Capítulo 12
El capítulo es largo, así que os he dejado un separador en medio para que podáis descansar la vista durante un rato antes de continuar.
Cuidaos los ojitos
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Mientras la oscuridad se adueñaba del cielo, las calles de Rosenshire se iluminaban con farolillos de papel blancos y azules y el ruido de la música y las risas inundaba cada rincón. Sunan y yo caminamos entre el gentío con los brazos entrelazados, fingiendo ser una pareja de otro pueblo atraída por la promesa de una buena noche de fiesta.
El olor del pan de manzana de Cadell me atrajo como el canto de una sirena, filtrándose entre las callejuelas y guiando mis pasos en su dirección. Eché a andar entre los transeúntes, aferrándome a la seguridad de que no podrían reconocerme, pero ocultándome de aquellos que sí podrían hacerlo. Para mi fortuna, sabía que Cadell no era uno de ellos porque vivía en un mundo distinto al nuestro, uno que había creado en su interior y cuya llave solo le pertenecía a él.
Algunas veces conseguía devolverlo al mundo real, pero cualquier silencio demasiado largo solía arrancarlo de allí con una facilidad alarmante. Lo cierto era que envidiaba su capacidad para evadirse del mundo bajo cualquier circunstancia, una capacidad de la que yo solo podía hacer uso cuando me sumergía en un libro o alguien me contaba una historia.
Enfilamos por las callejuelas hasta dar con el pequeño puesto de Cadell. El pobre trabajaba a destajo mientras la fila de personas que esperaba su porción de pan se hacía cada vez más larga y su madre iba y venía con cestas cargadas de comida.
Cuando Sunan adivinó mis intenciones, frenó en seco.
—Aisha, no hemos venido a pasarlo bien, sino a detener todo esto.
Exhalé un suspiro y me giré hacia él, molesta.
—Lo sé, pero el solsticio dará comienzo en unas horas. Aún tenemos tiempo y yo soy incapaz de pensar si tengo el estómago vacío. Además, el hambre me pone de muy mal humor.
Sunan resopló y, como siempre que yo insistía demasiado, claudicó. Rebuscó en su bolsillo y sacó una moneda resplandeciente. Me la tendió, pero, cuando estuve a punto de atraparla, retiró la mano.
—¡Eh! ¿Qué haces?
—Te la daré con una condición.
Aún bajo la máscara, veía el brillo travieso de su mirada.
—¿Cuál? —gruñí, cruzándome de brazos.
—Que me des la mitad, por supuesto. No pensarás comerte todo eso tú sola, ¿verdad?
Hice un mohín. Lo cierto era que no tenía intención de compartirlo, pero, dado que él era quien pagaba, habría sido increíblemente desconsiderado por mi parte comerme el pan yo sola.
—Está bien, pero yo me como la parte más crujiente.
Sunan se rio.
—Incluso en esto tienes que salir ganando.
—¡Es que es mi parte favorita!
—Tienes suerte de que prefiera el relleno, entonces —dijo, tendiéndome la moneda.
Tuve que esperar en el final de la fila mientras Sunan inspeccionaba otros puestos y sus respectivos dueños le ponían mala cara. Siempre me preguntaba el por qué de la hostilidad que muchas personas sentían hacia Sunan. Al principio creí que era casualidad, pues Gwyn siempre ha sido desagradable con todo el mundo y Jac estaba movido por los celos, pero empezaba a ver una especie de patrón, una reacción instintiva de cualquier persona que estuviera cerca de él.
Sin embargo, mi hermana había sido agradable con él, quizá lo había disimulado, pero era poco probable.
Me rasqué la cabeza, pensativa.
—¿Va a pedir algo? —preguntó Cadell cuando llegó mi turno.
Me sobresalté y asentí, señalando el pan de manzanas. No dije una sola palabra por temor a que me reconociera por la voz. Cadell se encogió de hombros.
—Cuestan una moneda de cobre.
Le entregué la moneda y él cogió el pan y le espolvoreó azúcar por encima antes de tendérmelo. Aún no sabía cómo se las arreglaba la madre de Cadell para conseguir azúcar cada año, pero no recordaba un solsticio de verano en el que hubiera faltado aquel delicioso manjar. Tomé el pan y salí de allí lo más rápido que pude.
Sunan estaba hablando con un tendero que vendía una especie de abalorios contra la mala suerte. El hombre le estaba asegurando que le protegerían contra cualquier mal y también le recomendó uno para el amor y la buena fortuna, algo que, según el tendero, le vendría bien. Los había muy bonitos: colgantes con forma de luna y estrellas, pulseras con forma de escamas y una especie de brazalete azul que imitaba la forma en que las olas se movían. Me incliné hacia el brazalete, curiosa.
—Y este, ¿para qué sirve? —pregunté.
El hombre arqueó una ceja y cogió el brazalete entre las manos. Lo examinó con detenimiento, probablemente, pensando en las propiedades que podría atribuirle para hacerlo más atractivo. Estaba segura de que se inventaría algo relacionado con el mar, pero, en lugar de eso, nos miró a Sunan y a mí y esbozó una sonrisa.
—Este otorga felicidad —dijo.
—Gracias —le dije con una sonrisa—. Tiene un puesto muy bonito. Le deseo suerte.
El hombre intentó añadir algo más, quizá para intentar convencerme de que lo comprara, pero yo no tenía una sola moneda en el bolsillo y no pensaba pedirle dinero a Sunan para un capricho. Me di la vuelta para marcharme cuando escuché a Sunan hablar.
—Nos lo quedamos.
Me di la vuelta, sorprendida.
—¿Qué? ¿Estás seguro de que...?
—Son dos monedas de plata —señaló el tendero, irguiéndose tras su puesto.
Sunan arqueó una ceja.
—Cinco monedas de cobre.
—Diez —regateó el tendero, cruzándose de brazos de forma autoritaria.
—Seis
El tendero apartó la mirada, como si hubiera perdido el interés en la transacción, y dejó el brazalete de nuevo junto al resto de abalorios.
—No importa, otro se quedará el brazalete.
Sunan resopló.
—Siete y es mi última oferta.
El hombre miró a Sunan de forma amenazadora un instante, como si estuviera sopesando la oferta, y pronto le dedicó una sonrisa de oreja a oreja y le tendió la mano.
—Trato hecho, pero que conste que acepto porque no podría dejar sin brazalete a una chica tan hermosa.
—Pero si no le ve la cara —señaló Sunan, confundido.
—No es la cara lo que estaba mirando.
Por un segundo, estuve completamente segura de que Sunan le propinaría un puñetazo al tendero, pero finalmente le tendió las siete monedas y cogió el brazalete él mismo. Luego, me tomó la muñeca y, con suavidad, me lo puso.
Sentí el frío tacto de la joya durante un breve instante, pero pronto se aclimató a mi piel. Lo miré con una sonrisa. Era hermoso.
—Gracias —murmuré.
Aún no entendía porqué hacía todo eso por mí, pero, en ese momento, mientras me llevaba la mano al pecho y acariciaba el brazalete, no me importaron los motivos. Sonreí de oreja a oreja.
Antes de que me diera cuenta, Sunan me arrebató el pan de la mano y lo partió por la mitad, ofreciéndome la parte más crujiente. Le di un mordisco a mi porción mientras enfilábamos por la calle, siguiendo la procesión de enmascarados. El pan era tan dulce como lo recordaba, quizá más, por lo mucho que lo había echado de menos. Sunan engulló el suyo en apenas dos bocados y yo me lo comí despacio, saboreando cada bocado. Siempre quería que durase más de lo que realmente podía durar.
Un coro de risas y aplausos estalló en medio de la calle y ambos nos sobresaltamos. Era el pistoletazo de salida para el solsticio. A partir de ese momento, una procesión de enmascarados bailaría alrededor de las calles del pueblo hasta descender a la playa, donde se encendería una hoguera en honor al mar y, cuando cayera la medianoche, se lanzarían a sus aguas en busca de deseos.
Sunan y yo nos miramos a la vez.
—Ya ha dado comienzo —me dijo en voz alta para dejarse oír entre los vítores.
—Tenemos que encontrar a mi hermana. Dijo que estaría frente a la taberna de Gwyn.
Nos separamos de la procesión de gente que descendía por la calle y nos adentramos en unas callejuelas hasta llegar al centro del pueblo. Allí, frente a la taberna y entre grupos de borrachos incapaces de mantenerse en pie, estaban Mared, Lynette y Jac. Era imposible no distinguirlos, no solo porque todos los años llevaban las mismas máscaras, sino porque eran un grupo de lo más llamativo. Jac tenía las manos metidas en los bolsillos y su antifaz azul, al que yo le había cosido una diminuta concha iridiscente que habíamos encontrado en la playa.
Nos acercamos a ellos desde el otro lado de la calle y Mared fue la primera en vernos. Esbozó una sonrisa que quedaba medio oculta bajo su antifaz de plumas azules. Mi hermana llevaba uno igual, pero las plumas eran blancas. Lo habían confeccionado juntas en el último solsticio, tras comprarle las plumas a un mercader que las había desechado.
Mared se acercó a mí y me dio un abrazo que me pilló desprevenida, pues la chica nunca había sido asidua a las muestras de afecto, al menos conmigo. Mi hermana no tardó en unirse a nosotras y me estrechó entre sus brazos.
—¡Dios santo! Creí que te habías ahogado o algo mucho peor. Nos has dado un susto de muerte, ¿sabes? —me dijo Mared, mirándome con sus preciosos ojos castaños—. La próxima vez que vayas a huir de tu boda, avísanos y te ayudaremos a escapar, así no tendrás que tomar medidas tan drásticas.
Me eché a reír.
—Prometo que os avisaré la próxima vez que lo haga.
Jac se había quedado atrás, con las manos en los bolsillos y cabizbajo. Las cosas entre nosotros no iban demasiado bien, pero me negaba a permitir que nuestra amistad se fuera al garete solo porque un extranjero decidió interponerse entre nosotros. Jac y yo habíamos pasado por muchas cosas y sabía que podía perdonarle, porque lo que me había aportado desde que nos conocíamos superaba con creces cualquier traición que pudiera haber cometido contra mí.
—Y, tú, ¿tienes intención de saludarme o vas a quedarte ahí como una estatua? Estoy segura de que ese grupo de borrachos te acogerá amablemente si traes alguna moneda en el bolsillo.
Jac me dedicó una sonrisa débil y se acercó a mí, manteniendo las distancias.
—Hola —murmuró.
Tragué saliva.
—Hola.
—Te veo bien —me dijo, tímidamente. Luego suspiró—. Parece que ha pasado una eternidad desde la última vez que hablamos.
—Pues fue hace menos de una semana —acotó Sunan, ganándose una mirada de reproche de parte de Jac y la curiosidad de Mared.
Tomé una bocanada de aire.
—Mared, él es Sunan. Me salvó de... bueno, de ahogarme. Los demás ya le conocéis.
Vi cómo Jac se mordía la lengua para no soltar algún comentario mordaz. Mared, sin embargo, miró a Lynette antes de decidir cómo iba a saludar a Sunan. Mi hermana le dio un empujón en el hombro que no fue nada disimulado y, finalmente, ella le dedicó una sonrisa un poco forzada.
—Encantada de conocerle —le dijo—. Gracias por salvar a nuestra amiga.
Sunan asintió.
—No ha sido nada. Lo habría hecho por cualquier persona.
Arqueé una ceja. Definitivamente, Sunan tenía una capacidad abrumadora para ofender a los demás sin ser consciente de ello. Y, ahora, había conseguido descenderme a la categoría de cualquier persona, algo que me molestaba muchísimo.
—Bueno —dijo Lyn, carraspeando sonoramente para romper la tensión del ambiente—, entonces, nos vamos a convertir en caballeros por una noche para salvar a todo Rosenshire, ¿verdad?
Le sonreí. Mi hermana siempre hacía lo posible para que todos fueran felices y no hubiera tensión entre nosotros. Era una especie de pacificadora. Siempre que Jac y yo teníamos una discusión, algo que, afortunadamente, no solía ocurrir, era quien mediaba entre los dos e intervenía para evitar que llegáramos a enfadarnos de verdad.
—Sí y será mejor que nos pongamos en marcha cuanto antes —dijo Sunan—. De lo contrario, este será el último solsticio de verano que podréis disfrutar.
Los cinco nos pusimos en marcha, fundiéndonos ente la masa de gente que descendía calle abajo, hacia la playa. Algunos llevaban antorchas y, si no fuera por las máscaras y el ambiente jovial, bien podría pensar que estaban camino de quemar a una bruja. Afortunadamente, en toda la historia de Rosenshire jamás se había acabado con la vida de una mujer injustamente y, menos aún, por miedo. Lamentablemente, eso no nos eximía de ser vendidas como ganado en una feria.
Nos situamos entre los más rezagados, los cinco apelotonados para evitar separarnos. En otro momento, me habría colado entre el gentío y habría bailado con cualquier persona dispuesta a hacerlo, pero, allí, con la presión de la maldición que podría cernirse sobre Rosenshire, me sentía incapaz de pensar con claridad. La gente se me antojaba molesta, pegajosa y demasiado ruidosa para ser mínimamente tolerable.
Aún así, aguanté hasta que descendimos a la playa y luego nos hicimos a un lado mientras la gente se congregaba alrededor de la hoguera y lanzaba las antorchas para alimentar las llamas. Jac, que estaba un poco apartado del grupo, se limitó a observar cómo las llamas ascendían rápidamente hasta convertirse en un incendio.
—¿Alguna idea de cómo podemos evitar que toda esta gente se lance al mar? —preguntó Mared, analizando los cientos de personas que aún seguían desfilando con sus antorchas
—Esa es una buena pregunta —dijo Sunan. Se giró hacia Jac—. ¿Qué probabilidades hay de encontrar un tiburón en estas aguas?
Él se encogió de hombros.
—Pocas. Pero, si hubiera un tiburón, lo que querrían es pescarlo, no huir de él. Últimamente no estamos haciendo buenas capturas.
—Pero se olvidarían de pedir del deseo y se pasarían la noche arpón en mano en busca del tiburón.
—Los pescadores sí. —Jac hizo una mueca—. El resto no.
Me crucé de brazos, pensativa.
—Tiene que haber algo que podamos hacer.
Mi hermana sacó una botella de vino del pequeño bolso que llevaba colgado a un lado y del cual ni me había percatado. Reconocía la botella por el sello grabado a fuego que llevaba el tapón: era de la taberna de Gwyn. Me resultaba extraño que la anciana le hubiera dado una botella a mi hermana, a quien siempre había considerado demasiado floja para beber cualquier cosa que no fuera agua o un vaso de leche.
—Sí, debería haberlo —dijo, batallando con el tapón de la botella—, pero aún faltan tres horas para medianoche. Estoy segura de que daremos con algo lo antes posible.
—¿Gwyn sabe que tienes esa botella en las manos?
Mi hermana se sobresaltó y estuvo a punto de dejar caer la botella.
—Claro, por supuesto que sí —dijo, con una voz demasiado aguda para sonar mínimamente realista.
—Por favor, dime que no le has robado la botella.
—¡No se la he robado! —gruñó a la defensiva.
—La ha comprado mi hermano —dijo Mared tímidamente—. Jac no estaba de humor para beber.
Todos miramos en dirección al aludido, que chasqueó la lengua y nos dio la espalda como si no existiéramos.
—No me apetecía beber vino.
Suspiré y fui junto a él. Observamos las llamas de la hoguera danzar en la oscuridad de la noche. Eché un vistazo hacia Sunan, que se había quedado hablando con mi hermana. Ella parecía ser la única que no sentía animadversión hacia él y trataba de hacer que se sintiera a gusto entre nosotros. Sonreí.
—Sé que llego tarde, que soy un cabezota y un estúpido, pero quería disculparme por haberte dado la espalda y... en fin, por todo. No he sido el mejor amigo del mundo. Más bien he sido el peor —dijo Jac de pronto.
Le miré a los ojos, sorprendida.
—Jac, no tienes que...
—Sí, tengo que hacerlo porque actué mal. No tenía derecho a reclamarte nada y, mucho menos, a negarte mi ayuda cuando más me necesitabas.
Suspiré.
Sabía que debía estar enfadada con Jac, que tendría que golpearle, gritarle y decirle que había sido el peor amigo del mundo, pero era absolutamente incapaz. Él siempre había estado ahí. Cuando Lynette y yo despertamos aquella mañana para descubrir que nuestros padres no estaban, Jac fue el primero que nos abrió las puertas de su casa hasta que mis tíos decidieron hacerse cargo de nosotras. También estuvo ahí el día en que descubrimos que el barco había desaparecido en altamar. Estuvo en todos y cada uno de los momentos de mi vida, ya fueran buenos o malos.
¿Cómo iba a guardarle rencor a alguien que solo me había fallado una vez?
—Te perdono, pero solo si prometes que bailarás conmigo.
Jac abrió los ojos de par en par y echó un vistazo hacia el lugar donde se encontraba Sunan.
—¿No le molestará?
—¿Por qué iba a molestarle? Ya te he dicho que es un amigo.
—Sí, Lyn me contó lo sucedido y también todo ese cuento de los dioses, pero aún sigo sin entender cómo alguien se lanza de un acantilado para salvar la vida de una persona a la que ni siquiera conoce. La altura habría sido suficiente para mataros a los dos.
—¿Tú no habrías saltado?
—¿Por ti? Por supuesto que sí, pero no lo habría hecho por alguien a quien no conozco.
Jac tenía razón, pero no estaba en posición de juzgar las acciones de Sunan. A fin de cuentas, él me había salvado la vida. Quizá me había condenado a estar atada a él para siempre, pero esa perspectiva no me parecía tan terrible siempre que me permitiera inspeccionar su biblioteca y siguiera cocinando él.
—Bueno, pues él lo ha hecho. Ahora, ¿piensas bailar conmigo o se lo pido a Sunan? Oh, creo que Cadell ha cerrado el puesto, se lo pediré a él.
A Jac se le compuso una mueca muy graciosa en el rostro y me tomó de la mano, arrastrándome al gentío.
—No podemos alejarnos mucho de Sunan —señalé cuando estábamos a punto de perderle de vista.
—Ah, me olvidaba de que os habían atado como si fuerais peces en una red.
—Algo así —le dije, echándome a reír.
Bailamos al son de las flautas y los tambores, que retumbaban acompasándose a los latidos de nuestro corazón.
—Quiero dejar claro que sigo sin creerme todo eso de los dioses —me dijo casi a voces para hacerse oír por encima de la música.
—Y yo sigo sin creerme que Sunan te caiga bien.
—Porque no me cae bien.
—Lo dicho, tengo razón.
Jac se echó a reír mientras dábamos vueltas el uno alrededor del otro.
—Siempre tan simpática —se burló.
—Soy estupenda, ya lo sabes.
Él negó con la cabeza.
—Estupendamente cabezota, diría yo.
Le di un golpe en el hombro.
—¡Eh, no me insultes!
—No te insulto, simplemente, soy sincero.
—¡Tu sinceridad es ofensiva!
—¿Pensabais bailar sin nosotras? —dijo Lynette a mi espalda, pellizcándome la cintura. Llevaba la botella de vino en una mano y con la otra tomaba a Mared.
Al parecer, ya habían tenido tiempo de beberse la mitad del vino de Gwyn. En cuestión de una hora tendría que arrastrarlas junto a Jac para que cuidara de ellas.
—¡Cuidado, sinvergüenza! Sabes que tengo cosquillas.
Ella se echó a reír y todos coreamos su risa. Los cuatro bailamos juntos y fue como si no hubiera pasado el tiempo, como si estuviéramos de nuevo en aquella maravillosa época donde nada importaba más allá de pasar un buen rato en compañía de los demás.
Sunan nos observaba a una distancia prudencial, fingiendo que nada de lo que sucedía en el solsticio iba con él. Parecía una estatua, cruzado de brazos y lanzando miradas de soslayo hacia el mar como si fuera el culpable de todo lo malo que sucedía en el mundo.
Y probablemente lo fuera, pero no iba a permitir que se pasara toda la noche de brazos cruzados cuando podía tener un poco de diversión. Luego podríamos solucionar todos los problemas del mundo, pero en ese momento no iba a permitir que se quedara aislado.
Me separé del grupo y me acerqué a él sigilosamente, pero igualmente notó mi presencia.
—¿Ya te has cansado de bailar?
Esbocé una sonrisa.
—No, pero me he cansado de verte quieto como una estatua. ¡Vamos!
No le di tiempo a formular una negativa, tomé a Sunan de la muñeca y le arrastré con nosotros. Al principio se resistió a bailar a nuestro ritmo e intentó marcharse dos veces, pero todas y cada una de ellas le atrapaba y le devolvía al círculo. Al final terminó por unirse a nosotros y bailó hasta que le dolieron los pies.
Cuando la canción cambió el ritmo a uno más pausado, decidimos retirarnos. Le arrebaté la botella de vino a Lyn y bebí un trago largo mientras me sentaba en la arena, junto a una de las pequeñas fogatas que poblaban la playa, rodeando la hoguera más grande. En ese momento, algunos chicos jugaban a saltar por encima de ella y uno de ellos estuvo a punto de caer sobre el fuego. Sus amigos se echaron a reír, burlándose de él.
Sunan se sentó a mi lado y Jac al otro. El primero no tardó en quitarme la botella de las manos y darle un trago. Frunció el ceño en cuanto la probó y se quedó mirando la botella como si estuviera envenenada. Le dio un par de vueltas a la botella e, incluso, la miró por abajo, confundido.
—¡Cuidado, que la derramas! —le dijo Mared, cogiendo la botella como si fuera un tesoro.
—Es vino de moras —murmuró, pasmado. Le arrebató la botella a Mared otra vez para darle un nuevo trago—. Sí, es vino de moras.
—¿Ese es el secreto de Gwynda? —preguntaron todos al unísono.
Sunan se rascó la cabeza, incómodo.
—Es el secreto de mi familia —les corrigió. Luego me miró, confundido—. Lo cierto es que no recuerdo que mi padre le hubiera transmitido la receta a nadie más.
—¿Y tú? ¿Se la revelaste a alguien?
—Había una persona que conocía la receta, pero... —se calló de pronto y se mordió el labio inferior—. No, no puede ser.
—¿Qué no puede ser?
—Imagino que alguien logró dar con la clave de la receta. Es difícil, pero no imposible.
—Además, Gwynda lleva haciendo ese vino toda la vida y su madre también lo hacía antes que ella. Diría que hasta su abuela conocía la receta —añadió Mared—. Mi abuelo solía ir a la taberna solo por el vino.
—Puede que tu padre le transmitiera la receta a alguien más o que él mismo la obtuviera de la familia de Gwynda —dije.
—Mi abuelo inventó esa receta —repuso—. Dudo que la hubiera aprendido de otra persona.
—¿Vamos a hablar de vino o vamos a bebérnoslo? —gruñó Jac, extendiendo la mano para que Sunan le diera la botella.
Me eché hacia atrás cuando Sunan le tendió la botella y me quedé mirando la pequeña hoguera, casi hipnotizada, hasta que una voz conocida me arrancó de mis pensamientos
—¿Qué diablos hacemos en una celebración tan burda como esta? —preguntó.
Hice el mayor esfuerzo posible para no girarme en dirección a Thomas porque sabía que, de hacerlo, existía la posibilidad de que me reconociera, pero no pude evitar que un escalofrío me sacudiera hasta los huesos.
—Buscarla. Nadie puede desaparecer de un momento a otro, Thomas. Tiene que estar en algún lugar y no pienso descansar hasta encontrarla.
Escuché a Thomas suspirar. Sunan se pegó a mí y me pasó el brazo por los hombros para ocultarme de la visión de los dos hombres.
—Será difícil encontrarla entre tanta máscara espantosa. ¿No te vale su hermana? Son de la misma familia, al fin y al cabo.
Lynette y yo compartimos una mirada de preocupación y vi cómo Mared se aferraba a la mano de mi hermana. De pronto, el silencio se había instaurado en nuestro grupo, incluso Jac había perdido su eterna mueca.
—No, esa no me sirve.
Estuve a punto de exhalar un suspiro de alivio al oírle decir aquello. Al menos, tendría la seguridad de que no se llevaría a mi hermana. Me quería a mí, no a ella. Era un peso menos que cargaría sobre mis hombros, pero, aún así, no lo entendía.
¿Por qué seguía insistiendo? ¿Por qué me buscaba? Que una novia huyera el día de su boda era una deshonra para la familia de la mujer, por ello, yo no sería considerada apta para casarme con ningún hombre y mi honor había quedado mancillado, más aún, si salía la luz que vivía con otro hombre, aunque este no fuera mi amante.
—Tranquila —me dijo Sunan al oído—. No pueden hacerte daño, no vamos a permitirlo.
Solo pude relajarme cuando Edward y Thomas se perdieron entre la multitud, analizando a cada persona que encontraban. Se acercaban a todas las muchachas de pelo oscuro que encontraban, saludándolas como si fueran una pareja de amigos inocentes que solamente buscaban una nueva conquista. Para nuestra fortuna, ellos eran los únicos que no llevaban antifaces y, aunque los llevaran, sus lujosos atuendos les hacían destacar entre la muchedumbre como faros en la niebla.
Al menos, podría distinguirlos si volvían a acercarse. Respiré hondo. Mi mente empezó a trabajar a toda velocidad, buscando la forma de detener todo esto cuanto antes, pero solo me topé con un muro. Sunan me pasó la mano por la espalda y su caricia me calmó. Mientras tanto, veía a Jac seguir a los dos hombres con la mirada.
—Descerebrados —masculló—. Hay hombres incapaces de aceptar un no por respuesta. Deberíamos echarlos del pueblo a patadas. No sé qué hacen aquí, creyéndose los reyes de todo y haciendo y deshaciendo a su antojo, ridículos burgueses —escupió.
—Hacen y deshacen porque el sistema lo permite —señaló Sunan, con la mandíbula apretada—. Pon comida frente a un hambriento y hará lo que le pidas con tal de que le entregues más migajas. Este mundo funciona así, para nuestra desgracia. Si alguien desembolsara una cantidad de dinero decente para echar a ese par de Rosenshire, no tendrían tiempo ni de recoger sus cosas.
—Pues alguien debería hacerlo —dijo Jac—, o tendré que echarlos a patadas yo mismo.
—Me encantaría ver eso —murmuró Sunan.
Incluso a través del antifaz, pude ver que Jac arqueó una ceja, para luego detenerse sobre la mano de Sunan, que aún estaba trazando círculos en mi espalda, y apartar la mirada bruscamente.
—No sería la primera vez que lo hago.
—Así que eres un hombre violento, ¿eh? —le preguntó Sunan.
—Solo cuando la situación lo requiere —remarcó bruscamente.
Puse los ojos en blanco.
—¿Cuánto falta para que dé comienzo el solsticio? —le pregunté a mi hermana.
Ella echó un vistazo a la luna, pero apenas me hizo falta seguir su mirada, porque toda la playa estalló en vítores al mismo tiempo. Nos pusimos en pie, alarmados, y fuimos hacia la orilla del mar. Algunos aventureros empezaron a adentrarse en el mar y la desesperación me movió a sujetar a uno de ellos por el brazo.
—Por favor, no entres. ¡Es peligroso!
El chico me miró como si yo fuera una auténtica descerebrada y se soltó bruscamente de mi agarre, haciéndome trastabillar.
—¡Aparta, mujer!
Mared intentaba hacer lo mismo con una chica que se debatía entre sus brazos y su novio la empujó, haciendo que cayera sobre mi hermana. La impotencia se me aferró a la garganta. ¿Qué podía hacer yo para detener a toda esa gente?
Jac se había quedado muy quieto viendo cómo las tres intentábamos detener la catástrofe y, entonces, Thomas y Edward pasaron frente a él. Los burgueses echaron un vistazo en mi dirección y supe que me habían reconocido. Eso fue suficiente para que mi amigo desatara el caos.
Todo sucedió demasiado rápido. Jac echó a andar y les cortó el paso, haciendo que Thomas chocara contra él. El burgués compuso una mueca de asco, como si la simple idea de tocar a alguien como Jac le supusiera una afrenta.
—¡Mira por dónde vas, pueblerino estúpido!
—¿A quién llamas pueblerino estúpido? —le gritó Jac lo suficientemente alto como para que los demás lo escucharan. Algunos hombres se detuvieron a escuchar. Si algo tenían los habitantes de Rosenshire, era un ferviente orgullo hacia su tierra y Thomas había escogido las palabras adecuadas para hacer que el ambiente se tensara como la cuerda de un arco—. ¿Vienes a nuestra tierra a insultarnos, extranjero?
—¿Quién te crees que eres para hablarme de ese modo? ¿Sabes con quién estás hablando, niñato insolente?
—Sí, estoy hablando con alguien que va a pasar la noche intentando recoger sus dientes de la arena.
Thomas abrió la boca para proferir una sarta de insultos, pero no llegó a emitir más que un quejido ronco cuando Jac le asestó un puñetazo que le hizo caer de espaldas sobre la arena. Casi al instante, uno de los hombres de Edward se abalanzó sobre Jac, pero no llegó muy lejos. Mi amigo nunca estaba solo en las peleas. Los demás pescadores, que se trataban como si fueran una misma familia, se lanzaron en su ayuda. Hasta vi a Banon abalanzarse sobre un hombre y derribarlo de un solo puñetazo. Pronto, la playa se convirtió en una batalla campal y los pocos que se habían adentrado en el agua, salieron para participar en la pelea o simplemente abuchear a los burgueses.
La pelea se estaba saliendo de control. Fui corriendo hacia Mared y Lynette para asegurarme de que estuvieran bien. Las dos se daban la mano y observaban el bochornoso espectáculo, asustadas.
—¿Estáis bien?
—Sí —dijo Lynette, tragando saliva.
—Regresad a casa antes de que alguien os haga daño, ¿de acuerdo?
Mi hermana dibujó una mueca de espanto.
—Pero y tú, ¿a dónde irás?
—Yo regresaré a casa con Sunan. No os preocupéis por mí y salid de aquí. ¡Vamos!
Le di un corto abrazo a mi hermana antes de que ella y Mared echaran a correr hacia el interior del pueblo. Suspiré de alivio y, más aún, cuando, al mirar hacia el mar, vi que ya no había nadie en el agua.
—Ha funcionado —murmuré.
Sentí que alguien me cogía del brazo y, por un instante, pensé que era Sunan. Estuve a punto de decirle que todo había salido bien, que el plan de Jac había funcionado y que, ahora, teníamos que sacarle de la pelea para que no le hicieran daño, cuando me fijé en quién estaba a mi lado. El corazón se me paró en un instante.
—¿De verdad creías que no te reconocería, Aisha?
—¡Suéltame! —grité, desesperada.
—Ni en sueños —masculló.
Edward me arrastró del brazo a través de la playa mientras yo me debatía e intentaba que me soltara. Hacía tanta presión que sentía un dolor lacerante en todo mi brazo. La expresión que leí en su rostro, aquel odio visceral, era muy distante de las sonrisas altivas que solía lucir siempre que me paseaba por el pueblo como si yo fuera un complemento. En esa ocasión, supe que las consecuencias que tendría que afrontar si él me llevaba, iban a ser terribles. No solo me obligaría a casarme con él, sino que se vengaría.
Sentí un tirón en el lazo. Estaba arrastrando a Sunan con nosotros. Quise gritar de la frustración. Si el lazo no desaparecía, si nos seguía, estaba segura de que lo que le sucedería a él sería mil veces peor de lo que Edward podría hacerme a mí.
Le di una patada en la corva a Edward, que lanzó un gruñido y me dio una bofetada que me hizo trastabillar y caer de espaldas. Me llevé una mano a la cara, con las lágrimas ardiéndome tras los ojos.
—¿Qué...? —murmuré. Nunca me habían golpeado, ni siquiera mis padres cuando me portaba mal, y la sensación de miedo, de desasosiego, me estaba asfixiando y me quemaba—. ¿Cómo te atreves?
Edward chasqueó la lengua, como si estuviera tratando con una niña insolente.
—¿Lo dices tú, que escapaste de nuestra boda? —siseó. Me tiró del brazo y, aunque intenté resistirme, me levantó a la fuerza del suelo—. No tienes ni idea del dinero que me has costado.
Sunan apareció tras Edward y se interpuso en su camino.
—Esa no es forma de tratar a una dama.
Aunque su voz sonaba calmada, había algo frío y afilado como mil cuchillas en sus palabras. Yo, que le conocía y no le temía, me estremecí al sentir su odio a través del lazo.
—¿Qué le importa a usted lo que haga con mi mujer?
—Las mujeres no son objetos que usted pueda utilizar a su antojo y cualquier caballero sabría que esa es una verdad ineludible —señaló, metiéndose las manos en los bolsillos, como si estuviera tratando con un hombre inofensivo en lugar del monstruo que acababa de golpearme—. Un asno, en cambio, aprovecharía la menor oportunidad para secuestrar a una pobre muchacha que, a todas luces, preferiría ahogarse en el mar antes que estar cerca de él.
Edward me clavó las uñas en el brazo y solté un gemido de dolor.
—¡Suéltame! —sollocé.
—Le recomiendo que se meta en sus asuntos y deje las lecciones de moral para quien le importen.
Sunan me dedicó una rápida mirada y dio un paso hacia Edward. Sin palabras, entendí lo que estaba haciendo. Me quedé muy quieta, a la espera.
—Creo que no me he expresado con claridad. Ella es una persona libre, pero si quiere que hablemos como simios, se lo voy a explicar con palabras que pueda entender: esa chica a la que está intentando secuestrar sí que es asunto mío, así que más le vale soltarla si no quiere acarrear con las consecuencias.
—¿Me está amenazando?
—Le estoy advirtiendo de lo que pasará si no me obedece.
—¿Y quién diablos es usted? —dijo Edward, alzando la voz una octava.
—Alguien con la suficiente influencia como para convertir su vida en un infierno si no se aparta de mi camino.
Edward se echó a reír, pero aflojó el agarre sobre mi brazo.
—Dudo que alguien con influencia vista como lo hace usted y, mucho menos, viva en un ridículo pueblo costero que no tiene nada más que paletos galeses.
Apreté los labios, confusa. La ropa de Sunan era casi tan elegante como la de Edward, y la lucía con más porte. No entendía el comentario de Edward, pero tampoco tenía intención de quedarme para averiguar lo que quería decir realmente.
—Nunca juzgue un libro por su portada y, menos, cuando no sabe de lo que es capaz. Escuche, no sé a qué ha venido a Rosenshire, pero es evidente que su objetivo no es casarse con ella, sino obtener algo de ella y, si sigue interponiéndose en mi camino, créame que voy a hacer lo posible por averiguar lo que quiere de esta pobre muchacha.
Aquello desarmó a Edward por completo, pues pareció olvidarse de mi presencia. Aproveché ese instante para zafarme de su agarre y correr hacia Sunan, que me situó detrás de su cuerpo para protegerme. Algunos de sus hombres, los que se habían librado de la pelea, se estaban congregando a nuestro alrededor, protegiendo a Edward.
Él esbozó una mueca de rabia y dio un paso hacia nosotros, pero Sunan no retrocedió. Sentí su calma a través del lazo, una sensación tranquilizadora que contrastaba con la situación en la que nos habíamos sumergido. Era como si supiera que Edward no podría hacer nada contra él.
—¡Maldita seas! —siseó Edward—. Me da igual cuántos pueblerinos con ínfulas de burgueses te protejan, Aisha, vendrás conmigo te guste o no.
La furia me subió por la garganta en una oleada incontrolable. Salí de detrás de Sunan y señalé a Edward con un dedo acusador. No pensaba tenerle miedo, estaba cansada de huir y de esconderme, de vivir acobardada ante el miedo de que me atraparan y me alejaran de todo lo que me importaba.
—¡No pienso ir contigo, ni ahora ni nunca! ¿Me oyes? Me importa una mierda de cabra que le hayas pagado una maldita dote a mi tío. ¡Yo no soy ganado y no puedescomprarme! —grité.
Edward me miró, sorprendido y Sunan se quedó callado, pero todo aquel silencio que nos embargaba quedó opacado por una oscuridad abrumadora que empezó a cubrir el cielo.
La luna estaba ocultándose y las sombras estaban cubriéndola, recorriendo su superficie como la tinta en el agua. El aire se me atascó en los pulmones.
No sabía lo que estaba sucediéndole a la luna, o a la diosa, pero no iba a desaprovechar la oportunidad que eso me brindaba.
Ni siquiera me detuve a pensar en lo que estaba haciendo cuando agarré a Sunan de la muñeca y lo arrastré a través de la oscuridad en dirección al acantilado. Oí a Edward corriendo detrás de nosotros, pero yo conocía el camino y él no.
—¡No dejéis que escapen! —bramó a sus hombres—. ¡Atrapad a la chica!
—¿Confías en mí? —le pregunté a Sunan mientras me quitaba el antifaz.
—No, pero eso no impedirá que me arrastres a través del acantilado, ¿verdad?
—No lo hará.
Entonces echamos a correr por las rocas. Subimos por el sendero, yo sabía exactamente cuántos giros había que dar hasta llegar a la roca que ocultaba el camino hacia la cueva, así que cuando di con ella no dudé en saltarla. Fallé en mis cálculos y tropecé, cayendo de bruces al otro lado del camino, pero al menos no me había despeñado por el acantilado. Me senté, sobándome las rodillas adoloridas. Sunan no tardó en saltar a mi lado. A juzgar por el ruido, con mucha más agilidad que yo.
—¿Dónde diablos se han metido? —escuché decir a uno de los hombres de Edward.
Me puse en pie como un resorte, agarré a Sunan de la muñeca y eché a correr a través del acantilado. El camino de día ya era complicado, pero por la noche se volvía peligroso, al punto de que era prácticamente imposible atravesarlo. Sin embargo, yo no pensaba en el riesgo de precipitarnos hacia las garras del dios del mar, sino en mis ansias de libertad, en el peligro que se cernía sobre nosotros y en que, si Edward me atrapaba esta vez, sabía a ciencia cierta que lo que le haría a Sunan no sería ni la mitad de horrible de lo que me haría a mí.
Aunque Sunan intentó detenerme, salté el espacio que rodeaba la roca y él me siguió a toda prisa. La cueva estaba a tan solo unos metros, los cuales sorteé en apenas dos zancadas.
Me lancé en su interior y, de inmediato, una sensación de alivio me inundó. Sunan entró casi al mismo tiempo que yo, jadeando por el esfuerzo de la carrera. Se dobló por la mitad en un intento por recuperar el oxígeno, que parecía negarse a entrar en sus pulmones. Yo tuve que poner una mano en la pared de la cueva, resollando.
Él parecía estar más enfadado que asustado. Por culpa mía, habíamos sido perseguidos por los hombres de Edward y por poco nos despeñamos por el acantilado. En cuanto su mirada de jade se detuvo sobre mí, sus iris destellaron con una furia incontrolable.
Pero yo, en lugar de amedrentarme, rompí a reír.
—No podrás negarme que eso ha sido divertido.
Sunan se puso en pie automáticamente y de dos zancadas, se detuvo frente a mí, señalándome con un dedo acusador.
—Eres... ¡Eres una auténtica lunática! —me gritó, furioso, y yo me reí con aún más fuerza.
Todo sucedió muy rápido. Un segundo antes parecía a punto de abalanzarse sobre mí y lanzarme por el acantilado y al siguiente sus labios se estrellaron contra los míos con una pasión desbordante.
No pensé en lo que estaba sucediendo, fue como si se hubiera cortado la conexión entre mi mente y mi cuerpo y ya solo podía sentir el lazo que nos conectaba mientras la risa se me ahogaba sobre sus labios.
Deslicé una mano por su espalda, notando cómo cada uno de sus músculos se tensaba bajo mi contacto y me aferré a sus rizos castaños. Un profundo gruñido escapó de su garganta y me apretó contra él. Yo cerré los ojos y fui incapaz de volver a abrirlos.
El lazo tiraba de ambos lados, fundiéndonos y empujándonos el uno contra el otro. Éramos una maraña de besos, gruñidos y manos deslizándose por lugares que habrían hecho sonrojar a cualquiera. En ese momento, la vergüenza había salido por la ventana y, en su lugar, solo quedaba una intimidad imposible de comparar con ninguna otra cosa. Era algo distinto y, aunque sabía que era obra del lazo, no me pregunté qué habría pasado si el vínculo no hubiese estado ahí para atraernos de ese modo. Solo podía ser consciente de que Sunan sentía lo mismo y eso era más que suficiente.
Deslizó una mano por debajo de mis faldas, sus dedos acariciaron la piel desnuda de mis muslos, arrancándome un estremecimiento de anticipación cuando continuaron ascendiendo.
Sin embargo, se detuvo de golpe, cortando toda la conexión entre nosotros de un hachazo. Abrí los ojos, dispuesta a exigir que continuara, pero entonces yo también me paralicé.
La cueva brillaba. Sobre las paredes de piedra se derramaba una luz azul, tenue, como si el mismo océano cristalino se estuviera reflejando como un prisma en todos los rincones.
Pero la luz no venía del mar, ni siquiera de una piedra de luna.
Bajé la mirada hacia mis manos y el corazón me dio un vuelco. Sunan dio un paso atrás, confundido.
En medio de aquella noche sin luna, yo estaba brillando.
—¿Qué...?
—Pero, ¿cómo es posible...?
Ambos nos mirábamos sin comprender nada de lo que estaba sucediendo. Mis manos emitían el mismo brillo que la piedra de luna que había sujetado la noche en que pedí el deseo, una noche que se me antojaba tan lejana como imposible.
—Brilla como la piedra de luna —murmuré, sorprendida.
Me tapé las manos, apretándolas contra el vestido, pero la luz se filtraba a través de cualquier mínima rendija, como si no conociera ningún límite. Era igual que la noche del deseo.
Cerré los ojos, intentando concentrarme y entender lo que estaba ocurriendo. Si esa luz era similar a la luz de luna, me guiaría de nuevo. Tenía que hacerlo.
Cuando abrí los ojos, mi visión del mundo era distinta. Miré a mi alrededor, alzando las manos y dejé que la luz acariciara las paredes de piedra y se enfocara en lo realmente importante. Sunan me observaba en silencio, aún turbado.
Entonces, apareció. El rhine, símbolo del amor entre el dios del mar y la diosa de la luna, se iluminó en una de las paredes de la cueva.
Sunan y yo nos acercamos a la vez. Acariciamos el símbolo al unísono con la punta de nuestros dedos y su brillo se estremeció bajo nuestro tacto, sacudiendo, incluso, el lazo.
—¿Qué es esto? ¿Por qué está aquí?
—No lo sé —admitió—, pero no estoy seguro de querer saberlo.
—Los dioses nos están hablando —murmuré con voz estrangulada—. No sé por qué han escogido este momento, pero debemos escucharles.
Siguiendo mi instinto, puse la palma de mi mano sobre el símbolo, presionándolo suavemente y, entonces, la luz me envolvió por completo y me transportó a otro lugar.
El hombre y la mujer se abrazaban en la proa del pequeño barco pesquero. La lluvia arreciaba con tanta fuerza que amenazaba con hundirlo, pero el navío se mantenía unido al igual que sus dedos entrelazados. Ella lloraba. Él trataba de ser fuerte por los dos.
—Volveremos —susurró él, depositando un beso sobre su coronilla—. Estamos haciendo lo mejor para ellas, allí estarán a salvo.
—Pero, ¿por cuánto tiempo? —preguntó ella con voz estrangulada—. ¿Cuánto tiempo pasará hasta que ellas despierten por su propia cuenta? ¿Y si Aisha lo encuentra antes de que podamos contarle la verdad?
—No lo sé, Sahira, pero debemos asegurarnos de regresar antes de que eso suceda.
Las lágrimas me nublaron la visión y traté de estirar las manos para alcanzar a mis padres, pero la luz me alejó de ellos y, aunque pataleé intentando aferrarme a aquel recuerdo, no pude hacer nada para evitar que me transportara al siguiente.
El hombre y la mujer estaban en el barco, con las manos y los pies atados y el rostro lleno de magulladuras. Otra embarcación les había asaltado en plena madrugada. No tenía la más remota idea de cómo lo sabía, pero supe, a ciencia cierta, que eso era lo que había sucedido. Les capturaron cuando el sueño les había vencido, lo suficiente como para no verles venir.
Uno de los hombres estaba frente a mis padres. Yo no podía verle el rostro, pero sí el brillo de la pistola con la que les apuntaba a la cabeza. El miedo trepó por mi garganta y, aunque sabía que yo no estaba allí, realmente, intenté correr hacia ellos, sin éxito.
—Decidme dónde está el templo y permitiré que vuestra familia os pueda dar un entierro digno.
Mi madre alzó la barbilla con aquel orgullo que tanto la caracterizaba y le escupió.
—Jamás podrás entrar en el templo. No importa que nos mates aquí y ahora, ese templo no se abrirá para ti. Los dioses no te han elegido y nunca lo harán.
El hombre tembló de rabia.
—Muy bien, entonces. —No podía verle, pero juraría que sonreía bajo la capucha—. Le enviaré saludos a vuestras hijas. Corren rumores de que la mayor ha heredado tu belleza, Sahira. Quizá sea hora de ir a comprobarlo.
Grité. Mi padre trató de ponerse en pie y proteger a mi madre con su cuerpo, pero fue demasiado tarde. El hombre efectuó dos disparos y acabó con sus vidas allí mismo. Ambos se desplomaron en el suelo, sin vida.
—¡Quemad el barco! Que no encuentren ni las cenizas. No merecen un entierro digno.
Intenté impedirlo, hacer lo posible para que ellos se alejaran de mis padres, que los dejaran en paz, pero no había nada que yo pudiera hacer para salvar sus vidas. Comprendí que ellos habían muerto hace mucho tiempo. La luz me envolvió de nuevo pero, esa vez, no me resistí y, por un instante, tan fugaz como etéreo, la vi. La diosa de la luna me acariciaba el rostro como si quisiera consolarme. No quería que yo sufriera, pero necesitaba mostrarme la verdad. Lo supe sin necesidad de que me lo dijera.
La verdad era que mis padres habían sido asesinados por proteger el templo.
Cuando su luz se apagó, la diosa desapareció y yo volvía a estar en la cueva, completamente a oscuras.
Me fallaron las piernas y caí al suelo, pero Sunan me sujetó a tiempo para que no me hiciera daño.
—¡Aisha! Me has dado un susto de muerte, ¿estás bien?
Pero yo no le escuchaba. Tenía la mirada perdida en la pared vacía en la que segundos antes brillaba el rhine con intensidad y los ojos se me cubrieron de lágrimas.
—Los asesinaron —logré murmurar.
—¿A quiénes? —me preguntó Sunan en voz baja mientras yo me dejaba mecer por su abrazo.
—A... a mis padres. Los asesinaron por intentar proteger el templo —sollocé.
Mis padres murieron por proteger el templo que yo no dejaba de ver en sueños, por mantenerlo a salvo de quienes querían acceder a él y a lo que fuera que contuviera. Sunan me acarició el pelo con suavidad, como si por ello el dolor fuera a remitir, a hacerse tan diminuto que no podría alcanzarme ni aunque lo intentara.
—¿De qué templo estás hablando?
—Creo que es el templo de los dioses, Sunan —admití. En el fondo, siempre había sabido que ese lugar sagrado les pertenecía a ellos, solo que no había sido consciente hasta ese instante—. Creo que mis padres protegían aquel lugar y alguien intentó entrar. Por eso escaparon.
Sunan se quedó en silencio un rato mientras me acariciaba el pelo y yo trataba de contener las lágrimas en vano.
—¿Qué es lo que viste, Aisha?
—Vi cómo mataban a mis padres. La diosa de la luna me lo ha mostrado.
Sunan se tensó contra mí.
—No creas todo lo que te muestran los dioses. A veces solo lo hacen para jugar con nosotros.
Me zafé de su agarre y me puse en pie bruscamente.
—No estaba jugando conmigo. Me mostró la verdad. Intentaba decirme algo, algo importante sobre mí y sobre mi hermana, pero no... no lo entiendo.
Él apartó la mirada y se levantó. Echó un vistazo al cielo, donde la luna volvía a brillar, aunque incompleta.
—Será mejor que salgamos de aquí cuanto antes.
Recorrimos el camino de vuelta a la casa en completo silencio. Atrás había quedado el recuerdo del beso, fue como si nunca hubiera existido. Mi cerebro solo podía enfocarse en la imagen de los cuerpos de mis padres cayendo inertes sobre el casco del barco, en las llamas devorando el pequeño navío que con tanto esfuerzo habían construido cuando aún eran lo suficientemente jóvenes para soñar. Todo eso había perecido aquella noche y lo único que había quedado eran dos niñas huérfanas y un secreto.
Igual este es un momento tan perfecto como cualquier otro para salir corriendo pero, como soy una valiente, me voy a quedar y aguantaré vuestras pedradas.
¿Qué os ha parecido el capítulo?
Del 1 al 10, ¿cuántas ganas de matar a la diosa de la luna tenéis por interrumpir tremendo beso?
Y bueno, bueno, bueno. ¿OS HA GUSTADO EL BESO?
¿Habéis perdonado a bebé Jac?
¿ESTOY HACIENDO DEMASIADAS PREGUNTAS PORQUE ESTOY NERVIOSA? SÍ
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