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Capítulo 53

Cuando Emma levanta su cabeza hacia el cielo, Fabio puede sentir toda esa aflicción que refleja el rostro de la joven y siente unas incontrolables ganas de abrazarla. Sin dudarlo un instante, dirige sus pasos hacia donde ella se encuentra pero, al escuchar el sonido del móvil de Emma, se detiene.

—¿Señora Gina? —pregunta Emma sorprendida ante su llamada inesperada.

—Emma, avisa a Fabio, por favor. Algo me pasa... —Gina deja de hablar, mostrando una respiración entrecortada, fatigada.

—¿Gina? ¡Gina! ¿Dónde está? 

—En la habitación. No localizo a mi hijo y...

—Tranquilícese, enseguida subo.

Emma sale corriendo y se da de bruces con Fabio.

—¿Qué ocurre?

—Tu madre, algo le pasa. Está en su habitación —le dice Emma, mostrando su inquietud y preocupación. 

Ambos suben corriendo por la escalera, sin esperar al ascensor, llaman a la puerta de la habitación y les abre Gina angustiada, haciendo un gran esfuerzo por respirar. 

—¡Mamá, qué te pasa!

—No lo sé... Me cuesta respirar.

Mientras Emma llama a una ambulancia, Fabio sienta a su madre sobre la cama, abanicándola con una revista. 

—La ambulancia está en camino —anuncia Emma.

—Tranquila, mamá, te pondrás bien. 

—Intente relajarse, señora Gina. Deme la mano, no se asuste...

—No sé... No sé si es otro infarto —intenta decir Gina, quien se muestra muy asustada. 

—No soy médico, pero no lo creo, señora Gina, le están saliendo unas erupciones en la piel. Tiene más pinta de una reacción alérgica —dice Emma mirando a Fabio.

—¿Qué has cenado, mamá?

—Nada raro... No es un infarto, ¿verdad? No quiero pasar...

—No, no lo es, tranquilícese. Enseguida llegan los médicos y la llevarán al hospital. Me han dicho que los médicos milaneses son muy guapos —bromea Emma, intentando relajarla.

Gina sonríe la ocurrencia de Emma y parece que empieza a respirar con más calma. 

A los pocos minutos, llega la ambulancia y se la llevan al hospital. Mientras la atienden en urgencias, Fabio y Emma pasean nerviosos por la sala de espera. Él se pone a hablar por teléfono y ella va a buscar un café de la máquina. Al cabo de un rato, que ambos permanecen en silencio, aparece un médico con las primeras noticias sobre el estado de Gina.

—Hemos descartado el infarto, pero queremos hacerle más pruebas. Parece que se trata de una reacción alérgica, pero en su historial no figura que su madre tenga ninguna alergia. 

—No, que yo sepa no...

—¿Podría acompañarme un momento? Hablemos sobre la dieta de su madre y sus rutinas —le propone el médico. 

—¿Puedo pasar a verla? —pregunta Emma, antes de que Fabio y el médico se dirijan al pasillo.

—Enseguida. Ahora le avisaremos. 

—¿Vas a esperarte aquí? —le pregunta Fabio. Y como Emma le responde asintiendo con la cabeza, él le da las gracias y se retira con el médico.

Los minutos van pasando muy lentamente y Emma no ha dejado de mirar el reloj constantemente. Pasa más de un hora allí sola, sin tener noticias, y cada vez está más nerviosa. Cuando ve aparecer a Roger por la puerta, siente un gran alivio.

—¿Cómo está mi madre?

—Bien, le están haciendo pruebas. Han descartado el infarto, parece una reacción alérgica.

—¡Menos mal! ¿Y Fabio?

—Se ha ido con el médico hace mucho rato. Han dicho que me avisarían cuando pudiera pasar a verla. 

Roger se sienta a su lado, le pasa un brazo por los hombros y atrae su cuerpo hacia él. Gira la cabeza y le da un beso en el pelo:

—Menudo susto, eh. 

Ese gesto y esas palabras hacen que Emma se derrumbe y, sin poder controlarse, empieza a llorar desconsoladamente.

—Eh, eh, eh..., ¿qué pasa? No te preocupes, baby, no pasa nada. 

Pero Emma ha dejado liberada toda la tensión acumulada, el disgusto por lo ocurrido con Fabio, el susto por la llamada de Gina, y no puede parar de llorar. Roger la acuna en sus brazos, meciéndola con ternura.

—Desahógate, baby, desahógate —le dice en un susurro.

Cuando parece que ya se ha vaciado completamente de todas las lágrimas acumuladas, Emma se queda abrazada a Roger, quien la sigue arropando en silencio. Cierra los ojos un instante y se deja vencer por el agotamiento. No ha llegado a dormirse cuando la voz de Fabio la sobresalta:

—Se va a quedar esta noche en observación, pero el médico dice que posiblemente sea una reacción alérgica a algo que haya tomado hoy.

Emma se separa rápidamente de Roger, pero este no hace ninguna intención de apartar su brazo de ella.

—¿Podemos pasar a verla? —pregunta Roger. Fabio asiente y Emma duda si quedarse en la sala de espera. Pero cuando Roger se levanta de la silla, la coge de la mano y tira de ella sin darle otra opción.

Su mirada se cruza un instante con la de Fabio, quien observa la situación conteniendo la rabia que le provoca ver a su hermano de la mano de Emma. Se saca un café de la máquina y se sienta en la sala de espera. A los pocos minutos, aparece ella con los ojos todavía hinchados del recital de lágrimas que había dado hacía un rato. Se acerca hasta Fabio y se sienta a su lado. Está tan agotada que ni siquiera tiene fuerzas para intentar mantener la actitud altiva que quería mostrarle al joven. Además, el gesto de preocupación y cansancio que refleja el rostro de Fabio, le provocan cierta compasión. Al cabo de unos minutos de incómodo silencio, Fabio le dice:

—Pareces cansada. No tienes por qué quedarte.

—Me gustaría hacerlo.

—Puedo decirle a Roger que se quede un momento con ella, mientras yo te acerco al hotel.

—No hace falta. Llamaré a un taxi.

Un nuevo silencio se instala entre ambos. Emma está sentada con las piernas cruzadas, la espalda recta sin apoyarla en el respaldo y la mirada al frente. Fabio tiene el cuerpo echado hacia delante, con los brazos apoyados en las piernas, las manos cruzadas y la mirada al suelo. Él entonces gira la cabeza y la mira. Sigue sin creer que para ella no significara nada lo de anoche. Fue algo muy especial, algo mucho más que sexo, lo pudo sentir. Y estaba convencido de que ella también lo sintió. No entiende por qué le ha querido demostrar todo lo contrario. 

Ha conocido a otras mujeres en su vida con las que ha mantenido únicamente relaciones sexuales. También ha hecho el amor con Carola muchas veces. Pero nunca había sentido lo que sintió esa noche con Emma, porque desde el primer momento que la vio, sabía que era especial. 

Emma vuelve su cabeza hacia él y sus miradas se encuentran en ese mar de dudas. Le sonríe tímidamente, avergonzada al sentir sus intensos ojos clavados en ella.

—Gracias —le dice de pronto Fabio.

—¿Por qué? —pregunta ella.

—Por todo. 

¿Por qué? Se pregunta Emma en su cabeza. ¿Por qué le parece que ese hombre que tiene delante no es el mismo que ha dicho de ella que sólo es para pasar un buen rato? Y de pronto, le asalta una duda que no se había planteado. ¿A quién se lo había dicho? Cae en la cuenta de que Roger ha llegado demasiado pronto para  cruzarse 300 kilómetros. No podía ser que viniera desde la casa. ¿Quería eso decir que ya estaba aquí? ¿Quizás era Roger con quien hablaba? Y, de ser así, ¿por qué iba a decirle Fabio que no estaba enamorado de ella? ¿A quién podría interesarle los sentimientos de Fabio? 

—Está como una rosa —dice Roger al salir de la habitación de su madre —:Y dice que tienes razón, Emma, que los médicos milaneses son muy guapos. 

Fabio se levanta y se dirige hacia la máquina expendedora a por una botella de agua.

—¿Quieres que te acerque al hotel? —le propone Roger a Emma.

—No, gracias. Quiero ver a alguno de esos guapos médicos milaneses —bromea Emma.

—¿Es que vas a quedarte aquí con Fabio?

—¿Tú no? —pregunta Fabio.

—¿Para qué? Mamá está bien y ya vas a quedarte tú, ¿no?

—Sí. ¿Tú te vas?

—Me están esperando. He quedado con una gente en la ciudad, por eso me has pillado a mitad de camino —explica Roger y, dirigiéndose de nuevo a Emma, añade —:Puedo acercarte al hotel, en serio, no me cuesta nada.

—No, de verdad, gracias. Prefiero coger un taxi. Los taxistas milaneses también son muy guapos, además de amables.

—Está bien, como quieras. Fabio, si hay alguna novedad, me llamas. Mañana me pasaré a primera hora. ¿Vamos juntos a la calle, Emma?

—Mmmm, sí, vamos. Hasta luego, Fabio.

—Adiós.

Emma y Roger salen juntos del hospital y él se espera a que ella suba a un taxi. Después se dirige hasta su coche para ir a la cita que tiene esa noche.

Mientras, Fabio deja la sala de espera para ir hasta la habitación de su madre. Hay un sofá muy grande donde podrá pasar la noche. 

Cuando el taxi ha ha avanzado sólo unos metros, Emma le pide al conductor que pare, paga el escaso importe que marca el  taxímetro y regresa de nuevo al hospital. Entra a la sala de espera y busca a Fabio, pero no lo encuentra. Se queda un rato allí de pie, esperando que aparezca, pero no lo hace. Había regresado porque no quería que él pasara la noche solo. En lo que no había caído, es que posiblemente se hubiera ido a la habitación de su madre. Se acerca hasta la puerta de la misma, que está bastante cerca de la sala de espera, y hace el amago de llamar con los nudillos, pero se detiene al pensar que quizás, pueda despertar a la señora Gina. Se queda un momento allí de pie, decidiendo si entrar sigilosamente o volver a la sala. Finalmente opta por esta opción. Fabio tampoco le ha pedido que se quede y quizás su presencia allí le moleste. Es más, él le había dicho que no tenía por qué quedarse. 

Mientras está sacando un cappuccino de la máquina de café, Fabio aparece a su lado:

—¿Emma? —pregunta sorprendido —:¿Qué haces aquí?

—Yo... Emmm... He vuelto.

—Ya lo veo. ¿Por qué no me has avisado? Pensaba que te habías ido. Yo no podía dormir y he salido a por un café. 

—Pues no creo que el café te vaya a dar sueño, sino todo lo contrario.

—Acabo de tener un dejà vú —dice Fabio bromeando. No esperaba encontrarse con Emma y verla allí le ha dado una gran alegría —:Creo que tuvimos una conversación parecida hace tiempo.

—Sí, puede ser... Pero sigo pensando que el café no es el mejor remedio para combatir el insomnio. 

—Lo sé, pero tampoco creo que haya nada que pueda combatirlo.

—¿No tienes sueño? 

—Creo que estoy tan cansado que no podría dormirme. Además, mi cabeza ha decidido no descansar y no creo que ni con anestesia podría hacerla parar —hace una breve pausa y le pregunta —:¿Por qué has vuelto?

—Bueno... Yo... Pensaba que Roger se iba a quedar contigo esta noche, así que no era necesario que lo hiciera yo. Pero al saber que él se marchaba, pues..., no quería que tú... Bueno, ya te he dicho que me gustaría quedarme. 

Fabio la mira complacido. No ha terminado la frase, pero ha entendido perfectamente que no quería que se quedara solo. Está tan agradecido y entusiasmado con ese pequeño gesto, que le entran ganas de rodearla con sus brazos, levantarla del suelo y recorrer toda la sala de espera dando vueltas como loco. En lugar de eso, se acerca un poco más a ella, le retira un mechón de pelo que cae graciosamente sobre su frente y le dice:

—¿Por qué me dijiste esas cosas antes?

Ella baja la vista sin decir nada.

—Dime una cosa, ¿de verdad para ti sólo fue sexo? —Pero Emma sigue sin saber qué responder. No se siente con ánimos de seguir interpretando el papel de mujer fatal, superficial e insensible que ha intentado mostrarle antes. No puede ni tampoco quiere hacerlo. ¿Para qué? ¿A quién quiere engañar? Ya es demasiado tarde, ya no puede disimular. Apostó y perdió. Pensaba que él también sentía algo por ella, lo había sentido. Pero quizás tenían formas de sentir diferentes.

Emma no es capaz de mantenerle la mirada a Fabio ni tampoco de liberar sus pensamientos. Y él sigue preguntándole:

—¿Es eso realmente lo que sientes?

La chica levanta la cabeza, lo mira fijamente a los ojos y responde con otra pregunta:

—¿Y tú, Fabio, qué es lo que sientes?

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Es el momento, ¿no? Ninguno es capaz de engañar al otro. Dicen más con sus miradas que con sus palabras. Pero, a veces, es necesario hablar de sentimientos, además de demostrarlos. Más todavía cuando se han visto envueltos en tantas situaciones comprometidas que han generado tantos malentendidos. 

Voy a pensar cómo se lo dice, si es que finalmente le dice lo que siente... 🙄

Cavaliere Piacare. ¡Gracias por seguirme! 😉 Unjovenromantico


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