Capítulo 24
Emma tropieza y antes de caer sobre Fabio, apoya una mano en el respaldo del sofá. En ese momento, él se intenta incorporar, ella se resbala y sus dos cabezas se acercan en un doloroso encuentro. Ambos se llevan las manos a la cara y ella suelta un alarido, pero Fabio se desploma hacia atrás sin decir nada. Cuando Emma abre los ojos, lo mira y cree que está inconsciente:
—¡Fabio! ¿Estás bien? ¡Fabio! —dice mientras le aparta las manos del rostro.
—Ha sido el beso más doloroso de mi vida —contesta Fabio sin abrir los ojos.
—¿Beso? ¿¡Qué beso!? Ha sido la imitación de carnero más perfecta que he visto en mi vida.
Con los ojos todavía cerrados, Fabio sonríe, primero sutilmente, aunque empieza a reír cada vez con más energía, hasta que acaba soltando unas sonoras carcajadas.
—¿Qué pasa? ¿De qué te ríes? —dice Emma contagiándose de sus risotadas. Pero Fabio sigue sin contestar y Emma aguarda un rato, paciente, hasta que decide dejarlo allí, con su ataque de risa, para irse a la cama.
Al día siguiente, cuando Gina entra en casa, se encuentra a sus dos hijos dormidos y vestidos sobre sendos sofás. Tiene la tentación de ir directa a abrazar a su hijo Alessandro, a quien hacía mucho tiempo que no veía. Pero dado el estado que presentan ambos jóvenes, prefiere dejar que sigan durmiendo lo que supone habrá sido una buena borrachera, y pide a Fabrizio que dé órdenes de que nadie entre en el salón hasta que sus hijos se hayan despertado.
De inmediato se dirige a buscar a Emma, a quien encuentra en la cocina, dándole el desayuno al pequeño Sandro:
—¡Pero qué tenemos aquí! —exclama Gina, yendo directa a abrazar a su nieto —:¡Pero qué sorpresa tan grande! ¿Cómo está el bebé más guapo del mundo? ¿A que es guapo mi nieto, Emma?
—¡Es un caramelo! Y se porta muy bien —contesta Emma.
Después de que Gina abrace, apretuje y llene de besos a su nieto, vuelve a dejarlo en la sillita para que Emma siga dándole de comer.
—¿Sabes qué ha pasado esta noche en el salón? —le pregunta Gina.
—¿Siguen durmiendo?
—Eso parece...
—Se fueron juntos a cenar y creo que celebraron el regreso de Alessandro por todo lo alto —le explica Emma.
—¿Se fueron los dos solos?
—Eso creo.
—¿Y Cindy, la mujer de Alessandro? —pregunta Gina extrañada.
—No ha venido.
Gina se queda un momento pensando y hace un leve sonido con la garganta.
—Esa chica... Lo sabía. Mucho ha tardado, me parece a mí. La verdad es que me lo esperaba.
—¿Se lo esperaba? ¿El qué?
—Nada, nada. ¿Tú sabes por qué Alessandro ha aparecido así, de repente, sin avisar? Si hubiera sabido que iba a venir, no me habría ido de viaje.
—No lo sé. La verdad es que casi no tuve oportunidad de hablar con él. De lo que más hablamos fue de Sandro. ¡Es monísimo! ¡Y tan bueno! ¡Creo que me he enamorado!
En ese momento, se abre la puerta de la cocina y un ojeroso Fabio aparece, sujetándose la cabeza con una mano, mostrando los evidentes estragos de la resaca:
—Buenos días...
—¿Buenos? No parece que sean muy buenos para ti, caro Fabio. Anda, ven, que te voy a preparar un remedio infalible contra la resaca —le dice Gina tras darle un beso a su hijo.
Fabio se sienta junto a Emma y le hace una tímida carantoña a su sobrino. Se comporta con toda la naturalidad que su dolor de cabeza le permite, pero Emma no puede evitar ponerse nerviosa cuando lo tiene a su lado. ¿Es que no recuerda nada de lo que ocurrió anoche? ¿Ni aquel cabezazo que, todavía no sabía por qué, él había denominado como beso?
Fabio apoya el codo sobre la mesa y la cabeza sobre su mano y observa el perfil de Emma. Entonces, se fija en la pequeña hinchazón que tiene sobre su frente, lo que trae a su magullada memoria, el momento en el que sus dos cabezas se chocaron. Se incorpora de pronto sobre su asiento, pone la espalda muy recta y se lleva la mano a la frente, donde siente una punzada de dolor en el punto en el que también muestra un hinchazón.
De pronto, varias imágenes, como flashes proyectados en su cabeza, empiezan a mostrarle algunos de los momentos vividos la noche pasada. Recuerda cómo iba apoyado sobre el hombro de Emma, cómo ella lo dejó caer sobre el sofá, cómo él tira de su mano con la intención de atraerla hacia él, y cómo sus cabezas acaban chocando, cuando sintió el irrefrenable impulso de besarla, envalentonado por los efectos del alcohol.
Con menos agilidad de la esperada, Fabio se levanta y se acerca hasta donde se encuentra su madre, quien sigue preparándole ese brebaje que acabaría con su resaca. Sin dudarlo, lo bebe de un trago y aquella extraña mezcla cae en su estómago como una bomba de relojería, lo que le obliga a salir corriendo de camino al baño.
Mientras, en la cocina, Gina y Emma siguen hablando y haciéndole carantoñas al pequeño Sandro:
—Me temo que este pequeño diablillo te va a robar mucho tiempo —dice Gina, sacando al niño de su sillita y cogiéndolo en brazos.
—No se preocupe, señora Gina, puedo atenderles a los dos.
—Tranquila. Creo que te necesita más que yo. Además, tú eres babysitter, ¿no?
—Sí, pero me han contratado para que esté con usted y no pienso descuidar mis obligaciones. Y tampoco sabemos cuánto tiempo van a quedarse.
—¡Uy, querida! Me temo que va a estar mucho tiempo... Y sospecho que en esta casa hay otras personas que te necesitan mucho más que yo.
Gina le guiña un ojo y se va con el niño en brazos al jardín. Emma se queda recogiendo la cocina, pensando en esas últimas palabras. Pero, antes de que pueda encontrar un significado que la convenza, Fabio vuelve a aparecer en la cocina. Al comprobar que está ella sola, se queda inmóvil.
—¿Te encuentras mejor? —le pregunta Emma.
—Sí. Gracias —responde, todavía sin moverse, junto a la puerta.
—La verdad es que tienes mejor cara.
Fabio se relaja un poco al ver la naturalidad con la que Emma le habla. Se siente avergonzado y quiere disculparse por su actitud de anoche. Sin embargo, no sabe cómo decírselo y se siente más cómodo evitando el tema:
—No sé qué habrá puesto mi madre en ese vaso pero, aunque por un momento he creído que moría, lo cierto es que ha desaparecido la resaca.
—Sólo queda ese chichón, aunque yo también lo tengo sin haber probado el alcohol —dice Emma y, al instante se arrepiente de haberlo dicho, pues nota cómo el semblante de Fabio se tensa.
—Lo siento mucho. Espero que no tengas en cuenta nada de lo que pasó anoche. No estoy acostumbrado a beber el alcohol y supongo que hice muchas tonterías, porque no lo recuerdo muy bien. Sólo sé que me costaba hablar, andar en línea recta y controlar mis movimientos.
—Ya, me di cuenta...
—Te pido disculpas y que no me lo tengas en cuenta —sigue justificándose Fabio —:Si hay algo por lo que no me gusta beber alcohol, es porque te hace perder el control.
—Ya, claro. Y tú no soportas perderlo, ¿verdad?
—No, no lo soporto.
—¿Se te ha ocurrido pensar que pude haber sacado fotos de vuestro estado para subirlo a las redes sociales? O mejor, ¿para venderlas a la prensa del corazón?
Fabio palidece un instante, pero de inmediato se da cuenta del tono irónico que ha utilizado Emma para hacerle esa pregunta y responde:
—Pues no, no se me había ocurrido. Lo que supongo que considerarás como una clara muestra de que confío plenamente en ti, ¿no?
—Mmmm, sí... Lo consideraré. Aunque ahora, creo que deberías ser tú quien debe plantearse si yo confío en ti —le suelta Emma poniendo los brazos en jarras y subiendo una ceja, lo que hace que Fabio no sepa cómo reaccionar. Pero ella sigue hablando —:No creo digno de confianza alguien que embiste de esa forma.
En ese momento, Fabio recuerda el ataque de risa que le dio el comentario de Emma sobre la imitación del carnero y vuelve a reírse:
—¿No dijiste que te pareció la mejor imitación de carnero que habías visto?
—Sí, algo así dije.
Hablar sobre aquel momento, provoca que ambos recuerden la escena con mayor claridad. Se quedan mirándose fijamente a los ojos y son conscientes de que los dos están pensando en la frase que soltó Fabio, con relación a un beso. Él baja su mirada avergonzado, ella lo mira con ternura. Aquella situación es algo embarazosa, pero el gesto amable de Fabio, la incita a hacerle la pregunta que le saque de dudas:
—¿Por qué dijiste que fue el beso más doloroso de tu vida?
Fabio observa cómo el rubor asciende por las mejillas de Emma. Él siente algo similar, aunque su rostro no se ruborice. Su prudencia le dice que se calle, que cambie de tema, que busque una respuesta ingeniosa que sirva para apagar la creciente tensión que se respira entre ellos. Sin embargo, piensa que es una buena oportunidad para dejarse llevar, para dar rienda suelta a sus emociones, para intentar acercarse a Emma:
—Porque quería besarte —responde al fin.
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