Capítulo 15
Es cerca del mediodía cuando el fotógrafo y su ayudante se marchan de la casa de los Laponte. La sesión ha ido muy bien y tiene material más que suficiente, y convincente, para enviar a la prensa y acallar cualquier tipo de rumor.
Emma va a buscar a la señora Gina, que ya está en manos del fisioterapeuta:
—¡Hola, linda! —exclama Gina cuando la ve aparecer —: ¿Ya habéis terminado con las fotos?
—Sí. Ha sido muy divertido —contesta Emma.
—¡Y tanto! ¡Tú la novia de mi Paolo, ja, ja, ja! —dice Gina riéndose.
—Esto... Yo...
Emma no sabe cómo interpretar ese comentario. Ha supuesto que Gina conoce la orientación sexual de su hijo y que todo ha sido un montaje. Pero no puede decir nada en presencia de Sansón. No está segura de que Gina lo sepa, pero lo que sí sabe seguro es que Sansón, ni nadie más, puede saberlo.
—Mi Paolo es un amor, pero si me preguntan, yo te habría emparejado con Roger. No, no... ¡Con Fabio!
—Pero señora... —intenta decir Emma mientras hace un enorme esfuerzo por disimular su rubor.
Sansón la mira de reojo y le sonríe, y Emma no sabe dónde esconderse.
—Tranquila, cielo. Sansón es de la casa, ¿verdad, Sansón? ¿A que tú también crees que haría buena pareja con mi Fabio?
—Ella haría buena pareja con cualquier persona que estuviera a su lado —dice Sansón guiñándole un ojo, sin dejar de masajear la espalda de Gina.
—¡Pero bueno, Sansón! ¿Coqueteando?
—No, señora. Sólo digo la verdad.
—Tienes razón. Mi Emma es mucha Emma —añade Gina —:Por cierto, querida, hazme un favor. Ve y pide a Fabrizio que me prepare uno de sus cappuccinos y me lo traes. Pero que nadie te vea, ¿eh? ¿Queréis uno vosotros?
—No, gracias —responde Emma, casi al mismo tiempo que Sansón.
Cuando Emma se dispone a salir en busca de Fabrizio, Fabio irrumpe en la sala con paso airado y gesto serio.
— Mamá, tenemos que hablar. Es urgente.
—Todo es urgente para ti, Fabio. ¿No puedes esperar 5 minutos? Ya casi he terminado.
—Es muy urgente —insiste Fabio.
—¡Uf! Vale. Dejémoslo por hoy, Sansón —le pide al fisioterapeuta, que de inmediato deja de hacer el masaje y empieza a recoger sus cosas —: Nos vemos mañana a la misma hora, caro.
—Muy bien, señora —responde Sansón.
Fabio espera a que el joven salga de la habitación y se sienta junto a su madre en el sofá.
—Santiago está en la entrada. Le he pedido a Fabrizio que lo acompañe a la biblioteca —le informa Fabio con gesto preocupado.
—¡Ay, qué pereza! —exclama Gina suspirando —: ¿Qué hace aquí? ¿Y por qué viene sin avisar?
—Le ha dicho a Fabrizio que venía a felicitarte por tu premio. Dice que le habría gustado venir a la fiesta, pero que le fue imposible llegar a tiempo.
—¿Y no me podría haber enviado una tarjeta? ¿O haber llamado por teléfono? Además, no fue invitado a la fiesta, ¿verdad?
—No. Aunque ya sabes que eso no le ha impedido asistir a otros eventos sin ser invitado —dice Fabio cada vez más enfadado —: Pero, de todas formas, no creo que felicitarte sea el verdadero motivo que le ha traído hasta aquí.
—¿Y cuál crees que es, cielo?
—No estoy muy seguro, pero algo me dice que está relacionado con los rumores sobre Paolo.
—Pero, eso ya lo tienes bajo control, ¿no? ¿No se ha hecho la sesión de fotos para eso?
—Sí.
—Pues ya está, Fabio. No le des mayor importancia. Vendrá a dar un poco la nota y se irá —le dice Gina intentando relajar a su hijo.
—No me fío de él. Diría que se trae algo entre manos. ¡No parará hasta no conseguir el apellido Laponte!
— Vamos, cielo, olvídate. Ya sabes que eso es imposible. Él es Estiarte porque es hijo de vuestro padre, pero yo no soy su madre. A vosotros os pusimos primero mi apellido porque así lo decimos vuestro padre y yo. Ya quedó claro con el reparto de la herencia.
—Lo sé, mamá, todos lo sabemos. Él parece ser el único que no lo quiere admitir.
Santiago Estiarte es fruto de un encuentro sexual que el marido de Gina, el empresario José Estiarte, tuvo un año antes de casarse con ella. Nadie, ni siquiera el propio padre, supo de la existencia de Santiago hasta diez años después de su nacimiento, momento en el que la madre del niño descubrió que el hombre con el que estaba casada 15 años era estéril, así que sólo podía haber quedado embarazada aquella noche de sexo casual. Cuando averiguó quién era el verdadero padre de su hijo y tras ser abandonada por su marido, fue en busca de José Estiarte para pedirle responsabilidades que este nunca evitó.
Sin embargo, aunque los Laponte intentaron acoger a Santiago como un miembro más de la familia, pronto descubrieron que los intereses tanto del niño como de la madre eran únicamente económicos. Les ofrecieron una posición acomodada y también cariño, pero esto último siempre lo rechazaron. Conforme se fueron haciendo mayores, los Laponte dejaron de intentar afianzar los lazos con su hermanastro, la relación se fue enfriando y el trato se convirtió más en una relación comercial que familiar. Tanto a Gina como a sus cuatro hijos no les importó demasiado, pero en Santiago sirvió para alimentar su odio por esa familia, a la que consideraba culpable de su infortunio.
Desde que su madre murió, Santiago sólo ha tenido una obsesión; convertirse en otro hermano Laponte más, a pesar de que no le uniera nada con ese apellido. El fracaso de intentar ser adoptado legalmente por Gina tras la muerte de su madre, le llevó a intentar otros medios para conseguir su objetivo, alguno de los cuales rozaban los límites de la legalidad.
—Bueno, Fabio, atenderemos a nuestro invitado y luego se marchará —continuó diciendo Gina, quitándole importancia al asunto —:No vamos a crear un problema de esta situación.
—¡El ya es un problema! —exclama Fabio.
En ese momento, Emma entra en la sala para llevarle el cappuccino a Gina. Al escuchar el tono elevado de Fabio, le tiembla el pulso.
—Ven, querida —le pide Gina con amabilidad.
—Hay un hombre ahí fuera que me ha pedido que le diga si puede pasar ya o sigue esperando —dice Emma.
—¡¿Qué hace ahí fuera?! —pregunta Fabio con ira.
—No lo sé... Le he dicho que venía a traerle un cappuccino a la señora Gina...
—¡¿Y tú para qué le dices nada?! —pregunta Fabio poniéndose de pie, sin poder controlar su enfado.
—Me lo ha preguntado —responde Emma con timidez.
—Tranquílizate, Fabio —le pide su madre.
—Seguro que ha estado escuchando, con la oreja pegada a la puerta —dice Fabio bajando el tono de voz.
—No lo creo —interviene Emma —:Salía de la biblioteca cuando me lo he encontrado.
Emma se acerca hasta donde está Gina para entregarle la taza de café, pero Fabio se interpone en su camino, le sujeta la mano y se acerca la taza a la cara para oler su contenido:
—¿Qué es esto?
Emma mira a Gina y esta aprieta los labios, abriendo mucho los ojos, en un gesto infantil, pidiendo la complicidad de la joven. Emma lo interpreta rápidamente y contesta:
—Le he pedido a Fabrizio que me prepare un cappuccino. La señora Gina dice que nadie los prepara como él.
—Es verdad, hijo. Fabrizio tiene un mano especial para el cappuccino —interviene Gina.
Fabio mira a su madre y luego a Emma.
—Entiendo que mi madre quiera tomarme el pelo, pero tú no, Emma. A ti no te lo permito.
—¿Se puede? —dice una voz procedente de la puerta entreabierta.
Los tres dirigen su mirada hacia allí y ven asomar la cabeza de Santiago. Gina se levanta de inmediato y se acerca hasta él, con los brazos extendidos y la cara sonriente:
—Querido Santiago, qué alegría verte. Pasa, pasa... ¿Quieres un cappuccino?
Emma y Fabio siguen de pie, uno frente al otro, los dos sujetando la taza del café con una mano. Fabio le quita la taza con un gesto brusco, se acerca un poco más a ella y, en un susurro, pero con tono serio le dice:
—Luego ve a mi despacho y hablaremos. Ahora puedes irte.
Emma se da la vuelta y sale de la sala para dirigirse al jardín con ligereza. Cuando ya está fuera, toma aire profundamente y hace un esfuerzo por evitar las lágrimas y controlar la rabia. ¿Es que no va a poder tener un momento de paz con ese hombre? Empieza a sospechar que va a resultarle imposible llevarse bien con él. Y además del enfado por haberse sentido injustamente tratada, una extraña sensación se instala en su pecho.
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