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Capítulo 46


El día amanece nublado y Emma se pasa toda la jornada acompañando a la señora Gina, quien está preparando el viaje que realizará al día siguiente, al haber sido invitada a una fiesta que organiza la Academia de cine italiana en la ciudad de Milán. Allí también será entrevistada por una prestigiosa revista, que está preparando un reportaje sobre su larga trayectoria cinematográfica. 

Durante la tarde, Emma se encarga de atender y cuidar al pequeño Sandro, que Cindy  ha entregado a su padre, poco antes de salir para Nueva York, donde permanecerá una larga temporada. A Cindy le hubiera gustado poder despedirse de Fabio tal y como tenía pensado, y no quería que fueran sólo un par de besos, sin embargo, él ha estado todo el día en la ciudad, tratando algunos asuntos legales con Max.

Cuando el niño se duerme y Emma lo deja acostado en su cama, baja a la cocina para coger algo con lo que saciar el poco apetito que tiene. Todavía siente todas las emociones vividas la pasada noche y está impaciente por encontrarse de nuevo con Fabio, a quien no ha podido ver en todo el día. 

Llegaba al último peldaño de la escalera,  cuando escucha el timbre de la puerta de entrada, así que va directamente a abrirla. Allí se encuentra a un joven apuesto y muy alto que le dedica una simpática sonrisa. Junto a él hay una mujer muy atractiva, ataviada con un ceñido vestido rojo que realza su estrecha cintura, su voluminoso pecho y sus largas y bien torneadas piernas. Emma no puede evitar sentirse minúscula al lado de aquella pareja tan imponente. El tacón de los zapatos que lleva esa mujer es casi tan largo como los deshilachados pantalones que lleva ella. 

—¡Hola! ¿Está Roger? —pregunta el joven.

—Ah, sí. Pasad, por favor, voy a buscarle. 

Emma va hacia la cocina a buscar a Fabrizio, quien está tirado en el suelo, con la cabeza metida bajo el fregadero, maldiciendo en italiano:

—Fabrizio, acaba de llegar una pareja que se ha debido despegar de una revista de moda. Preguntan por Roger, ¿qué hago? 

—Ah, serán los invitados del señor Roger. Puede decirles que salgan al jardín de la piscina, Roger estará allí.

—Ok. Pero tendré que subirme a una escalera o hablarles con megáfono, porque no sé si mi voz les llegará hasta allá arriba.

—¿Cómo? —pregunta Fabrizio sin entender.

—Sólo exageraba... Quiero decir que son dos pinos, ¡altísimos, guapísimos, elegantísimos!

—¡Buah! Seguro que usted no tiene nada que envidiarles —le dice Fabrizio guiñándole un ojo.

—¡Es usted un encanto, Fabrizio! Voy a acompañarlos al jardín.

Pero, cuando vuelve Emma al hall, descubre que ya no están. Se acerca con curiosidad hasta el jardín y comprueba que ya se han reunido con Roger, junto con otros dos hombres también muy apuestos y elegantes. 

Emma se queda escondida observando y el timbre de la puerta vuelve a sonar. Esta vez es Fabrizio quien se encarga de abrir, y aparece otra joven de aspecto llamativo, aunque con un vestido algo más discreto que el de la anterior. El mayordomo se encarga de acompañar a la chica hasta el jardín y, aunque esta ha visto a Emma, sólo le dirige una rápida mirada sin decirle nada.

Como no tiene nada que hacer mientras espera que Fabio regrese, decide irse hasta la zona de la piscina cubierta, donde podrá observar sin ser vista, oculta por la oscuridad del lugar. 

Se queda embobada mirando a la mujer del vestido rojo, que ahora está susurrando algo al oído de Roger. Le resulta algo familiar, aunque está casi segura de no haberla visto antes. Quizás era alguna actriz, compañera de Roger, y le suena su cara al aparecer en alguna película. Pero no puede quitarle ojo y se da cuenta de que le recuerda a ella misma. Tiene los ojos grandes y la nariz respingona, como ella, aunque sin duda cree que no es más que una especie de alucinación. En todo caso, es una versión mejorada de ella misma, una figura más esbelta, un pecho mucho más grande, unas curvas más sugerentes y un talento especial para estar subida sobre esos tacones de metro y medio sin perder el equilibrio. Emma baja la vista hacia su propio cuerpo, mirando la camiseta de tirantes de rayas, de cientos de colores, el pantalón corto deshilachado y las chanclas de goma que lleva. Sin duda, es una desfachatez haber pensado por un momento que esa impresionante mujer pudiera parecerse a ella en lo más mínimo. 

Al cabo de un rato, se une a la velada otra hermosa mujer y pocos minutos después, aparece otro joven imponente. Van tomando asiento a la mesa preparada en el jardín y Emma comprueba que queda un asiento libre a la derecha de Roger, justo enfrente de la mujer de rojo. 

Le encantaría poder escuchar de lo que se habla en una cena con tanto glamour y gente guapa reunida, así que, con mucha cautela, se acerca hasta la puerta que separa el jardín de la sala de la piscina cubierta, y la abre ligeramente. Lo hace gateando para evitar ser vista y, aunque se siente un poco avergonzada por no poder contener su curiosidad, se deja llevar por la infantil emoción del momento. 

Gateando de nuevo, llega hasta la pared, se sienta en el suelo  y se queda apoyada de espaldas, escondida entre las sombras y dispuesta a agudizar su oído.

—Ya era hora de que nos juntáramos todos —dice Roger —:Tenía que haber organizado esta cena mucho antes.

—Bueno, también es difícil que coincidamos todos aquí —dice una voz masculina. Emma asoma la cabeza ligeramente para comprobar que se trata del chico al que ella abrió la puerta —:De hecho, ni Ángelo ni Carlo han podido venir. 

—Sí, pero si tenemos que esperar a que ellos estén libres, no quedamos nunca —añade Roger —:¡Ah mira, ya estás aquí! Siéntate, Fabio, te estábamos esperando. 

Emma vuelve a asomar su cabeza, esta vez con menos disimulo, al escuchar el nombre de Fabio. No sabía que él también estaba invitado. Lo observa cómo empieza saludando a los invitados de aquel lado de la mesa. Está tan guapo y sonriente, que casi no puede frenar sus ganas de salir de su escondite, ir corriendo hasta él y colgarse de su cuello. Con los hombres se saluda con un caluroso abrazo y las típicas palmaditas en la espalda. Con ellas es algo menos efusivo, aunque no borra la abierta sonrisa de su rostro. Sin embargo, cuando llega hasta la mujer de rojo, el gesto de su cara cambia radicalmente. Se queda parado frente a ella, sin mover un sólo músculo. Ella le sonríe y tampoco se mueve. Emma observa sus perfiles y casi puede palpar la tensión que se ha creado entre ellos. ¿Por qué? ¿Quién es esa mujer?

—Hola, Fabio —dice ella por fin.

—Hola, Carola —responde él, todavía sin moverse.

Emma contiene la respiración y también se queda inmóvil. Si alguien hubiera girado la vista hacia donde ella estaba, habría encontrado una cabeza a medio metro del suelo, con los ojos completamente en blanco y el rostro desencajado.

La mujer de rojo, que ahora Emma sabe que se trata de Carola, se acerca hasta Fabio, pone una mano sobre su hombro y le da dos sonoros besos en las mejillas, que él acepta y corresponde. El resto de comensales observa la escena con cierta expectación. Es evidente que todos saben que se trata de la ex de Fabio y tienen dudas sobre cuál va a ser la reacción del joven.

—¿Cómo estás, caro? —le pregunta ella.

—No sabía que ibas a estar aquí —dice Fabio, quien todavía no ha cambiado de posición.

—Es un reencuentro de la pandilla, ¿cómo no iba a estar? —dice Roger con naturalidad —:Nos han fallado Carlo y Ángelo, pero ya sabemos que se pasan la vida viajando por medio mundo. 

—¿Empezamos a servir la cena, señor? —dice Fabrizio que aparece en ese momento. 

—Sí, gracias, Fabrizio, cuando quieras —responde Roger.

Fabio rodea la mesa y se acerca hasta el único asiento que queda libre. En ese momento, Emma se retira rápidamente, apoyando la cabeza en la pared con tanta energía, que se da un fuerte golpe en el cogote. 

—¡Mierda! —exclama Emma en silencio. 

Antes de sentarse, a Fabio le ha llamado la atención un movimiento extraño cerca de la puerta donde está Emma, así que decide acercarse a comprobar.

 —¿Dónde vas? —le pregunta Roger.

—Me ha parecido ver algo. Quizás se haya colado un gato.

Emma se levanta rápidamente y con toda la prisa que puede, desaparece por el pasillo para no ser descubierta. Fabio se asoma, enciende la luz y al comprobar que no hay nadie, ni nada, sale de nuevo, cerrando la puerta de cristal tras de sí.

—Así que esa es la famosa Carola —dice Emma en voz alta, mientras recorre el pasillo contiguo a la piscina de arriba abajo —:¿Y no podía ser una tipa fea y desgarbada, verdad? Nooo, claro, ¡tiene que ser un pibón! ¿Y qué te esperabas, Emma? ¿O es que no sabes lo guapo y sexy que es Fabio? ¿Esperabas que saliera con un troll? ¡Pues claro que no! ¿Y ahora qué hago yo? ¡Joder, joder, joder!

Sigue paseando por el pasillo, jugando con sus manos, nerviosa. Intenta calmarse y pensar con claridad. No puede comportarse como una novia celosa e insegura. 

—No, no puedo. ¡Un momento! ¿Novia? ¿Has dicho novia? —sigue hablando como si se dirigiera a otra persona, aunque sólo está hablando con su cabeza —:¿Cómo se te ocurre decir eso? Si sólo nos hemos besado un par de veces, ni siquiera hemos tenido tiempo de hablar de lo ocurrido. ¡No seas tonta, anda! Esa Carola sí que fue su novia, su prometida, para ser más exactos. Y supongo que a ella le dio algo más que unos simples besos. ¡Aaaay, dios! ¡No quiero pensar en eso! ¡No pienses en eso! ¡Vete a la cama!

Y decidida, Emma se dirige hacia la escalera dispuesta a meterse en su habitación, cerrar los ojos y desear que pase la noche lo más rápidamente posible. Pero, una vez tumbada en su cama, cientos de imágenes se cruzan por su cabeza. Imágenes que no le gustan, que la ponen muy nerviosa y tremendamente celosa. Intenta apartarlas atrayendo el recuerdo de la noche anterior, pero su caprichosa imaginación se lo impide.

—¡Leyla! —exclama. Y se incorpora en busca de su móvil para pedir ayuda a su infalible salvadora. En cuanto su amiga responde al otro lado, Emma le suelta —:Ahora mismo, Fabio está cenando con la mujer 10, que resulta ser su ex y que está sentada frente a él, mostrándole sus más que visibles encantos, enfundados en un vestido rojo muy corto,  muy ceñido y muy escotado.

—¿¡QUÉ!? ¿Y qué hace Fabio cenando con ese pedazo de zorra?

—No sabemos si es una zorra...

—Ah no,  claro... Se ha puesto un vestido rojo muy corto, muy ceñido y muy escotado para rendir homenaje a los tomates, ¡no te jode!

—¡Aaaay, Leyla! ¿Qué puedo hacer? 

—A ver, hagamos un análisis de situación. Cuéntame cómo han ocurrido los hechos —le pide Leyla.

Emma empieza a relatarle los detalles desde que ella misma les abrió la puerta a los primeros invitados. Le explica cómo pudo observar la reacción de Fabio al ver a Carola desde donde se encontraba, y cómo tuvo que salir corriendo para no ser vista. Entre las dos, se ponen a analizar los acontecimientos de los últimos días, que Emma ya le había contado a primera hora de esa misma mañana. Empiezan  a elucubrar sobre el contenido de esa famosa carta, y sobre  la posible respuesta de Fabio a la misma. 

—¿Tú crees que le ha contestado? —pregunta Emma preocupada —:¿Y qué le habrá dicho? ¿Habrá sido él quien la ha invitado esta noche?

—¡Claro que no! ¿No dices que él se ha quedado pasmado? ¿Y no le ha dicho que no sabía que ella iba a estar? 

—Sí, eso me ha parecido oír.

—Pues entonces, si Fabio la hubiera invitado, no le habría sorprendido su presencia allí.

—Ya, pero, si le ha contestado a la carta o ha hablado con ella, eso tal vez la haya animado a aparecer esa noche. Quizás él la ha perdonado y...

—¡Y nada, Emma! Si la ha perdonado es porque ya ha pasado página. Y la ha pasado justamente contigo, nena.

—No sé, Leyla... ¿Y si la ha perdonado porque quiere volver con ella?

—Entonces no habría ido anoche a buscarte a ti, Emma. Si la hubiera perdonado para volver con ella, habría ido a buscarla a ella, ¿entiendes? 

—¿Y si ella ha venido a buscarlo a él? 

—¡Pues no lo encontrará!

—Ya lo ha encontrado, Leyla, está sentada frente a él.

—Pero no me refiero a encontrarlo en ese sentido, sino a encontrarlo de... ¡encontrarlo! Bueno, tú ya me entiendes.

—Tendrías que haber visto la cara que ha puesto Fabio. Se ha quedado mudo, pasmado, alucinado...

—¡Normal! Porque no esperaba verla allí. Acuérdate de aquella vez que te diste de bruces con tu ex al volver la esquina. ¿Qué cara crees que pusiste?

—¡Pues eso es, Leyla! Creo que Fabio ha puesto la misma cara, y te recuerdo que yo reaccioné así ¡porque mi ex me seguía gustando!

—Joder, es verdad. No ha sido un buen ejemplo, ¡mierda! Bueno, tú tranquilízate. Estamos haciendo suposiciones y no tenemos datos. Además, ¡ten más confianza en ti, hostia! Tú vales mucho, nena, ¡seguro que no te llega ni a la suela de los zapatos!

—Buah, eso es más bien al revés... Lleva unos taconazos que te aseguro que no puedo subirme a ellos ni con una escalera.

—¡No seas exagerada! ¡Y no todo son los tacones, o los vestidos rojos ceñidos enseñatetas! Nadie se puede comparar a tu encanto. Y porque seguro que llevas unas cutre-chanclas y una cutre-camiseta ahora mismo, pero te pones un modelazo de esos y los dejas a todos con la boca abierta. 

—Gracias, Leyla, eres la mejor subiendo autoestimas. 

—¡Porque tú lo vales, pequeña! Deja de rayarte y confía. Confía en él y en ti. Lo que ha surgido entre vosotros no lo rompe ningún tacón de aguja.

—Vale, lo intentaré. Voy a dormir y...

—¿A dormir? ¿Estás loca? ¡Baja ahora mismo a esa cena, ponte delante de Fabio y plántale un pedazo de beso en los morros!

—No puedo hacer eso... ¡Me muero de vergüenza! 

—Mira, como decía mi abuela, quien tiene vergüenza, ni folla ni almuerza.

—¡Ja, ja, ja! ¡No es así, Leyla! Es quien tiene vergüenza, ni come ni almuerza.

—¿Vas a saber tú más que mi abuela? Anda, no seas tonta y baja allí ahora mismo. Y quiero que me mandes un selfie, metiéndole la lengua hasta la garganta. ¡Me lo prometes!

—No sé...

—¡Emma! ¡DIME QUE VAS A BAJAR ALLÍ AHORA MISMO!

—Está bien. Voy a bajar.

—Vale, y luego me cuentas. Lo del selfie, si quieres, te lo perdono. Pero la información ¡no!

—De acuerdo, loquita. ¡Te quiero!

—Y yo, bombón.

Emma cuelga el teléfono y se queda un rato sentada sobre la cama, intentando convencerse de que la propuesta de Leyla es la mejor opción. Finalmente se decide y hace acopio de valor para salir de su habitación. Pero no se siente cómoda apareciendo allí con lo que lleva puesto, así que empieza a buscar el atuendo más adecuado.

Después de miles de pruebas de vestuario, no hay nada que le parece lo suficientemente glamuroso como para pegar en esa cena. No sabe cuánto rato ha pasado desde que subió a su habitación, pero sospecha que es demasiado. Hasta es posible que la cena haya terminado. En cualquier caso, se convence de que no tiene por qué disfrazarse de algo que no es para presentarse ante el hombre que  se ha fijado en ella, incluso vestida con una camiseta vieja y enorme. Así que, finalmente decide bajar de nuevo al jardín, llevando la misma ropa que llevaba.

Se acerca con sigilo a ocupar la misma posición que tenía antes. La puerta está cerrada y no puede escuchar nada, aunque sí comprueba que la cena ha terminado y que los asistentes siguen allí, algunos sentados, otros de pie, tomando unas copas y charlando. 

Rápidamente, busca a Fabio y, a su pesar, comprueba que está de pie, con un vaso de cristal en la mano, charlando con Carola. 

Vuelve a agacharse junto a la ventana y la abre ligeramente. Le llega el sonido de varias conversaciones entrecruzadas y una melódica música de fondo. Hace un gran esfuerzo por identificar la voz de Fabio en la conversación que mantiene con Carola. Le parece que están demasiado relajados, demasiado risueños, demasiado cerca.

Fabio se acerca a la mesa, echa en su copa un par de hielos y la rellena del líquido de una botella. Hace lo mismo con otra copa y se la ofrece a Carola. Quizás se muestren tan relajados por el efecto del alcohol, y Emma teme que además de calmar sus nervios, el alcohol también despierte los instintos de Fabio. Ella misma pudo comprobar lo que es capaz de desinhibirse con unas copas de más. 




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