El disfraz
Me tiré agotada sobre el sofá de la casa, esperando a que mi amiga Romina me pasara a buscar para poder pasar el fin de semana juntas. Llevábamos tantos años de amistad que prácticamente éramos hermanas por todo el tiempo que pasamos juntas.
Saqué mi celular y comencé a revisar mis redes sociales, topándome con que tenía algunos mensajes de voz de mi amiga Jessica y pensé que tal vez sería para preguntarme si ya habían subido las notas. Que si bien ella estudiaba arquitectura, compartíamos algunas clases desde el primer semestre, nos volvimos amigas al trabajar juntas.
En cuanto entré a la conversación, reproduje el audio:
«Espero que no te hayas olvidado de que voy a celebrar mi cumpleaños mañana en la noche».
Mierda.
No tenía idea de que era en ese fin de semana su cumpleaños, por lo que le mandé un audio diciendo:
—¿No era la próxima semana? Estaba segura de que era el otro sábado y no mañana.
A lo que Jessica me contestó casi de inmediato:
«Es mañana, sábado 1 de febrero de 2020. Te lo había dicho clarito».
«Pero bueno, ya sé cómo eres y por eso te lo recordé».
«Solo espero que no hayas olvidado comprar un vestido».
Impactada y confundida, decidí mandarle otro audio a mi amiga:
—¿Vestido? ¿Para qué? Yo pensaba ir con mis pantalones ochenteros y una polera sin mangas.
Me envió un último audio, donde por su tono, deduje que estaba al borde de un ataque de risa:
«¡Weona, la fiesta es de disfraces!».
«Tienes que disfrazarte como princesa o reina, porque la temática es de la realeza».
Finalmente, le dije que esperaba que tal vez Romina tenía algo para prestarme y, si no, podía convencerla de ayudarme a buscar algo para ponerse, a lo que Jess me deseó buena suerte, entre risas. De verdad ella subestimaba la buena voluntad de Romi.
—Celi —me llamó mi mamá, como diminutivo de «Celeste»—, ¿tienes todas tus cosas listas?
—Sí, tranquila.
—Recuerda que puedes llamarnos en cualquier momento, voy a estar pendiente y...
—Mamá, solo disfruta el fin de semana con papá, es su aniversario. Voy a estar bien.
—Ay, la mamá de la Romi fue tan amable al decir que te podías quedar allá, realmente me salvó.
—Tampoco sería para tanto que me quedara sola, ya tengo veinte...
—Sigues siendo mi niña y punto.
—Ok, ok. No voy a seguir discutiendo contigo.
—¡Perfecto! —exclamó y me dio un beso en la mejilla.
Mi mamá subió las escaleras y suspiré. Por primera vez en mucho tiempo iba a estar un fin de semana sin mis padres, solo que esperaba que me dejaran sola, pero no, pues se me adelantaron y hablaron con los padres de Romina para que me quedara con ellos, antes de siquiera contarme que se iban a viaje por sus veinticinco años de casados.
En circunstancias normales, mis padres me estarían haciendo muchos problemas por decirles que al día siguiente iría a una fiesta, pero como no iban a estar y Romina también estaba invitada, ¿por qué tendría que decirles? Solo debía revisar si tenía dinero suficiente para arrendar un disfraz y comprar un regalo, así que saqué mi celular y revisé en la aplicación del banco cuánto tenía en la Cuenta RUT¹:
Cinco mil pesos chilenos².
Cresta.
Mi suerte no podía ser peor.
—¡Celeste, por Dios! —me gritó mamá, interrumpiendo mis pensamientos pesimistas y obligándome a despegar la vista del celular—. ¡Es la segunda vez que tocan el timbre! Anda por tus cosas porque de seguro son los padres de Romi.
Dicho y hecho, Romina, una hermosa trigueña de cabello ondulado y ojos verdes, me estaba esperando en la puerta, mientras sus padres estaban en el auto. Tomé rápido mis cosas, me despidí de mis padres y me fui con mi amiga a pasar el fin de semana en la casa de ella.
Demasiado perfecto para ser real, si es que quitaba el factor de no tener un regalo para Jessica ni un disfraz de princesa.
En cuanto llegamos a la casa de Romina, ella comenzó a hablar sobre cómo sería la fiesta y buscó su vestido, mientras que yo sacaba algunas cosas de mi mochila. La escuchaba con cierto nerviosismo de mi parte, pues no tenía idea de cómo resolvería aquello sin contarles a mis padres, que de seguro no me querrían transferir si sabían lo que pasaba.
—¿Y tu disfraz? —me preguntó Romina y se sentó a mi lado.
—Pues...
—¡Olvidaste la fiesta!
—¡No! Solo olvidé que era mañana... y que era de disfraces.
—En conclusión, sí olvidaste la fiesta.
—Ok, lo admito: quizás olvidé un poco la fiesta.
Romina se levantó de repente y se dirigió a la puerta de su habitación para salir.
—¿A dónde vas? —le pregunté extrañada.
—Vamos a conseguirte un vestido.
—Ni siquiera tengo dinero, es inútil.
—Pues... yo sí tengo. ¿Compraste un regalo?
—Eh... tengo 5 lucas —dije. Acá en Chile, la palabra "luca" significa mil pesos chilenos.
—Sí alcanza para un regalo decente si sabemos dónde buscar, y yo sé exactamente dónde. Le voy a pedir a mis padres un poco de plata para el pasaje y vamos.
—¿Qué haría yo sin ti?
—Pues nada. Evidentemente soy tu hada madrina.
Por petición mía, nos enfocamos primero en buscar un buen regalo, dirigiéndonos a un mercado barato en otra comuna. Viajamos en metro y caminamos hasta llegar a un mercado enorme, donde uno podía encontrar todo tipo de cosas, desde prendas de vestir y telas preciosas a bajo costo, hasta libros usados y nuevos a un cuarto del valor normal.
Como ya se nos había hecho tarde, no alcanzamos a buscar un disfraz, pero contábamos con el día siguiente para encontrar uno. El optimismo siempre iba de la mano de Romina, a la vez que mi negatividad parecía echarle contienda cuando nos devolvíamos a la casa de la trigueña, pues no paraba de decirle que no íbamos a encontrar un disfraz como el que necesitábamos y que encima me quedara, sobre todo porque muchas tiendas no abrían los fines de semana desde el estallido social.
Pensar en el estallido me hizo recordar en alguien a quien conocí en una de las primeras convocatorias a las marchas, por parte de mi universidad. Desde octubre estábamos saliendo a nuestra manera y no le conté a mis amigas que había intentado salir con un chico en los últimos meses. Él estudiaba ingeniería con un primo mío en la misma universidad que nosotras, así que, hubiera sido bastante incómodo si sabían de nuestra relación extraña y nos topábamos en algún momento con él, sobre todo porque nuestra manera de salir era más parecida a un "casi algo" que una relación como tal.
Como dije y para que quede más claro, no era una relación formal de pareja. Salíamos de vez en cuando a recorrer algunas comunas de la región y no podíamos evitar caminar abrazados o que apoyara mi cabeza en su hombro cuando nos sentábamos juntos en el transporte público. Teníamos todo para ser una pareja, pero nos manteníamos en la etiqueta de amigos, por el miedo de él a estar en una relación y terminar ambos lastimados.
Aunque él no se diera cuenta, aquella situación me dañaba más que una ruptura. Constantemente me sentía en las nubes cuando estaba con él, hasta que inevitablemente se marchaba y debía volver a la realidad de que él no era mi pololo³. Era como estar en un cuento de hadas y despertar en un libro de Stephen King.
Mi interior ardía con cada toque de él y no poder llamarlo mío, tampoco decir que era suya. La ilusión se había apoderado de mi mente y me mantenía aferrada a un "tal vez", mientras el fuego consumía mi interior sin aviso.
Mientras intentaba conciliar el sueño en la habitación de Romina, una lágrima escurrió por mi mejilla al pensar en aquellos momentos que viví con Pablo, el chico con el que había salido en los últimos meses.
A la mañana siguiente, un golpe en la cara con una almohada logró despertarme, o más bien, varios golpes con una almohada. Romina quería que me levantara rápido para que pudiéramos buscar un vestido, pero ya no tenía ánimos siquiera de salir a la fiesta. El recuerdo de Pablo y sus difusas intenciones me había amargado el sueño y, con ello, mi despertar.
Y si desperté mal, solo podía ser un día de mierda, nada más.
—Romi, creo que iré vestida normal —dije ante su insistencia.
—No, no lo harás. Buscaremos un bonito vestido, compraremos una tiara e irás como toda una princesa a la fiesta.
—¿Y con qué plata lo pago? —Necesitaba una excusa para faltar... digo, para ir vestida normal.
—¡Con la mía!
—¡Pero no quiero ser una amiga parásito! Fue muy divertido salir ayer y hacer todo lo que hicimos, pero ya es mucho que quieras pagar algo así.
—No es mucho. Eres mi mejor amiga y siento que es lo mínimo que puedo hacer por ti, porque... bueno, siempre estás cuidando de todos, siempre estás ayudando a todos y siempre te preocupas de que todo salga bien. Déjame devolverte la mano esta vez y ayudarte.
La miré con ternura y la abracé, aceptando la ayuda de su amiga. Ella no lo sabía, pero sus palabras me arreglaron el día.
Luego de bañarnos y vestirnos, bajamos a desayunar con pastelitos hechos por la mamá de Romina y jugo natural.
Mientras desayunaban, Romina le pidió a su hermano mayor que le depositara dinero en su cuenta. Al principio, él estuvo dudando de hacerlo, pero finalmente la chica lo convenció de hacerlo. Luego de eso, preparamos nuestras cosas para salir, Romina le pidió permiso a su mamá y ella se mostró enfadada en un comienzo con su hija por salir tantas veces de improviso, pero Romina insistió en que era por una buena causa.
***
Pasamos un par de horas revisando tiendas y luego fuimld a almorzar, para seguir recorriendo después de comer helados de postre.
—Romi, esto es ridículo —dije frustrada—. Ya hemos ido a varias tiendas y ninguna tiene disfraces de princesa para adulto, ¿qué te hace pensar que esta tienda sí?
—Confía en mi intuición. Si yo pude comprar uno de la princesa Bella, demás que encuentras uno de otra princesa en arriendo.
Entramos a la tienda y comenzamos a revisar. Ya no tenía ganas de insistir y pensaba en ir vestida de forma normal, pero ante la persistencia de Romina, no podía negarme a intentarlo al menos.
Además de estar desanimada por lo de Pablo y no querer salir, otra razón por la que no quería buscar más, era porque quedaba en deuda con Romina. Si bien mi amiga se había ofrecido a pagar el arriendo del vestido sin que le pidiera, me daba mucha vergüenza la situación, pero no tenía otra opción en realidad.
—¡Celi! —me gritó Romina desde un rincón de la tienda—. ¡Encontré un disfraz de Cenicienta!
Oh no, justo lo que temía: que Romina me encontrara un disfraz, e iba a insistir en comprarlo ella. Ya no tenía escapatoria.
—Romina, no puedo ponerme ese disfraz.
—¿Por qué?
—Porque no puedo pagarlo.
—¿Y? Yo lo pago. ¡Es más! Te lo voy a comprar. Considéralo como un obsequio.
—Romi, no.
—¿Y por qué no? Tú siempre me das las cosas ricas que preparas y te preocupas de mí. Ahora quiero hacer lo mismo por ti.
—¡Pero esto no es un detallito, es un detallazo!
—¿Y? Quiero hacerlo. Siempre dices que es más reconfortante dar que recibir.
—Sí, cuando uno da algo de suma necesidad a quien carece de recursos.
—Esto es lo mismo.
—¡No! Puedo ir vestida así, nada más. Además, no creo que me quede bien.
—Pruébatelo. Si no te queda, no lo llevamos, pero si te queda... ¡será obra del destino! Y si el destino quiere que lo uses, yo debo cumplirlo, y tú no puedes negarte a él.
—¡Ya! ¡Está bien! Me lo probaré si dejas de hinchar. Si me queda, lo vamos a arrendar, no a comprar.
—Lo pensaré. Recuerda que por este fin de semana, soy tu hada madrina. —Sonrió guiñando el ojo.
Avancé de mala gana hacia el probador y, una vez adentro, me puse el vestido. Era divino, mucho más hermoso que cualquier disfraz normal. Parecía realmente un vestido de princesa de época, y combinaba bastante bien con el collarín de encaje negro que usaba, muy parecido al de Cenicienta en la película animada. Me coloqué también los zapatos, que obviamente no eran de cristal, mas eran tan preciosos como los describían en el cuento.
En cuanto salí del cambiador, Romina dio un chillido de alegría al verme. Ante el sonido, fueron a ver la vendedora de la tienda y otros clientes que estaban ahí, observándome con expresiones de asombro.
—Tú eres Cenicienta —me dijo, recalcando con su tono la palabra "eres".
—Romi, por favor, no exageres.
—Solo te falta estar rubia, pero eso lo puedo solucionar en un ratito.
—¡No te vas a meter con mi pelo!
—Es que, como tu cabello está rojo, pareces más la Sirenita, pero no está el disfraz y este vestido te queda divino, así que, hay que poner tu pelo rubio.
—Prohibido que le hagas algo a mi pelo. En serio: te acercas a mi pelo y te mato.
—Ay ya, pero te verías muy bien si te lo dejaras rubio.
—Chicas —nos interrumpió la vendedora—, puedo prestarles una peluca rubia.
—¡Sí! —gritó Romina.
—¡No! —respondí enfadada.
***
—¡Ay, hola! —exclamó Jessica en cuanto nos vio del otro lado de la reja. La morena tenía puesto un hermoso disfraz de la princesa Jasmine y una corona en la cabeza, por ser la cumpleañera.
En cuanto nos abrió, se tiró a abrazarnos de inmediato. Romina después volteó hacia el auto de sus padres e hizo un gesto de despedida.
—¡Recuerden que vendremos por ustedes a la medianoche! —nos gritó la mamá de Romina desde el auto.
—¡Pero es muy temprano! —se quejó Romina.
—A ese acuerdo llegamos con el papá de Celeste para poder traerla a la fiesta.
—¿Qué? —exclamó extrañada.
Los padres de Romina se fueron, dejándonos confundidas. Ambas nos quedamos mirando al auto mientras se iba y nuestros rostros empezaron a mostrar preocupación.
—¿Entonces mis padres saben lo de la fiesta sin que yo les dijera? Ahora sí que me van a matar.
—Confirmo.
—Hey —me llamó la atención Jessica—. ¿Desde cuándo tienes el cabello rubio?
—Eh...
—Desde que la obligué a ponerse una peluca para completar el look. —Sonrió triunfante Romina—. ¿No se vería divina con el pelo rubio? Podrías dejártelo así un tiempo.
—No se acostumbren a verme así —dije tajantemente—. En cuanto se me empiece a quitar el tinte rojo, juro que me lo voy a teñir otra vez.
•••
Conceptos:
Cuenta RUT¹: la Cuenta RUT es una cuenta bancaria ligada al RUT (número de identificación de una persona), sin necesitar un mínimo por mantención de la cuenta, solo se descuenta cierta cantidad de dinero al momento de realizar un retiro o depósito (no al pagar o hacer una transferencia). Es la forma más fácil para pagar para muchos, pues uno puede usar una tarjeta bancaria sin tener que tener un ingreso fijo y una cuenta para depósitos incluso internacionales (igual, aparecieron las mismas opciones con otros bancos y muchos actualmente acceden a otras tarjetas).
Cinco mil pesos²: en cuanto a la conversión de cuánto es un dólar estadounidense en pesos chilenos, a la fecha (9 de febrero de 2023) un dólar son 800 pesos chilenos, que a inicios de 2020 estaba a ese mismo precio en la conversión (que loco que luego de 3 años, volviera al mismo precio). El punto es que cinco mil pesos chilenos no es mucho dinero, aunque sí alcanza para libros de segunda mano (los nuevos cuestan usualmente sobre el triple de lo que uno puede encontrar en las ferias y puestos de libros usados) o detallitos en algunos puestos de mercado.
Pololo³: es lo que usualmente se conoce como novio, pero anterior a un compromiso de boda. Es una relación romántica formal, sin haber compromiso de por medio. En Chile, el término novio queda para los que se comprometen o ya están en la boda.
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