pero con agua hirviendo debajo.
La viga era lo suficientemente ancha como para que podemos abrazarla y no caer. Dante puso los ojos en blanco, estaba lívido y parecía a punto de desmallarse, pero continuaba consiente. Me alegraba que estuviera conmigo, porque cuando colgamos, por un instante, sentí que su cadera se resbalaba de mi brazo.
—Creo que voy a vomitar —susurró.
—Vamos amigo, mantenlo dentro.
La luz del fuego debajo emitía un resplandor rojizo y enfermizo.
—No puedo —Se quejó y golpeó la biga con el mentón cerrando fuertemente los ojos—. Algo quiere salir de mi cuerpo y creo que le importará poco por qué orificio.
—Puaj, diablos, Dan, aguanta, saldremos de aquí —No sin antes encontrar la cura, completé en mi mente.
Si había algo peor que huir, era huir con Dante trasbocando de forma heroica.
Traté de ver alrededor. Todo estaba muy oscuro. Nuestra piel lubricada en aceite resplandecía opacamente como plata pulida, Dan se veía como un indio enlodado y herido en combate que en lugar de desangrarse hasta desfallecer vomitaría hasta que desees tu propia muerte. Todavía nos hallábamos sobre el brasero porque la columna de vapor serpenteaba hacia nosotros y se arremolinaba como si deseara ahumar nuestra carne.
Tomé aire y observé cómo el trol buscaba leña en todas las porquerías que tenía acumuladas. Traté de encontrar a Sobe en alguna sección del techo pero no lo vi por ninguna parte. El monstruo había hallado un saco de carbón, tenía que moverme o nos descubriría. Tuve que reprimir un grito de frustración. Yo era el que más cerca de la pasarela se encontraba así que comencé a reptar hacia el extremo de la biga que conectaba con el suelo de una pasarela bloqueada. Parecía que estaba tratando de bailar como un gusano, pero en realidad me arrastraba por mi vida.
Dan me siguió.
Aterricé la sobre la pasarela, me incorporé, ayudé a Dan a caer pero me encontraba débil y su peso me derribó. Lo aparté, rodeé y permanecí acostado de espaldas cuando oí un rugido estrepitoso. Me estremecí. El monstruo había advertido que nos escapamos. Pateó el caldero, volutas de humo y fuego fueron dispersadas; se inclinó y comenzó a revolver el agua vertida, buscándonos desesperadamente y gruñendo como un oso deforme.
—¿Tú crees que descubra nuestro escondite? —susurró Dante a mi oído.
El monstruo detuvo inmediatamente su búsqueda, alzó la cabeza y la giró hacia donde estábamos nosotros. Tenía buen oído y evidentemente había descubierto nuestro escondite.
Fulminé a Dan con la mirada y él se encogió de hombros con una mueca de pánico.
—¡Ladrones! ¡Embusteros! ¡Los atraparé!
Dante y yo nos pusimos de pie a duras penas, pero no teníamos muchas opciones de huida, los dos caminos estaban bloqueados por cajas o por techo desmoronado y la caída al taller era de más de cinco metros y ya se me estaban acabando las ideas. Tenía la mente en blanco.
El monstruo dio un salto y con sus garras y dedos robustos arrancó un trozo suelo alcantarillado, saltaron chispas, la pasarela se torció emitiendo un chirrido ensordecedor y se inclinó. La mayoría de las cajas rodaron y cayeron al taller o sobre las máquinas, el pedazo de techo que obstaculizaba el otro extremo del corredor continuó desmoronándose. Con Dan chocamos con la baranda y gracias a ella no caímos junto con las cajas.
El monstruo tenía su mano aferrada a la pasarela y trataba de desprenderla, tironeaba del metal, sus garras estaban incrustadas en la rejilla. Aun aferrado de la baranda, desenvainé a anguis, enarbolé la espada y se la clavé en uno de los nudillos. Lastimé el dedo que siempre va al mercado en esa canción de niños. El jotun aulló de dolor y se soltó, sus ojos me lanzaron una mirada venenosa, sentí como sus insultos mentales me golpeaban en el pecho.
Continuaba aferrado de la baranda con una mano lo cual era muy difícil porque mi cuerpo cubierto de aceite era muy resbaladizo. Afirmé mis pies en el suelo inclinado.
—¿Dónde está la cura? —bramé para que me oyera—. ¡Dinos la segunda coordenada!
—¡Jamás! —respondió exacerbado.
Se preparó para dar un salto y arrancar la pasarela de un golpe, pero un ruido lo detuvo. El estruendo de cosas quebrándose, chocando y repiqueteando nos detuvo. Un anaquel con frascos y cacharros se había caído.
Al otro extremo del mecánico se encontraba el Sobe más sucio que había visto en mi vida.
Su cuerpo engrasado destacaba como una tuerca en mitad del pasillo de un avión, su cabello erizado parecía haber sido lamido por un camello por horas. En su mano aferraba un fierro que medía tanto como una lanza y que él lo enarbolaba como si fuera una. Estaba trepado a otro anaquel que continuaba en pie y sonreía de oreja a oreja, su cuerpo caía de lado como si se balanceara en un caño.
—¿Te olvidaste de mí?
El monstruo le respondió que siempre estaría en su memoria con un furioso rugido. Corrió hacia él a toda velocidad, pero a medio camino se tropezó. Al principio no pude ver con qué, pero luego divisé una pequeña y elástica cuerda amarrada a las máquinas, el Escalator. Antes de que el monstruo pudiera incorporarse Sobe saltó del anaquel y se tiró encima de su pecho. Mientras la bestia se revolvía, él lo trepó y apuntó la lanza-fierro a sus ojos.
—Quieto —ordenó—. O quedarás ciego para siempre ¿No viven más de mil años ustedes? —preguntó y una sonrisa fría se reflejó en sus labios—. Es mucho tiempo para pasarla en la oscuridad. Sin ver hermosos rostros como el mío.
Sobe estaba mostrando una faceta salvaje y agresiva que dilucidaba cómo había sobrevivido tantos años siendo un nómade entre mundos peligrosos.
El monstruo pudo haberlo aplastado como una mosca, pero yo conocía lo raudo y veloz que podía ser Sobe con cualquier cosa puntiaguda y verdaderamente podía dejarlo ciego antes de morir. El jotun detuvo sus bruscos movimientos y dejó que sus músculos rocosos se tensaran en una posición. Bajamos de la pasarela para echarle una mano, pero parecía tener todo bajo control.
Aun así, trepé su cuerpo, apoyé el filo de la espada sobre su pecho y le apunté al corazón. Dante lo escaló e hizo que el cañón de su pistola señalara el ombligo.
—Ahora me escucharás con atención. Mi novia y mi mejor amigo están trastornados, ellos quieren La Cura y no planeo defraudarlos. Tú encantador amigo Dracma es un bueno para nada que trabaja para Gartet y tu trabajas para Dracma —Movió sus hombros como si sopesara la idea—. Lo que te hace partícipe del mayor genocidio en la historia de todos los mundos ¿Qué crees? Odio los monstruos como tú y los genocidios. Así que matarte no me sacará ni siquiera una lágrima.
El monstruo gruñó.
—No obtendrán La Cura.
Sobe sonrió.
—Y aquí tenemos al empleado del mes —comentó burlón.
—Es que no puedo dárselas.
—¿Te estás poniendo difícil? —inquirió Sobre con incredulidad y enarcó una ceja aproximando la lanza a su ojo—. Creí que me había expresado bien.
—¡No, no no! —pidió el monstruo alzando las manos y cerrando temeroso los párpados—. No puedo dártela porque me la comí.
—¿Qué? —inquirió Dante—. ¿Cómo te comes un escondite?
—La cura está escondida en el mundo Nózaroc, yo tengo las coordenadas numéricas grabadas en una moneda. Dracma así lo quiso —explicó el monstruo—. Todas las noches me la como cuando ya saben... hace el recorrido.
—¡Oh, qué asco, chico! —tuve que reprimir las náuseas.
—¿Hace cuánto te la comiste? —inquirió Sobe suspirando con poca paciencia, cuando suspiraba se parecía mucho a Petra, de verdad se veían como hermanos.
—Hace un par de horas.
—Sigue en su estómago —giró su cabeza hacia mí—. Jonás, destrípalo.
—¿Qué?
—...So —completó y rio, cuando Sobe se divertía significaba que estábamos en un tema serio y urgente, de máximo peligro.
De verdad iba a matarlo.
—Creo que Petra puede solucionarlo con artes extrañas —expliqué mientras oía lloriquear al monstruo.
No quería matarlo. Aunque había intentado comerme y era insoportable sentía lastima por él. Sus ojos me hacían sentir despreciable porque a pesar de ser un adefesio él nos observaba como si los monstruos fuéramos nosotros. Y con una espada en su corazón no podía verme de otra manera. Sobe se encogió de hombros como si fuera lo mismo.
—Tú —El monstruo alzó la voz y me escudriñó—. Tú eres Jonás Brown, eres tal como te describieron. Inestable, enigmático, nunca sabes cuándo ataca o perdona la vida.
—Yo siempre perdono la vida
—Ahora me matas del aburrimiento, ve por Petra —urgió Sobe poniendo los ojos en blanco.
—Mataste soldados de Gartet, eres un asesino —insistió el jotun, para atormentarme—. Mejor ríndete ahora, chico —no parecía muy tonto, al parecer era inteligente solo para la maldad—. ¿Cómo planeas ganar una guerra y liberar cientos de mundos cuando ni siquiera puedes matarme?
—¿Con actitud? —traté con aprensión, fingiendo un pésimo temple.
El astuto jotun sonrió pérfidamente.
—Los Videntes de Gartet van a derrotarte...
—¿Videntes? ¿Te refieres a los magos de Gartet?
—¡Suficiente! —bramó Sobe—. Vaya forma tienes de agradecerle a mi amigo por perdonarte la vida. Además, no estás en condiciones de juzgar teniendo en cuenta que comes todos los días la misma moneda, asco, hombre.
Sobe dirigió sus rigurosos ojos hacia los míos, estaba disgustado y supe que se contenía para no arrancarle las cuencas. Hizo un movimiento de cabeza indicándome la puerta.
Quería saber qué eran los Videntes. Luego le preguntaría a Sobe, él sabía todo de todo. Al igual que Petra.
Bajé el arma, me deslicé por su barriga y corrí sorteando neumáticos o chatarra hacia el pasillo por el que habíamos entrado, abrí la puerta y caminé a la calle calurosa que comparada a las temperaturas del taller parecía un refrigerador.
El restaurante había cerrado, todo estaba desértico. No estábamos en un pueblo muy grande, eran sólo unas manzanas de tiendas y departamentos amontonados, rodeados de kilómetros de desierto y montañas.
Soplaba viento que parecía ser exhalado por un ventilador del tamaño del Everets. Columnas de polvo se elevaban y discurrían en el asfalto como camiones. Las pocas estrellas habían sido suplantadas por nubes borrascosas que eran iluminadas por relámpagos de aspecto amenazador y peligroso. Pocas veces había visto una tormenta de ese tamaño, mejor dicho, nunca en mi vida.
Las nubes eran más grandes que muchos rascacielos y descendían de las montañas a toda prisa, dirigiéndose al pueblo. El viento era tan fuerte que me dificultaba ver y caminar, era como si alguien me empujara contantemente. Los postes de luz temblaban sumidos en pánico. Las luces de la calle parpadeaban como adornos de navidad.
Me pregunté cómo no había notado nada de eso en el taller, esa destartalada estructura parecía necesitar el sonido de un chasquido para desmoronarse.
Divisé a Petra parada en frente mío, ella estaba encogida ante el viento, sus brazos la rodeaban y su cabello flameaba como una bandera al igual que su vestido naranja de funeral. Phil y Berenice no se veían por ninguna parte. Me observó con curiosidad. Me aproximé hacia ella, la tomé en mis manos y la miré fijamente a los ojos.
Ella me sostuvo la mirada lo que era muy inusual, porque en su mundo ver fijamente era considerado de mala educación.
—Te necesitan adentro.
—Jonás —Ella me rodeó la cara con las manos—. Nos dividimos. Nos dividimos porque...
—Esa cosa quiere comernos, no creo que se quede mucho tiempo quieto ¡Ve ahora
Petra asintió, se apartó de mí. Empujó la puerta que había dejado abierta y se internó en el taller.
¡Hola! Espero que se pueda leer bien, la semana pasada el capítulo se cargó defectuoso y estaba todo junto y sin guiones :v
Aunque me da la impresión de que se va subir mal otra vez porque la letra es diferente, es como más transparente y pequeña que las otras veces.
¡En fin, buen viernes y feliz fin de semana! ¡Se me cuidan!
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