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Capítulo Veinticuatro: Fantasías y Realidades

KAYLA
La gente en este lugar te aturde y te vuelve más loca de lo que ya estás. Hay unas personas que repiten lo mismo y lo mismo. Otras dicen que el FBI se los llevará, o que los extraterrestres lo secuestrarán. Esto es una locura, literalmente. Luego estoy yo, Kayla Micawell, la mujer que no pude lidiar con tanto evento trágico en su miserable vida y decidió inventarse una fantasía en su cabeza. De a poco voy progresando; ya va una semana en la que he estado consciente de dónde estoy y porqué llegué a este lugar. Sin embargo, hay enormes lagunas en mi cabeza. ¿Qué pasó luego de que le disparan a Nathan? Cuando llego a este punto mi mente se queda en blanco. Maldita sea.

Decido no seguir rompiéndome la cabeza con ello. Ya he notado que si me esfuerzo demasiado, mi cerebro se bloquea y vuelvo a la fantasía en mi cabeza. Mi cerebro no quiere enfrentar la verdad de ninguna manera. De solo pensar en Nathan muerto, mi corazón se aflige y me ataca la ansiedad. Pienso en todo lo que me trajo hasta aquí y no puedo creer toda la maldad a mi alrededor.

¿En serio maté a Alejandra?

Decido ir a la habitación que se me fue asignada en este centro psiquiátrico  para leer un buen libro. Eso es lo que hago para introducirme a una fantasía inventada por alguien más y no por mi cabeza.

Luego de leer unos cuantos capítulos de Las Travesuras de la Niña Mala, de Vargas Llosa, me aburro; y no es porque el libro sea aburrido, es que ahora me apetece  hablar con alguien —alguien cuerdo y que me entienda—. Observo la cámara de vigilancia ubicada en el techo.

— Señor Lúgaro, ¿está ahí? ¿Podríamos hablar?— Pregunto mirando hacia la cámara.

Las puertas se abren una vez más luego de uno largos minutos de espera.

—¿Está lista para soltar lo que lleva dentro?

— Recuerdo muchas cosas... De hecho,  la mayoría de ellas, solo que cuando llego a la parte de haber golpeado a Alejandra, justo ahí mi mente se pone en blanco.

— Bien, ya es tiempo de enfrentarlo. Vamos a mi oficina y dejemos esta habitación.

Camino detrás de mi psiquiatra hasta llegar a una oficina bastante espaciosa. Creo que el doctor Lúgaro tiene cierta fascinación por los elefantes; cuadros, figuras, pinturas y fotografías de ese animal decoran la habitación. Al parecer viajó a África, pues encima de su escritorio hay una foto de él y, entiendo yo, de su esposa, encima de un gran elefante.

—¿Sabe doctor? Yo iba para África como parte de mi trabajo en la revista del que era mi novio... Pero no pude ir porque mi mejor— siento una opresión en el pecho—... amigo enfermó y...

Él asiente.

—¿Recuerdas muchas cosas entonces?

— Sí...

—¿Y siempre te quedas en la parte de tu boda?

— Correcto.

— Como psiquiatra no quiero darte datos de ese día, pues quiero que tu cerebro lo recuerde por sí solo.

— Pero es que no puedo, doctor.

— Sí que puedes. Toda esa información la tienes en tu cabeza suprimida.

— Lo sé... Dios, esto es frustrante.

— Claro que debe serlo, pero hemos avanzado muchísimo en tu recuperación. Ya no alucinas, sabes qué es lo que ocurre y cuál es tu situación.

— Usted me ha ayudado mucho.

— Ese es mi trabajo y mi mayor deseo es que puedas recuperarte por completo. Hay heridas y cicatrices emocionales muy profundas, pero con la ayuda adecuada podrás vivir tranquilamente.

— Es que... ¿Cómo voy a hacerlo? Sin mis padres, sin Ryan... Sin Nathan.

— Comencemos por unas simples preguntas.

—¿Dónde está usted?

— En un centro psiquiátrico— contesto con rapidez y seguridad.

—¿Por qué está aquí?

— Porque de cierta manera mi cerebro no aguantó más y me quebré emocionalmente... Alucino y no acepto mi realidad.

—¿Por qué dices "sin Nathan", Kayla?

— Pues... Está muerto— digo en un hilo de voz.

—¿Estás segura de eso?

—¿Cómo que...?— Miro extrañada al psiquiatra—. ¿No está muerto?— Pregunto esperanzada.

— No sé, dímelo tú.

Hago mi mayor esfuerzo para recordar ese día. Estoy apunto de hacerlo, pues el dolor de cabeza regresa con mucha intensidad.

—¿Kayla? Santa María, ¿qué has hecho?— El sacerdote me levanta delicadamente.

Me lo mataron... Asesinaron a mi amor y yo me vengué... La maté, la maté...

Uno de los ministros de la Eucaristía se acerca al cuerpo de Alejandra.

No, aún respira...ella no está muerta. El novio tampoco.

*******

El doctor Mejías está delante de mí con cara de real preocupación. Lo conozco hace mucho tiempo, pues solía ser el mejor amigo de mi padre.

William, por favor, sé sincero y dime las cosas tal cual.

Sabes que siempre seré sincero contigo Kayla.

Dime, ¿qué pasará con Jonathan?

Él toma un profundo suspiro.

La bala atravesó ciertos órganos vitales. Logramos detener la hemorragia y salvamos su intestino. Pero...

—¿Pero qué?— Pregunto desesperada.

El fallo renal provocó que él cayera en estado de coma... Además de que la bala que lo atravesó estaba oxidada, lo que complicó más el cuadro clínico de Jonathan con una bacteria que se instaló en su cuerpo. No sabemos si será temporal o permanente, solo hay que esperar... Y realmente rezar. Con los años que llevo de experiencia, en estos casos casi nunca se supera el estado.

No sé lo que siento en este momento, pero algo en mí no está bien. Comienzo a sudar frío, el corazón va a mil...

Él es fuerte, saldrá de esta— digo tratando de sonar optimista.

El doctor me da una mirada que me hace entender que no debo hacerme de ilusiones, y me abraza.

La fe crea esperanzas, soy doctor y se supone que sea objetivo y realista, pero en los años que llevo ejerciendo realmente he sido testigo de grandes milagros...
Tengo fe de que este caso será uno también...

*****

¿Jonathan? Jonathan vuelve... Te extraño demasiado... No puedo seguir más sin ti. No me abandones como lo hicieron todos, por favor.

Veo el cuerpo inerte de Jonathan y mi corazón se estruja. Hace tres meses que está recluido en este hospital y no ha habido señal de mejoría. Está pálido, con una barba abundante, delgado... A pesar de ello, sigue igual de hermoso y guapo. Paso mi mano por su cara. Rozo sus labios, los cuales están resecos y cuarteados... Esto es demasiado para mí. Demasiado doloroso.

Comienzo a llorar descontroladamente... No sé qué me pasa, pero no tengo control de mi cuerpo. Comienzo a temblar y a sudar. De mi pecho salen gritos...

¡¡VUELVE!! Vuelve, ¡MALDITA SEA! NO ME DEJES... Vuelve... vuelve...

De momento miro hacia un lado y ahí está él... Ahí está Nathan parado observándome. A la misma vez que esto sucede la puerta de la habitación se abre y unas enfermeras entran.

Señorita, tiene que calmarse o tendrá que salir de la habitación.

¿Nathan?— Susurro ignorando por completo a las enfermeras. ¡NATHAN! ¡NATHAN, estás aquí!

Las enfermeras me observan confundidas...

— Está vivo... Doctor, Nathan está vivo...— digo temblando y aguantándome la cabeza. Duele como el demonio.

— Bueno... Técnicamente lo está, pero no creo que eso es realmente es estar vivo.

—¿Qué quiere decir?— Pregunto confundida.

— Bien, es momento de hablar claro.

— El hospital no tiene potestad de determinar qué hacer con el paciente. Los únicos con autorización son su padre y su hermana, pues son sus únicos familiares. Ya ha pasado un año y él aún sigue en el mismo estado; no ha habido mejoría ni señales de ello. Los médicos hablaron con su padre y hermana, y le dijeron que tenían que debatir la posibilidad de desconectarlo. Ellos tienen esa potestad, pero no querían tomar la decisión sin ti y sin consultarlo contigo. Por eso te enviaron aquí; para que superaras tu crisis emocional y estuvieras apta para decidir...

Miro al doctor horrorizada. Siento que me han arrojado un balde de agua fría. Tengo miedo de volver a recaer. Con razón mi cerebro se defendió de la manera en que lo hizo. La realidad es dolorosa y demasiado cruel.

—¿Y estoy apta para ello?— Pregunto  y mi voz sale dudosa y temblorosa.

— Te tendremos en observación en estos días. Ya recordaste y recuperaste la parte que tenías en blanco. La suprimiste porque la situación con Nathan y su estado de coma fue la gota que colmó la copa. En este caso, la que llevó a tu cerebro al estado que estaba hace unos meses. Ya habías avanzado unas cuatro veces más, pero esta vez es distinto porque llegaste a la parte que te faltaba...

****

Llego hasta la sala del hospital y ahí ya me esperan el señor Ferré y su hija Alejandra. En cuánto me ven me abrazan efusivamente.

— Me alegra de que hayas vuelto, Kayla— me dice Alejandra.

— A mí no y mucho menos cuando tenemos que decidir sobre lo que pasará con Nathan— digo más irritada de lo que pretendo.

Alejandra me mira con ojos cristalizados. Me siento culpable por hablarse así, pero no me disculpo.

— Kayla, ¿podemos hablar a solas?— Me pregunta el padre de Nathan. Su voz suena triste.

— Por supuesto...— le digo molesta.

Tomo un enorme suspiro. Hoy es el día en el que decidiremos si desconectaremos a Nathan o no; tenemos que notificarles a los médicos hoy mismo.

Llegamos hasta la cafetería.

— Kayla, sé que amas a mi hijo como nadie... Sé que estás furiosa conmigo por lo que te dije la otra vez... Sé que me tildas de egoísta, pero ¿no crees que tú eres la que estás siéndolo?

—¿Por qué soy yo la egoísta?

— Porque estás amarrando a alguien en este mundo que merece partir... Que necesita descansar. A mí también me duele mucho...

— Pues no lo parece...

— Mientras estuviste recuperándote tuve noches horribles... No sabía qué hacer y tampoco quería realizar lo que que ellos me recomendaron... Hasta que comprendí que es egoísta retener a mi hijo aquí... Quieras aceptarlo o no, él pertenece más allá que acá...

Cruzo los brazos y comienzo a menear mis piernas frenéticamente. Tengo coraje... No es exactamente con el padre de Nathan, sino con la vida misma. Me niego a aceptar que mi vida o la de él acabará así. Nos merecíamos  ser felices... Admito que las esperanzas han ido disminuyendo y más cuando por dos meses, desde que salí de la clínica, he venido, le he hablado, le he suplicado que vuelva y no ha pasado nada... No ha mejorado nada. Sé que Ferré tiene razón, pero mi corazón se niega a aceptarlo. Me niego a renunciar a él... A perder las esperanzas.

— Es que...— digo con voz quebrada.

— Lo sé, lo sé, Kayla.

Mi suegro se levanta y me arropa en sus brazos. Comenzamos a llorar desesperadamente. La decisión está tomada.

Nos quedamos así, no sé por cuánto tiempo, pero sin duda, lo que nos separa del fuerte abrazo, son los gritos de euforia de mi cuñada.

—¡Papá! ¡Kayla! Abrió los ojos... Nathan abrió los ojos...

Ambos nos miramos y salimos como balas hacia la habitación 305B, donde se encuentra  Nathan. Abro la puerta con el corazón a mil.

Diviso a William Mejías junto a otras dos enfermeras a un costado de la camilla. Sin pensarlo dos veces me acerco hasta él.

Sus ojos verdes me saludan y al hacerlo de estos ruedan dos lágrimas.

Nathan está vivo... Nathan está aquí conmigo. Y esta vez no es producto de una fantasía en mi cerebro; es real.

FIN

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