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II. El sanctus fue cruel pero no mentiroso.


Phil nos llevaba a las afueras de la ciudad blanca.

Aunque había estado toda la semana como un demente resultaba verdaderamente útil, sin él no habríamos logrado salir de ese lugar. Tal vez los demás trotamundos no vivían hasta viejos porque no se hacían amigos de transversus como él y los trataban como bestias tontas. Pero entendía que no había nadie más tonto que yo, así que hacía amigos, pero el resto de los trotamundos... En lugar de aliarse, se mataban entre ellos porque eran enemigos naturales como los veganos y los amantes de la barbacoa.

Traté de aferrarme a esa posibilidad, mis amigos y yo no moriríamos porque éramos diferentes al resto de los trotamundos. Era lo único que podía calmar una semana tan catastrófica.

Reconocí los espigados muros de granito, siempre los había admirado de lejos, pero Phil en aquel momento voló casi acariciándolos. Muy cerca de ellos, vi que, efectivamente, tenían cuerdas rojas enredadas. Me recordaban a agujas de tejer o aquellas ramas donde una araña decide hilar su tela. Si caíamos sobre esas cuerdas quedaríamos como galletas de cocinero principiante: una roca.

Eso fue una iniciativa para sujetarme aun con más fuerzas.

Phil aleteó sobre los escombros de las casas y las cuerdas rojas que se anudaban alrededor de postes y ser podrían en las cabañas quemadas, se retorcían en puertas, se colaban por ventanas y se enredaban en plena calle. Era imposible el paso o el aterrizaje.

Noté que él buscaba una casa en especial. Quería atravesar el portal para llevar a Dante a un hospital, pero el portal llevaba a las Islas Malvinas, en medio de la nada, deberíamos atravesar media isla para recibir asistencia médica. Dante no tenía tanto tiempo.

Además, éramos dos Cerradores, no podríamos cruzar el portal ni siquiera si le pedíamos por favor o hacíamos una danza ritual.

Phil finalmente pareció recordar eso, graznó melancólicamente y remontó vuelo hacia otro rincón de las ruinas rojas. No sabía cómo, en un día, íbamos a encontrar allí la tercera sala de controles de las pantallas si el grupo de exploración de 1E no la había hallado en todos esos años.

Ya ni siquiera sabía si importaba, pero no seguir con el plan hubiera sido un insulto a la memoria de 26J.

Pensar en ella alojó un dolor en mi pecho lacerante que penetró en mi garganta y me comprimió las costillas.

Aterrizamos en una calle que estaba despejada hasta la mitad, había un hueco en el tejido rojo el suficientemente grande como para que pudiéramos caber nosotros y otro... Miré, entre la oscuridad, las figuras de unos niños.

Allí estaban esperándonos 17N, la borracha de la fiesta de hace unas horas, 6M el niño de seis años que había estado en el Hogar de la Comuna que habían incendiado. Ellos, increíblemente, eran los refuerzos. Gran forma de decir que íbamos a morir.

También estaban 1E, Sobe, Petra, Berenice y Veintiuno.

Me sentí más ligero, como si me hubiera liberado de una preocupación.

17N tenías las mejillas aún rojas del alcohol, su cabello almendra y esponjado lo tenía atado en una coleta y aunque estaba vestida con el uniforme de los nativos (un pijama marrón de franela) se había puesto protecciones como rodilleras y coderas. Sostenía en sus manos una lanza y estaba parada en posición alerta como si fuera a atacarnos un mojito.

A su lado el niño 6M, de cabello dorado y rizado como los querubines, también enarbolaba una lanza, separaba las piernas y apuntaba a los extremos de la vieja calzada. Estaba montando guardia junto con Veintiuno, él por su parte sujetaba una porra de los soldados, no sabía en qué momento la había conseguido, pero la tenía muy orgulloso, inflando el pecho y tomándose en serio su trabajo de vigilante.

Aunque eran los más pequeños estaban escrutando el terreno. Jodido. Además, no nos notaron llegar hasta que estuvimos casi encima y del asombro cayeron de culo cuando aterrizamos.

También vi a Petra, que abrazaba a 1E, le susurraba cosas y le frotaba de forma reconfortante la espalda. Estaba tranquilizándolo, el niño tenía toda la manga quemada y la piel encarnada. Lo había alcanzado alguna de las porras de agua de los Palillos. Le quedaría una cicatriz horrorosa en el antebrazo, si es que lo conservaba. Estaba aplicando magia de sanación. Esperaba que no hubiera agotado sus reservas.

Sobe y Berenice discutían. Que Berenice dijera más de dos palabras seguidas era mal augurio.

Ella gritaba y señalaba la ciudad, Sobe, por su lado, se agarraba la cabeza y meneaba con insistencia. Jamás había visto a Sobe así de serio y enfadado y a Berenice... desde hace dos años no la veía demostrar más de una emoción a la vez. Por no mencionar gritar. Se veía triste y rabiosa, le temblaban las manos y apretaba con fuerza los dientes mientras sus ojos fulminaban a Sobe.

Phil aterrizó en el suelo y se acostó sobre la vieja calzada, abracé a Dante como si fuera un saco de papas y me arrastré de culo por sus plumas cerosas hasta el grupo.

Cuando Petra me vio llegar, soltó a 1E y corrió hacia mí. Entendía la alarma de todos, estaba cubierto de sangre en el pecho y las manos, como Dante. Parecía que nos habían disparados a ambos.

—¡Le dieron a Dante! —grité.

Todos nos rodearon como un círculo, incluso 1E.

Petra se inclinó de cuclillas sobre Dan, inspeccionó la herida tanteándola superficialmente como si palpara algo frágil y humedeció sus labios. El cabello le caía como una cortina color caramelo sobre el rostro. Noté que las manos le temblaban mucho. No sabía qué hacer porque una herida de bala consumiría todas de sus energías, sería como correr por días sin parar, el esfuerzo casi la mataría.

Dante estaba tendido en mitad de la grava, Petra no tuvo que voltearlo para deducir lo que yo había visto, tal vez se debía a que a veces tenía dones místicos:

—La bala salió —sonrió, soltó una risa y rodeó la cara de Dante con sus manos—. ¿Escuchaste eso querido, Dan? Puedo curarte, cielo, la bala solo te desgarró... —prefirió omitir los detalles, su labio se desfiguró y volvió a sonreír para él—, no es nada grave. Resiste un poco más.

Dante estaba cadavérico, musitó que aguantaría, que en realidad no le dolía mucho. Nada más alejado de la realidad. Además, era el peor mentiroso porque también se puso a balbucear su testamento, tenía muchos libros que legar y empezó a recitarlos en orden alfabético, pero nadie prestó atención a su lista.

Sobe estaba mudo, aunque tenía diecisiete se veía como un viejo, desvaído, con la mano en los bolcillos, observando preocupado a Dante. No solo estaba intranquilo porque uno de nosotros moría, sino también porque ese le estaba heredando todos sus ensayos sobre gramática y le pedían que los reescribiera. Dos malas noticias.

Berenice se refugiaba en su característico silencio y ojos mudos, pero había una mano que expresaba toda la inquietud que sentía en aquel momento; con sus dedos rasqueteaba desasosegada el marcador apagado que tenía incrustado en la piel.

Veintiuno y 6M comprobaron que Dante estaba vivo y regresaron a sus puestos. O al menos eso intentaron porque cuando escucharon que Petra iba a sanarlo usando sus palmas y magia, giraron sobre sus talones y se quedaron.

Repentinamente floreció una luz velada de sus dedos, como si estuviera tratando de ocultar el haz de una linterna y sus dedos quedaran rojizos. La había visto muchas veces practicar ese truco, pero ahora el resplandor era muy tenue y titilaba igual que una estrella. Tenía tanta energía como un caracol.

Petra meneó la cabeza, alzó los ojos suplicantes hacia Sobe.

—Estamos cerca del portal. Serán solo cinco minutos para ir y volver —si querían sacar a Dante tenían que ir solo ellos dos que eran Abridores—. Yo lo acompañaré hasta el hospital humano. Tú regresa para ayudarlos.

Sobe asintió. Cada segundo era crucial. Alzó a Dante sin esfuerzos como si pesara igual que una pluma, después de todo Dan era un chico esmirriado, igual que yo y Sobe había pasado todo el verano en el gimnasio.

—¿Y 26J? —preguntó 1E, estaba sosteniéndose el brazo herido.

Petra no había alcanzado a que cicatrizara su quemadura, pero al menos había logrado que se cubriera de costas como hubiera hecho si esperara a que sanara normalmente, ya no tenía la carne viva. Como dueño de muchas cicatrices sabía que eso dolía mucho.

Tragué saliva, tenía todos los ojos posados en mí.

17N giró rapidamente en redondo, buscando a 26J, con la vaga esperanza de que apareciera allí, bajo una roca o detrás de un hilo rojo. Se negaba a creer lo que ya todos sabían.

Phil graznó lastimero como si algo le doliera y, de hecho, así era. Incluso él, en toda su locura, sufría la perdida de la niña inocente.

—Ella... yo... —me costaba armar la frase o explicarles la horrible manera en la que había sido asesinada, mis ojos se empañaron y mis cristales mucho más—, no pude... es mi culpa... no pude llegar a tiempo.

1E cayó al suelo como si hubiese sido derribado por un mazo invisible, se echó a llorar desconsolado al igual que un niño perdido en un centro comercial. 17N se arrodilló a su lado, lo rodeó con los brazos, escondió su cabeza en la clavícula de él y sollozó también. No pude verla, pero lo supe porque sus hombros se sacudieron levemente.

—Sobe, tampoco tenemos tiempo en esto —musité.

Sobe se volteó hacia mí. Confundido. Técnicamente teníamos la Cura del Tiempo y saltar al portal nos tomaría menos de cinco minutos. Ya habíamos conseguido lo que necesitábamos, para lo que vinimos. Podíamos romper la alianza, dejarlos y que ellos mismos encontraran la tercera base de control de las pantallas de los Hogares de Comuna, que volcaran los datos con nuevas órdenes e iniciaran la revolución ellos solos.

Si lo hacía me convertiría en el criminal que Gartet me acusaba ser y entonces ya no nos separaría una vil mentira, nos uniría una oscura verdad.

Además ¿cómo íbamos a dejarlos?

Había creído que sería fácil, es decir, no tenía todo el tiempo del mundo para atrapar a Dracma en el Concilio del Equinoccio, debería irme en ese instante si quería llegar puntual. Sobre todo, ahora que sabía que él había tenido contacto con mis hermanos cuando desaparecieron.

Había creído que sería fácil abandonar ese mundo una vez que consiguiera la cura.

Pero no podía dejaros. No a ellos, no cuando me necesitaban. Se lo debía a 26J. Eran niños que solo querían vivir en el mismo mundo libre que sus padres habían nacido. Era un deseo tan simple que nadie tuvo que arrebatarles. Ellos eran como yo, buscando a tientas a su familia, tratando de reconstruir un hogar que había sido quemado.

—Ve. Nosotros te esperamos aquí —aseguré.

Sobe entendió, me dio una palmada en la mejilla para despedirse, ayudó a que Dante se recostara sobre el lomo del cuervo y luego él se montó a Phil, Petra hizo lo mismo con su típica elegancia veloz.

—Ya regreso —prometió Sobe, observó a Berenice, alzó un dedo y comentó con una voz firme y reprobatoria—. No te vayas.

Ella no se inmutó, supuse que sería una pelea que no me incumbía.

—Yo los espero del otro lado, en el hospital...—garantizó Petra—. A no ser que necesiten mi ayuda...

Meneé con la cabeza, Dante era la prioridad.

—Los quiero —musitó ella, me clavó los ojos igual de severa que Sobe a Berenice, supuse que venía una orden firme la cual no podía desobedecer a no ser que quisiera recibir uno de sus patadones—. Jonás, por favor, vuelve a encontrarme ¿Sí?

No sé qué tan perdido me veía como para que le preocupara no volverme a encontrar.

—Sí, todo estará bien —dije con un hilo de voz.

 Phil se incorporó lentamente, agitó sus alas, dio un salto y se perdió en la oscuridad petróleo del firmamento. Con mi respuesta ahora a Petra y a mí también nos separaba una vil mentira.

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