Capítulo 28
—No entiendo a las mujeres —dice Alessandro cuando termina su conversación telefónica y se une a sus hermanos, que se acaban de sentar a una mesa.
—Yo tampoco —dice Fabio.
—¿Qué pasa? ¿Hablabas con Cindy? —le pregunta Roger.
—Sí, vendrá mañana a ver al niño. Luego se vuelve a ir.
—¿Sigue trabajando con la misma firma? —pregunta Fabio esta vez.
—Sí, aunque la promoción termina esta semana. Pero le ha salido otro contrato y no lo ha rechazado —explica Alessandro apesadumbrado —:No lo entiendo... Insistió tanto en que tuviéramos un hijo, que necesitaba vivir la experiencia de ser madre, que se había despertado su reloj biológico.
—¿Y qué pasa? ¿Que ya se le ha apagado? —pregunta Fabio con sarcasmo.
—No lo sé. No sé lo que le pasa. Dice que no se siente completa si no está encima de una pasarela. Que es lo que más ama en el mundo...
—¿Y qué pasa con su hijo? ¿Y contigo?
—Dice que lo ama por encima de todo, pero que si no desfila, no es feliz, y por tanto no puede ser una buena madre. Si ella es infeliz, también hará infeliz a su hijo.
—Insisto, ¿y qué pasa contigo? —vuelve a preguntar Roger.
—¿Conmigo? —Alessandro agacha la cabeza y la mueve de un lado a otro —:Conmigo ya no pasa nada. Hace mucho tiempo que no pasa nada. Desde que nació Sandro. Al principio pensaba que era normal; no teníamos casi tiempo, estábamos cansados, ella tenía que recuperarse del parto... Pero no hemos vuelto a tener sexo desde el primer mes de embarazo. Creo que ni siquiera nos hemos dado un beso.
—¡Llevas más de un año en dique seco! —exclama Roger.
—Nos hemos ido alejando poco a poco —continúa confesando Alessandro—:Yo he intentado hablar con ella muchas veces, le he pedido que me contara lo que le pasaba, si había otro hombre...
—¿Y lo hay? —pregunta Fabio.
—Siempre me ha dicho que no. Pero ya no sé qué pensar. No te puedes desenamorar de alguien de la noche a la mañana, ¿no?
—Eso te lo puede responder mejor Roger...
—¡Oh, qué ingenioso! —protesta Roger —:Habla quien sólo se ha enamorado una vez en su vida y ya ha gastado todas sus balas. Vale, sí, yo he creído enamorarme una noche y he despertado al día siguiente sintiendo que todo había pasado. Pero sé perfectamente que eso no es amor. Por eso nunca me he casado ni me he comprometido con nadie. Pero ahora sí que sé lo que es el amor, y no creo que pueda desaparecer de la noche a la mañana.
—¿Ahora sabes lo que es el amor? ¿Estás seguro? ¿O sólo te has encaprichado y al día siguiente se te pasará todo? —insiste Fabio en tono burlón.
—¡Estoy seguro! —exclama Roger elevando el tono de voz —:¡Y lo sé, precisamente, porque es distinto a otras veces! ¡Ella es completamente distinta! ¿Qué sabrás tú?
—¡Pues quizás lo sé mucho mejor tú! —responde Fabio elevando también su voz.
—Eh, eh, eh... ¿Qué os pasa? ¿Queréis hacer el favor de bajar la voz? —interviene Alessandro para intentar calmar a sus hermanos —:¿A estas alturas vais a pelearos por una mujer? Además, se supone que soy quien tiene un problema. ¡Cindy va a pedirme el divorcio!
Mientras los tres hermanos siguen hablando y bebiendo en el jardín, Emma deambula por la casa intentando encontrar algo a lo que hacerle una fotografía para mandársela a Santiago, con la que hacerle creer que ya ha empezado su misión de espionaje.
Decide ir a la cocina para coger un vaso de agua y, antes de encender la luz, escucha un murmullo, seguido de unas risas disimuladas. Parece que provienen de la otra entrada a la cocina, la que da acceso desde el jardín trasero. Emma se queda inmóvil, intentando decidir qué hacer, cuando de pronto se enciende la luz y aparece Fabrizio sonriendo, con dos copas en la mano y la camisa del uniforme medio abierta.
—¡Hola! —saluda Emma cuando Fabrizio la encuentra allí de pie.
Fabrizio la mira sorprendido y le cambia radicalmente el gesto.
—Señorita Emma..., ¿qué hace aquí?
—Vine a por un vaso de agua.
—Ah... Esto... Yo... —Frabrizio está nervioso. Se mira las manos cargadas con las copas, mira hacia atrás donde parece que alguien le espera y, mientras piensa qué excusa darle a la joven para justificar esa escena, se escucha la voz de Gina desde el jardín trasero:
—Trae también unas fresas, mon amour.
Fabrizio abre mucho los ojos, levanta las cejas y se dibuja una forzada sonrisa en su rostro desencajado. Emma no lo duda y da unos pasos, saca un puñado de fresas de la nevera, las limpia, las coloca en un plato y se las entrega a Fabrizio. Como supone que el mayordomo, convertido en furtivo amante, también había entrado a la cocina para conseguir más bebida, agarra una botella de champán de la nevera y se la coloca debajo de la axila. Después, Emma se lleva un dedo a sus labios, le guiña un ojo, sujeta a Fabrizio por los hombros y le da un leve empujón para que salga de la cocina. Luego vuelve a abrir la nevera, coge una botella de agua, apaga la luz y se dirige en penumbra hasta la puerta por la que ha entrado.
Justo en ese momento, la puerta se abre y se topa con alguien que, al mismo tiempo que ella, emite un grito apagado:
—¡Joder, qué susto! —exclama Emma.
—Pero si es mi querida novia —responde Paolo —:¿Qué haces aquí? ¿Y por qué no enciendes la luz?
—¡Vámonos! —le pide Emma, empujándolo suavemente hacia afuera.
—Pero yo quería beber agua...
—Toma, bebe —y le ofrece la botella.
—Pero, ¿qué pasa? —pregunta Paolo que se deja llevar por las manos de Emma, quien le sigue empujando por la espalda.
—Nada. No preguntes. ¿Qué tal ha ido tu día, querido? —pregunta Emma en tono de broma.
—Bien, muy bien. ¿Vamos a la piscina?
—¡No! Demos una vuelta por aquí —le propone indicando la puerta de entrada a la casa.
—Estás un poco rara, Emma.
—Soy rara.
Cuando salen por la puerta, Emma sugiere que se sienten en uno de los bancos de piedra. Una vez allí, respira profundamente. El teléfono vibra en su bolsillo cuando recibe un mensaje. Es de Santiago:
-Faltan 15 minutos para las 12. Si no recibo algo, hago el primer envío a Madrid.
—¡Joder! —exclama Emma.
—¿Qué pasa? ¿Problemas? —pregunta Paolo antes de dar un largo trago de agua.
—¡Ni te lo imaginas! ¿Puedes repetir eso?
—¿El qué?
—Beber. Me gustaría hacerte una foto bebiendo —se le ocurre de pronto a Emma.
—¿Cómo? ¿Quieres hacerme una foto bebiendo?
—Por favor...
—Vaya, pues sí que eres rara —dice Paolo sorprendido. Pero repite el gesto y Emma le hace una foto que, de inmediato, le envía a Santiago, acompañada del siguiente mensaje:
-Esto es todo lo que he podido conseguir hoy.
Al instante recibe la respuesta:
-Bueno. Sé que puedes hacerlo mejor. Pero al menos sé que me tomas en serio. Espero algo más interesante mañana.
—¡Una foto de mi putoculo te mandaré! —exclama Emma mirando la pantalla del móvil.
—¡Ja, ja, ja! Pero, ¿qué te pasa, Emma?
Sin que ninguno de los dos se dé cuenta, alguien se acerca hacia donde ellos se encuentran. Se trata de uno de los tres hermanos que charlaban en la piscina, que iba a la cocina a por más hielo. Pero, al escuchar voces en la parte de la entrada, decide acercarse a comprobar a quién pertenecen.
—Pues que tengo muy mala suerte, Paolo. Que justo cuando empezaba a ser feliz, cuando pensaba que podría haber encontrado mi sitio, viene un hombre sin corazón y lo estropea todo.
—¿Quién? ¿Qué hombre? ¿Quieres que le parta la cara?
—No, me temo que eso no arreglaría nada. Me gustaría que lo hicieras, no te lo voy a negar, pero no es la solución.
—¿Y cuál es la solución? —pregunta Paolo preocupado al ver la tristeza reflejada en el rostro de Emma.
—¿Tienes una máquina del tiempo? ¿O un borrador de momentos? Quizás eso ayudara, borrar lo que ha pasado esta mañana. Aunque igual eso no es suficiente. Quizás no tendría que haber venido nunca.
—¡No digas eso, Emma! Si no hubieras venido, no0 te habría conocido. Y me alegro mucho de haberlo hecho —dice Paolo intentando animar a su amiga. Pero, aunque esta le dedica una tierna sonrisa, ve que en su rostro todavía se refleja la preocupación.
Emma mantiene la vista al frente, mirando hacia el infinito, sumida en sus pensamientos.
—¿No estarás penando en irte, verdad? —sigue preguntando Paolo. Pero Emma no contesta y sus ojos comienzan a llenarse de lágrimas —:Eh, eh..., no llores. Vamos, ven aquí.
Paolo la rodea con sus brazos y Emma siente que toda su tensión sale al mismo ritmo que sus lágrimas. No puede parar de llorar mientras el joven la mece en silencio.
Allí detrás, oculto en las sombras, el hombre observa la escena consternado. Sólo ha podido escuchar la última parte de la conversación, pero no tiene ninguna duda de que él es el causante del dolor de Emma.
Fabio retrocede lentamente, cabizbajo y dolido. Dolido por saberse rechazado, por haberse quitado esa coraza que frenaba sus emociones, por haberse dejado llevar por sus impulsos y haber mostrado sus sentimientos. Y se arrepiente. Pero de lo que más se arrepiente y lo que más le duele es pensar que, por su culpa, Emma tenga la intención de marcharse.
Todavía necesitará mucho tiempo para hacerse a la idea de que Emma no siente lo mismo por él, pero a lo que no cree que pueda acostumbrarse nunca es a su ausencia. Por eso, toma la decisión de hablar con ella a la mañana siguiente.
Cuando Emma siente que ya no le quedan más lágrimas en su interior, le da las gracias a Paolo por su apoyo y se levanta para irse a su habitación. En cuanto se pone de pie, el chico le dice:
—Sea lo que sea, Emma, sólo quiero que sepas que se solucionará. Todo tiene una solución, y sabes que puedes contar con todos nosotros para ayudarte. No permitas que nadie borre tu sonrisa, y mucho menos que lo haga un hombre sin corazón. Puedes contar con todos nosotros para lo que necesites. Además, nosotros sí tenemos corazón, te has ganado nuestro corazón desde el momento en que llegaste.
—Gracias, Paolo. Eres el mejor novio que he tenido nunca.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro