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14|| Michelle

Necesito recordar qué fue lo que pasó en el accidente, o me volveré completamente loca.

Cada noche, tengo pesadillas demasiado confusas. Hay pedazos de recuerdos de nosotros dejando la casa en Nevada, y lirios blancos y naranjas que no sé si son los que habían en el jardín, o los que estaban en mi habitación de hospital. Siempre acaban con una especie de choque, pero nunca puedo verlo. Solo lo siento. Me despierto cada mañana sudada, asustada y sin recordar como respirar bien.

Y con la absurda sensación de que estoy escuchando mi canción, la canción que me puso un nombre.

Necesito saber qué ocurre con ella, con esa melodía. Quiero entender porqué ya no puedo escucharla sin quebrarme. No he tocado un instrumento desde que me desperté. Intenté tocar la guitarra de Elise hace unos días, pero no pude. Sentí una especie de peso en mis hombros y mis ojos inmediatamente se inundaron. La música es mi vida, ¿por qué de repente la siento como una enemiga?

¿Por qué siento que está conectada con el accidente de alguna manera?

Trato de no pensar demasiado en eso. Me he dado cuenta de que mientras más vueltas le doy a mis pensamientos, más aumenta la sensación de ansiedad en mi pecho. Es por eso que le pongo un fin al espiral de preguntas en mi mente, intento desconectarme de las dudas y volver al mundo real. No funciona la mayoría de las veces, pero esta vez en particular si da resultado. Vuelvo inmediatamente al aquí y el ahora cuando Eli suelta una carcajada ante algo que dice Adam. Estamos en la casa de Caleb, en una de sus reuniones familiares. Desde que desperté, esta es la tercera a la que he asistido, lo que me dice que él hace esto muy seguido. Quizá demasiado. 

Podría preguntarle a mi hermana sobre la canción, sobre el accidente. Formulo la pregunta en mi mente y la pienso con cuidado. Pienso en todo, hasta en el tono de voz en el cual la diré. Sin embargo, la pregunta no alcanza mis labios por dos razones: la primera es que ya le he hecho esa pregunta a Elise y ella solo cambia la conversación siempre, y la segunda es la sensación en mi pecho que crece y crece.

Corta el espiral, Michelle. Córtalo ahora.

—¡No puede ser! —es sorprendente lo fácil que se me hace reconocer el grito de Lid, aún cuando la conozco desde hace tan poco tiempo. Volteo para verla en la entrada de la sala de estar, está junto a Tyler. Ambos acaban de llegar —. ¡Estás bellísima!

Ah, sí. La ropa que compré junto a Elise ha hecho que me vea...diferente. Me gusta que sea suelta y cómoda, me gustan los estampados de las camisas cortas y los pantalones holgados, me gustan las bandanas y los collares largos. Supongo que este estilo me hace ver mejor de lo que lo hacía la ropa de Lid, que era espectacular, pero me quedaba un poco pequeña.

De alguna forma, me siento más yo...aunque sigo sin estar muy segura de quien soy en este instante.

—Traje tu ropa. El bolso está en el comedor—le digo, sonriendo y esperando que no note que ignoré su cumplido. No lo hice por ser maleducada, sino que no sé muy bien qué responderle —. Gracias por prestármela.

—No fue nada, en serio —asegura, acercándose a mi para dar una vuelta a mi alrededor —. Amiga, ahora seré yo quien vaya a tu casa y te pida ropa prestada. Gracias al cielo apareciste, ya estaba cansándome de robarle ropa solo a los chicos...aunque yo me veo más sexy que ellos con sus camisas deportivas y eso no cambiará.

—Lid, recién llegamos ¿No puedes esperar aunque sea unos cinco minutos antes de comenzar a asfixiar a todos con tu ego? —suelta Tyler, rodando sus ojos. Luego se acerca a mi con una sonrisa y besa mi mejilla —. Te ves preciosa, Mich. Un consejo: no le prestes nada a Lid, no te lo va a devolver.

—Solo me la quedaré si me queda mejor que a ti —asegura ella, guiñándome un ojo —. Pero debo admitir que me pusiste la barra alta, rubia.

Rio un poco, creo que estoy empezando a acostumbrarme a toda la actitud en extremo confiada y vanidosa de Lid. En realidad, es mucho más agradable de lo que creí. Si, resulta intimidante a veces, pero supongo que es porque no todo el mundo es capaz de imponerse de la forma en la que ella lo hace. Es normal, o al menos para mi, esperar que alguien que hable con tanta confianza de sí misma menosprecie a los demás, pero no es así. Lid no basa su seguridad en las inseguridades del resto, las basa en sí misma.

Eso es algo que las niñas de mi antiguo instituto no sabían hacer.

Tyler niega con la cabeza hacia Lid, de la forma en la que mamá hacía cuando papá decía algo muy tonto; es un gesto que grita "no tienes remedio", y Ty lo aplica mucho en su mejor amiga. Su relación es...peculiar. Parece que Lid siempre está agotando la paciencia del pelirrojo y que él rara vez la aguanta, pero a pesar de todo la quiere. No puedo definir muy bien como, todavía no descifro muy bien lo que hay entre ellos, pero es una especie de amor-odio muy peculiar.

Tengo el presentimiento de que, aunque Lid lo saque de quicio, Ty haría lo que fuera por ella.

—Vaya, ya tres de cinco terremotos se dignaron a aparecer —suelta Silene, quien tiene a la bebé Daisy en sus brazos mientras la alimenta con un biberon llegamos —. ¿Dónde estaban, niños?

—Buscando a Tyler, quien decidió pasar la tarde en la casa de su novia —suelta Lid, cruzándose de brazos. Ya me ha dicho que la novia de Ty, Jullienne, no le cae particularmente bien —. Easton y yo tuvimos que ayudarlo a escapar antes de que llegaran sus "suegritos", porque la dulce y angelical Jullie no quería que sus padres descubrieran que en realidad no es tan santa como dice ser.

—Al menos puedes intentar disimular todo ese odio, Linda —señala él, sentándose junto a Silene.

—Créeme, Tyler, lo estoy disimulando.

—Intenta más fuerte.

Lid respira hondo y lo observa como si lo quisiera matar. En serio, es una mirada que da miedo, pero Ty ni siquiera tiembla. Él solo continúa hablando, ignorando por completo a su amiga. Se me ocurre que quizá esta sea una táctica para calmar la furia en ella, pues si algo he aprendido estos últimos días es que Lid Osbone es alguien que requiere de mucha atención. Si la ignoras, pueden pasar dos cosas: o pierde la atención en ti, o explota de forma en que lleva todo a su paso.

Tyler está apostando a que esta vez ocurra lo primero.

—En fin, mi hermano está estacionando la chatarra que llamamos auto—asegura, hablándole al resto —, y tengo entendido que Drew llegó con mis tíos hace rato, así que tienen a los cinco terremotos completos.

—¿Y qué hacías en casa de tu novia, Ty? —pregunta Adam con diversión. Ty le sonríe, una sonrisa que dice más de lo que puedo y quiero entender.

—Jugar cartas, Blake —es su respuesta, pero por la forma en la que Lid bufa dudo que esa sea la verdadera respuesta.

—Ah, claro —carcajea Leb —. ¿Esa es la excusa que le das a tus padres?

—No necesito darle excusas a mis padres. East y yo hemos sido tan honestos con los años que ellos han aprendido que es mejor no preguntar de más. Además, no es como si hubiese hecho algo malo.

—A parte de nacer con una suerte de mierda para las relaciones —susurra Lid, de modo que solo yo la escucho.

Estoy lo suficientemente distraída con lo peculiar que está resultando esta conversación como para que me tome por sorpresa esa mano en mi muñeca que me obliga a dar una vuelta sobre mi propio eje.

Todavía me cuesta acostumbrarme a todo el cariño que Easton suele dar. En el tiempo que me he permitido salir con los terremotos he descubierto que él es el que más disfruta los mimos de los cuatro. Siempre está dando abrazos, o buscando la forma de simplemente dar amor. Eso sí, es muy respetuoso, aún cuando el espacio personal no es su fuerte. Me tenso un poco ante la forma en la que me observa y quizá, quizá, me sonrojo un poco cuando silba. No obstante, me relajo ante su sonrisa amistosa.

—Tú estás bellísima —me dice —. Ya creía que eras hermosa, pero hoy en serio pareces un ángel.

—Eh, no uses los trucos que yo te enseñé con mi prima —habla Adam, haciendo reír a East.

—No era un truco, pero tampoco es como si usara los que me enseñaste. A diferencia de ti, no los necesito—le dice a Adam antes de pasar una mano por sobre mis hombros y darme un medio abrazo —. Además, no tengo esas intenciones con Mich. Ya la quiero como a una de mis chicas.

—¿Quiénes son tus chicas? —pregunto con curiosidad.

—Todas las bellas mujeres de esta familia, claro —dice él.

Mi hermana finge un suspiro que lo hace sonreír y él abandona mi lado para ir a saludar al resto. Besa las mejillas de Sile y Elise, palmea el hombro de Caleb y luego despeina el cabello de Adam, quien se queja con un: "respeta, que yo soy como tu hermano mayor". Tras eso, se encuentran peleando porque ambos quieren terminar de alimentar a Daisy.

Todas estas reuniones siguen siendo muy caóticas para mi gusto. Siempre llega el punto en el que pasan muchas cosas al mismo tiempo y yo me siento perdida, como una extraña intentando encajar en un mundo diferente del que estoy acostumbrada. A veces logran distraerme, pero la mayoría del tiempo solo termino abrumada. Mientras estas personas pueden hacer sus vidas normales, hablar y hablar sobre cualquier cosa, yo tengo estos recuerdos que, cual fantasmas en historias, me acechan y no me dejan en paz.

¿Cómo voy a llenar todas mis páginas en blanco cuando siento que arrancaron las que había escrito hasta ahora?

—Oh, hola chicos —ya reconozco esa como la voz de la madre de los Osbone, Lilian. Regreso a tiempo a la realidad para ver a la pequeña, pero hermosa mujer, adentrarse en la sala de estar. Esos ojos idénticos a los de Lid y Drew se ven muy preocupados y, aunque su sonrisa está ahí, refleja en ella todo menos alegría —. ¿Alguno ha visto a Drew?

—Nosotros acabamos de llegar, tía Lilian —le dice East, quien logró apoderarse de Daisy para la desgracia de mi primo —. Creí que él había llegado contigo y el tío Derek.

—Sí, pero no lo he visto hace tiempo y...¿De verdad nadie sabe donde está?

—No, tía Lili —habla Caleb, haciendo una pequeña mueca —. ¿Por qué? ¿Pasó algo?

—No, no, es solo...No sé, solo quiero asegurarme de que esté bien.

—Tranquila, mamá. Él en serio está mejorando —dice Lid, acercándose a ella —. No volverá a ocurrir lo del año pasado, nos lo prometió.

Una sombra se apodera de los bellísimos ojos de Lilian, es un rastro de tristeza tan fuerte que ni siquiera la peculiar palidez de su mirada puede opacarla. De repente, las conversaciones en paralelo que me estaban aturdiendo hace unos minutos desaparecen en un silencio denso que me aturde mucho más, interrumpido tan solo por el sonido de Daisy succionando su biberón. Observo a la gente a mi alrededor, intentando entender qué fue lo que dejó este peso en el ambiente. Las sonrisas de los Cooper se convirtieron en un par de líneas tensas y la alegría en sus ojos se pinta de un dolor profundo.

Mi hermana, Caleb y Adam ven al suelo y parecen no saber que decir, pero comprenden la ausencia de sonido. Mientras, Silene muerde la parte interior de su mejilla y ve con tristeza a su cuñada. No puedo ver a Lid, pero algo me dice que no tiene su sonrisa típica, ni la mirada atrevida que la caracteriza ¿Qué pasó hace un año y por qué parece haber borrado cada rastro de felicidad en estas personas?

Pero tal como llegó el silencio, se va. Tras tomar un respiro que parece darle más fuerzas que oxígeno, Lilian asiente y elimina todo rastro de sombras en sus ojos. Acaricia el cabello de Lid con cariño y luego ve con diversión hacia Ty.

—Veo que escapaste con éxito de la casa de Jullie —suelta, consiguiendo que su sobrino sonría —. Dime, ¿qué te dolió más? ¿Caer de su habitación al patio, o el golpe que seguro te dio mi hija luego de eso?

—Me da miedo preguntar cómo es que sabes que eso fue lo que pasó, tía —habla él.

—Soy tu tía, Ty. Yo lo sé todo.

Por alguna razón, le creo.

Ella nos guiña un ojo y se aleja, de vuelta al patio trasero. Algo me dice que todo el asunto de la tristeza no ha acabado porque, tan pronto su mamá se da la vuelta, Lid le hace una seña con la cabeza a Silene. Ella asiente y se pone de pie, siguiendo a Lilian ¿Esto ha pasado antes? Porque parece que las dos supieron exactamente qué hacer y el resto supo cómo ignorarlo.

Pero yo no puedo hacerlo.

Veo a Elise, esperando que me de una respuesta ante lo raro que fue todo esto, pero ella solo niega levemente con la cabeza. No quiere que toque este tema. En solo un instante, Lid vuelve a hablar con entusiasmo y a soltar cosas que no me molesto en entender. El resto la sigue, incluso mi hermana la escucha, pero yo no puedo. Todo suena como ruido y solo puedo pensar que la mirada de Lilian es exactamente la misma que tuvo mi hermana al verme despertar en el hospital.

Es la mirada de alguien angustiada por algo que no se puede borrar fácil, preocupación causada por la clase de recuerdos dolorosos que se quedan marcados como tatuajes.

Podría quedarme en este lugar, intentar unirme en la conversación y distraerme con las disputas de Lid y Ty, o con los mimos de East. Podría sentarme junto a mi hermana, charlar con Caleb e ignorar a Adam, pero por alguna razón me alejo de la sala de estar cuando ninguno de ellos me nota. Mis pies parecen caminar en automático un camino que ni siquiera sabía que recordaba: van hacia las escaleras, luego atraviesan un largo pasillo, se abren paso por un área que parece ser de servicio, después comienzan a subir peldaño por peldaño unas escaleras de servicio...¿Por qué estoy frente a la puerta del azotea?

¿Por qué dejé que mis pies me trajeran hasta aquí.

Mi mano se detiene en la perilla de la puerta y me ordeno pensar, cosa que en realidad no hice en mi camino hasta aquí. El hecho de que él me trajo a este lugar la vez que le pedí privacidad para llorar, no signifique que se esté escondiendo aquí en este momento. Y si lo estuviera haciendo, ¿por qué eso me importa? Drew se porta como un tonto conmigo. Es insoportable, altanero, presumido y me mira como...como...Bueno, no sé cómo definir la forma en la que me mira. Es como si esperara algo de mi, ¿pero qué? El simple hecho de no saber lo que quiere cada vez que me habla me molesta y aún así aquí estoy, a una puerta de quizá encontrarlo aún cuando se escondió.

¿Pero qué demonios estoy haciendo?

Retiro la mano de la perilla y la paso por mi cabello antes de suspirar ¿Por qué estoy haciendo esto? ¿Por qué?

—Vamos, Michelle —me digo a mi misma —. Tiene que haber una explicación lógica para esto.

Y la hay: yo también me quiero esconder.

Ya acepté que tengo que avanzar, ya estoy en el inicio del largo camino de conseguir a una Michelle del ahora y no una enfrascada en el pasado, pero eso no significa que todo es milagrosamente fácil para mi. Todavía me pesan los recuerdos, extraño a mis padres y me duele no poder tocar un instrumento sin quebrarme. Me duele estar lejos de Nevada, me duele no poder escuchar mi canción ¡Me duele todo! Solo quiero afrontar este dolor sin que me vean, sin que me cuestionen. Este se siente como un lugar seguro para hacerlo; quizá por eso creo que Drew está tras la puerta.

Así que giro la perilla, sabiendo exactamente porqué mis pies me trajeron hasta aquí.

Los colores del atardecer me saludan directamente a la cara tan pronto la puerta se abre. Doy unos pasos hacia adelante, impresionada ante lo hermoso que es el paisaje aquí. El mar se ha convertido en un espejo del cielo, capturando la luz y los tonos de naranjas y amarillos de la más bella manera. Aspiro el aire que le robó cierto perfume al mar. Esto no es Nevada, pero no puedo negar que es hermoso.

—¿Qué haces aquí?

Volteo tan pronto esa voz ligeramente profunda llega a mi y encuentro a su dueño sentado en la misma silla plegable del otro día. Está inclinado hacia adelante, codos sobre sus rodillas y en sus manos descansa ese cubo de colores. No hubo emoción en su tono de voz, del mismo modo en el que no la hay en su mirada. Los colores del atardecer se reflejan en el pálido de su azul, creando el mismo efecto espejo que con el mar, pero está tan serio que me cuesta impresionarme ante sus ojos. Más bien, logra intimidarme lo suficiente para que sienta que quiero correr, huir de él.

Pero yo también tengo derecho a esconderme, ¿no? No puede simplemente juzgarme por hacer lo mismo que está haciendo él.

—Tantas personas me estaban aturdiendo —digo, sonando mucho más débil de lo que planeé —. Solo quiero un descanso de tanta charla, así que vine aquí. No me eches.

Odio que lo último sonara más como un ruego que como un comentario, ahora debe pensar que estoy desesperada. No quería eso.

Las palmas de mis manos comienzan a sentirse sudorosas cuando, sin disimularlo, su mirada me detalla de arriba abajo. Me siento como si fuera un examen al que deben leer más de dos veces para comprender las respuestas y no, no es un sentimiento bonito. Justo cuando siento que mis mejillas comienzan a calentarse, la dureza que hasta ahora había en sus ojos se suaviza un poco y se relaja en la silla. No esconde su fastidio ante tenerme aquí, pero al menos no me observa como si quisiera que me alejara.

—No voy a echarte —dice, como si mi sola idea de que fuera a hacerlo resultara una grandísima estupidez. Me muerdo la lengua, tragándome las ganas de responderle que su sequedad me hizo entender lo contrario. En mi silencio, él solo asiente hacia mi ropa —. Gracias a Dios te compraste ropa. La de mi hermana quedaba pequeña.

—Eres el único que no me ha dicho que me veo bonita en esto —señalo.

—No creí necesario recordarte algo tan obvio, niña linda.

Él hace el ademán de cederme su puesto, pero niego con la cabeza antes de que pueda hacerlo. No quiero sentarme en la silla. Por alguna razón, prefiero tumbarme en el tejado no muy lejos de él. Mi cabeza descansa en el techo, mis ojos se fijan en las nubes teñidas de distintos colores. Cualquiera que nos vea desde abajo puede pensar que somos suicidas por lo cerca que estamos de la orilla, pero en lo que menos estoy pensando ahora es en eso.

Ahora solo importa lo que está en esta azotea, lo de abajo puede esperar.

Respiro hondo, aspirando el olor a mar hasta que este llena mis pulmones. Como ahora no tengo que enfocarme en distraerme de mis recuerdos—o de la ausencia de ellos—, los dejo fluir. Me permito traer esas imágenes previas a nuestro viaje a Los Ángeles, esos sonidos de vidrios rompiéndose y ese perfume a lluvia y sangre que reconozco en mis sueños, los colores de los lirios que dejamos atrás...La melodía de una canción que esconde algo, algo que yo no puedo recordar con exactitud. Un escalofrío recorre mi columna y un nudo se apodera de mi garganta, haciendo difícil algo tan simple como respirar ¿Cómo puede dolerme tanto un instante que ni siquiera guardo por completo en mi memoria?

El silencio suele darme miedo y me causa ansiedad, pero este que está naciendo entre Drew y yo...se siente necesario. No es incómodo, no es denso, ni lleno de tensión. Es más, cuando me permito verlo por la esquina de mi ojo, noto que él también está perdido en sus pensamientos. Somos dos personas existiendo al mismo tiempo, pero no estamos en el mismo lugar. No ahora.

Nuestro silencio es una señal de comprensión, un gesto de respeto a lo que sea que esté pasando por nuestras mentes ahora.

Llega un punto en el que darle tantas vueltas a mis recuerdos incompletos duele. Me siento agotada, como si hubiese corrido un maratón aún cuando lo único que hice fue intentar llenar los espacios en blanco de lo que mi cerebro prefirió bloquear. Sé que hemos pasado al menos una hora aquí para cuando decido parar, ya oscureció y ahora es la luna llena la que se refleja en el mar. Quiero levantarme, irme, pero tanto girar sobre mis pensamientos me dejó como una muñeca de trapo. Tanteo mis mejillas, están húmedas y empapadas de lágrimas que no sentí.

Es entonces cuando entiendo lo fácil que es esconderte de las personas, pero lo difícil que es esconderte de lo que te tortura en tu cabeza.

—¿Cómo lo haces? —digo sin pensar, aunque sé muy bien que él me va a escuchar.

—¿Qué cosa?

Volteo a verlo, aún acostada en el tejado. Su cabello chocolate oscuro ahora se camufla un poco con la oscuridad de la noche, pero sus ojos siguen capturando la luz que proviene de enfrente. La luna. Si nota que hay lágrimas en mi rostro, no lo dice. Él solo me observa esperando que termine lo que empecé a decir.

—La última vez dijiste que te sobran recuerdos —digo, trayendo de vuelta el día en el que nos conocimos —. ¿Cómo haces para aguantarlo? ¿Cómo buscas un recuerdo específico entre el mar de recuerdos inservibles que hay? Porque yo lo estoy intentando, pero no hay nada concreto. Recuerdo todo, menos el accidente ¿Cómo haces para aguantarlo?

Creo que quizá hice una pregunta equivocada cuando parece congelarse ante mis palabras. La luna llena nos ilumina lo suficiente como para notar el pequeño músculo en su barbilla tensarse, así como no paso desapercibido que su agarre aumenta en el cubo de juguete. Quizá no debí hablar, pero no me contuve. Necesito saber que hace él para no sentir que se ahoga en los recuerdos que le sobran.

Necesito saber si su truco me puede servir para no asfixiarme en los recuerdos que me faltan.

Estoy al borde de cambiar de tema cuando él deja salir un largo suspiro, uno que no me dice si me responderá o no. Es extraño que Drew no se esté comportando como el niño tonto que suele ser conmigo, pero no me pienso quejar. Quizá es diferente aquí arriba—quizá los dos somos diferentes aquí arriba.

—Tengo un método extraño para encontrar los recuerdos —me dice, sorprendiéndome ante el hecho de que de hecho contestó —. Una clasificación...y luego formas de calmarme cuando todo se vuelve muy confuso.

—¿Me las podrías explicar? —cuestiono, otra vez odiando que suene que le estoy rogando algo —. Tanto la clasificación como las formas de calmarte.

—No creo que las entiendas. Yo...yo recuerdo diferente, Michelle.

—No me importa, solo hazlo, por favor. Lo que sea podría servirme de ayuda.

Él se lo piensa un poco, pero termina por ceder y abandonar su silla para acostarse a mi lado. Estamos separados por lo que creo que es un brazo de distancia, pero esta posición me permite ver su perfil a la perfección mientras observa las primeras estrellas que aparecen en el cielo. Su mandíbula está ligeramente marcada, su nariz perfilada y sus labios ligeramente fruncidos. A la luz de la noche y con este silencio no puedo evitar pensar que resulta hipnotizante verlo.

—La memoria no solo depende del cerebro, o al menos no de mi punto de vista —comienza a hablar, su voz a penas un hilo de sonido en la noche. Es como si no estuviera acostumbrado a decir esto en voz alta —. Creo que todo en nosotros tiene la habilidad de recordar. La piel guarda recuerdos en cicatrices, en marcas, en arrugas; los ojos guardan recuerdos en las lágrimas; la boca en los sabores que reconocemos y el corazón...

—¿Dónde los guarda el corazón? —me escucho preguntar.

—No lo sé. En los latidos, quizá...Lo que sí sé es que el corazón recuerda mucho más que la mente, lo que lo hace peligroso. Los recuerdos que se resguardan ahí son los que tienen la habilidad de marcarte de por vida, de darte aliento o de quitártelo.

El cubo gira en sus manos, un movimiento que creo que le sale involuntario. Me sorprende que lo que diga me sea tan fácil de comprender. Nunca pensé que la memoria era algo que iba más allá de la mente, pero ahora que me lo dicen es como si todo tuviera más sentido. Es su teoría, su forma de verlo, pero la comparto tanto que siento que no podré verlo igual después de esto.

—Así clasifico los recuerdos: los físicos, que son esos que se quedan en el cuerpo; los mentales, que son los que residen en la mente; y los letales, los del corazón —continúa —. Los físicos son los más fáciles de identificar y los más difíciles de ignorar. No me desagradan porque están a la vista, siempre te advierten que están ahí.

—¿Me das un ejemplo?

En respuesta, alza su mano y me muestra su muñeca. Noto una pequeña cicatriz en ella, tan diminuta que a penas si se nota.

—Tenía diez años cuando eso pasó. Alguien mayor que yo se estaba burlando de mi, o alguna mierda similar a burlarse, y me empujó. Caí sobre un vidrio roto, no te imaginas la cantidad de sangre que salió...O la cantidad de sangre en la cara del chico cuando Easton lo golpeó. Cuando la veo, recuerdo tres cosas: el dolor que provoca el cristal roto es horrible, algunas personas pueden ser unos grandísimos hijos de puta sin razón alguna y que mi mejor amigo, aunque suele ser pacífico, es capaz de golpear a alguien hasta hacerlo llorar por su mamá si lo provocan.

Él regresa su mano al cubo, pero la imagen de la cicatriz no me abandona por unos segundos. Una marca es capaz de contener tantas cosas...Nunca había pensado en el poder que tienen las cicatrices.

—Eso es un recuerdo físico —concluye él.

—¿Cuáles son los mentales?

—Los normales, los que todos consideran recuerdos. Los nombres de tus padres, el primer día en el que entraste a la escuela, tu canción favorita, las tablas de multiplicar...A veces un recuerdo físico dispara uno mental.

—Tiene sentido.

—¿De verdad lo crees?

—Sí. Digo, una cicatriz es solo una cicatriz hasta que le sumas un recuerdo que evidentemente lo tienes guardado en la mente. Solo cuando mezclas una cosa con otra, la cicatriz pasa a ser una marca. Un recuerdo físico —digo y encuentro su mirada cuando me observa con impresión —. ¿Qué?

—Captas rápido.

No me atrevo a decirle que su visión me resulta absurdamente familiar, como si la entendiera a la perfección.

—¿Qué sucede con los recuerdos mentales? —lo apremio para continuar —. ¿Cómo identificas el que quieres cuando no lo puedes conseguir?

—Estos son los más difíciles en ese sentido, porque hay tantos que no sabes donde se esconde el que quieres. Es...abrumador, como sumergirte para buscar algo en el fondo del mar aún cuando sabes que te quedarás sin oxígeno.

—¿Y qué haces para encontrar el que quieres antes de quedarte sin oxígeno?

—Uso mis trucos.

—¿Me los dirás?

—¿No te parezco un loco hablando cosas sin sentido?

—No...¿tú te sientes como un loco hablando cosas sin sentido?

El silencio es su respuesta y decido no interpretarla porque no quiero sentirme mal por él; no puedo permitírmelo cuando yo ya soy un problema demasiado grande. No decimos nada por unos buenos segundos, segundos que odio porque él me observa con esos ojos que me gustaría que no fueran tan bonitos. Esta vez, no se siente como si estuviese examinándome, o como si estuviera pidiéndome algo. Más bien, me ve como si fuera algo...nuevo.

Como si no pudiera creer que me tiene en frente.

—Para encontrar un recuerdo entre miles, o simplemente para aguantar todos los recuerdos que sobran, busco un recuerdo simple —continúa él, haciendo que arrugue mi nariz al no entender. Él sonríe...¿enternecido? Ni siquiera sabía que yo podía parecerle tierna —. Lo sé, suena extraño, pero funciona. Tienes que buscar algo que hagas de forma automática, pensar en eso paso por paso y concentrarte en ello. Eso ayuda a que la mente se aclare, así es más fácil lidiar con los otros recuerdos una vez acabes con el recuerdo simple.

—¿Qué haces tú?

—Ordeno esta cosa —dice, señalando el cubo Rubik.

—¿Y eso te parece simple?

—Sí, es relajante. Mira —alza el cubo y se acerca un poco más a mi para que pueda ver lo que hará —: primero arriba, luego abajo, luego una vuelta y luego a la izquierda. Así cinco veces más y luego cada color está en su lugar, cada cara en orden y sincronía. Es perfecto.

Lo hace y me deja boquiabierta cuando, en solo segundos, logra resolver ese rompecabezas que deja a muchos adultos listos en ridículo. Él ríe ante mi reacción, cosa que me hace verlo. Sus ojos se achican en las esquinas cuando sonríe de esta manera, ¿lo sabrá?

—Cierra la boca, niña linda. No quieres tragarte algún bicho.

—No seas tonto —le digo, quitándole el cubo para ver por mi cuenta que todas las caras están en orden —. Es sorprendente lo rápido que lo haces, hay gente que tarda horas en esto.

—Es que la forma en la que yo lo hago requiere de la memoria, no de la astucia. La inteligencia es más valiosa y toma su tiempo, pero la memoria...la memoria es solo un instinto. Los instintos son veloces e incontrolables.

>> Tú tienes que pensar en algo que sea un instinto, algo que podrías hacer con los ojos cerrados una y otra vez. Solo eso te ayudará con los recuerdos mentales ¿Alguna idea de lo que podrías usar?

Observo el cubo en mi mano, no hay forma que yo logre resolver esto tan rápido y sin confundirme con los pasos que me dijo hace un rato. Incluso si le pidiera enseñarme, sé que fallaría y que, en lugar de despejar mi mente, solo me frustraría. Suspiro viendo los colores en orden, los pequeños cuadrados que descansan justo en el lugar en el que corresponden. Este es su truco, yo necesito encontrar el mío.

Ignorando el hecho de que esta debe ser la primera conversación civilizada que he tenido con Drew, me concentro en sus palabras. "Tienes que pensar en algo que sea un instinto, algo que podrías hacer con los ojos cerrados una y otra vez". Odio que lo primero que salte a mi mente sea un recuerdo que, justo en este momento, resulta algo muy agridulce. Duele la respuesta que obtengo.

En Nevada, cuando regresaba de la escuela y me sentía sola o triste luego de aguantar comentarios insoportables de algunas personas en la escuela, iba hasta el cuarto en el que mis padres guardaban todos nuestros instrumentos. Ahí, iba directo hacia el pequeño ukelele de mi mamá, un regalo de aniversario que papá se había esforzado en conseguirle. Lo tomaba, me acostaba en el suelo y tocaba...tocaba mi canción.

Me sabía los acordes de memoria, así que mis dedos fluían por las cuerdas como si fuera un reflejo. Mi voz se adaptaba automáticamente a la melodía, la letra tocaba mis labios sin que yo siquiera la analizara. Era un impulso, uno que me hacía sentir que tenía el control sobre algo. Sobre mi.

—¿Qué sucede? —me pregunta Drew, viendo que me senté y abracé mis rodillas ante el recuerdo de aquel ukelele tan bonito.

—Mi mamá tiene un ukelele —digo, pero inmediatamente noto que mis palabras son las equivocadas.

Corregirme duele:

—Mi mamá tenía un ukelele.

—Lo siento...

Ignoro su disculpa por el simple hecho de que él no tiene que disculparse por nada. Le devuelvo el cubo Rubik y me abrazo con mucha más fuerza que antes. Él se sienta a mi lado, su hombro a penas si está rozando el mío. Me pregunto si ambos toleraríamos esta distancia entre nosotros de estar abajo y no en esta azotea.

—Yo tomaba ese ukelele y tocaba mi canción, la canción que me dio mi nombre—continúo —. Me la sabía de memoria, podía tocarla con los ojos cerrados si me lo proponía. Era algo muy mío, una especie de ritual que me traía calma.

—Encontraste tu truco —dice él, la luz de la luna parece bailar en sus ojos claros y su sonrisa...estoy convencida de que su sonrisa es más sincera aquí arriba de lo que lo es abajo.

—El problema es que no puedo siquiera escuchar mi canción sin sentir...

—¿Sentir qué?

—El accidente. Siento el accidente, pero no lo recuerdo.

El sonido de los vidrios rotos, el olor a tierra mojada y a sangre, el recuerdo de los lirios...todo eso se activa una vez comienza a sonar esa melodía. Mi cuerpo se tensa, mi corazón late a una velocidad que duele y mis ojos se llenan inmediatamente de lágrimas ¿Cómo podría tocar mi canción si tan solo escucharla me causa todo eso?

—Es tan frustrante y doloroso poder recordar todo, menos el momento en el que todo sucedió. El momento en el que perdí lo que más amaba —odio estar mostrándome tan vulnerable frente a él, pero no puedo parar —. No recuerdo nada del accidente, solo sé que esa canción tiene algo que ver.

—Por eso me pediste consejos para lidiar con tus recuerdos, ¿no? —me pregunta —. ¿Quieres intentar recordar?

Sí, quiero eso más que nada. Pero las palabras no abandonan mi garganta, no cuando hay un nudo enorme ahí que no me deja hablar. Siento mi vista nublarse poco a poco, así que me obligo a apartar la mirada de él para que no me vea llorar. Entiende lo que quiero cuando solo asiento con la cabeza, pero le toma unos segundos volver a hablar.

—Es un gatillo —suelta, cosa que no entiendo en lo absoluto —. La canción, es un gatillo que dispara tu recuerdo sobre el accidente. Por alguna razón, bloqueaste ese momento de tu mente, pero la canción debe tener algo que ver si hace que recuperes la sensación de ese instante.

—Un gatillo...—saboreo la palabra, una vez más me sorprende lo fácil que se me hace entender su teoría —. Un gatillo que dispara el recuerdo...a medias.

—Quizá deberías intentar tocar la canción, con ukelele y todo —sugiere —. El recuerdo y esa melodía están conectadas de alguna forma. Si la tocas como solías hacerlo antes, probablemente tu cerebro entienda esa conexión y obtengas el recuerdo.

—Ya no tengo el ukelele, Drew.

Ni las ganas de hacer música.

Duele pensar que la sola idea de tocar un instrumento me llena de nervios. La música siempre fue parte importante de mi, era mi todo. Sé que estoy buscando una nueva Michelle, empezando de cero, pero es doloroso saber que quizá la música no volverá a ser uno de los pilares en mi vida.

Un escalofrío me recorre desde la columna. No quiero saber si eso es debido a que mis pensamientos me aterran, o porque la brisa comienza a ser un poco más fría ahora que es de noche. Siento movimiento a mi lado, así que volteo a verlo. Lo encuentro quitándose su sudadera, quedando solo en una camisa de mangas cortas. No insiste sobre el asunto, no hace preguntas con respecto al ukelele. En su lugar, parece respetar mi silencio.

Parece entender que la canción no me ayudará ahora.

—Ten —me dice, colocando la sudadera sobre mis hombros. Inmediatamente, mi cuerpo agradece el calor que provoca —. Fue muy poco inteligente de tu parte venir hasta acá sin algo con lo que cubrirte, niña linda.

—Creí que L.A era caluroso, niño tonto —es mi respuesta. Me aferro más a su sudadera, que huele a un perfume masculino que ya sé identificar como el suyo. A lo lejos, en la playa, veo que la gente abajo abandonó la sala de estar para comenzar a hacer una fogata.

¿Algún día seré capaz de estar junto a ellos sin sentirme abrumada?

—En las noches no lo es tanto —me responde Drew, encogiéndose de hombros —. Si no vas a tocar la canción, ¿qué harás para recordar?

—No lo sé —suspiro —. ¿Tienes algún otro truco?

—Mhm...de hecho sí. Suelo correr.

—¿Correr?

—Sí. Corro rápido, kilómetros y kilómetros. Eso agota a la mente, es como si la obligara a estar cansada para que así solo me de los recuerdos que deseo, no más.

—Bueno, eso tiene sentido.

—¿De verdad lo crees?

¿Por qué le cuesta tanto entender que lo comprendo? Dudo que su mente sea muy diferente a la mía; aún cuando estoy segura de que este niño y yo somos bastante distintos. Me pregunto si todas estas teorías que ha sacado sobre la memoria tienen que ver con algo que busca olvidar...o recordar, de ser el caso. Quizá tienen que ver con lo que ocurrió el año pasado, eso que no sé que fue ¿Correrá para agotarse y no pensar en lo que pasó? ¿Resolverá el cubo para ignorar lo que vivió?

Como sea, sigue siendo absurdo que piense que no lo comprenderé. Todos tenemos malos recuerdos, no es como si él fuese alguna rareza humana. Lo observo y vuelvo a odiarme cuando me siento mal por él, por la forma en la que me mira como si yo fuese la primera en entender lo que piensa. Nadie merece sentirse así.

Por eso, no le pregunto sobre lo que pudo sucederle hace un año. Solo hago una pregunta que lo descoloca aún más:

—¿Puedo acompañarte a correr algún día?

La risa seca que suelta hace que casi quiera arrepentirme de lo que acabo de preguntar; aún así, no puedo lamentar del todo lo que le pedí. Quiero lidiar con mis recuerdos, sobrevivir a su presencia—o a la ausencia de ellos, para ser más clara. Correr suena como una buena opción, aún cuando la idea de pasar más tiempo junto a Drew provoca una extraña sensación en mi estómago.

—Michelle, yo corro rápido.

—Tendré que seguirte el paso, entonces.

—Te vas a cansar.

—Es la idea, ¿no?

Él suspira y pasa una mano por su cabello, ese ondulado cabello color chocolate oscuro que se camufla muy bien con la oscuridad de la noche. Aparta su mirada de mí, quizá demasiado rápido, y lleva su vista al cubo en sus manos. Lo desordena y comienza a resolverlo, rápido y sin pausa ¿Cuántas veces debe hacer eso al día? Dudo que sean demasiadas.

Me aferro a su sudadera mientras se lo piensa y solo entonces me permito considerar lo que ha hecho por mi en estas horas: me ha escuchado, me ha dado consejos, ha respetado mi silencio y yo he hecho lo mismo por él. Este no es el Drew que me suele sacar de quicio. Más bien, es el chico que me guió hasta acá la noche en la que nos conocimos cuando dije que no quería hablar con nadie. Observo sus labios fruncirse mientras resuelve el juguetito, las ondas de su cabello alborotarse con la brisa...¿Y si Drew solo es un tonto porque se esconde en toda esa altanería y molesta forma de ser?

No, no. De ser así, no me habría llamado "poco inteligente" por no traer un abrigo—aunque lo fui. Quizá Drew es las dos cosas, el tonto y el amable. Quizá no está aquí para esconderse, sino para dejar salir una parte de él que no le gusta mostrar frente a otros ¿Pero por qué? A mí me agrada este lado de Drew...

A menos de que, en medio de esta actitud se encuentre el gatillo de lo que sucedió el año pasado. Él prometió que no volvería a suceder, o al menos eso dijo Lid ¿Estará luchando para que esa promesa se cumpla?

—Está bien —dice justo cuando creo que va a rechazar mi propuesta de acompañarlo a correr —. Mañana puedes correr conmigo, te buscaré en tu casa a las siete en punto y espero que estés vestida con ropa deportiva por tu bien. Soy puntual, así que no duermas de más.

Es involuntaria la forma en la que nace una sonrisa en mis labios al escucharlo decir eso, y creo que también le resulta involuntario a él devolverme el gesto.

—Veamos si sigues sonriendo así luego de hacer ejercicio conmigo —dice, poniéndose de pie. Estira su mano hacia mi y me sorprende lo rápido que la tomo —. Ven. Salgamos de aquí antes de que nos de un resfriado a ambos, niña linda.

—Creí que odiaría ese apodo —señalo.

—¿Y lo odias?

—Sorprendentemente, no. Creo que me gusta.

Él me impulsa para que quede de pie y, por un instante, siento que estamos demasiado cerca. Su pecho choca con el mío y el reflejo de la luna queda a una distancia poco prudente de mi mirada. Me alejo con rapidez, deseando que él no notara el sonrojo en mis mejillas. Ni siquiera sé porqué me sonrojé.

—Me alegra que te guste, porque no tenía pensado dejar de llamarte así —es lo que dice, comenzando a caminar hacia la puerta. Si notó mi sonrojo, no se molesta en señalarlo —. Aprovechemos que todos están distraídos con la fogata para quitarle algo de comida a tu cuñado.

—Eso es como robar, niño tonto.

—Sorprendentemente, también me gusta mi apodo.

No puedo evitar reír. Drew debe de ser la única persona en el planeta tierra que de hecho disfruta que lo llamen tonto. Me acerco a él y abre la puerta, permitiendo que yo pase primero. Cuando comenzamos a bajar las escaleras, empiezo a preguntarme si se comportará igual conmigo abajo, o si volverá a ser el mismo tonto de siempre. Algo en mi pecho duele al darme cuenta de que lo más probable es que él solo se comporte como siempre; me gustaría haber pasado más tiempo en la azotea, aún cuando me hubiese congelado por la brisa.

Sin querer que acabe la conversación, recuerdo un último punto de su teoría. En realidad, él no me explicó algo importante dentro de todos sus trucos:

—Oye, niño tonto.

—¿Sí, niña linda?

—¿Cómo haces para lidiar con los recuerdos que se guardan en el corazón?

Sé que dejó de bajar las escaleras cuando dejo de escuchar sus pasos tras de mi. Volteo, queriendo saber qué ocurrió y al mismo tiempo con ganas de ver su cara ante mi pregunta. Me sorprende que los mismos ojos que reflejaron la luna hace unos momentos ahora se vean tan afectados. Sus manos están en los bolsillos de su pantalón, su cabello algo alborotado y su mirada en un punto que va más allá de mi.

Quizá no debí preguntar...

—No puedes lidiar con ellos —es su respuesta —. Los recuerdos del corazón afectan todos: marcan tu mente y tu cuerpo por igual. Tú no los controlas, ellos te controlan a ti. Te construyen y destruyen por igual.

>> Las personas que están ahí adentro, las que forman esos recuerdos, tienen el poder de arreglar tu corazón y de romperlo sin que tú puedas hacer algo al respecto. Por eso son tan letales...por eso no puedes hacer nada contra ellos.

—¿Y tienes muchos de esos?

—Más de los que me gustaría.

La tristeza en sus ojos me lleva a preguntarme, ¿qué tan letales serán los recuerdos que guarda el corazón de Drew Osbone?

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