Capítulo 1
Emma arrastra su maleta mientras mira, en el trozo de papel que sostiene en su otra mano, las señas de la casa a la que le ha enviado la agencia de contratación. Es un barrio residencial y por el estilo de las casas que va encontrando a su alrededor, es una zona de lujo. De mucho lujo y glamour.
Cuando llega a la puerta exterior de una gran mansión, guarda el papel en su bolso, estira la tela de su vestido, se aparta el pelo del rostro, carraspea y toca al timbre.
—¿Sí? —escucha una voz masculina desde el interfono.
—¡Hola! Soy Emma Ruipérez, me mandan de la agencia "Caresitter", por lo del... —deja la frase inacabada al comprobar que se abre la puerta.
Emma empuja la verja y se asoma con cierto temor. A la derecha hay una caseta de vigilancia, desde la que sale un hombre que se acerca hasta ella, aunque sólo le hace una pequeña indicación y sigue con sus tareas.
—Siga recto hasta la puerta principal. Allí la están esperando —le dice a Emma y sigue andando hasta donde está la caja de herramientas que tenía junto a la puerta.
—¡Gracias! —responde Emma y encamina sus pasos hacia la puerta señalada.
Anda despacio, observando con admiración la gran extensión de terreno que la rodea. Se para un instante antes de llamar al timbre y mete la mano en el bolso para sacar de nuevo la nota que llevaba en las manos:
—¿Por quién tenía que preguntar? —se dice a sí misma en voz alta.
En ese momento, se rompe uno de los enganches de su bolso, se descuelga de su hombro y se desparrama por el suelo gran parte de su contenido.
—¡Mierda! —exclama.
Mientras sigue agachada, recogiendo todas sus pertenencias, la puerta principal se abre y un hombre, de unos 60 años se la queda mirando. Emma levanta la cabeza, se incorpora rápidamente y algo aturdida se presenta:
—¡Hola! Soy Emma Ruipérez y vengo de la agencia. Se me acaba de romper el bolso y...
—Llega tarde — dice un joven elegante, muy atractivo y con gesto excesivamente serio, que aparece detrás del hombre que le ha abierto la puerta.
—Lo siento —responde Emma sintiendo cómo el rubor se instala en su mejillas—: Perdí el autobús y luego...
—¿La envía Caresitter? —vuelve a interrumpirla el joven.
—Sí. Llevo trabajando con ellos desde hace varios años. Mis referencias están publicadas en la web de...
Suena el teléfono móvil del joven y este levanta una mano ligeramente, pidiendo a Emma que espere un momento. El mayordomo se acerca para coger su maleta pero, antes de que lo haga y de que el joven haya atendido su llamada le dice:
—Un momento, Fabrizio.
—Sí, señor Fabio.
Fabrizio se retira de nuevo unos pasos y le dedica una amable sonrisa a Emma, quien le mira intrigada, a la espera de recibir indicaciones. Cuando Fabio termina su llamada telefónica, vuelve a dirigirse a Emma y le pregunta:
—¿No es usted muy joven?
—Hace más de 5 años que trabajo como babysitter. Tengo mucha experiencia y...
—¿Ha dicho babysitter? —le interrumpe de nuevo Fabio.
—Sí, babysitter, niñera...
—¿La envían de la agencia Caresitter?
—Sí. Llevo con ellos mucho tiempo... Aquí tengo... —empieza a decir Emma, mientras busca en su bolso la documentación que le ha facilitado la agencia. Intenta dominar su nerviosismo, aunque no le resulta fácil. Ese hombre ha conseguido inquietarla —: Es que se me ha caído el bolso... Se ha roto y se me ha desparramado...
—Un momento —Fabio vuelve a impedir que Emma acabe su frase.
Mientras ella sigue buscando en su bolso, Fabio hace una llamada y dirige su seria mirada hacia la chica, que sigue peleando con su bolso y todos los objetos que van resbalando de sus manos, mientras continua buscando desesperadamente los papeles.
—Buenos días, soy Fabio Laponte. Esta mañana tenía que personarse la cuidadora que habíamos contratado. Sí, no... Ha llegado una joven llamada... —Fabio le hace un gesto con la cabeza a Emma, para que esta le diga su nombre.
—Emma... Emma Ruipérez —responde casi sin voz. Lo había reconocido. Había reconocido aquel apellido. Hasta ese momento no le había prestado atención pero al escucharlo de la boca de aquel apuesto joven, todo había encajado en su cabeza.
Aquella casa pertenecía a la gran estrella Gina Laponte y aquel era uno de sus cuatro atractivos hijos, hermano del famosísimo modelo Alessandro Laponte, y del actor de moda, Roger Laponte. Emma no podía creer que tuviera tanta suerte y estaba deseando tener la oportunidad de contárselo a su amiga Leyla, quien estaba segura de que no la creería.
—Emma Ruipérez, que dice... Sí, exacto. Babysitter. Ya... Entiendo... Niños... —Fabio sigue hablando con su interlocutor, elevando cada vez más el tono y mostrando abiertamente su enfado —: Escúcheme. No tengo la menor intención de discutir las grandes cualidades de la señorita como cuidadora de niños. El problema es que mi madre tiene 65 años y como comprenderá, no necesitamos una babysitter. Evidentemente, se trata de un error, que espero solucionen de manera inmediata.
Emma escucha sorprendida las palabras de Fabio, quien no ha dejado de mirarla fijamente. La chica mira al mayordomo, todavía sin entender muy bien lo que está ocurriendo. Mientras Fabio sigue con su conversación telefónica, Emma le pregunta a Fabrizio:
—¿65 años?
—65 —responde Fabrizio —: En realidad es una niña. Una bambina grande.
Emma sonríe y sigue esperando mientras Fabio termina su conversación. Empieza a entender que todo aquello es un error y que su idea de pasar el verano cuidando al bebé de una familia adinerada en una impresionante mansión, pronto va a esfumarse.
—Por supuesto, lo entiendo perfectamente. Pero el error lo han cometido ustedes, y ustedes tendrán que solucionarlo. No lo sé... Son ustedes quienes tienen que darme la solución.
Emma cruza los dedos y desea fervientemente que esa posible solución tarde en llegar y al menos le permita pasar el fin de semana en aquel paraíso.
En aquel momento, desde el interior de la casa, se escucha una voz femenina que se aproxima hacia la entrada:
—¡Fabrizio! ¡No dejes que vuelvan a traerme un caldo imbebible como este!
Por la escalera que hay en la entrada y que Emma puede ver tras los hombros de Fabio, va descendiendo Gina Laponte, la gran estrella del cine y la televisión que lleva un tiempo retirada de las cámaras, intentando llevar una vida tranquila y familiar, desde que hace unos años sufriera un infarto, que todo el mundo temió que no superara.
—¡Me da igual que el té sea verde, rojo o amarillo chillón! ¡No me tomaré ese brebaje matarratas! —exclama mientras se acerca hasta la entrada, mientras Fabrizio sonríe y Emma trata de disimular su sonrisa.
Fabio sigue hablando por teléfono y en ese momento dice:
—Mi madre necesita una...
—¡Un café! —le interrumpe la señora Gina —:¡Necesito un café! Y si no me dejáis tomar café, al menos que no intenten envenenarme con agua sucia! ¡Prefiero beberme el agua de las macetas! Aaaayyyy, Fabrizio, mis hijos quieren acabar conmigo.
Gina se acerca un poco más al mayordomo y casi en un susurro le pregunta:
—¿Me prepararás un capuccino sin que nadie se entere, verdad?
Fabrizio le sonríe y le guiña un ojo disimuladamente.
En ese instante, Gina se da cuenta de la presencia de la joven y le pregunta:
—¿Te gusta el cappuccino querida?
—¡Me encanta! —responde Emma con una sonrisa —:Son mis frailes favoritos.
El cappuccino era la bebida preferida de Emma y tanto le gustaba que había querido averiguar su origen, y descubrió que había sido inventada por los monjes capuchinos de Venecia.
Gina y Fabrizio sonríen ante la respuesta de Emma, mientras Fabio continúa discutiendo con la gente de la agencia que le atiende la llamada telefónica, hasta que dice una última frase antes de colgar:
—¡Mi madre no necesita una babysitter!
Tras guardar su móvil, se gira hacia su madre, le da los buenos días y un beso en la mejilla.
—¡No necesito a nadie, Fabio! —exclama Gina —:¿Quién es esta joven?
—La agencia ha cometido un error —le explica su hijo —: Hoy tenía que llegar tu nueva cuidadora, pero nos han mandado una babysitter. Ya he avisado y nos mandarán...
—Quiero que se quede —le interrumpe su madre. Y sin dudarlo un momento, coge de la mano a Emma y la invita a que la siga dentro de la casa.
—¿Qué? —pregunta Fabio sorprendido.
—Sí, ¿por qué no? Si sabe cuidar bebés, sabrá cuidarme a mí. Yo ya controlo mis esfínteres, jajaja. Y no me tienes que dar de comer, ni mecerme en brazos para dormir, querida. Con que me hagas compañía y me des conversación, me sobre.
—¡Mamma, por favor! Tiene que controlar tu alimentación, asegurarse de que haces los ejercicios marcados por el fisioterapeuta, atender...
—Seguro que eso sabes hacerlo, ¿verdad querida? —interrumpe Gina para dirigirse a Emma, quien sonríe tímidamente, sin saber muy bien qué contestar. Antes de que pueda hacerlo, vuelve a intervenir Fabio:
—Ya he hablado con la agencia y nos van a enviar otra persona
—No quiero otra persona —dice Gina —: Quiero a... ¿cómo te llamas, querida?
—Emma —responde Fabio.
—Emma, cielo, di que sí. Quédate conmigo. Te subiré el sueldo. ¿2.500€ te parece bien, linda? ¿O prefieres volver a casa y quedarte sin trabajo?
Emma sigue los pasos de la señora Gina, dejándose arrastrar prácticamente. Quiere aceptar aquella propuesta, gritar un "sí, acepto" muy alto y muy claro. Sin embargo, puede sentir la mirada de Fabio clavada a su espalda. Le mira de reojo y contesta tímidamente:
—Yo... emmm, bueno... Me encantaría trabajar para usted, señora.
—¡Fabuloso! —exclama Gina.
—¡Mamma! ¡Es una niñera! —interviene Fabio —:¡Y tú no eres una niña! Disculpe, Emma.
Fabio sujeta a la joven por la otra mano para frenar sus pasos que ya se dirigen hacia la escalera.
—¡Déjate de peros, caro Fabio! Emma, bonita, ven conmigo, te voy a enseñar tu habitación —le dice Gina mientras vuelve a tirar de la mano de la joven.
Pero Fabio no la suelta y vuelve a tirar hacia él, obligándola a detenerse:
—¡Un momento! Emma, no estoy seguro de que esté capacitada para este trabajo. Si es una persona responsable, entenderá que debe rechazar la oferta de mi madre.
Emma se queda mirando fijamente a Fabio. Es consciente de que tiene experiencia en el cuidado de bebés, pero no de sexagenarias. También de que se encuentra en aquella situación debido a un error. Pero a su vez, no puede evitar sentir unas enormes ganas de trabajar allí ese verano. Empujada por la euforia, los nervios y el deseo de aprovechar aquel error del destino (o de la agencia), dice casi sin pensar:
—Disculpe, señor, pero soy una persona muy responsable, y por ese mismo motivo, me siento completamente capacitada para realizar este trabajo. Sólo necesito que me indique las instrucciones pertinentes, que yo las acataré con gusto.
Fabio no sabe qué responder a Emma, momento que Gina aprovecha para decir:
—¡Fantástica! Nos vamos a llevar muy bien, cara Emma. Acompáñame. Fabrizio, lleva el equipaje de la señorita, por favor.
Gina, quien todavía tenía sujeta la mano de Emma, tira de nuevo hacia ella para empezar a subir las escaleras, ante la atenta mirada de Fabio, a quien no le queda más remedio que darse por vencido. Cientos de pensamientos cruzan por su mente en ese momento. Es un hombre muy desconfiado, le gusta hacer las cosas bien y no está acostumbrado a que le lleven la contraria. Por un lado, teme que aquella confusión de la agencia se convierta en un error demasiado caro. Está preocupado por su madre quien, a pesar de que aparenta una salud envidiable, tiene 65 años y ha sufrido un infarto, por lo que todo cuidado que pudiera prestarle le parecía poco para evitar cualquier recaída. A su vez, él era muy celoso de su vida privada, más aún siendo miembro de una familia que era un blanco fácil para la prensa del corazón. A pesar de que aquella joven le inspiraba una reconfortante confianza, además de otros sentimientos que todavía se veía incapaz de identificar, temía que su inmadurez pudiera ser objeto de ciertas responsabilidades y descuidos que perturbaran la aparente paz y armonía de la familia.
Cuando las dos mujeres encaran los primeros escalones hacia el piso superior, Fabio llama la atención de la joven:
—Emma, cuando se haya instalado, venga a mi despacho.
—¿Su despacho? —pregunta Emma —:No sé dónde está...
—No te preocupes —interviene Gina —:Yo te indico.
Siguen subiendo por las escaleras mientras Gina empieza a hacerle preguntas a su nueva cuidadora. Está encantada de poder contar con una joven simpática y alegre, con un carisma mucho más fresco y amable. Un carisma con el que la había conquistado desde el primer momento.
Cuando las dos mujeres han desaparecido por la escalera, dirigéndose al piso superior, Fabio saca de nuevo su móvil y contacta con la agencia para pedirles que anulen la reclamación realizada.
—Nos quedamos con la señorita Ruipérez —dice a la agencia—:Pero deje abierto el periodo de prueba. Y si le encuentran algún trabajo como babysitter, avíseme a mi primero, yo se lo comunicaré a la señorita Ruipérez.
Fabio se dirige a su despacho y empieza a preparar toda la documentación que le iba a hacer firmar a Emma. Se sienta a la mesa de su despacho y accede a la plataforma digital de la agencia. Busca el nombre de Emma Ruipérez y comienza a leer sus referencias, todas excelentes. Se apoya en el respaldo de su sillón, entrelaza sus manos y apoya su barbilla sobre ellas, mirando atentamente la foto de la joven en la pantalla.
No puede explicarse qué es lo que le hace sonreír mientras observa su foto y se dibuja en su mente ese rostro dulce, esa mirada limpia, esa sonrisa despierta y encantadora. Prácticamente se tiene que obligar a desconfiar de ella, pues todo lo que esa joven emana, le inspira ternura, calma y confianza. Sin embargo, no puede bajar la guardia. No puede fiarse de las apariencias. No puede evitar recordar cuánto sufrió por el engaño, la deslealtad y la traición de la persona con la que iba a casarse. Un golpe tan duro como inesperado que había construido un sólido muro alrededor de su corazón.
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Os invito a seguirme para compartir la vida de Emma y los Laponte, así como otros relatos breves que iré publicando.
Me encantaría veros por las redes (Facebook e Instagram), donde además de publicar las fotos de los protagonistas que habéis propuesto, también podemos comentar algunos fragmentos y tramas de la historia 😉
Cavaliere Piacere
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