Capítulo 41
Los pasos acelerados que proceden del pasillo hace que sus bocas se separen rápidamente, no así sus cuerpos que permanecen muy juntos. Ambos dirigen sus miradas hacia la puerta y ven cruzar a Roger apresuradamente. Al sentir la presencia de alguien en la habitación de Emma, para en seco y retrocede un par de pasos, lo que a Emma le da tiempo para apartarse de Fabio:
—¡Ah, estás aquí! Te estamos buscando. Tienes que hablar con Paolo —dice Roger algo nervioso.
—¿Ahora? —pregunta Fabio incómodo.
—Se ha vuelto loco. Dice que se va a Australia.
—¿¡Qué!? ¿A Australia? ¿Por qué?
Desde el pasillo escucha la voz de Alessandro, que se aproxima hablando por teléfono:
—Sí, mamá. Ya lo he encontrado. Ahora mismo le digo que baje —dice Alessandro entrando también en la habitación de Emma —:Fabio, tienes que detener a Paolo.
—¿Pero qué pasa?
—Tu hermano pequeño, que dice que se va a Sidney con Dante. Están abajo, menos mal que ya se han ido todos los invitados —le explica Alessandro.
—¿Cómo que se va? No puede irse ahora, está a punto de cerrar su contrato... ¿Por qué quiere irse? —pregunta Fabio extrañado.
—No quiere separarse de Dante otra vez. Creo que nuestro hermanito está enamorado —añade Roger.
—Vamos, Fabio, habla con él, a ver si a ti te hace caso —le pide Alessandro y ambos salen de la habitación de Emma para dirigirse al jardín.
Allí se queda Emma, que no sabe si permanecer allí o bajar con los hermanos, acompañada de Roger que ha decidido quedarse con ella.
—Lo siento, Emma. Espero que no estés muy afectada por este fracaso amoroso —bromea Roger acercándose a ella.
—Sí, ya... —responde ella aturdida.
—Eh, un momento... ¿Sí estás afectada? ¿Qué te pasa, te noto rara?
—No, no. Sólo estoy... preocupada. Espero que Fabio lo convenza y tome una decisión con más calma.
—Sí, seguro. Confío en el poder de convicción de Fabio. Es muy persuasivo cuando tiene claro su objetivo. Paolo confía mucho en él, creo que porque no sospecha lo manipulador que es.
Mientras Fabio y Alessandro bajan por la escalera, este le pregunta a su hermano:
—¿Puedo preguntarte que hacías con Emma en la habitación?
—Puedes —responde Fabio sin dar más explicaciones. Alessandro sonríe ante la contestación de su hermano y deduce que no le va a dar más información. Pero, antes de salir al jardín, sujeta a Fabio por el brazo para pedirle que pare y le dice:
—Sé que no me lo vas a contar, pero si estabas intentando acercarte a Emma, te sugiero que seas rápido y no pierdas el tiempo o Roger podría sacarte la delantera.
—¿Qué quieres decir?
—Los vi la otra noche demasiado... juntos
Fabio espera alguna aclaración más a ese comentario y con un gesto le pide a su hermano que continúe hablando.
—Creo que Roger ha puesto en marcha toda su maquinaria, Fabio, y ya sabes que es infalible.
—Quizás con Emma no le funcione.
—No estés tan seguro, hermanito. ¿Cuándo le ha fallado?
—Alguna vez tiene que ser la primera —dice Fabio con cierta seguridad después de lo que acaba de pasar.
—Pero no estoy seguro de que vaya a ser esta vez, Fabio. Sólo digo que dejes a un lado tus prejuicios y tus dudas, y empieces a mover ficha o la moverá Roger antes que tú.
—Quizás Roger tenga esta vez menos...
—Fabio —le interrumpe Alessandro —:Estaban a punto de besarse.
—¿Cómo?
—Si no llego a aparecer o lo hago sólo un minuto más tarde, creo que los habría pillado besándose.
—¡Aquí está Fabio! —exclama Gina cuando ve a su hijo en el acceso al jardín —:Fabio, ¿puedes hablar con tu hermano Paolo y pedirle que no haga ninguna tontería?
—¡No es ninguna tontería! ¡Es mi vida! ¡No quiero volver a separarme de Dante! —exclama Paolo enfurecido.
A Fabio le cuesta un poco reaccionar. Siguen sonando en su cabeza las últimas palabras dichas por Alessandro. Quizás estuviera confundido, quizás malinterpretó lo que vio. No podía creer que Emma estuviera a punto de besar a Roger. ¿Por qué, entonces, le había besado a él hacía sólo unos minutos? ¿Qué había significado para ella?
—Fabio, por favor, dile que no puede tomar una decisión así, de repente —insiste Gina.
—¿Qué pasa, Paolo? ¿Por qué te quieres ir?
—¡Porque estoy enamorado, Fabio! Y creo que siempre lo he estado, sólo que antes no lo sabía.
—¿Y estás dispuesto a renunciar a tu carrera por irte con ese chico? ¿Quieres abandonar el fútbol?
—¡No! Puedo jugar allí, en el Sydney Football Club.
—Pero, Paolo, estás a punto de fichar por uno de los equipos más importantes de Europa. ¿Por qué ibas a querer irte a jugar al otro lado del mundo?
—¡Por amor! —exclama Paolo convencido —:No quiero volver a separarme de Dante.
Fabio respira profundamente y sigue hablando con su hermano, hasta que finalmente le convence de que no tome una decisión precipitada en ese momento. Le recomienda que madure la idea, que la consulte con la almohada y, aunque Paolo defiende que no habrá cambiado de opinión durante la noche, al final acepta volver a hablar sobre el tema a la mañana siguiente.
Cuando todo parece haberse calmado, cada uno se va a su respectiva habitación. Pero, antes de irse a la suya, Fabio decide pasar por la de Emma.
Allí, Roger y ella siguen hablando, sentados sobre su cama. Emma quiere saber más sobre la última afirmación que ha dicho Roger de su hermano, y le pregunta directamente por qué dice que Fabio es manipulador:
—Está acostumbrado a tratar con todo tipo de gente; prensa sensacionalista, agresivos ejecutivos y ejecutivas, abogados sin escrúpulos... Y siempre consigue que los demás hagan lo que él quiere. Creo que tiene tal control sobre sus emociones, que nunca nadie puede adivinar lo que siente realmente, y eso le da una gran ventaja sobre el resto.
—Pero, una cosa es cómo se comporta en los negocios y otra en su vida personal...
—Para él, todo pertenece a los negocios. Desde que se enfundó esa máscara inaccesible, no deja que nada altere su vida personal. Todo lo piensa y lo analiza con frialdad, teniendo una detallada estrategia preestablecida para alcanzar su objetivo. Nunca improvisa ni se deja llevar por la emoción del momento. No sabe. Pero ha desarrollado una especial habilidad para hacer en cada momento lo más adecuado y así conseguir que los demás también hagan lo que él espera.
Emma se queda algo aturdida y desolada. No puede creer que lo que ha pasado en su habitación hace un rato haya podido ser producto de una estrategia. Y si lo ha sido, ¿cuál es su objetivo? ¿Conseguir que ella confíe en él para que le cuente el asunto de Santiago? No, no puede ser. Fabio ha sido espontáneo, se ha dejado llevar por el momento, por la emoción y la pasión que se ha desatado en esa situación tan íntima como improvisada. Pero las palabras de Roger han caído sobre ella dejando un pesado nudo en su pecho. Él conoce a su hermano mucho mejor que ella y no tiene por qué mentirle. De hecho, ella misma pensó de Fabio que era una persona muy fría. ¿Realmente había descubierto la cara oculta por su coraza o había sido una víctima de su habilidosa manipulación?
—¿Qué pasa? —le pregunta Roger al ver el pálido rostro de Emma —:Te has quedado muda. ¿Te encuentras bien?
—Sí, sí, estoy bien...
—¿Te apetece que vayamos al jardín a tomar algo? Ya se ha ido todo el mundo.
—La verdad es que estoy un poco cansada. Mejor en otro momento.
—Como quieras.
Fabio se acerca en silencio hasta la puerta de la habitación de Emma que sigue abierta. Al deducir que está con Roger cuando oye su voz, decide esperar y escuchar desde fuera la conversación.
—¿Sabes? Me gusta mucho hablar contigo —le dice Roger.
—Sí, a mí también.
—Pues entonces, prométeme que vendrás a hablar conmigo siempre que lo necesites.
—Lo prometo.
Se produce un breve silencio que Fabio teme que se trate porque se han abrazado y tiene la tentación de aparecer para interrumpir el momento. Pero cuando Roger sigue hablando, vuelve a quedarse en la misma posición.
—Y no te preocupes, Fabio es experto en manejar este tipo de situaciones. Verás como mañana ya está todo olvidado.
—Eso espero...
Tras escuchar la última frase de Emma, Fabio se da la vuelta y se aleja rápidamente hacia su habitación. Siente una gran desolación, pero también está muy furioso. Así que Alessandro tenía razón, su hermano Roger había movido pieza y le había hecho jaque. Sin embargo, no podía creer que Emma hubiera caído en sus redes. Estaba seguro de haber visto unos sentimientos sinceros en sus ojos y de haberlos saboreado en sus labios. ¿Por qué ahora esperaba que mañana estuviera todo olvidado? ¿Se arrepentía de ese beso? ¿Por qué? No es capaz de encontrar ninguna explicación, no termina de convencerse de que Emma no sienta nada por él. Pero esas últimas palabras se repiten en su cabeza sin descanso, haciendo que se sienta desconcertado, confuso y estúpido.
Tumbado en su cama, con las manos detrás de su cabeza, se esfuerza por eliminar el dulce recuerdo de ese beso que se dibuja una y otra vez en su mente. Por borrar la cálida sensación de tener el cuerpo de Emma entre sus brazos. Por deshacerse de esa esperanza que empezaba a albergar su corazón al sentirse tan cerca de ella, y que ahora se esfumaba con el eco de una sola frase.
Le cuesta conciliar el sueño sin dejar de hacerse preguntas, hasta que el cansancio lo adentra en el silencio de una noche oscura y triste.
—oo—
Se despierta muy temprano con una extraña sensación en el estómago, un vacío incómodo y pesado del que no puede deshacerse. La respuesta al mensaje que le envió a Max, le hace acelerar el paso hasta su despacho, donde el abogado le ha pedido encontrarse en menos de diez minutos.
Antes que nada, abre su ordenador e inicia sesión en una cuenta de correo que se ha creado con un pseudónimo. Envía unas instrucciones a su contacto y le pide máxima urgencia en realizar su encargo. Acto seguido, ordena una transferencia desde la cuenta que tiene creado en una entidad bancaria online.
A los pocos minutos llega Max y se dirige directamente a su despacho:
—¿Qué sabes?
—Todo —responde Fabio —, o lo más importante, al menos. Ya me he encargado.
—¿Qué has hecho, Fabio?
—Lo que tenía que hacer. Ya sabes que puedo recurrir a tipos que actúan rápido y con mucha discreción.
—¡No! Vamos a hacer esto por los cauces legales. Vamos a pillar a Santiago.
—No hay tiempo —dice Fabio impasible.
—¡Claro que hay! Lo tenemos controlado.
—Le envió un mensaje anoche a Emma, diciéndole que si no le mandaba información, hoy mismo saldrían las fotos de su amiga. ¡No hay tiempo!
—¿Y qué has hecho? ¿Enviar a uno de esos matones? ¡Vamos, Fabio, no puedo creer que hayas recurrido a ese tipo de gente! ¡No es tu estilo!
—¿Y qué quieres que haga? ¿Que me quede de brazos cruzados?
—Ser paciente y confiar en mí. ¿Crees que dándole una paliza vas a solucionar el problema?
—Al menos, nos lo quitaremos de encima durante un tiempo.
—Te digo que está controlado, Fabio. Un hacker tiene bloqueado el teléfono de Santiago. Si intenta enviar cualquier archivo desde su teléfono, nosotros lo interceptaremos. No llegará a ningún destinatario —le explica Max.
Fabio se queda pensando un instante. Tal vez su solución no haya sido la más acertada, pero sigue convencido de que es la mejor para ganar tiempo. Según leyó en los mensajes que recibió Emma, el plazo terminaba hoy y, si no estaba equivocado, ella no había podido enviarle nada.
—¿Sabemos si tiene todas las fotos en el móvil? —le pregunta a Max.
—No, de eso no estamos seguros.
—Bueno, pero es una posibilidad. Si sólo tuviera esos archivos en su móvil, con hacer desaparecer el teléfono será suficiente para ganar tiempo —dice Fabio mientras se dirige de nuevo a su ordenador. Envía rápidamente un mensaje avisando de una pequeña modificación en sus instrucciones. El encargo pasa a ser menos agresivo y le pide que únicamente le robe el teléfono, haga una copia de su tarjeta rápidamente y rompa el terminal de inmediato.
—Puede haber guardado los archivos en la nube, Fabio. Quitándole el móvil, seguiríamos sin resolver el problema.
—Sí, pero para acceder al archivo de la nube, tendría que pedir un duplicado de su tarjeta. Mientras, nosotros interpondremos una demanda por apropiación indebida de material privado, uso indebido del mismo, coacción y todos los delitos que se nos ocurran.
—Tardará muy poco tiempo en disponer de ese duplicado.
—No si tienes amigos que trabajan en diferentes operadoras y te deben varios favores. Tú empieza con los trámites legales, yo me encargo del resto.
A media mañana, un mensajero trae un pequeño sobre con una tarjeta SIM dentro. Mientras Max se encarga de las gestiones jurídicas, Fabio mueve a sus contactos, entre los que se encuentra un hacker informático que cobra unas diez veces más que el amigo de Leyla. Su dominio y habilidad en esos temas lo valen. Dejan el asunto en manos expertas y salen al jardín a tomar un café, con la satisfacción de saber que han conseguido truncar el plan del mezquino Santiago. El siguiente pasó será saber si además pueden hacer algo para que desaparezca de sus vidas definitivamente.
Tras tomar ese breve refrigerio, Fabio acompaña a Max hacia la salida. Cuando están cruzando el jardín, se encuentran con Emma.
—¡Max! ¿Qué haces aquí? ¿Algún problema? —le saluda Emma.
—¡Hola Emma! De hecho, ya no hay ningún problema.
—¿Qué quieres decir?
—Que ya puedes estar tranquila. No creo que Santiago vuelva a molestarte.
—¿¡En serio!? ¡Esa es una gran noticia! ¡Muchas gracias! —exclama Emma dando a Max un espontáneo abrazo —: ¿Cómo lo has conseguido?
—En realidad, no he sido yo. La intervención de Fabio ha sido crucial.
Emma mira a Fabio sorprendida y no sabe qué decir. Él le devuelve la mirada sin reaccionar, sin ninguna expresión en su rostro. Cada uno estudia la actitud del otro. Fabio piensa que se merece un abrazo espontáneo como el que le ha dado a Max, pero comprueba que no va a ocurrir. De nuevo vuelve a su memoria lo que escuchó anoche en la conversación que ella mantuvo con su hermano. Si Emma espera que hoy todo esté olvidado, no va a ser él quien lo impida.
Ella, por su parte, vuelve a recordar todo lo que le dijo Roger sobre su hermano. No le queda más remedio que reconocer que su actitud es totalmente diferente a la que le mostró anoche. Teme que, efectivamente, lo ocurrido en su cuarto no fuera más que parte de su estrategia para sacarle información sobre el tema de Santiago. Ahora que ya había conseguido su objetivo, no necesitaba nada más de ella.
—Bueno, será mejor que me vaya —dice Max y dirigiéndose a Fabio, añade —: Sé dónde está la puerta, no hace falta que me acompañes. Hasta luego.
Ni Fabio ni Emma responden al saludo de Max y siguen observándose fijamente. El silencio se instala entre ellos. Un silencio que enreda las palabras con el recuerdo y deja un amargo sabor de boca que, sin embargo, no consigue superar al dulzor que dejó su beso.
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