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Capítulo 45

—Mi madre dice que cometemos un error pidiendo nuestros deseos a las estrellas fugaces.

Emma se sobresalta al escuchar la voz de Fabio, quien se acerca lentamente hacia ella. Se sienta a su lado y levanta la vista al cielo, donde una hermosa luna llena preside el firmamento:

—Ella dice que los deseos se piden a la luna, es la que se encarga de hacer que se cumplan. Cuando vemos una estrella fugaz, es uno de los deseos que la luna ha escuchado, ha envuelto en un brillante envoltorio y los manda para que se hagan realidad.

Los dos están mirando el cielo iluminado, pintado de millones de estrellas, cuando ven que una cruza fugazmente ante sus ojos:

—Ese es un deseo escuchado —sigue hablando Fabio —:Espero que sea el mío.

—¿Has pedido un deseo? —le pregunta Emma mirándole a los ojos.

—Sí. ¿Y tú?

—Estaba esperando ver pasar una estrella fugaz para pedirlo.

—Pues no esperes más, la luna te está escuchando.

Emma cierra los ojos , toma aire y piensa con fuerza su deseo, mientras Fabio la observa embelesado. Levanta de nuevo su vista al cielo, esperando encontrar esa estrella fugaz que cargue con su deseo, pero no aparece. 

La luna se muestra hermosa allá arriba, pero su belleza no es comparable con la de Emma, piensa Fabio. La mira a los ojos, que brillan con la misma intensidad que que la luz de la luna, y desciende su mirada hasta su boca. Esos labios que le brindaron un beso que todavía no ha podido borrar de su memoria, ni de su piel, ni de su alma. 

Sin poder contenerse, se acerca hasta Emma y le da un tímido beso en la comisura de sus labios. Ella se gira y lo mira con estupor, con sus rostros casi rozándose, y vuelve a adentrarse en la mirada cautivadora de Fabio.

—Creía que la luna no había atendido mi deseo —dice Emma casi en un susurro.

—Pero sí ha atendido el mío —dice Fabio. Se acerca todavía más a ella y la rodea con sus brazos. Emma baja sus piernas y gira su cuerpo hacia él, posando las manos sobre sus hombros. 

—¿Y se ha cumplido? 

—Ahora mismo —Fabio acerca sus labios y se funden en un beso. Sus bocas se abren y empiezan a jugar con sus lenguas. El silencio de la noche, la luna y sus mensajeras estrellas son testigos de toda la pasión que se desata en ese instante. Sus respiraciones se van agitando, sus corazones se van acelerando y sus cuerpos se van encendiendo. Y no pueden frenar ese beso que parece interminable.

—oo—

En la ciudad, Roger espera sentado a una mesa de un restaurante la llegada de su acompañante. Mira el reloj, impaciente. La ha citado precipitadamente, pero que haya accedido a verse esa misma noche, le demuestra que su plan puede funcionar. Cree que lo mejor es no perder tiempo. Cuando mira hacia la puerta, ve entrar a una joven menuda, de pelo corto y ojos grandes. Por un momento, le parece que es Emma, pero al instante se da cuenta de que su estilo es completamente diferente. Emma iría vestida con unos vaqueros y unas zapatillas, o con un vestido con vuelo de mil colores. Pero aquella mujer apareció con un vestido completamente ajustado y un zapato de tacón tan alto que, al levantarse para saludarla, sus ojos están a la misma altura que los de Roger.

—¿Cómo estás, Roger?

—No tan bien como tú, Carola.

—Me tienes muy intrigada. ¿Por qué me has hecho venir con tanta prisa?

—Fabio no ha roto tu carta. Has hecho bien en escribirla.

—Esa es buena noticia, entonces. Tú me dijiste que si no la rompía de inmediato, significaría que todavía tengo esperanzas, ¿no es así?

—Así es —responde Roger convencido —:Conozco a mi hermano, si no hubiera querido saber nada de ti, habría roto la carta enseguida. Posiblemente, ni hubiera querido aceptarla de manos de tu amiga. He visto el sobre encima de su mesa. 

—¿Y la ha leído? 

—Supongo que sí, pero no me lo ha dicho. Sólo me ha confirmado por qué la ha conservado y no la ha roto.

—¿Por qué?

—Porque sigue enamorado de ti.

—¿En serio? ¿Te ha dicho eso?

—No exactamente. Pero no me lo ha negado.

—No sé, Roger...

—Te digo que conozco a Fabio. Es muy rencoroso y durante todos estos años se ha resguardado en un caparazón infranqueable. Su corazón está herido y ha querido protegerlo, pero cuando lo escondió, en su corazón sólo estabas tú.

—Te equivocas, estaba su odio hacia mí. Le hice mucho daño.

—Porque te quería, Carola. Y no se ha vuelto a permitir querer a nadie más.

Carola se queda un momento pensativa. Quiere creer las palabras de Roger, aunque le cuesta. No le apetece crearse esperanzas para nada. Aunque Roger no tendría por qué mentirle. ¿Por qué le está contando todo eso? ¿Será porque quiere ver feliz a su hermano? Lo mejor es preguntárselo:

—¿Y qué interés tienes tú todo esto?

—¿A qué te refieres? Yo sólo quiero que mi hermano sea feliz, y que tú también lo seas. Estoy convencido de que estáis hechos el uno para el otro. De no haber pensado eso, yo no me habría echado a un lado cuando te conocimos. Recuerda que fui yo quien os presenté, y mi intención era que te convirtieras en mi novia, no en la suya. Pero cuando vi cómo os mirabais, supe que tenía la batalla perdida.

Carola lo mira levantando una ceja. Sabe que en un principio Roger estuvo interesada en ella, pero el interés nunca fue recíproco. Y había tenido tiempo de conocerle lo suficiente, como para saber que era una persona que pensaba antes en sí mismo que en los demás. Por eso, le sigue preguntando:

—No puedes engañarme, Roger. Dime, ¿cuál es el verdadero interés que tienes en esto?

Roger suelta un leve bufido y acaba confesándole la verdad:

—Hay una chica que podría tener la llave del caparazón que envuelve el corazón de Fabio.

—Entiendo. Y quieres que esa chica tenga otra llave, ¿no? La de tu habitación...

—No, no sólo es eso. La quiero, me he enamorado, y creo que ella también siente algo por mí. Pero Fabio se está interponiendo entre nosotros.

—Pero, un momento. ¿No dices que Fabio sigue enamorado de mí? ¿Por qué se iba a interponer entre vosotros? ¿Ha pasado algo entre ellos? 

—Todavía no. Mira, creo que esa chica le recuerda a ti. Tenéis rasgos parecidos. De hecho, cuando has entrado, por un momento he pensado que eras ella.

—Pero...

—Escucha, Carola, si quieres recuperar a Fabio, tienes que aparecer en escena. Tienes que demostrarle que sigues enamorada de él, que estáis hechos el uno para el otro, que no tiene que conformarse con una imitación tuya porque tiene la original. ¡Y tienes que hacerlo ya!

—No sé, Roger... Ha pasado mucho tiempo y he reaparecido escribiéndole una carta. No puedo presentarme en su vida de repente.

—Ahora es el mejor momento. Has conseguido remover algo en su interior al contarle la verdad. Tiene que verte, Carola, y sus sentimientos se despertarán de nuevo.

—Ni siquiera sabemos si ha leído la carta.

—Estoy seguro de que lo ha hecho. Mira, mañana por la noche he invitado a casa a cenar a unos amigos. Convenceré a Fabio para que cene con nosotros y apareces cuando vayamos a sentarnos a la mesa.

—¿Así, sin más?

—Puedes venir como acompañante de mi amigo Adriano. Decís que os acabáis de conocer y que él ha decidido invitarte. 

—No sé...

—¿Quieres recuperar a Fabio? 

—Sí, pero...

—Entonces tienes que hacerme caso.

Se crea un espeso silencio mientras Carola piensa en la propuesta de Roger. Sopesa las posibles consecuencias de aparecer de nuevo en la vida de Fabio, pero está dispuesta a arriesgarse por él. No tiene nada que perder y si Fabio todavía siente algo por ella, sabrá qué hacer para volverle loco de nuevo. Si lo consiguió una vez, puede hacerlo una segunda. Puede que la traición todavía pese en su corazón, pero el tiempo lo cura todo, incluso las heridas más profundas, porque son las que causa el amor. Y ese amor siempre puede quedar incluso en las cicatrices.

—Está bien. Iré. 

—¡Perfecto! Ahora mismo hablo con Adriano para que acudas con él. 

—oo—

Emma y Fabio observan el cielo infinito. Ella reposa su espalda en el pecho de él y puede sentir su respiración en el cuello. Él la tiene rodeada con sus brazos, dejando que su piel se eriza con cada caricia que ella hace sobre ellos. 

—¿Te puedo preguntar por qué viniste esta tarde a mi apartamento? —pregunta Fabio después de besarle en el cuello.

—Me dijeron que había unas excelentes vistas desde la terraza —bromea Emma.

—Y yo que pensaba que habías venido a verme a mí —dice Fabio con fingida decepción.

—Bueno, de  paso se me ocurrió que podría decirte que estaba harta de huir de ti.

—¿Ah sí? ¿Y por eso saliste huyendo?

—Bueno, no imaginé que estuvieras... acompañado.

—No me importa ninguna compañía que no seas tú.

Emma se regocija en esas palabras y el abrazo que Fabio le ofrece con mayor intensidad. No quiere romper la magia de ese momento, pero la curiosidad está ocupando un espacio demasiado grande en su corazón:

—¿Has leído esa carta? —le pregunta por fin.

—Sí —responde Fabio sin dar más explicación. No quiere hablar de Carola ni nada relacionado con ella en ese momento. Prefiere disfrutar de todas esas emociones que palpitan en su interior, en compañía de Emma. Esa escueta respuesta no ha calmado el temor de la joven, así que le incita a continuar:

—¿Y...?

—No quiero hablar de ello ahora, Emma. Quiero disfrutar de este momento.

—Yo también, pero tienes que intentar comprenderme. Sé que esa mujer fue muy importante en tu vida y no sé qué significa para ti lo que haya podido haber escrito en esa carta.

Fabio separa a Emma de su regazo, la coge por los hombros y la obliga a girarse, para mirarla a los ojos atentamente:

—Nada, Emma. No significa nada. Son sólo unas letras, unas palabras, nada más.

—Pero, imagino que habrás sentido algo. Te habrán provocado...

—Lo único que me han provocado ha sido el valor para venir a buscarte.

Fabio vuelve a buscar los labios de Emma que le responden con la misma intensidad que acompaña su beso. Les habría gustado seguir allí toda la noche, abrazados, sin despegar sus bocas ni un instante, pero un fuerte viento se levanta, anunciando una inesperada tormenta.

—Será mejor que entremos —propone Fabio cogiéndola de la mano. 

Unas gruesas gotas empiezan a caer con fuerza y la luna ha desaparecido tras unos amenazantes nubarrones. Van corriendo hacia la casa y cuando entran, medio empapados, siguen cogidos de la mano. Cuando ven a Roger atravesar la puerta principal, Emma suelta la mano de Fabio inconscientemente. Un rayo  acompañado de un potente trueno, hace que los tres se sobresalten y que las luces de la casa se apaguen de repente. Los tres se quedan inmóviles en la oscuridad durante unos instantes. 

—¡Menuda tormenta! —exclama Fabrizio, que aparece desde la cocina cargado con un aparatoso candelabro.

—¡Joder, Fabrizio, qué susto! —exclama Roger al verlo aparecer. 

—Pareces sacado de una película de terror —bromea Emma.

—¿No tienes otra forma de alumbrar algo más discreta? —pregunta Fabio.

—Tenía ganas de darle uso a este horrible regalo de boda de tus padres—contesta Fabrizio —:Y no he sido capaz de encontrar una linterna.

—En mi despacho hay una, voy a buscarla —dice Fabio.

Roger aprovecha para acercarse hasta Emma y le pregunta por el estado de su tobillo.

—Ya no casi me duele —contesta ella.

—Fabrizio, acompaña a Emma a su cuarto, anda. Y vigila bien dónde pisa. Con ese pedazo de candelabro, seguro que puedes alumbrar bien todos los escalones.

—Por supuesto. Acompáñeme, señorita Emma, estará segura a mi lado —le dice Fabrizio guiñándole un ojo.

—No lo tengo muy claro, Fabrizio. El mayordomo siempre es el principal asesino, ¿no?

—Pero soy un asesino con suficiente luz como para iluminar toda la Toscana.

—¡Genial! Entonces puedo morir asesinada, pero no me tropezaré con un escalón —dice Emma cogiéndose del brazo de Frabrizio, mientras empieza el ascenso al piso superior —: Hasta mañana, Roger.

—Hasta mañana, Emma.



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